Darren Aronofsky y el cuerpo excesivo; crítica a “La Ballena”
Enclaustrado en su mórbido cuerpo, un profesor universitario, que protagoniza Brendan Fraser, insiste en recuperar a su hija abandonada antes de fallecer
POR JORGE AYALA BLANCO
En La ballena (The Whale, EU, 2022), desbordante opus 8 del voraz exprovocador vanguardista brooklyniano de 52 años Darren Aronofsky (Pi, el orden del caos 98 a la vulcanológica TVserie disneyana Bienvenidos a la Tierra 21), con guion de Samuel D. Hunter basado en su propia obra teatral, el enclaustrado profesor universitario homosexual con inocultable obesidad mórbida Charlie (Brendan Fraser cual aparatoso irreconocible ex-George de la selva 98) está dejándose morir por hipertensión de 238/134 e infarto asegurado, rechazando acudir a un hospital, impartiendo clases de redacción en inglés online sin permitir que sus alumnos puedan ver su deformidad, permaneciendo al cuidado de la impositiva aunque doblegada enfermera oriental Liz (Hong Chau) a quien la ata una retorcida conciencia culpable por la muerte en la playa del gran amor viril de su paciente, y sobreviviendo a duras penas, pero tragando a toda hora cualquier cantidad de comida chatarra o dañina, a lo largo de los últimos 5 días de su existencia, mientras lo visitan, un tanto a regañadientes, su enconada hija adolecente vuelta odiadora ecuménica Ellie (Sadie Sink), a quien abandonó cuando niña hace 8 años para ganarse un rencor cerval de por vida si bien ella recurre hoy a él para que la ayude a elaborar una crítica literaria que la salve de una expulsión definitiva de la escuela secundaria, y su inoportuna pero pragmática exesposa Mary (Samantha Morton), decidida a olvidar sus amargosos resentimientos infinitos al enterarse que el hombre ha ahorrado más de una centena de miles de dólares para asegurar el futuro de su omnirrebelde hija común, dos mujeres intempestivas a las que apenas consiguen sumarse el casi inmostrable repartidor de pizzas Dan (Sathya Sridharan) que suele depositar su mercancía en la entrada del depto abierto, y el titubeante joven misionero de la iglesia del fin del mundo Thomas (Ty Simpkins) que, aparte de insistente en exceso, resulta un farsante ladrón de su familia congregacional sólo ávido de ser perdonado e incluso consiguiéndolo gracias a una ambigua confesión hecha a la impredecible Ellie y grabada por ésta para subirla a la red, en espera del inminente desplome final del infeliz Charlie, tras una cruel carrera de relevos airados chocando entre sí, alrededor de ese agitado e inasible cuerpo excesivo.
El cuerpo excesivo implica ante todo el desatado drama psicopatológico de un cuerpo en demasía, un cuerpo de más como el del conmemorativo acerbo rey Luis XVI de La Marsellesa (Renoir 38) o como el del policía diseminador de falsificadas pruebas ciertas de Sombras del mal (Orson Welles por sí mismo 58) o como el de la analfabeta afroamericana embarazada por segunda vez por su propio padre de Preciosa (Daniels 09), un cuerpo salido de control y revertido en contra suya, un cuerpo cual ánima en pena ya en sus postrimerías, amplificándose, mediatizándose, diversificándose, un cuerpo convulso que se hermana con el de la drogadicta doméstica de Réquiem por un sueño (Aronofsky 00), un cuerpo magullado que duplica el del patético padre mendigo afectivo de El luchador (Aronofsky 08), un cuerpo sacrificial como el de la bailarina perfeccionista de El cisne negro (Aronofsky 12), un cuerpo deglutiente que homologa el del patriarca Noé (Aronofsky 14), un cuerpo exasperado por coacción como el de la amorosa edénica abominable ¡Madre! (Aronofsky 17), un cuerpo sonriente de innata ternura quasi infantil tras cada lance autodestructivo o gritoneante, un cuerpo que se yergue y derrumba al ser sádicamente conminado a incorporarse por su cuidadora o por su hija, un cuerpo inútil para levantar siquiera unas gafas caídas bajo la cama, un cuerpo que se erige como centro de un virtuosístico tejido hiperescénico de giros de cámara (fotografía penumbrosa aunque dinámica superlativa de Matthew Libarique) y un enjambre de parloteos trascendentes (pese a los continuos cortes progresivos del avezado editor Andrew Weisblum), un cuerpo desastroso de antemano burlable (“Incapaz de verse el pene”) y devastado, un cuerpo sin placer ni instinto otro que la gula pinchísima, el cuerpo-objeto de una conciencia que se eterniza oscura para sí misma.
El cuerpo excesivo se estructura como una bitácora de lunes a viernes en declive y agudizamiento, pero lo que va a dominar es la metáfora de la ballena, la ballena humana encarnada en el monstruoso Charlie y la ballena blanca que sin ella saberlo persigue el capitán Ahab en esa tediosa y genial novela obligatoria Moby Dick de Herman Melville cuyo texto crítico da a desarrollar la terca Ellie a su padre sin ella saberlo desde tiempo atrás leído y releído y atesorado por Charlie como irrefutable prueba-fetiche del excepcional talento antiescolar, pero creativo y contundente de la chava, ese texto furibundo y desmontador de la consolación que pretende darnos el autor con el espectáculo aventurero de su triste vida simbólica, como la de todos los escritores, incluyendo la de su propia precocidad literaria.
El cuerpo excesivo remite así, a través del discurso del cuerpo (regodeándose en su atrocidad al ser exhibido ante los alumnos online) y el esencial discurso del victorioso fracaso literario, hacia la posibilidad irónica de una salvación redentora, no en el más allá sino más inmediata e inmanente, más acá de la propuesta por la secta teleológica que representaban conjuntamente la enfermera Liz y el falso profeta Thomas: la obtenida casi como una travesura o un acto gratuito por la avezada Ellie para procurar el perdón del fugitivo chico ratero.
Y el cuerpo excesivo se sublima finalmente, al insertar en su desembocadura el añorado paso del sujeto amado amante sobre la playa, que era el único flashback evocativo-invocativo de la cinta (vuelto ahora su querido e inasible motivo recurrente), mientras el irónico mastodonte se desploma cual Júpiter vencido por un rayo de luz tan excedida como su cuerpo colmado y terminal, devenido anhelante espíritu puro.
FOTO: La Ballena está nominada a los Oscar en tres categorías. Crédito de foto: Especial
« Sotto Voce: centenario atropellado de la Filarmónica “El lenguaje se construye en la calle”: entrevista con Claudia Piñeiro »