David Fincher: “no estoy interesado en Citizen Kane”

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David Fincher regresa a los dimes y diretes con su nueva película, Mank, que aborda las tendencias decadentes de Hollywood y sus ídolos en los años 30. La cinta despertó el rechazo de los puritanos de la historia de cine

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POR CHRISTIAN RAMÍREZ

El Mercurio/GDA
Vaya cómo han aporreado el último mes a David Fincher. Después de que, a mediados de noviembre, el respetado directo de La red social (2012) dijo en una entrevista con la revista francesa Premiere que Orson Welles era en esencia “un malabarista con inmenso talento” y alguien víctima de su “ilusoria desmesura”; varios ofendidos le han dado con todo, pero no sólo por sus disparos al mito del gran hombre, sino por el atrevimiento de haber filmado Mank, una película acerca de un momento clave en la historia del cine: los tumultuosos orígenes de Citizen Kane.

 

¿Cuál fue su pecado? En vez de centrarse en la figura de Welles, el joven genio del teatro y la radio, que se marcha a Hollywood para dejar una marca indeleble en el arte del siglo XX, Fincher se concentró en una figura a caso lateral, pero clave en la génesis de la obra maestra: Herman J. Mankiewicz, coguionista de la película y, supuestamente, quien tuvo la idea original de basarla en el ascenso y caída del magnate de la prensa, William Randolph Hearst.

 

El agrio debate sobre quién es el verdadero “autor” de Kane se remonta a principios de los años 70, pero para los efectos de la película protagonizada por un notable Gary Oldman -y que Netflix estrenó en su plataforma el pasado 4 de diciembre, perfilándose desde ya como candidata a varios Oscar en 2021- toda esa polémica importa poco, muy poco: en la cinta misma, Welles es más bien una figura periférica y al borde de lo casual. Apenas aparece en pantalla.

 

Lo que realmente concentra la atención de Fincher es la figura de su doble opuesto, el guionista caído, alcoholizado, estrellado y que vía este encargo se inventa para sí mismo una instancia redentora que porta una respetable cuota de autodestrucción: escribir Kane implica vengarse de Hearst, su antiguo anfitrión y mecenas, y cortar lazos con la comunidad fílmica. Para quien dirigió El club de la pelea (1999) y Zodiac (2007), las figuras que demuelen su pasado hasta sus cimientos no son novedad; así lo ha dejado claro en las entrevistas previas sobre su nuevo filme, y también lo expresa en el diálogo que sostuvimos con él, hace unos días:

 

“La de Mankiewicz fue una figura excepcional; no sólo para la era que le tocó vivir -los años del Hollywood clásico-, sino para cualquier momento de la historia del cine. No estoy interesado en las batallas póstumas por Citizen Kane, saber si el creador fue Orson o fue Mank. La audiencia no gasta tiempo en esas discusiones. Hay bastante documentación para quien quiera enterarse del proceso de escritura de la película; pero mi foco no era discutir cuánto fue lo que Orson Welles contribuyó al libreto, sino entender a este otro tipo: un sujeto talentoso y de brillante ingenio, cuyos comentarios y ocurrencias eran citados en las columnas de la época; pero con una obra fílmica -aparte de Kane y algunas películas de los hermanos Marx- muy olvidada. Al menos en un tercio de lo que escribió para los estudios fue en calidad de anónimo, como un empleado más, sin recibir crédito por su trabajo. ¿Por qué un tipo como él decide jugarse a fondo justo en esta ocasión?”

 

 

Volver a emprender

Los orígenes de Mank se remontan a mediados de los años 90, cuando el realizador comenzó a colaborar con su papá, el periodista y escritor Jack Fincher, en un guión que adoptaba sin rodeos la cuestionada postura de Herman Maknkiewicz como el impulsor de Citizen Kane. Tal como otras ideas fílmica de Fincher padre, esta quedó en mero proyecto al momento de su muerte, en 2003, y sólo fue rescatada por su hijo una vez que este firmó exclusividad con Netlfix y que prolongaba por cuatro años su contrato con la compañía de streaming, tras sus aventuras como productor ejecutivo de las series House of Cards y Mindhunter, algo que lo mantuvo lejos del cine.

 

 

Antes de Mank, su última película había sido Gone Girl, en 2014. ¿No echaba de menos el formato?
De verdad que no lo extrañé, para nada. En lo que a mí respecta, no hay mucha diferencia entre una temporada de Mindhunter o de House of Cards versus las exigencias del trabajo cinematográfico: las enfrento con la misma intensidad con que hago las películas. Tal vez lo único distinto es que en el cine debes aplicarte 18 meses para obtener un producto que al final sólo dura dos horas.

 

 

A propósito de intensidad, ¿cómo fue el proceso que condujeron junto Gary Oldman para recrear a Mank, el personaje de ficción?
Tuvimos toda una serie de ensayos donde pusimos sobre la mesa lo que él pensaba y lo que yo pensaba acerca del personaje; pero con Oldman actuando frente a la cámara nunca tienes que preocuparte por la humanidad que emerge en su interpretación. Con él, no importa si el personaje es desgarrable o insufrible. Es capaz de comunicar la clase de cosas que yo nunca consigo cuando estoy dando una entrevista: contexto y tono. (Ríe). Es parte de su maestría.

 

Oldman no es el único involucrado en el filme que trabaja al topo de sus facultades. Podría decirse que, aparte de él y de Fincher, el otro personaje que impone su sello autoral sobre la película es el director de fotografía, Eric Messerschmidt, quien ya había colaborado con el cineasta durante buena parte del rodaje de la serie Mindhunter, y que enfrentó Mank con una técnica algo insólita para una película ambientada en la década del 40: usó cámaras HDR (High Dynamic Range) que proporcionan una extrema definición, tal vez demasiada para un filme concebido en blanco y negro. Para Fincher eso no es problema:

 

“Revisamos muchos clásicos de la era y, en cierto modo, nos paramos en los hombros de los técnicos que imaginaron esas técnicas de rodaje. Hemos olvidado cómo filmar cosas que para ellos eran habituales. Por ejemplo: de qué forma iluminar a alguien que usa un sombrero como el que Mank lleva puesto en el filme. Ya no estamos acostumbrados a usar luces de relleno para separar los sombreros de las cabezas, y eso es algo que debes resolver en una película de época. Cuando ves algo como Las uvas de la ira (1940) y te concentras realmente en cómo la hicieron, la velocidad del negativo en blanco y negro que usaron, cómo recreabas entonces la luz del sol al interior del set de filmación, o cómo pareabas esas tomas con el trabajo que hacías en exteriores. La manera que unías esos dos mundos”.

 

 

Al mismo tiempo, llama la atención que el estilo visual de Mank no le debe mucho a Citizen Kane.
Lo último que quería hacer, por cierto, era tratar de imitar a Citizen Kane; de hecho, esa fue una de las razones por las que decidimos filmar en pantalla ancha (un formato que no existía en 1941, al momento de su estreno). Uno de los aspectos particulares de Kane es ese look casi de mausoleo que emerge en diversas secuencias. Muchas de sus ambientaciones -la oficina gerencial de Bernstein, el memorial/biblioteca de Thatcher o la casa de reposo donde el reportero entrevista a Jedediah Leland- transmiten una impresión estatuaria, pétrea, casi cavernosa. Nosotros, por el contrario, teníamos a mano la ciudad de Los Ángeles, la luz, el desierto. Aunque hayamos querido rendir homenaje al clásico de Welles, lo cierto es que teníamos un ser completamente distinto de circunstancias y obstáculos.

 

 

La mejor de todas

Mucho se habla estos días de la profunda transformación que experimenta el cine, pero el medio siempre ha estado sujeto a intensos cambios. El Mankiewicz histórico fue protagonista de varios…
Siento que el medio siempre está en transformación, sólo que en esta ocasión las razones de para ello son otras. Cuando íbamos en la segunda o tercera versión de nuestro guion -eso debe haber sido a mediados de los 90- mi padre me hizo notar la raíz del desprecio que Mank tenía por las comedias y melodramas que escribía para los estudios. En gran medida, su odio se gatillaba porque el cine, como tal, aún era un medio muy nuevo y reciente. Para 1940, las películas habladas tenían un pasado de apenas diez años. A modo de comparación: Hollywood estaba en la misma posición que MTV y la industria del videoclip tenían en 1993. El último término, creo que el gran legado de Kane -quizás la mejor película estadounidese jamás realizada o, al menos, entra las tres o cuatro más importantes- radica en la forma en que un guion realizado en clave adulta, literaria y rica en detalles, se enlazó con una concepción del cine tan extraordinaria e innovadora, desde su puesta en escena hasta la forma en que las cámaras registran las actuaciones. Es extraordinario que al centro de este artefacto exista alguien como Welles o Mank, que no te aburran, que no te permitan la menor distracción, que sean capaces de hacer valer su punto con tal facilidad y destreza narrativa. Si Citizen Kane no es la mejor película americana de todos los tiempos, por lo menos sí es la primera película americana donde todos estos factores se mezclan e interactúan.

 

Desde ese entonces, nos hemos topado con El padrino, El padrino II, Chinatown, en fin. Cuando miras la sinergia, todos los elementos que debes combinar para conseguir algo que, cinemáticamente, esté más allá de cualquier reproche… Ahí radica el legado de Welles. Es algo que no puedes negar. Y te preguntas, ¿de verdad es la primera película de este tipo? Es increíble.

 

FOTO: Mank ganó el premio a la mejor producción que otorga la Asociación de Críticos de Cine de Los Ángeles. /Especial

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