“David en noviembre y octubre”, por Guillermo Sheridan

Oct 8 • destacamos, principales, Reflexiones • 2187 Views • No hay comentarios en “David en noviembre y octubre”, por Guillermo Sheridan

 

La voz de David Huerta, fallecido el 3 de octubre, sobresalió en una generación de grandes poetas. Confabulario despide ahora a uno de los referentes de la poesía mexicana contemporánea, colaborador nuestro y columnista de El Universal durante 31 años

 

POR GUILLERMO SHERIDAN

Qué tristeza: murió David Huerta, no mi viejo amigo, sino nuevo, mi nuevo amigo viejo. Murió cuando estaba escribiendo su mejor poesía, como lo sentí ante la parte final de El desprendimiento, su Antología poética (1972-2020) que publicó Galaxia Gutenberg en Madrid, apenas el año pasado.

 

Desde Cuaderno de noviembre (1976) ese mes siguió, en el calendario poético, al del político octubre: la marca en nuestro hueso generacional. Junto a José Luis Rivas, Elsa Cross o Jaime Reyes, Huerta trazó la frontera poética del mapa nuestro. Es un buen libro. Escuchar la propia voz en la de un poeta de nuestra misma edad, algo que parecería natural, no lo es tanto. La camaradería nos hace susceptibles, queremos que hable por todos alguien que, para conseguirlo, debe hablar esencialmente consigo mismo.

 

Huerta emprendió desde joven una ruta solitaria. Ni quiso convencer a nadie de ser vocal de nadie, ni quiso él convencerse de ser portavoz de los demás. “¿Quién es nosotros? Nadie, nadie es nosotros; o por el contrario, cada uno es nosotros…”, escribió en aquel noviembre. Curioso mes tutelar, noviembre, un mes intersticial, borroso. Alguna vez Octavio Paz se interesó en el horario de los poetas: el crepúsculo de Othón, el nocturno Villaurrutia o el matutino Pellicer, que también se apoderó de junio, como Huerta de noviembre. Como ellos, Huerta escribió en el borde del abismo, ese donde se ha escrito la mejor poesía en México. Intersticial, es una poesía que ilumina por reveladora y honesta, que arrastra por revolvente y obsesiva: el diálogo entre experiencia y realidad que se rebela y se revela.

 

La de Huerta es una poesía audaz, pero de paciencia; tiene el raro atributo de poseer entereza espiritual ante el misterio de uno mismo, de manera a veces religiosa. Nunca hubo fanfarrias ni estrépitos, la suya era una pesquisa íntima hasta cuando le pagaba réditos a la historia inmediata. Asumía la gravedad de su apuesta; practicaba los riesgos y dificultades de la precisión y merecía sus recompensas; oponía su rigor privado a las serpentinas fáciles de la bullanga contracultural; estudió muy en serio a nuestros clásicos en el entendido de que contra ellos se criticaba y fortalecía su propia originalidad; demostró que la imaginación y la libertad suponen trabajo y tesón; perseveró en la conciencia de que la vida y la poesía se confunden y se devoran mutuamente.

 

Alguna vez escribí que la de Huerta es una poesía implosiva, abierta, hábilmente retórica, llena de dendritas misteriosas. Largos versos revolventes, preñados de imágenes extrañas, un flujo de fósforo y tiniebla, cenestesias festivas, metáforas lúcidas que reviven las cosas, las cimbran en su centro, detectan sus fluctuaciones y veleidades; una voz que registra la experiencia y el acto de percibirla. Un lento río cenagoso en el que flotan las ramas alertas de la imaginación. Hay un vaso que se llena de eclipse, los números gotean, una quemadura tiene sabor, la luna está tirada en un callejón. La resiliencia de los largos versos-imágenes parece marcar el ritmo del continuo ensimismamiento. Los poemas expresan pero critican lo expresivo, sueñan pero violentan la comatosa calidad del sueño, enfrentan su herida solitaria pero atisban la curación colectiva.

 

Porque no todo es soledad: los “otros nosotros” están-estamos en-ante esta poesía difícil, que lo es porque parece discutir consigo misma mientras va siendo escrita por un poeta en estado de discusión continua. Huerta fue un poeta atento al lector que acecha sobre su hombro, pero sobre todo a sí mismo, consciente de que su hospitalidad depende del propio rigor para respirar poéticamente, de entender —como pedía su mentor Lezama Lima— que “la poesía no aclara, no oscurece; es, está, respira”.

 

Soy un lector de poesía de la generación de David Huerta, poeta complejo. Transitó el 3 de octubre, un día después de la fecha que recordamos cada año porque

 

Es verdad que escuché la metralla y ahora esto escribo,
y es verdad que mi sangre fluye de nuevo y todavía sueño
con una especie de muerta duda, y veo a veces mi cuerpo desnudo
como un espacioso alimento para la boca devoradora del amor.

 

FOTO: El poeta y periodista David Huerta ( 8 de octubre de 1949- 3 de octubre de 2022)/ Cortesía Javier Narváez

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