David Huerta, poeta doctus
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Clásicos y comerciales
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POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
En una de las páginas de Las hojas sobre poesía (2007-2019), uno de los libros más notables de crítica literaria que se han publicado en México en los últimos años, David Huerta recuerda que Jorge Luis Borges opone la “armonía íntima del Universo” a “la enumeración que los tratadistas llaman caótica”. Nuestro poeta asume, releyendo “Alguien sueña”, del argentino, que “Borges procede simultáneamente como un romántico y como un clásico: lo primero, por su fe en la magia del sueño; lo segundo, por su contraste entre el Caos y el Cosmos, abordado para los milenios occidentales por Hesíodo en su Teogonía”.
En este libro de “crítica literaria”, así, sin más, renunciando a adjetivar el título, como lo hiciera su maestro Antonio Alatorre, autor de unos Ensayos sobre crítica literaria (1993), Huerta, recopilando y puliendo ensayos, ofrece al lector su afición a Góngora mediante una persuasiva vocación pedagógica que transforma, en pocas líneas y apenas una baraja de ejemplos, la oscuridad en clara exégesis. Sólo mediante la paciente comprensión del texto aprendemos a leer bien, a disfrutar a un Luis de Góngora y Argote que luego se duplica en Ezra Pound, convirtiendo a lo difícil en lo sustancial porque sólo lo difícil –hay que insistir– es estimulante, como dijo José Lezama Lima, uno de los penates de Huerta.
Que sea necesario decir, subrayar y repetir que el lector de poesía ha de ser exigido al máximo para beneficio de su entendimiento y de su alegría, habla de la miseria de nuestros tiempos antiintelectuales pero también de la erudición de Huerta, puesta a nuestro servicio para espantar a ciertas teorías y, sobre todo, a los perezosos sin número que merodean ufanos por la vida literaria sabiendo poco o nada del asunto que debería ser casi el único de sus vidas.
Términos técnicos como las “metáforas fósiles” (“el ala del sombrero” memorablemente), los monósticos (poemas de un solo verso como “Rubio pastor de barcas pescadoras”, de José Gorostiza), el epilio gongorino, esa “epopeya diminuta” cuya sucesión acaso explique escollos y pasadizos de Incurable (1987) del propio Huerta o aquella “falacia patética” inventada por John Ruskin y que yo llegué a usar –pretencioso enfático– sin tener la menor idea de lo que significaba, son esclarecidos por Huerta gracias al venerable comentario de texto que en algunas páginas de Las hojas sobre poesía (2007-2019) se convierte en un itinerario de pequeñas reseñas perfectas como aquellas frecuentes en Borges.
El vigor usado por Huerta para defender el conocimiento de la métrica y romper lanzas por el imperio de la metáfora, no es un manual de instrucciones ni una rancia recaída académica, sino una postura moral contra la pobretería (la palabreja se la leí a Andrés Sánchez Pascual traduciendo a Nietzsche) de quienes estando obligados, por propia elección, a ser cultos, no lo son; a los poetas que confunden –de un tiempo para acá en cada generación ocurre– a la existencia con la vida cotidiana y al apostar únicamente por la “poesía fácil” abandonan a la poesía entera. A Huerta –poeta que lee novelas– no le disgusta, empero, “la narración ligera de tema cultural”. A mí sí, cuando los editores la quieren hacer pasar por gran literatura, pero de haber hallado ese género comercial definido de manera tan prístina, le hubiera ahorrado muchas malas cuartillas a mis lectores y a mí, no pocos corajes.
Las hojas sobre poesía (2007-2019) es una miscelánea gratísima de leer casi página por página, aun cuando el articulista (Huerta lo es, pero en la alta división de los Ortega y de los Paz, quienes no le ahorran una pizca de su esfuerzo al más humilde o pasajero de sus lectores periodísticos) se repita, oculte adrede información para acicate del lector, recurra a la autocitación o a la anécdota que al final resulta, según confiesa el poeta docto, falsa pero de suyo tan vívida (la de Dylan Thomas en Lewisburg, junto al anchuroso río Susquehanna) que la doy por buena en cuanto concierne a mi memoria de lector. Si Góngora es el gran tema de Huerta, este lo lleva a explicar cómo y en qué momento la poesía y la novela se separaron. Fue cuando apareció el Quijote, partición de las aguas que a Miguel de Cervantes –a quien Huerta vindica como el ignorado poeta autor del Viaje al Parnaso– le hubiese sorprendido muchísimo al carecer de la visión requerida para observar el retrato moderno del “novelista”.
No es otro el cometido de Huerta que hacer de Góngora, de Mallarmé y de Pound (se agradece su preciso conocimiento de las versiones originales en inglés), de sus dificultades, la materia de su profesión de fe, machacona a lo largo del siglo XXI: no sólo escribir poesía, sino enseñarla, en el aula democrática, en la caminata curiosa, en el atril del poeta laureado. Yo no tengo sino que aprender cuando leo a Huerta hablando de E.R. Curtius, de Denis Donoghue (quizá el último de los grandes críticos vivos), de Helen Vendler o de José María Micó, exégetas y traductores. Discrepo, empero, en su retrato de Pound, de la fianza otorgada al autor de los Cantos por Eugenio Montale al decir, en cita de Huerta, que “estoy seguro”, dice, “de que jamás supo de las masacres y de los hornos crematorios”. Más allá de su disculpa con Allen Ginsberg, ocurrida el 28 de octubre en 1967 en una pensión veneciana, cuando Pound lamentó haber incurrido en el “prejuicio suburbano del antisemitismo”, nada sabemos de que había detrás del especioso silencio del gran poeta. Pero consta que mientras estuvo internado de Saint-Elizabeth no sólo recibía la visita de sus colegas, sino que hizo de aquel manicomio un mentidero de la extrema derecha norteamericana. Qué sabía o qué no sabía, no lo sé ni lo sabrá nadie, pero imaginarlo ausente de la Historia por sobredosis, es ser demasiado indulgente.
Creo entrever –como parte de un diálogo de varias décadas con la obra y la persona de Huerta– en Las hojas sobre poesía (2007-2019) (Cataria, 2020), el porqué de esa transformación. En las páginas 98-99 de su libro, Huerta cita un párrafo, en su opinión desastroso, de María Zambrano, en Filosofía y poesía (1939), sobre la ebria naturaleza irracional de la poesía y afirma, rotundo: “Estas exaltaciones irracionalistas de la poesía suelen producir efectos desastrosos en la conducta, en la personalidad y –lo cual es aun más grave– en la escritura de los poetas. ¿Cómo no van a comportarse estos iluminados de la Palabra como unos pavorreales insufribles si están metidos en esos tremendos asuntos del delirio, la embriaguez, la salvación, la posesión tiránica, el ventrilocuismo sublime, la traición heroica, la metafísica de las sombras, el infierno y demás cachivaches? Todo eso está dicho, en mi opinión –no diré mi ‘humilde opinión’ por ningún motivo–, para impresionar a la galería. También esto debe decirse cuanto antes: la galería suele estar formada por una conmovedora muchedumbre de almas sencillas, ávidas de este tipo de exageraciones y mentiras”.
A renglón seguido Huerta dice saber “cuánta gente admira” hasta la devoción a Zambrano. Yo también lo sé: he leído el elogio que Cioran hiciera de la filósofa pero también le escuché, algún jueves de la década pasada, a Alejandro Rossi arremeter en contra suya en términos empáticos a los de Huerta. Pero he de abstenerme de pronunciarme sobre Zambrano, pues la he leído poco y la he leído, en consecuencia, mal. Pero ese disgusto me dice, a mí, algo importante sobre la persona poética de Huerta. Al párrafo lo respaldan razones harto plausibles, acompañadas de contrición o autocrítica, porque el poeta de Incurable vivió y sufrió entre esos fantasmas abrasadores de la lírica egotista. Esos seres sólo colocan a pocos poetas, como le ocurrió a Huerta por ventura, en condiciones de rozar lo sagrado. A los Darío y a los Thomas, su genio no les fue suficiente para abandonar el lado del Caos mientras en Borges conviven en armonía cósmica, según Huerta, el romántico y el clásico. Las hojas sobre poesía (2007-2019) es otro episodio de la curación de David Huerta. El demonio de Incurable, de remota y polimorfa estirpe byroniana, se transforma en el poeta docto cuyo magisterio clásico descree de la agonía romántica pues con ella colmó su genio.
FOTO: Las hojas. Sobre poesía (2007-2019), de David Huerta, es una recopilación de artículos sobre este género literario, muchos de ellos convertidos después en ensayos literarios. / Germán Espinosa/ EL UNIVERSAL
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