David Toscana, el Menard que vino del norte

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La influencia de Cervantes enriquece la obra del autor, quien ganó el V Premio Bienal de Novela Vargas Llosa

 

POR MARTÍN SOLARES
Aunque todo indicaba que se ganaría la vida como un brillante ingeniero en la sultana del norte, un día David Toscana decidió dejarlo todo y se convirtió a la literatura. Durante uno de sus innumerables viajes de trabajo a pueblos sin cine ni distracciones, el flamante ingeniero regiomontano se hospedó en un hotel donde los televisores no funcionaban. A la tercera noche de aburrimiento profundo encontró en el lobby un ejemplar abandonado de Don Quijote. A pesar de que sólo había leído libros de cálculo diferencial, Toscana quedó fascinado por la historia de Quijano y Sancho, de modo que en cuanto terminó de leerla trató de administrar tanto asombro durante el resto de la tarde, pues otro tipo de ingeniero, un español dedicado a las letras, le había añadido un puente mejor trazado a su universo, uno que le permitía salir de este mundo y explorar el más allá de la literatura. Durante las siguientes semanas se dedicó a releer ese libro hasta que comprendió que él también deseaba escribir novelas, y al igual que Miguel de Cervantes, se dedicaría a la ingeniería literaria sin importar las resistencias, industrias o sistemas que debiera enfrentar. Con Eduardo Antonio Parra, Hugo Valdés y media docena de autores más fundó El Panteón, el más implacable grupo literario de Monterrey, donde los miembros se reunían cada semana a compartir lecturas y a juzgar con criterios implacables sus respectivos avances literarios. Como Pierre Menard en el famoso cuento de Borges, nadie pudo imaginar que Toscana escribiría su propia versión de Don Quijote, pues mientras habla de la vida en el desierto y junto a las montañas, Toscana desarrolla de manera consistente variaciones mexicanas de las aventuras del hidalgo en cada una de sus novelas.

 

A diferencia de Pierrre Menard, Toscana parece estar habitado por el espíritu de Cervantes y vivir una influencia que se advierte en distintos niveles. Sus personajes son reencarnaciones norteñas del Quijote y sus amigos, a los cuales, si algo los hermana es su profundo disgusto ante las injusticias y fallas estructurales de esta realidad. Como dicta el espíritu de la novela, que transforma a quien se le acerca, todos optan por seguir otras vías y vivir otras vidas para retar al destino desértico y sin esperanzas que se les asignó. Ese fue el argumento de su primera y magnífico libro, Estación Tula. Con ella Toscana demostró que podía construir una historia apasionante a partir del momento en que el huracán Gilberto llega a Monterrey y desaparece a decenas de sus habitantes, entre ellos al aprendiz de escritor Froylán Gómez, el cual, tal como sucede en el inicio del Quijote, luego de leer tantas novelas, decide convertirse en un aventurero él también.

 

En su siguiente libro, Historias del Lontananza, Toscana se concentró en contar novelas en miniatura dentro de una historia mayor, tal como ocurre en el Quijote cuando este se hospeda en la venta y escucha las andanzas de otros viajeros, tan desencantados de las resistencias de esta vida como él. Al principio se publicó como un libro de cuentos, pero en la primera reimpresión sus editores concluyeron que se trataba de una novela hecha de nueve relatos, y que las mejores historias de alcohólicos imaginarios las firmaba un escritor rigurosamente abstemio, tal como era el señor Toscana por esas fechas.

 

Santa María del Circo, por su parte, es la muy lograda versión toscaniana de los diálogos entre el Quijote y Sancho: si en uno de los capítulos el hidalgo decidió convertirse en pastor y establecerse en el campo, un grupo de artistas circenses varados en la carretera se proponen fundar una ciudad sin los defectos de todas aquellas que han visitado. Con los monólogos del hombre fuerte, Barbarela, Mandrake, el dueño y el enano Natanael, Toscana construyó una afilada y muy bien calculada crítica coral a las grietas que presenta todo anhelo de libertad en el mundo contemporáneo. La ingeniería crea grandes cosas cuando se asocia a las letras.

 

Debo ser la única persona en este planeta que presenta alguna objeción a Duelo por Miguel Pruneda y a El ejército iluminado, donde los personajes concluyen que deben robar huesos de un cementerio próximo u organizar una invasión mexicana a los Estados Unidos a fin de recuperar el territorio ocupado por Texas. Reconozco las virtudes de la prosa de ficción de Toscana en ambos relatos pero me ha costado seguirlo en estos extraños casos en que sus personajes realizan acciones absurdas que en mi solitaria opinión no resultan del todo convincentes. Debo decir en mi descargo que Toscana me permitió leer una versión anterior de Duelo por Miguel Pruneda, que entonces se llamaba “El triunfo de la muerte”, y me parecía lo mejor que había escrito el regiomontano jamás… sólo que el único escritor abstemio de El Panteón no se sentía satisfecho con ella y prefirió añadir capa sobre capa a su escritura, hasta que halló lo que buscaba. Desde entonces reconozco la gran voluntad de Toscana para renovarse libro a libro y esperar a que sea la propia novela quien madure y se desprenda del árbol, con todos los riesgos pero toda la autenticidad que esto implica. Y en el fondo, ¿no radica en ese tipo de acciones absurdas buena parte de la actitud de Don Quijote? Quizás Toscana está convencido de ello, pues las empresas descabelladas no han desaparecido de su novelas: baste decir que en la más reciente uno de los personajes intenta contaminar a otro con un vaso sucio en el que ha bebido un enfermo de tuberculosis, a fin de convertirlo en un personaje digno de Tolstoi.

 

Luego de que una de sus novelas por primera vez ocurriera en una geografía ajena a Monterrey, como es el caso de La ciudad que el diablo se llevó, la cual sucede en Polonia, el norteño inició una etapa en que sus paisajes recurrentes se difuminan a fin de llevar al lector a otra realidad. Tal es la estrategia de Evangelia y Olegaroy, la última de las cuales obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia en 2018, pero a pesar de sus logros indudables, ahora parecen meros ensayos para El peso de vivir en la tierra. Y es que en su nuevo libro Toscana logra la más descabellada, regocijante y graciosa de sus novelas: una que es imposible leer si no es a carcajadas.

 

Al igual que El último lector, El peso de vivir en la Tierra corresponde a la implacable quema de libros que realizan el barbero y el cura en la primera mitad del Quijote. Si en El último lector un bibliotecario y sus escasos visitantes deciden deshacerse de aquellos libros que concentran los peores males de la literatura contemporánea, de modo que las novedades editoriales son clasificadas, juzgadas y desterradas de acuerdo con sus defectos, en El peso de vivir en la Tierra un grupo de amigos decide imaginar que son personajes de la literatura rusa, con todas las complicaciones que esta locura grandiosa pudiera atraer. Por la solidaridad con que Pseldónimov, Guerásim y Marfa comparten esta locura se trata de la novela más alegre de Toscana, pero también aquella en que el espíritu del Quijote se esparce como nunca, pues el contagio va en aumento entre los personajes e incluso el lector desea sumarse a este grupo de seres habitados por la locura que viene de las letras. Con esta novela sobre el norte del país, el universo se toscaniza y se vuelve cervantino.

 

Pero la influencia de Cervantes va más allá de lo evidente y uno de los rasgos que han hecho de Toscana un escritor de culto es ese idealismo implacable que domina el alma de sus personajes y se manifiesta en la resistencia a vivir en un mundo imperfecto y aburrido. Al mismo tiempo, son relativamente pocas las novelas que permiten a sus criaturas hablar de otras novelas existentes para desmontarlas, explorarlas y rechazarlas cuando no queda otro remedio. Con Hugo Hiriart o Ricardo Piglia, David Toscana es de los pocos autores tan solventes como para entrar en esa continua y rica conversación de los libros que hablan sobre otros libros: con ello hacen más real y menos solemne ese otro mundo que es la literatura, y nos llevan a descubrirlo y disfrutarlo mejor.

 

Por la claridad de su vocación literaria y por los diversos logros novelescos de Toscana, celebro que le hayan otorgado el Premio de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa correspondiente a 2023, y sostengo que a fin de perder la cordura y criticar las fallas estructurales de este mundo lo mejor es leer El peso de vivir en la Tierra, seamos ingenieros en ciernes, hidalgos o personajes rusos por inclinación personal. Y envío una felicitación sin grieta ni defecto estructural alguno a David.

 

 

FOTO: El escritor regiomontano David Toscana, autor de El peso de vivir en la tierra. Crédito de imagen: Archivo El Universal

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