De la íntima y febril resonancia: reseña del libro “Borrosa imago mundi”, de Pura López Colomé
Borrosa imago mundi, de la escritora Pura López Colomé, es una obra que dialoga con otros textos literarios y a la vez entran en correspondencia con pasajes biográficos de la autora
POR ERNESTO LUMBRERAS
Me bastaron, en un principio, leer las primeras 71 páginas de Borrosa imago mundi de Pura López Colomé (1952) para constatar que no sólo estaba recorriendo su obra mayor, sino que, también, avanzaba por los corredores y las estancias de un poema infrecuente y de cumplida aventura en la tradición de la poesía mexicana, de múltiples y complejas capas de sentido que tramaban paisajes sensoriales y mentales plenos de evocaciones; llevado aquí y allá por claves, guiños, homenajes y diálogos con otros textos literarios en correspondencia, casi siempre, con pasajes de la vida de la autora; compuesto en el rigor de un tratado donde el pensamiento científico toma inspiración y vuelo de las combustiones del sueño, de las corazonadas y del deseo; escrito, cantado en solitario o en dúo, intuido apenas entre paréntesis, susurrado en cursivas, deletreado en negritas, pensado en silencio o en voz baja como se anotan las entradas de un diario personal: ese yo imantado de presencias y sombras.
Cuando concluí mi lectura inicial, y por qué no decirlo, mi lectura iniciática, los poco más de 300 folios del volumen ratificaron mi impresión primera: Borrosa imago mundi es un libro excepcional de principio a fin, emplazado a integrarse en una selecta biblioteca donde la poesía escrita en México presenta sus mejores facetas, por ejemplo, el de una poética que perturba pendularmente el universo y el lenguaje en sus tentativas de reconocerse —la lengua como un doble de la realidad diría Ramos Sucre—, o la de un territorio de abundancia y vaciamiento progresivos que la memoria germinal del poeta torna a inventariar con criterios de niño, chamán o enamorado, o de otras actuarías o taxonomías siempre en la ruta de las dilucidaciones de Las palabras y las cosas de Michel Foucault.
No todos los años, no todas las décadas aparece un libro como Borrosa imago mundi. En consecuencia, al menos en mi caso, mi lectura demandaría el plural de los varios estómagos de un rumiante para degustar y extraer los diversos jugos y sustancia de este festín opíparo servido en varios tiempos. Apremiante e imprescindible, entonces, las varias lecturas de este volumen de una composición en tres dimensiones, estructura que posibilita desdoblamientos y pliegues, reacomodos del todo y sus partes así como la configuración de zonas autónomas. La arquitectura del libro, sostenida en seis columnas, los cinco sentidos y la memoria, empatan con el tratado de Anima mundi del cosmógrafo y teólogo francés Pierre d’Ailly (1351-1420), que López Colomé anota como suerte de subtítulo de su libro. ¿Tendría Ramón López Velarde noticia de los trabajos de dicho sabio —lectura decisiva para el almirante Cristóbal Colón y sus osadías de ultramar— al escribir estos versos de su poema “El ancla”: “Porque mis cinco sentidos vehementes/ penetraron los cinco continentes…”? En su revisión poética —guiada por la brújula de la memoria y la intuición—, Pura López Colomé, en efecto, asume cada una de las puertas de la percepción como un continente, un mundo exterior enigmático, hostil y borroso en un principio y que gradualmente imagina, descubre, indaga, conquista y coloniza. Arduo y febril proceso. El viaje de lo desconocido a lo familiar y a lo entrañable. El hecho objetivo deviene en experiencia. Por supuesto que la palabra “borrosa”, puesta en la portada del libro es una alerta y una declaratoria para empezar, respecto de la imposibilidad de lenguaje para nombrar el mundo cabalmente, pero asimismo, en tal sustracción de realidad o titubeo nominal se encuentran los mismos sentidos humanos. Ante tales limitaciones, con humor y resignación, tal vez, Ramón Gómez de la Serna escribió esta greguería: “Debían de existir unos gemelos de oler para percibir el perfume de los jardines lejanos.”
Los discursos que concurren y discurren en Borrosa imago mundi rebasan las variantes de lo lírico y atraen a su dominio una prosa de carácter ensayístico, pero también, dan lugar a una narrativa de corte autobiográfico que aporta al libro una atmósfera de íntima cordialidad y, por qué no decirlo también, de inevitable exposición. A los largo de los primeros cinco capítulos, la autora intercala una colección de poemas o fragmentos de poemas que aluden al oído, a la vista, al olfato, al gusto y al tacto, piezas incorporadas con un afán de diálogo y contrapunto, de complicidad y abismamiento común. Ecos y reverberaciones en la voz y en las obsesiones de la poeta mexicana. Puntos de partida y piedras de toque. Son poemas que López Colomé ha leído y releído desde el vértice de la vida y la literatura, y en algunos casos, traducidos y estudiado con rigor y disciplina. Allí están, sin jerarquías, parentescos y prestigios, Manuel Ponce y Wallace Stevens, Antonio Deltoro y Max Ritvo, Jorge Aguilar Mora y Buson o San Teresa de Jesús y Olvido García Valdés, Seamus Heaney y José Emilio Pacheco, Pablo Neruda y Bernardo Ortiz de Montellano, Ana Belén López y Vladimir Holan, Luiza Neto Jorge y Stanley Kunitz, Ana Ajmátova y Roxana Crisólogo y muchos otros. Poetas muertos y vivos, de lenguas, tradiciones y generaciones diversos, testigos presenciales que han visto, saboreado, olido, escuchado y palpado la exultante redondez de la creación, sus sinfonías y sus aullido, el milagro de sus alimentos terrestres y la pesadilla de sus miasmas, catadores y auscultadores sibaritas que a menudo atienden el llamado del “óyeme con los ojos” para cruzar a nado el aroma de la menta, todos ellos reunidos en el jardín-laboratorio-diván de Borrosa imago mundi, un banquete sensorial y poético servido con pródiga imaginación y generosidad nada complaciente, con fundamentos meditados y estratégicamente elegidos que no privan al libro de experimentación y riesgo. Una obra mayor, repito entonces con más argumentos, una obra cimera en el presente de la poesía mexicana que ya se avizoraba en el pórtico de Santo y seña, libro publicado en el 2007 donde se lee: “Ninguna ley podría existir/ al fondo de mi estanque cerebral./ Sólo una imago mundi/ inconexa, borrosa, vítrea.”
FOTO: Portada del libro Borrosa imago mundi, de Pura López Colomé/ Crédito de foto: Especial
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