De la libertad y la tolerancia

Ene 31 • destacamos, principales, Reflexiones • 3190 Views • No hay comentarios en De la libertad y la tolerancia

 

POR JOSÉ HOMERO
Autor del libro de poesía La ciudad de los muertos (FCE, 2012)

 

El atentado contra el semanario francés Charlie Hebdo no sólo corroboró la inermidad del periodismo frente a la violencia; patentizó también cuán confuso es nuestro concepto de libertad.

 

¿De verdad todos somos Charlie? La solidaridad instantánea con Charlie Hebdo reveló sobre todo ignorancia. Al desconocimiento de la publicación fuera de Francia, se suma el desconocimiento de la índole de la sátira y finalmente de la historia francesa de libelos y provocaciones contra las formas de poder que amenazas a la libertad y a la razón. Triple desconocimiento que convierte a quienes se dicen Charlie en impostores o al menos en oportunistas.

 

La mayoría de los grandes periódicos anglosajones son contrarios al humor satírico, provocador e irreverente de Charlie Hebdo, publicación de filiación izquierdista y ancilada en la defensa de la razón a través de un humor basto. Dichos medios tampoco publican historias o caricaturas susceptibles de ofender a sectores de la sociedad. En consecuencia muy pocos medios ilustraron sus noticias o editoriales con una imagen de la última portada del semanario –cabe recordar que el crimen no fue consecuencia de una publicación sino un acto deliberado y previsto de antemano; un proyecto no una reacción: desde 2006 el semanario había sido amenazado y en 2011 detuvieron a tiempo una bomba. De esta manera, los grandes periódicos que se apresuraron a solidarizarse con Charlie Hebdo, al rehusarse a publicar su portada o caricaturas aceptaron la censura impuesta por los extremistas del islam. Ejemplo fehaciente es The Guardian. Al informar de la nueva edición de Charlie Hebdo, que muestra a Mahoma en la portada con la leyenda Je suis Charlie, evitó nombrarlo aludiéndolo en cambio como “the prophet” y publicando, con mucho recelo y circunloquio la portada, bajo la advertencia de que podría ser considerada ofensiva. Una forma sutil de validar la represión y de mostrar, de manera patente, que la libertad, ese principio fundamental de la sociedad occidental, conforme a Friedrich Hayek, no lo es más.

 

En Sobre la libertad, John Stuart Mill había advertido ya los peligros de una masa informada pero sin capacidad de análisis, sujeta a los vaivenes de las noticias de los periódicos y de los líderes de opinión. En el pasado había sido el poder el enemigo de la libertad, ahora gradualmente es la opinión de la mayoría la que impide el ejercicio liberal. Mientras se invocaba y establecía como principio fundamental de la democracia el ejercicio de la libertad, paulatinamente la entronización cada vez más supersticiosa de la opinión pública constriñó la libertad de expresar ideas polémicas, especialmente en países como Estados Unidos donde la autocensura erigida como corrección política impone cautela. No hay aquí por supuesto ninguna paradoja: la libertad de expresión otorga al individuo el derecho a la reflexión; y por ende si no desea hacerlo o prefiere censurarse es su derecho. Lo que se antoja un poco sicótico es que mientras ejerce la autocensura diga que defiende la libertad de expresión en toda sus consecuencias.

 

Seguramente ya el lector estará arguyendo, pero ¿cuál es el problema con autocensurarse? Después de todo Charlie Hebdo es un semanario satírico, que ridiculiza y zahiere a todas las figuras de autoridad, desde los políticos hasta los líderes religiosos, desde las figuras del pop hasta los millonarios. Y lo hace recurriendo a un humor grosero, muchas veces obsceno, pueril. Si provocan deben atenerse a las consecuencias… Basta exponer los argumentos de este modo para apreciar qué hay de malo. Tradicionalmente el humor ha sido un arma política y eventualmente un vehículo para la libertad y la tolerancia. Se zahiere y exhibe la miseria moral y política de los poderosos, su vacuidad, su irracionalidad, su conducta criminal. Charlie Hebdo no se burla ni satiriza a los discapacitados, tampoco promueve la xenofobia o el racismo. Su tema, como el de todos los grandes periódicos satíricos del pasado, el presente y el porvenir, si es que la libertad permanece en nuestro horizonte, son los prejuicios, las ideas falsas que buscan la sumisión. En suma la superstición. Y esa superstición asume desde los viejos disfraces medievales de la religión hasta los estilizados maquillajes de la estupidez de los nuevos dioses del espectáculo. Precisamente porque los medios tradicionales no se atreven a ofender a los nuevos poderosos sea por temor a un atentado o por miedo a perder ingresos es por lo que Charlie Hebdo resulta necesario. Y para los conversos a la religión laica de la corrección política hay que recordarles la tradición carnavalesca. En el mundo jerárquico sólo a través de la sátira, de la menipea, se puede zaherir y convertir en asunto de mierda aquello que se nos presenta como inmaculado. La inversión caricaturesca del orden –la tradición del mundo al revés– es un acto de subversión.

 

A menudo se confunden alegremente los conceptos de libertad, libertad política, libertad de expresión –una consecuencia del concepto de libertad política como lo expone Stuart Mill–, libertad de información y tolerancia. La libertad de expresión es individual y suele confundirse con la libertad de información, lo cual es un derecho de los medios informativos. Cada uno de los autores muertos expresó su derecho a la libertad de expresión pero como publicación Charlie se ampara en el derecho a la tolerancia. Quienes deseen combatir al semanario tienen también la libertad de ejercer su opinión o bien demandarla ante las leyes, que permiten esta respuesta. Charlie Hebdo no acata las leyes del Corán porque no profesa dicha religión, es una empresa laica y como tal se atiene a la constitución francesa. La tolerancia no implica estar de acuerdo: al contrario, se ejerce la tolerancia contra lo que es contrario a nuestras creencias o cuestiona nuestras ideas. En la democracia la tolerancia es decisiva pues permite la diversidad. Contra lo único que no se puede ser tolerante es contra quienes afectan la noción misma de sociedad y humanidad.

 

No son sólo los tradicionales medios anglojasones quienes temen ofender; en México y España he leído opiniones del tipo “los dibujos son ofensivos, atentan contra las creencias/ofenden los sentimientos religiosos”. Conclusión implícita: “ellos se los buscaron”. Para contribuir a este enrarecimiento de la argumentación, el Papa Francisco, en su visita a Filipinas, declaró que “no se puede insultar la fe de los demás”. Desmantelar la lógica del Papa –que es la lógica del fanatismo: dentro de la fe, todo; contra la fe, nada.

 

La corrección política no aboga por la tolerancia sino por la censura; tolerar implica discrepancia, encuentro de posturas.

 

Una encuesta reciente efectuada por el diario Excélsior indica fehacientemente el rechazo: “Mexicanos rechazan mofa de símbolos religiosos; admiten críticas pero no burlas”. Existe bastante consenso con que el gobierno en México prohibiera o censurara expresiones artísticas o discursivas que pudieran interpretarse como burlas o insultos a una religión, por ejemplo, como la musulmana o la católica (67%).

 

Lo asombroso es que se continúe confundiendo la fe personal con el dogma, la libertad para elegir sus propias creencias con el acatamiento de las diversas Iglesias –católica, mahometana, judía. La fe es un derecho personal; las lesiones contra la sociedad que en nombre de una fe comete una Iglesia –como la pederastia o la cruzada islamita– son agresiones y por lo tanto sujeto de reprobación y juicio. Lo asombroso es que bajo el amparo de la corrección política se pida no criticar a los criminales y se justifique en cambio la indignación de los criminales llegando incluso a esas extrapolaciones baratas que identifican a Francia con una dictadura y a las caricaturas como xenofobia. Charlie se ha burlado de la pederastia y la protección del Vaticano, de la xenofobia y el racismo de Le Pen, de la intolerancia criminal de Isis y el extremismo islámico; ha combatido “la propagación de ideas que nos parecen falsas y perniciosas” (Stuart Mill). Pensar que la libertad es no oponerse a las creencias nocivas para el ejercicio de la razón y la libertad implica que el proceso de descomposición de nuestra sociedad está más avanzado de lo que creíamos.

 

*Fotografía: Manifestación en Bruselas, Bélgica, para condenar el atentado a la revista satírica francesa Charlie Hebdo el pasado 7 de enero / Reuters.

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