Desmitificar al charro mexicano: entrevista con el antropólogo Héctor Medina Miranda

Dic 11 • Conexiones, destacamos, principales • 8120 Views • No hay comentarios en Desmitificar al charro mexicano: entrevista con el antropólogo Héctor Medina Miranda

 

En entrevista, el antropólogo Héctor Medina Miranda habla de su libro Vaqueros míticos. Antropología comparada de los charros en España y México, en donde hace un análisis de este perfil, desde el origen vasco de su denominación, hasta las implicaciones simbólicas dentro de la estructura del poder político mexicano

 

POR JOSÉ JUAN DE ÁVILA
El antropólogo Héctor Medina Miranda realizaba una investigación sobre la cultura wixarika en el sur de Durango que lo llevó a otra que involucró a México y España, en la que desmitifica la figura del charro, una palabra, por cierto, que ni siquiera es de origen castellano, sino vasco (txar, malo, rústico).

 

De esa investigación reedita Vaqueros míticos. Antropología comparada de los charros en España y México (Gedisa, 2020), versión revisada y ampliada de la que publicó en 2013 con el título Los charros en España y México. Estereotipos ganaderos y violencia lúdica (Instituto de las Identidades, diputación de Salamanca, 2013), que en su momento fue juzgada injustamente por algunos como “antitaurina”.

 

El doctor Medina Miranda, profesor e investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas, Unidad Occidente), explica en entrevista que entre sus contribuciones plasmadas en su libro están haber conseguido desde las ciencias sociales desmitificar el perfil del charro configurado en el contexto del romanticismo del siglo XIX y después con el cine en el XX, establecer el diálogo que hermana las figuras del mexicano con el salmantino, mostrar sus transformaciones a medida que se desplaza en diferentes contextos culturales, por ejemplo entre los indígenas, e identificar sus relaciones con el poder, la religión y su imposición sobre otras alteridades.

 

“En mi investigación se consigue desmitificar el perfil del charro, creado y configurado en un contexto del romanticismo, que adquiere dimensiones desmesuradas, en las que se le atribuye un perfil heroico en ambos lados del Atlántico; eso de alguna manera hermana al charro mexicano con el salmantino; vemos cómo la historia contribuye a la elaboración de la figura mítica”, expone el autor.

 

“La primera contribución va en ese sentido: tratar de mostrar a una figura que atraviesa de manera transversal en los Estados nacionales (en España y América), presentar esta figura en términos más justos, más científicos, me refiero a desde la perspectiva de las ciencias sociales, sin cuestionar los discursos míticos, en el sentido de que también existen como realidades para la gente que los vive, y nos permite la posibilidad de ver cómo estos relatos dialogan en otros contextos culturales”, abunda.

 

La investigación analiza la figura del charro primero en España, en concreto en Salamanca, y luego se traslada a México, donde al final se muestra cómo esas narrativas, retóricas, dialogan y entran en juego con otras propias de los indígenas, del occidente de México, en particular.

 

“Empezamos a ver cómo se piensa la figura del charro entre los wixarikas, coras, tepehuanes. Otra de las contribuciones es mostrar cómo se generan transformaciones de una figura cuando nos desplazamos de un contexto cultural a otro, cómo se reutilizan esas mismas figuras emblemáticas para marcar una frontera entre Uno, Otros y los Otros”, agrega el autor de Relatos de los caminos ancestrales. Mitología wixarika del sur de Durango (Porrúa, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 2012).

 

“A lo largo de todas las narrativas vamos encontrando una constante oposición entre Unos y los Otros, que parece que busca ser resuelta a favor de una identidad, pero que no deja de ser inestable y va produciendo nuevas mutaciones sin cesar. Vemos en todo esto una perspectiva mucho más dinámica, menos estática, como a veces se propone para la construcción de elementos simbólicos, como el charro, que ha congelado su traje tradicional en el siglo XIX”, señala el antropólogo del Ciesas Occidente.

 

El charro, símbolo de identidad entre los mexicanos, representación del héroe nacional que desfila junto al Ejército mexicano cada conmemoración del Día de la Independencia, el 16 de septiembre, debe su nombre, ni siquiera al castellano, sino a la única lengua nacional de la península ibérica que no nació del latín: el vasco, donde se sigue usando como palabra peyorativa de manera cotidiana.

 

“Lo curioso de la palabra charro es que ni siquiera viene del español. Dicen los estudiosos del lenguaje que su origen está en el vasco (txar); aparece desde los diccionarios de Manuel Larramendi (1690-1766) y se refiere de manera peyorativa a la gente del campo, rústica, a algo de mal gusto, sobrecargado; su uso es muy común en esa región de España para referirse de manera peyorativa a la gente del campo. Una forma de explicarlo: charro se usa como la palabra naco, que se popularizó en la década de los 80 de manera peyorativa, pero después se empleó con propósitos identitarios. En España se empleó en Salamanca y en México se usa de manera general con la gente asociada a la ganadería y con una serie de tradiciones normadas desde finales del siglo XIX”, explica el antropólogo.

 

 

¿Cómo llega a la investigación de la figura del charro?

 

Trabajaba el occidente de México con sociedades wixarikas —conocidos por el exónimo de huicholes— . Y me llamó la atención las relaciones interétnicas, a veces de alianza, a veces conflictiva, con los mestizos de los alrededores, muchas veces gente que ha invadido sus tierras, que presiona con la ganadería. De hecho, a todos los que veníamos de fuera nos asociaban con estos, nos decían mestizos —al estadounidense, al mexicano, al japonés, todos los no indígenas— , como descendientes de un ancestro común, también de ellos, que era un charro, que transgredía las normas y que concedió especiales privilegios a sus descendientes, como la ganadería y una serie de recursos materiales que ellos perdieron, conservando solamente algunas prácticas propias de la tradición indígena.

 

Intrigado por ello, Medina Miranda comenzó a investigar en los alrededores y comprobó que los pueblos mestizos son “muy charros”, muy aficionados a la charrería y de ahí terminó investigando cinco años en España, en Salamanca, y otro tanto en México, trabajo de campo como documental.

 

¿Y por qué lo ubicó en España?

 

Por la bibliografía que existía acerca de los charros en México, textos clásicos de los mismos charros, los de los (Carlos) Rincón Gallardo, por ejemplo. Los charros empiezan a generar una normativa acerca de qué es lo que será la tradición, existe un deseo muy notable por reivindicar la relación entre el charro salmantino y el mexicano. Se piensan a sí mismos como herederos o descendientes de los charros salmantinos, esa era una hipótesis aceptada por mucha gente, aceptada a las investigaciones históricas.

 

“Vamos a encontrar otros documentos, investigaciones más contemporáneas en donde se sostiene esta misma información, pero no había argumentos, se reproducían dos cosas que lograban sostener una relación genealógica: que en ambas partes hay una misma denominación, charros (sobre todo la denominación) y se impone como un criterio para decir que hay una relación entre ellos. Por otro lado, menos frecuente, se esgrimía el asunto de la ganadería. Mi idea fue ir a Salamanca y, como no había más argumentos para la asociación por analogía, queríamos ver si existía esa relación o no”.

 

¿Qué líneas de investigación siguió desde la antropología?

 

Estoy pensando en una antropología histórica, comparativa, en esa frecuencia teórica es donde busco incidir y coincidir, sobre todo proponer una que permita romper ese autismo de los discursos históricos ultranacionalistas que nos hacen pensar que somos únicos e incomparables cuando nosotros tenemos una historia compartida con toda América Latina y con la península ibérica, que no podemos negar. Cuando compartimos el mismo idioma, la misma religión, se comparten las mismas tradiciones que muchas veces, a partir de un contacto, de un constante diálogo, dan procesos análogos. Sobre todo nos interesa ir más allá de las historias nacionales, tratar de comprender aspectos de la iconografía y de la retórica política de los nuevos Estados nacionales, tratar de evaluar las mismas ciencias que han analizado estos procesos para identificar donde ha surgido la confusión.

 

“Tratamos de analizar las fiestas de toros y las tradiciones ganaderas, que son un elemento que hermana; si bien el hermanamiento, la relación genealógica no es comprobada, si podemos hablar de un hermanamiento cultural a través de figuras que terminan por identificarse con festejos taurinos y tradiciones ganaderas. También estamos interesados por el tema de la mitología, se echa mano de la mitología, pero se ve cómo esta se interna en los documentos históricos y cómo los documentos históricos se convierten a veces en relatos de carácter mitológicos. Igual busco internarme en el ámbito del folclor comparado, que sigue siendo de enorme relevancia emblemática en ambos países.

 

¿Cómo es la relación de la figura del charro en México con el poder?

 

Es muy estrecha, se ha ido conformando a través de discursos que tienen propósitos políticos. Estamos hablando de la conformación de los Estados nacionales (en el siglo XIX) y hay un sector social muy interesado en identificarse con estos charros y a la vez quieren pensarlos como los héroes de la patria. Siempre es más fácil identificar al charro con sectores económicamente poderosos y que tienen cierto control político y con el pasado, por eso no extraña verlos en el desfile del 16 de septiembre junto al Ejército y con autorización para llevar armas. Más allá de eso, el empleo del folclore para los discursos de poder ha sido también un discurso muy frecuente, ya hemos visto a Vicente Fox que como presidente (2000-2006) no se quitaba las botas, o a su secretario de Gobernación, Santiago Creel, que era un charro; permite a los políticos identificarse con una historia, con un pueblo, con la gente común, pero en el caso del charro no sólo es la gente común, es un sector del pueblo, que se ha autoasignado una posición por encima de todos los demás tipos populares.

 

¿Y con la religión? Usted vincula al charro de España y México con el apóstol Santiago.

 

El apóstol Santiago, que en México llamamos Santo Santiago, debemos recordar que se le representa como un caballero, que monta a caballo aplastando la cabeza de un árabe, su caballo la aplasta y él está blandiendo una espada, matando una alteridad que en el contexto español se consideraba monstruosa, algo como el dragón de San Jorge. Y Santiago, al llegar a México, es ataviado de charro y se le piensa como tal; es un Santiago que se identifica también como mataindios en buena parte de América; en España era matamoros (de ahí el apellido) y en América mataindios. A eso me refería con que se trata de un símbolo que se identifica con el pueblo pero con un sector que se ha impuesto sobre el resto, tiene un perfil con especial énfasis en eso, su posible superioridad con relación al resto, en su carácter civilizable y civilizador, y en ello también se hermana con el charro salmantino.

 

¿Por qué ese carácter ambiguo del charro, incluso deambula de héroe a bandolero?

 

El charro héroe nacional y el charro bandolero tienen que ver con las historias que se fueron conformando en la época del romanticismo: una persona que transgrede la norma para fundar una nueva. Esa transgresión es parte de su ambigüedad: va a romperlo todo para volverlo a construir, que es propio de figuras heroicas, y que en antropología identificamos como trickster. Son seres ambiguos, pero que curiosamente son reconocidos también así, en alteridad. Desde la perspectiva indígena, son los que ganaron, pero no del todo benéficos. Es parte del perfil que se les ha construido desde la época del romanticismo, aunque también tiene que ver con la tradición popular que los ve a ellos como una alteridad material que a veces no es muy estable y que se va transformando constantemente, que es completamente inestable. A veces son héroes justicieros y a veces contrabandistas que trafican con tabaco, que rompen la ley pero, al mismo tiempo, son los que mantienen una moral superior a la de los gobernantes a quienes se juzga como agentes de corrupción y de injusticia, como ocurre en la novela de Luis G. Inclán, Astucia, el jefe de los Hermanos de la Hoja o los charros contrabandistas de la rama.

 

En esas transformaciones, ¿el cine contribuyó al perfil actual del charro?

 

El papel del cine es definitivo en la configuración actual del charro: en la pantalla es ese hombre siempre buscando novia, bebiendo, un sujeto violento a veces, que conserva esa ambigüedad del personaje, a veces un justiciero, a veces un bandido, o incluso a veces un justiciero al margen de la ley, las dos cosas al mismo tiempo. Es un hombre cabal —como se diría en las mismas películas—, un macho, pues; un personaje un tanto solitario que vaga solito por el mundo, como dice la canción de José Alfredo Jiménez, quien no era precisamente un charro, pero que sí genera una imagen muy particular, más allá del personaje que tiene que trasgredir la ley para conseguir cierta justicia que el orden imperante no se la va a proporcionar. Esa imagen sigue teniendo mucha vigencia en México. Lamentablemente, cuando normalizamos una actitud, ya no se puede hacer mucho contra ella, y la gente se identifica mucho todavía con ese personaje del charro que transgrede la norma, un sujeto masculino, violento a veces, que tiene que proveerse a veces de la justicia que no tiene en otro lado.

 

FOTO: Los actores Jorge Negrete y Pedro Infante son figuras arquetípicas del charro en su película Dos tipos de Cuidado (1953)/Crédito: Archivo El Universal

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