Henry David Thoreau Pionero de la desobediencia civil

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En 1849, el filósofo estadounidense Henry David Thoreau publicó Resistencia al Gobierno Civil, un tratado para la emancipación del individuo frente a los abusos del Estado y que un siglo después estaba presente en el pensamiento de líderes populares como Martin Luther King y Mahatma Gandhi

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POR RAÚL ROJAS

Henry David Thoreau (1817-1862) fue un filósofo norteamericano, poeta y escritor de esos que todos quieren, por su elocuencia y buenas intenciones. Hoy lo reclaman como suyo todos aquellos que proponen el respeto a la naturaleza y el regreso a la vida sencilla. Además, Thoreau fue uno de los primeros exponentes de la estrategia de “desobediencia civil” anclada en sus concepciones políticas, muy cercanas al anarquismo filosófico de un William Godwin.

 

En 1849 Thoreau publicó el ensayo titulado Resistencia al Gobierno Civil, que fue posteriormente reeditado como Sobre la Obligación de la Desobediencia Civil. Hoy se le conoce simplemente como “Desobediencia Civil”. Célebres precursores de la revuelta social no violenta, como Mahatma Gandhi y Martin Luther King, se declararon influidos por el folleto de Thoreau, el que ha sido leído y releído por generaciones de luchadores sociales.

 

Thoreau comienza Desobediencia afirmando de manera contundente: “El mejor gobierno es el que menos gobierna”. Es más: “El mejor gobierno es el que no gobierna” y, en cierto sentido, deja a sus habitantes en paz. Por eso, cuando un gobierno se extralimita y oprime a sus ciudadanos, estos tienen no sólo la posibilidad sino la obligación de resistir. Dos ejemplos centrales de los males sociales que un mal gobierno puede propiciar serían la esclavitud de los negros en Estados Unidos, todavía tolerada en 1849, cuando apareció Desobediencia, y la concluida guerra contra México, que Thoreau califica de ser injusta y una guerra de rapiña.

 

Teóricamente los gobiernos deben gobernar para todos, pero Thoreau piensa que un gobierno que aplica ciegamente las decisiones de la mayoría puede violentar los derechos de la minoría. Y es que decisiones por mayoría no necesariamente son justas. Por eso, la única verdadera obligación del ciudadano es “hacer siempre lo correcto”. Por ejemplo, a los soldados que son enviados a la guerra rara vez se les pide su opinión. Marchan en contra de sus propios ideales e intereses, convirtiéndose “en máquinas que sirven al Estado con sus cuerpos”. Su participación en el combate es tan poco ética como la de una piedra o un trozo de madera. La guerra los convierte en objetos consumibles y prescindibles.

 

En el caso de la esclavitud, Thoreau declara que no puede reconocer “como mi gobierno” a uno que es esclavista. Todo ciudadano tiene el derecho a la insurrección, sobre todo cuando se está invadiendo a un país y “nuestra armada es la invasora”. Un pueblo que tolera la esclavitud y la guerra contra un país como México es un pueblo que perece, moralmente. En ambos casos es imperativo hacer valer la justicia, cueste lo que cueste, sin miramientos para las ventajas económicas a las que los esclavistas o el Estado tienen que renunciar.

 

Para Thoreau, las elecciones no resuelven estos problemas, porque los votantes no se ocupan después de que prevalezca el derecho. Votar, incluso por el candidato que propone lo correcto, no es lo mismo “que hacer algo para convertirlo en realidad”. Y aunque el activismo no es una obligación, sí es mi deber deslindarme de lo que se hace en nombre de todos y es injusto. Sólo puedo dedicarme a mis propias cosas, si por lo menos pongo en claro que no avalaré la opresión de ninguna persona. Aquellos que afirman que el ciudadano siempre tiene que apoyar al gobierno no consideran que de esa manera sólo reivindicamos “nuestra propia perversidad”, disfrazada de patriotismo.

 

Con lo que llegamos al meollo del asunto: ¿qué se debe hacer cuando las leyes mismas son injustas? Muchos piensan que hay que esperar a que esas leyes sean corregidas y que, si resistimos leyes opresivas, el remedio resulta peor que la enfermedad. No es así, la obligación moral de los ciudadanos es oponerse a esas leyes, dice Thoreau. Cuando la injusticia no es tan relevante y se puede esperar a que eventualmente esos defectos de la maquinaria estatal se corrijan, es posible que no hacer nada sea una opción. Pero no lo es cuando nos convertimos “en agentes de la injusticia”. En ese caso no queda más que desobedecer la ley para que nuestra vida se convierta en parte de la “fricción que detiene a la maquinaria”. Enmendar leyes toma mucho tiempo, durante el cual ya quizá muchos afectados habrán perecido. Por eso, todos aquellos que se consideran abolicionistas no pueden esperar a ser mayoría, deben actuar ya. Dejar de pagar impuestos es una posibilidad de renegar de la “asociación” con el gobierno esclavista. Si cien personas honestas, o diez, o sólo una, renunciaran a esta corresponsabilidad con el Estado, y fueran por eso arrojadas en una celda, eso representaría el comienzo de la abolición de la esclavitud.

 

Todos sabemos lo que ocurrió después de la Desobediencia. El esclavismo persistió todavía trece años, hasta 1862, cuando el presidente Abraham Lincoln promulgó la Proclamación de Emancipación, en medio de la ya iniciada guerra civil. El conflicto mismo tuvo como trasfondo la tensión entre los estados esclavistas del sur y los estados que habían emancipado a los esclavos en el norte. Los estados sureños querían extender la esclavitud a Texas y los territorios arrebatados a México durante la guerra. Aunque al principio Lincoln quería actuar gradualmente, evitando la expansión de la esclavitud y compensando a aquellos que liberaran esclavos, la secesión de la Confederación lo obligó a actuar de inmediato. La guerra civil catalizó todo el proceso, acelerándolo.

 

A pesar de eso, la emancipación de los esclavos no significó automáticamente la igualdad de oportunidades para los negros. El derecho al voto no les fue otorgado y cuando Lincoln comenzó a preparar un decreto para convertir a los esclavos emancipados en el sur en ciudadanos con todos los derechos, fue asesinado. Siguió la época de la Reconstrucción, pero en los estados de la derrotada Confederación se aprobaron leyes que segregaban a los negros de los blancos. Se introdujo el principio de “iguales pero separados”, de tal manera que el transporte, las escuelas, los restaurantes y los baños públicos operaban bajo el principio de la segregación racial. En 1954 terminó la separación en las escuelas, pero fue hasta 1964/65 que se abolió el resto de las medidas discriminatorias, con sendos decretos sobre Derechos Civiles y el Derecho al Voto.

 

Martin Luther King, el líder más visible de la lucha por los derechos civiles para los negros, escribió que leyó varias veces a Thoreau siendo estudiante. Lo que le fascinó fue la idea “de negarse a cooperar con un sistema malévolo”. Es más, escribió, si cooperar para alcanzar el bien es una obligación moral, también lo es “la no cooperación con el mal”. Años después lo expresaría de manera muy elocuente al decir que “hemos venido a recordarle a América la intensa urgencia del Ahora”. El movimiento para alcanzar los derechos civiles no pararía ya sino hasta alcanzar la igualdad jurídica con los blancos. Durante el movimiento por los derechos civiles, Martin Luther King estuvo varias veces encarcelado. Ya Thoreau lo decía en la Desobediencia: “si un gobierno encarcela injustamente, el lugar para un hombre justo es la prisión”. En un estado esclavista es ese el único lugar donde “un hombre de honor se puede alojar”.

 

En la Desobediencia Thoreau también indica cómo es que una minoría puede intervenir: “una minoría es indefensa mientras se adapte a la mayoría, así ni siquiera es una minoría. Pero esa minoría es irresistible cuando atasca todo, utilizando su peso”. Si el Estado no recapacita, no pagar impuestos es un camino de acción y eso equivale a una “revolución pacífica”. Dicho y hecho: Thoreau se negó a pagar impuestos durante seis años y por esa razón fue aprehendido y arrojado en una celda, hasta que un desconocido pagó su deuda de manera anónima. En prisión, Thoreau dijo sentirse más libre que todos los otros ciudadanos afuera y ser “el único que estaba pagando sus contribuciones”. El Estado, como ese ejemplo demuestra, nunca podría confrontar argumentos y razones éticas; ejerce venganza apropiándose del cuerpo de los disidentes, convirtiéndolo en un objeto encarcelable.

 

Pero además de Luther King, Thoreau hubiera encontrado en Mahatma Gandhi a alguien que prácticamente arribó a las mismas conclusiones por una vía diferente, un verdadero compañero espiritual. Para comenzar, Gandhi aspiraba al “mayor bien para todos” y predicaba la vida sencilla, incluso de autosuficiencia. Thoreau investigó ese posible regreso a una vida natural y sustentable cuando decidió recluirse por dos años en una cabina junto al lago Walden. La experiencia la narró en el libro Walden, o la Vida en el Bosque, en donde afirma que decidió “acorralar a la existencia” y reducirla a su “mínima expresión”, limitando sus necesidades. El libro fue un éxito literario. Gandhi, por su parte, fue en un líder político en Sudáfrica y en la India, donde encabezó el movimiento por la independencia que culminaría en 1947, casi cien años después de la Desobediencia. Sobre su relación con Thoreau, Gandhi escribió que al principio hablaba en sus escritos de “resistencia pasiva”, pero después de leer la Desobediencia comenzó a hablar de “desobediencia civil”. Aún insatisfecho con el término, comenzó a designar a su movimiento como “resistencia civil”. Gandhi incluso acuñó una palabra en sánscrito que definiría a su pensamiento: Satyagraha, que significaría algo así como “asirse a la verdad”. A diferencia de la “resistencia pasiva”, que sería el arma de los débiles, la “resistencia civil” sería el arma de los poderosos, que, además, se deben comprometer con la no violencia y con respetar siempre la verdad.

 

Thoreau concluye la Desobediencia aceptando que la democracia es un avance sobre la monarquía constitucional, y ésta un avance respecto a la monarquía absoluta. Y, sin embargo, nunca habrá un Estado libre, si éste no reconoce al individuo como un poder independiente del que deriva toda su legitimidad. Un Estado así, “justo para todos”, es algo “que he imaginado, pero no he visto en ninguna parte”. Durante esa búsqueda espiritual, Thoreau se retiró a la vida en el bosque, aún antes de escribir la Desobediencia, siguiendo quizá la máxima que guiaría todo el actuar de Gandhi, uno de sus ávidos lectores, un siglo después: “Mi vida es mi mensaje”.

 

FOTO: Retrato de Henry David Thoreau/ Crédito: National Portrait Gallery-EU

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