Abrantes-Schmidt y la irradiación diamantina

Sep 14 • Miradas, Pantallas, principales • 3441 Views • No hay comentarios en Abrantes-Schmidt y la irradiación diamantina

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La política y los deportes son dos mundos que se rozan y comparten la corrupción y la idolatría de sus protagonistas, “Diamantino” retrata esa decadencia

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POR JORGE AYALA BLANCO

 

 

En Diamantino (Portugal-Francia-Brasil, 2018), retumbante debut conjunto como autores totales del cortometrajista estadounidense norcaroliniano de 34 años Gabriel Abrantes y su homólogo de newhaveniano de la misma edad Daniel Schmidt, Gran Premio en la Semana de la Crítica de Cannes 18, el irrebatible ídolo supremo del futbol portugués Diamantino Matamouros (Carloto Cotta bonitísimo) vive en la asexuada realidad aparte de sus éxitos deportivos estelares y muy felizmente dominado por sus tiránicas hermanas gemelas mayores Sonia (Anabela Moreira) y Natasha (Margarida Moreira) que lo explotan de lo lindo, pero un buen día, bogando en el yate de su anciano padre entrenador-factótum (Chico Chapas), recibe la revelación de la realidad brutal en la figura de una refugiada africana en patera (Djucu Dabo) cuyo hijo ha sido tragado por el mar, y entonces ya nada puede volver a ser como antes para el infeliz muchacho, pues deja de ver en el estadio las nubes rosas y los perrazos felpudos que lo aislaban del orbe, falla un penalty de campeonato mundial (lo que mata al papito), se derrumba su fama a base de memes y denostaciones mediáticas, es enviado por sus malvadas hermanas a un tratamiento experimental con la científica utopista tocaya de su auto Lamborghini (Carla Maciel) tendiente a su clonación en beneficio del futbol patrio aunque el proceso le cause extraños brotes de senos, recibe como sobreprotegido afrohijo adoptivo a un supuesto chavo mozambiqueño con rastas que no es más que la disfrazada espía caboverdiana Aisha (Cleo Tavares guapa de infarto) cuya amante lesbiana Lucia (Maria Leite) se hace pasar a su vez por monja, hasta que el colosal enredo estalle en mil pedazos, al descubrirse las modificaciones genéticas cuando el aún célebre futbolista sea obligado a quitarse la camiseta a media cancha, el cerco provoque explosivos celos lésbicos a mano armada, el experimento de clonación falle aparatosamente y la pareja erótica de Diamantino y Aisha sea conminada a la fuga, hacia otra forma de una siempre crispada irradiación diamantina.

 

La irradiación diamantina arranca y se sostiene a todo lo largo de su fantasía y su comedia como una etérea sátira política contra la enajenación deportiva y contra el neofascismo patriótico, a partir de un émulo-doble del astro mujeriego futbolero Cristiano Ronaldo, con idéntica efigie, si bien convertido en un patético ente solipsista y castísimo hasta lo asexuado que se verá de pronto extrañamente atraído por su hijo adoptivo e inquieto por los bultitos que le han brotado en el pecho sin saber que le servirán para competir con los de la monja sáfica del arlequinesco hábito blanco impoluto, pero también mofándose de la idea de averiguar por la fuerza los secretos del genio futbolero para producir glorias nacionalistas al infinito, para salvar el orgullo y la economía del país en bancarrota perpetua, bajo el lema de “Nuestro país nunca ha sido pequeño” (en la portezuela de una camioneta partidaria) que así adapta el “Haz a América grande otra vez” de Trump, para afirmar un humor lusitano entre el desquiciamiento hipercerebral de Joao César Monteiro (Las bodas de Dios 98), la minada maravilla gay de Joao Pedro Rodrigues (El ornitólogo 16) y la burlesca exuberancia prefársica y seudofeérica de Miguel Gomes (Tabú 12, Las mil y una noches 15 en sus 3 volúmenes), todos compartiendo además, tanto como la inspirada dupla cultoportuguesa mimética de Abrantes-Schmidt, algo esencial de la inclasificablemente agresiva astucia oximorónica y antidentitaria siempre absurdista lógica irrefutable del poeta Fernando Pessoa (“Para comprender, me destruí”, “Sentir es un pensamiento extravagante”, “El bien es un mal necesario”).

 

La irradiación diamantina continúa como un delirio cienciaficcional que parece surgido de las inaugurales páginas distópicas de Un mundo feliz de Aldous Huxley y cuyos medios de acción serán, en su humilde minimalismo al estilo High Life (Denis 18), tan parcos como la ferocidad de las hermanas parcas-erinias omnipresentes o la furia de la vigilante pareja lésbica auxiliada por drones, pero ante todo por una a veces visionaria a veces deliberadamente visionuda fotografía de Charles Ackley Anderson ahíta de halos, reflejos, contraluces y sombras luminosas que todo lo devoran, con música jocunda de Adriana Holtz y Ulysse Klotz y lo campechanean con vehementes compases lírico-barrocos del Dido y Eneas de Purcell o el Parsifal de Wagner a la hora de las efusiones amatorias, según la desaceleradora edición contundente de Raphaëlle Martin-Holger y los dos realizadores.

 

La irradiación diamantina se expande como una irónica fábula en torno a la pérdida de la inocencia masculina, tema en general poco abordado ni por el relato fílmico ni literario contemporáneos, ahora por excepción y privilegio enfocado aquí en torno a un pobre héroe publico sin vida privada, o en efecto privada de cualquier ímpetu vital propio, monstruosamente edipizado y sujeto en la degradante dependencia absoluta que ordeña su fortuna en paraísos fiscales, y sometido de súbito a la revelación con todo entrañable de sus pulsiones sagradas, para mejor valorar, extrañar y entrañar ciertos toques surrealistas vueltos cruciales como los turbulentos nubarrones rosados y los caninos peluches gigantes o las crucifixiones crísticas del desdichado Diamantino uncido al tormento de su clonación.

 

Y la irradiación diamantina culmina como un poema erótico al triunfo del amor heterodoxo y pansexual, un numinoso canto al abrazo desnudo de la afrochica bisexual al hombre con senos en una playa crepuscular que paradójicamente da origen a otra alborada de esa nueva especie trans vislumbrada y producida en Lxs chicxs salvajes (Mandico 17), un henchido y celebratorio himno entre ruinas morales, desde la pasión caótica en lucha con su mismo caos, cual preguntándose como Badiou “¿qué es ese agujero equívoco que trae a la superficie el vacío de la univocidad?”.

 

 

FOTO: Esta película recibió el Premio de la Semana de la Crítica en Cannes, 2018.  /ESPECIAL

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