Días y trabajos del poeta

Jul 5 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 4685 Views • No hay comentarios en Días y trabajos del poeta

 

POR MIJAIL LAMAS

 

Con la antología Los días que no se nombran de José Emilio Pacheco, se da por terminado el quehacer de una de las voces más importantes de la poesía hispánica, así como también se da fin a la labor del “perpetuo reescritor de sus propios libros”. Esta edición ha aparecido de manera póstuma pero fue preparada por el autor de Las batallas en el desierto en colaboración con el poeta Jorge Fernández Granados.

 

El prólogo de Fernández Granados resulta puntual y señala las obsesiones del autor, así como la constante labor de corrección a la que sometía sus textos, lo que venía de su “aterradora creencia de que un poema no se termina nunca”. Pacheco afirmó en un artículo de Proceso, de 1986: “en mi opinión uno está obligado a entregar siempre el mejor texto posible. […] Estoy al servicio de los textos, no pretendo servirme de ellos”. Por eso, las versiones de poemas que hemos leído en las ediciones clásicas del autor aparecen aquí con las modificaciones a las que él las ha sometido a lo largo de los años. Así, Fernández Granados afirma: “Con esta práctica Pacheco afirmaba una convicción que manifestó casi desde los inicios de su carrera literaria: la condición ante todo testimonial de su ejercicio poético y la inexistencia, por lo tanto, de un orden definitivo en él”.

 

La recopilación hace un recorrido que va de Los elementos de la noche (1963) a Como la lluvia (2009), esa variada y lúcida colección de poemas que, en plena madurez creativa, fue el último trabajo de Pacheco. Más aun: Los días que no se nombran reúne casi sin modificación la compilación de dos antologías del autor, Fin de siglo y otros poemas (1984) y la homónima Los días que no se nombran. Selección poética 1985/2009 (2011), cuyo prólogo estuvo a cargo de Vicente Quirarte. Se agregan a esta edición textos de dos libros que no fueron incluidos en esas dos antologías: Miro la tierra (1987) y Ciudad de la memoria (1990). Así, la estructura de la antología no se arriesga en la organización por temas, tonos o lenguajes y se decide por una linealidad cronológica que permite ver la evolución del joven poeta, cuya lucidez artística se observa desde su primera publicación, así como vemos al poeta experimentado que madura sus temas y obsesiones, y que da un giro estilístico a partir de No me preguntes como pasa el tiempo, en el que pone mayor énfasis en el discurso de la historia, la incorporación de lenguajes ajenos al discurso lírico (el tono periodístico, el ensayo o la narración), el simple comentario poético, además de una construcción discursiva mas concentrada y breve. Con esta hibridez de géneros al servicio de la poesía, y esa constante despersonalización del yo poético, Pacheco logra que el lector mire con mayor claridad a través de sus palabras.

 

Lo anterior se explica en la propias palabras de Pacheco, cuando afirmaba, ya en 1966, que para él los géneros pueden convivir e incluso complementarse: “Yo diría que los géneros no son incompatibles, un cuento es lo más cercano a un poema (no en términos de ‘prosa poética’, sino de concentración e intensidad), y con frecuencia se me ocurren historias que, según creo, pueden interesar. En mi caso, la poesía no basta; el relato es un complemento necesario”. De ahí que en muchos de sus poemas en verso se desarrollen el relato breve a modo de fábula o que algunos de sus libros de poemas estén integrados por textos en prosa en cuya estructura prevalece el relato o la reflexión ensayística, como en “El arte de la guerra” y “Elogio del jabón”, por mencionar dos ejemplos significativos.

 

Su economía verbal y el tono reflexivo que se destaca a lo largo de su obra, es resultado —ha señalado Alí Calderón— de una lectura atenta de “la poesía china y japonesa por una parte, las flores y los cantos precolombinos, particularmente de Netzahualcóyotl, por la otra”. Yo agregaría el tono sensual y fragmentario de la poesía griega clásica y el humor irónico y desencantado del epigrama latino.

 

No faltan ahí la reflexión sobre el trabajo de la escritura, en la que es posible encontrar la poética que mejor define la obra del autor:

 

Que otros hagan aún el gran poema

los libros unitarios, las rotundas

obras que sean espejo de armonía.

A mí sólo me importa el testimonio

del momento inasible, las palabras

que dicta en su fluir el tiempo en vuelo.

La poesía anhelada es como un diario

en donde no hay proyecto ni medida.

 

La reflexión metatextual se vuelve también crítica intratextual, en el sentido en que esta versión del poema presenta modificaciones importantes comparada con la original publicada en Irás y no volverás (1973): modificación de la adjetivación así como en el corte de los versos.

 

La pervivencia del tema y la reconfiguración del texto son constantes a lo largo de la carrera del autor y la antología que ahora nos ocupa no es la excepción.

 

Como gran maestro, Pacheco supo reconocer la influencia de los distintos autores y artistas que marcaron su trabajo; su obra es pues una constante muestra de cómo todo texto es resultado de textos anteriores, por lo que no faltan el homenaje, la reescritura, la versión de poemas de otras lenguas, la cita, la referencia culta o popular.

 

Uno de los temas más recurrentes de José Emilio Pacheco es la memoria, siempre insuficiente para retener ese cúmulo de instantes que el presente inasible dispersa, por lo que es trabajo del poeta nombrarlos para retener de manera precaria el paso incontestable del olvido, de aquello que no vuelve. Y aunque condenada a la destrucción que deparan los siglos a toda obra humana, la poesía apuesta por la trascendencia.

 

No falta en esta antología la recurrencia del tema amoroso en tanto celebración efímera, pronta a marchitarse, que entra en la esfera de los demás elementos recurrentes en la obra del poeta: lo contingente, lo pasajero, la degradación y el olvido. El amor —como la poesía— también será derrotado por el tiempo; aunque la memoria le permita días e incluso años de gracia, el amor se vuelve esos “aislados instantes sin futuro”, o sólo “cenizas de aquella plenitud” y que al final sólo será el “nunca más” del cuervo en el dintel de la puerta.

 

La obra poética de José Emilio Pacheco, no me queda duda, logrará traspasar el tiempo y vencer el olvido, como lo más sólido de su extensa y heterogénea obra literaria. Por eso, Los días que no se nombran es un testimonio fiel de lo más alto de su obra literaria.

 

 

José Emilio Pacheco, Los días que no se nombran, Antología personal 1958-2010, Ediciones Era/UNAM/Colegio Nacional, México, 2014, 440 pp.

 

*Fotografía:  José Emilio Pacheco en una conferencia de prensa en 2010./ Susana Vera, REUTERS.

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