Disparos contra el arte

Ene 10 • Conexiones, destacamos, principales • 7353 Views • No hay comentarios en Disparos contra el arte

 

POR ANTONIO ESPINOZA 

 

“Je suis Charlie”, rezaban las pancartas de los indignados ciudadanos franceses que tomaron las calles para protestar por el ataque terrorista contra el semanario satírico Charlie Hebdo. No era para menos: la libertad de expresión es uno de los valores más caros de la civilización occidental y hay que defenderla. Desgraciadamente, en el nuevo capítulo del “choque de las civilizaciones” (Samuel P. Huntington dixit), la lucha entre dos mundos (el Islam y Occidente) que nunca se han entendido y durante siglos han vivido en conflicto, parece no haber tregua. Y es que la Guerra Santa del extremismo islámico es contra la cultura occidental, a la que considera corrupta, decadente, inmoral y materialista. Hoy las víctimas del terrorismo fueron los creativos de una publicación satírica, quienes no sólo cuestionaban con el arma del humor al extremismo islámico, sino también a la Iglesia Católica, al Papa y a los políticos, incluyendo al presidente François Hollande. El problema es que la intolerancia en contra del arte y la libertad creativa también se da en nuestro mundo occidental.

 

Intolerancia

 

“La única Iglesia que ilumina es la que arde”. Esta frase, atribuida a Piotr Kropotkin, el célebre anarquista ruso, provocó una gran polémica el año pasado en España. Sucede que en el Museo Reina Sofía se presentó la exposición Un saber realmente útil, en la que participaron alrededor de 30 artistas de distintas nacionalidades. La obra exhibida que más llamó la atención y provocó la polémica fue Cajita de fósforos (2005), realizada por el colectivo argentino Mujeres Públicas, creado en 2003 en Buenos Aires e integrado por Lorena Bossi, Fernanda Carrizo y Magdalena Pagano. La obra consiste justamente en una caja de cerillos que contiene la frase anarquista mencionada, la imagen de una iglesia en llamas y una invitación provocadora: “¡Contribuya!”. La pieza del colectivo artístico argentino fue fuertemente cuestionada por grupos conservadores que exigieron fuera retirada de la exposición. Afortunadamente, el director del museo, Manuel Borja-Villel, recibió un gran apoyo de la comunidad artística y mantuvo la obra en exhibición hasta el final, evitando que el acto de censura se consumara.

 

No corrió con la misma suerte el artista visual Yoshua Okón (Ciudad de México, 1970), quien fue censurado…¡nada más ni nada menos que en Londres! El autor mexicano estaba considerado para participar en la exposición Embracing the Present. Contemporary Mexican Art, que se presentó a mediados de 2014 en la Tin Tabernacle Gallery. Okón pretendía participar en la muestra con su obra Freedom Fries: Naturaleza muerta, una videoinstalación en la que aparece una mujer gorda y desnuda, acostada sobre la mesa de un McDonald’s, mientras un trabajador en actitud indiferente limpia el ventanal con el logo de la cadena de comida rápida. En esta obra el creador mexicano cuestiona el perjuicio a nuestro cuerpo que provoca la fast food y la indiferencia de la sociedad ante tal situación. La galería londinense rechazó la obra por considerarla inadecuada y pidió al artista sustituirla por otra. Okón se negó y finalmente declinó participar en la exposición.

 

La obra de Yoshua Okón había sido exhibida sin problemas en Zona Maco, en el Centro Banamex de la ciudad de México, en febrero de 2014. Esto no quiere decir que en México no haya actos de censura. Todo lo contrario: somos uno de los países donde se han dado más actos de intolerancia en contra del arte. Veamos.

 

Uno de los actos de censura más conocidos sucedió hace casi 27 años. Los hechos ocurrieron el 23 de enero de 1988, cuando una turba enardecida hizo acto de presencia en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México. Acudiendo al llamado del Comité Nacional Provida, la Unión Nacional Sinarquista y otros grupos de la ultraderecha católica, alrededor de 500 fanáticos religiosos, al grito de “¡Viva Cristo Rey!” y “¡Viva la Virgen de Guadalupe!”, se introdujeron en el museo para realizar lo que para ellos fue un auténtico auto de fe. Exigieron que se descolgara la obra del artista Rolando de la Rosa (Ciudad de México., 1951) que formaba parte de la exposición colectiva Espacios alternativos, abierta al público el 10 de diciembre de 1987. Los fieles protestaron porque, a su entender, la instalación El real templo real de De la Rosa era “sacrílega” y “satánica” , “un insulto” a Jesucristo, la Virgen de Guadalupe y la Patria misma. El artista, como sabemos, le puso a la Virgen de Guadalupe la cara de Marilyn Monroe y a Jesucristo la de Pedro Infante, además de colocar unas botas texanas sobre la bandera mexicana. Ante la furia de los inquisidores, el tibio subdirector del MAM, Antonio Luque, ordenó que se desmontara la obra cuestionada. El escándalo provocó la destitución del crítico e historiador Jorge Alberto Manrique como director del recinto.

 

No debería ser así, pero para muchos la Virgen de Guadalupe —nuestro gran mito fundacional— es intocable. A Daniel Lezama (Ciudad de México, 1968) esto no le importó y hace años pintó un cuadrito maravilloso en el que la Virgen Morena es una vagina. Si no recuerdo mal, el cuadro se llama Tonantzin (óleo sobre tela, 1994) y se presentó en una de las exposiciones de la Semana Cultural Lésbico Gay en el Museo Universitario del Chopo de la ciudad de México. Afortunadamente, la obra no fue censurada y actualmente se encuentra en la colección de Nahum B. Zenil, en Tenango del Aire, Estado de México.

 

Si “faltarle al respeto” a la Virgen Morena no tuvo consecuencias para Daniel Lezama, sí las tuvo para el caricaturista y pintor Manuel Ahumada. Recordemos que en agosto del año 2000, la exposición Homenaje al lápiz se trasladó a Guadalajara para presentarse en el Museo del Periodismo y las Artes Gráficas, luego de presentarse sin problemas en el Museo José Luis Cuevas de la ciudad de México y en el Centro Cultural Santo Domingo de Oaxaca. Antes de la inauguración, trece de las 200 obras se quedaron empaquetadas por órdenes de la directora del museo, Yolanda Carvajal, argumentando que tenían “contenido erótico” y que los adolescentes que visitaran la muestra no podrían asimilar tal cosa. Ante la presión de la comunidad artística y la sociedad civil, el patronato del museo ordenó que la muestra se montara completa. Días después de la inauguración, un par de jóvenes “ofendidos” por la obra de Ahumada se introdujeron al recinto y, en un acto de fanatismo puro, la destruyeron. La obra en cuestión era La patrona, un dibujo de Juan Diego con un ayate en el que aparece Marilyn Monroe. Los jóvenes fanáticos fueron detenidos, mientras que los cardenales Ernesto Corripio Ahumada y Juan Sandoval Iñiguez avalaron la destrucción de la obra y ofrecieron pagar daños y multas. El artista no demandó a los agresores y Carvajal —amenazada de muerte— renunció a su puesto.

 

La censura contra el arte no sólo se da por motivos “religiosos”. Se da también por motivos políticos, como sucedió en el Museo de la Ciudad de México, en noviembre de 2001, con motivo de una convocatoria que hizo el recinto para rotular panaderías del Distrito Federal. El rótulo del muralista Adolfo Mexiac fue retirado de la exposición porque hacía una parodia de las elecciones recientes en Tabasco y ridiculizaba a los políticos Roberto Madrazo, Dulce María Sauri y al entonces presidente, Vicente Fox.

 

Pero los motivos más recurrentes de censura contra el arte en nuestro país son de otra índole. Tienen que ver con la homofobia y en general con el rechazo a las diversas expresiones de la sexualidad, aquellas que se salen de la mal llamada “normalidad”. Cabe recordar aquí el caso del artista gay Reynaldo Velázquez (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1946), un escultor de primer nivel, quizá el tallador en madera más audaz y creativo del México actual. Su obra es resultado de una exploración minuciosa del cuerpo masculino, que en su afán realista cae a menudo en lo dramático. A pesar de la calidad de su trabajo escultórico —que nadie pone en duda—, este maestro chiapaneco ha tenido serios problemas para exhibir. El poder erótico de su obra ha asustado a más de un mocho y ha propiciado la censura, como ocurrió en 1993 en Bellas Artes con su pieza Yacente (talla directa en caoba, 1992). De ahí que sus individuales de escultura sean tan pocas y que conozcamos su obra fundamentalmente por su presencia en colectivas (como las lésbico-gays del Chopo, en donde tuvo participaciones realmente memorables).

 

Quizá sea Reynaldo Velázquez el artista mexicano más censurado. Y no lo digo solamente por la censura a Yacente, sino también por la exposición que presentó en la Galería de la Secretaría de Hacienda en el año 2000 y que llamé en su momento un acto de “censura velada”. Fue una retrospectiva de 80 obras de Velázquez (parte de su producción de 1970 a 2000), tallas y relieves amontonados en un espacio que les quedó chico. Recuerdo bien que la obra no podía respirar, era un bombardeo visual que no permitía el goce estético. Una de las obras más logradas y poderosas de Velázquez, Eugenio (talla directa en eucalipto, 1988), se colocó en un lugar en el que era obstaculizada por otras obras y en una posición tal que resultaba imposible ver su falo descomunal desde la entrada de la galería. ¿Tendrían miedo los jerarcas culturales de Hacienda de que algún miembro honorable de Provida pasara por casualidad por la calle de Guatemala y se escandalizara?

 

En Hacienda ya se había dado un acto de censura cinco años antes. Con motivo del II Gran Festival Cultural 100 Artistas contra el Sida, celebrado a fines de 1995 bajo la curaduría y coordinación de Juan Rumoroso, se realizaron varias exposiciones, una de las cuales se presentaría en el Antiguo Palacio del Arzobispado de la ciudad de México, sede del Museo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. El problema surgió porque dos de los autores que participarían en la muestra Arte-Objeto-Vida, incluyeron condones en sus obras: Hilda Campillo y Carlos Márquez. Con el pretexto de que sería una falta de respeto exhibir tales obras en un recinto otrora religioso, los jerarcas de la entonces llamada Unidad de Promoción Cultural y Acervo Patrimonial de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, mostrando descaradamente su mojigatería, mandaron toda la exposición a la galería de la institución, atrás de Catedral, donde cumplió su ciclo sin pena ni gloria.

 

Aún hay más. En 1991 el gobierno municipal de Mérida, encabezado por la panista Ana Rosa Payán Cervera, clausuró la exposición colectiva Cuerpos al azar días antes de su inauguración en el Instituto Cultural de Yucatán. La exposición censurada se trasladó al Festival de Arte Erótico del Centro Cultural Los Talleres, en Coyoacán. En 1995 el pintor Sergio Dávila, entonces becario del Fonca, inauguró su exposición Habitantes del coito en el Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce de Morelia, Michoacán. No se montaron varias obras por su contenido erótico. El artista protestó públicamente y la crítica de arte Teresa del Conde lo defendió en un artículo en La Jornada. En 1995 el ayuntamiento panista de Veracruz intentó cancelar la Segunda Semana Cultural Lésbico Gay en la Casa de la Cultura Salvador Díaz Mirón. El titular de Educación y Cultura del municipio lanzó una campaña homofóbica en los medios y el director de la Casa de la Cultura fue despedido. Y en 1997 el ayuntamiento panista de Aguascalientes se pronunció en contra de una exposición fotográfica de desnudo femenino de Carlos Llamas Orenday en la Galería de Artes Visuales. Grupos conservadores de la entidad apoyaron la medida del cabildo porque consideraron que la muestra era “obscena”.

 

Ya vimos hacia dónde se dirigen los disparos inquisitoriales contra el arte en México y quiénes son los inquisidores dispuestos a defender las “buenas costumbres” en contra de los artistas que utilizan “indebidamente” íconos religiosos y emblemas patrios, o se atreven a exhibir desnudos “inmorales”. Para muchos burócratas y funcionarios de escasa materia gris, estos temas les provocan de suyo reacciones de sospecha, cuando no de rechazo visceral. Por supuesto, se puede entender que alguna obra artística ofenda la sensibilidad de los creyentes, pero la libertad creativa es algo que todos debemos defender (ante todo: el derecho de cualquiera a disentir). Hay que condenar el terrorismo islámico que atenta contra las libertades, pero también condenar a los intolerantes —más papistas que el Papa, más cristeros que cristianos—, que tenemos en casa. En este momento todos somos Charlie Hebdo, pero hay que denunciar la intolerancia donde quiera que se presente.

 

*Fotografía: Yoshua Okón, Freedom Fries: Naturaleza muerta, videoinstalación, 2014 / Stephanie Zedli.

 

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