Dominga Sotomayor y el estío hastiado
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Martín y Eli pasan sus vacaciones en la costa argentina. Entre lecturas de horóscopo, infusiones de mate y divagaciones sobre su futuro, reciben a la madre de Martín, quien complica su relación con Eli hasta los límites de la ruptura
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En Mar (Argentina-Chile, 2014), acogotante film minimalista 2 en escasos 60 minutos compactos de la chilena santiaguina con formación católica universitaria pero fílmicamente radical de 28 años Dominga Sotomayor (primer largo: De jueves a domingo 12), con guión suyo y de Manuela Martelli más sus dos intérpretes protagónicos, el azotadísimo treintón barboncillo con tatuaje barroco en el hombro derecho Martín (Lisandro Rodríguez) habla por celular en gran acercamiento frente a una calle veraniega en profundidad de campo, se descubre preocupado a causa de la falta de papeles del auto cedido por su familia, sostiene su primera riña dentro del vehículo en cuestión con su linda desglamourizada pareja de 32 años Eli (Vanina Montes), aunque ambos obsedidos con engendrar pronto un bebé, y enfilan hacia un acogedor bungalow de playa durante lo que será una estadía idílica si bien arrutinada en el socorrido balneario clasemediero argentino de Villa Gesell, donde un anónimo vecino chileno (el también aquí fotógrafo Nicolás Ibieta) habla monotemático sobre la legalización burocrática de autos y en la colectiva fogata nocturna sólo se platica de temprana congelación de óvulos para posterior inseminación, exacto los dos temas que confrontan a la mal avenida pareja treintañera en vías de tensa disolución, mientras ésta disfruta de las intensidades cambiantes de su bien compartida soledad entre dos, hasta que les cae de visita intempestiva la alcohólica madre transa del buen Mar (Andrea Strenitz) que ipso facto organiza un falso robo al interior de su auto para tramitar con apoyo de la comisaría flamantes papeles que reemplacen a los inexistentes, imponiendo así su activa pasiva presencia ebria y conflictiva que se revelará aún más perturbadora funesta que la temible caída de un rayo auténtico sobre el lugar, del que todos saldrán huyendo, cada quien por su lado, para lograr la desintegración artera de ese inestable núcleo en el estío hastiado.
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El estío hastiado se basa en gran medida en la improvisación de sus dos formidables actores principales, a quienes por consiguiente se les concede el crédito de coguionistas, porque aquí de lo que se trata es de ahondar y aprehender como algo grandioso brutal cada inadvertido instante significativo, en medio de la tibieza y el sopor cotidianos como si se tratara de una definición espontánea e inmediata de las esencias vivenciales de los personajes en situación adversa o condescendiente conversada, en juego indefinible y en misterio insondable, apenas interactuando entre sí en patéticas escenas de cama indolente o con los demás alrededor suyo, llegando el sentimentalmente abandonado varón a tomar cual confesionario viviente para sus desahogos verbales a un precoz chiquitirrín de tres años que cree en la reencarnación animal (“Ya no quiero estar aquí”), similar a la que aspiran esa cineasta Sotomayor autocondenada a rodar siempre la misma película (en rigor Mar semeja una respuesta mimética a la familia desolada en vacaciones De jueves a domingo de Dominga), tanto como la misma secuencia de ahogo marítimo o en la diminuta piscina bungalera ese héroe apodado Mar como el reposante hedonista ámbito específico que espera recibirlo en vano y como el irónico título del filme que contiene a los dos, y tanto como la misma escenita irritante montada por la progenitora invasiva.
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El estío hastiado sólo puede ver con un poco de indulgencia a su lamentable héroe tañedor de guitarrita folclórica, así sea desglandulado (“Me voy al agua, ¿me mirás?”), de rodillas ético-sociales-familiaristas y arrinconado hasta por sí mismo, pero nunca otorgarle beneficio moral ni compasivo alguno a esa insatisfecha novia frustrada que se la pasa leyendo horóscopos en voz alta cual si fueran sentencias sintéticas de un coro helénico por fin accesible para su egoísmo presuntamente espiritual (“Yo también quiero estar tranquila, sentirme bien, tener hijos no es pensar en algo material”), pero nunca concederle humanidad posible a esa descompuestamente trompuda madre veterana güereja Strenitz vuelta instantánea caricatura grotesca de todas las madres abusivo-posesivas-castrantes latinoamericanas.
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El estío hastiado construye su dramaturgia sorda a leves toques de inquietud, en tanto que todo en su derredor más cercano a la trastornada vida íntima parece desmoronarse, haciendo que reine esa extraña inquietud e incomodidad en aumento que sienten dos amantes prácticamente examados cuando ocupan a la fuerza el mismo espacio sin poder ya sentir las mismas cosas, adquiriendo en conjunto, al lado del incólume verano trastocado, una especie de sensación general tan depurada cuan enigmática, donde el espionaje hacia la oscuridad cerrada desde atrás de un visillo desvelado o el distante sonido de la alarma de un auto a modo de leit motiv simbólico, pueden percibirse como un dominio cotidiano observacional en el que lo más familiar y trivial, plantar una sombrilla de dos piezas sobre la arena o acudir a un dispensario de guardia para atender una gripe innegablemente psicosomática masculina, resulta la escalada caótica de una saturación de signos de amenaza intangible, pues desde el inmovilizador hiperrealismo extremo de Jeanne Dillman (Chantal Akerman 75) todos sabemos que una ruptura de rutina puede ser mortal, o de seguro catastrófica para subjetividades de antemano acorraladas.
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Y el estío hastiado desemboca finalmente en el régimen agitado de la madre que parte furiosa antes del alba, los travellings que arremeten contra el hiperdependiente conductor masoquista fuera de sí, las solarizaciones cegadoras, el auto expiatorio alter ego que se incendia inerme en despoblado, el aventón misericordioso en motocicleta y los rostros devastados con gesto de aquí no ha pasado nada porque ha pasado todo, acordes con los nuevos definitivos definitorios recursos ya habituales del cine minimalista conosuriano, mientras se oye el malvado canto en off: “Juntos a cualquier lado”.
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FOTO: Mar, con Nicolás Ibieta, Vanina Montes y Andrea Strenitz, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 7 de septiembre. /ESPECIAL