La última travesía de Domingo Villar
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La literatura policiaca española tiene en la pluma de Domingo Villar a uno de sus máximos exponentes, un autor de best sellers que dialoga a la perfección con la oscuridad de nuestro tiempo
POR HUGO ALFREDO HINOJOSA
Conocí la obra de Domingo Villar por la película La playa de los ahogados, entretenida por supuesto, aunque que hay rasgos notables de la novela que se pierden en la traducción a la imagen, como la tensión sin tregua para el lector. A pesar de ello, el ejercicio fue afortunado y mantuvo viva esa tradición latente desde los años 40 del siglo XX, de trasladar al cine tramas literarias oscuras de autores como Raymond Chandler y Jim Thompson, quienes descubrieron en la intriga y el suspenso la argucia existencialista e ideal para representar la condición humana sin la negación y resistencia del espectador-lector.
En la historia de la literatura policiaca existen, por lo menos, tres obras cardinales llevadas al cine que cautivaron a la generación de la posguerra, esa que marchaba hacia la búsqueda ontológica que daría sentido al nuevo orden mundial milico dirigido hacia la Guerra Fría. En principio, El halcón maltés de Dashiell Hammett, dirigida en 1941 por John Huston, es considerada el pilar del género noir a nivel mundial, y es el diorama habitado por el detective Sam Spade (Humphrey Bogart), metáfora de la justicia idílica y la esperanza del momento.
El tercer hombre escrita por Graham Greene (quien primero redactó una noveleta para poder estructurar el guion que precedió a la versión final de la novela), estelarizada por Orson Welles y filmada por Carol Reed en 1950, expone un mundo corrompido por la guerra, el cual elimina el romántico triunfalismo de los aliados ante la mirada de los espectadores ingleses y estadounidenses ajenos a los campos de batalla. Por último, Sombra del mal de Whit Masterson (pseudónimo de Robert Allison Wade y H. Bill Miller), llevada al cine por Charlton Heston y Orson Welles en 1958, narra el resurgimiento del crimen organizado en Estados Unidos y su relación con la justicia, que rompe con la ilusión conservadora del patriotismo. Estas novelas parten de la realidad decadente de su tiempo para trastocar las buenas conciencias con las infinitas posibilidades de la ficción contra el mundo feliz.
Sin revelar demasiado la trama de El último barco, de Domingo Villar, es posible decir que en ella se abordan los secretos profundos del ser humano; indaga en la clandestinidad de sus personajes para mostrar al lector que todos, de una u otra forma, guardamos pasiones que escandalizarían o devastarían a nuestros seres más allegados… y ese también es nuestro derecho. Villar retoma la figura de Leo Caldas, protagonista de Ojos de agua y La playa de los ahogados, un detective que ahora se ve involucrado en la búsqueda de Mónica, la hija de un médico de la región de Moaña en Pontevedra. Aunque no lo acepte del todo, las novelas del autor gallego, desatan con su narrativa escenas que es necesario apreciar más allá del papel, escenas que se traduzcan en imágenes en movimiento y capturen como el noir clásico la esencia de su época. Caldas es un personaje parecido en determinación mas no en acciones, a Anton Chigurh de la novela No Country for Old Men de Cormac McCarthy, un ser apacible en el exterior, pero con una personalidad interna revolucionaria que por el cumplimiento de su deber es capaz de navegar lo mismo mar adentro que surcar los bosques y desiertos.
Domingo Villar entreteje y desmenuza las posibilidades del drama paso a paso, es un escritor paciente que seduce al lector para llevarlo lentamente al laberinto de sus tragedias que nos agobian y obligan a estudiar con detenimiento.
En las novelas que has escrito hablas de tu tierra como un punto de partida donde creas atmósferas abstractas, esos mundos violentos que encierran misterios y desasosiegos. ¿Cómo puede tu lugar de origen, por obvio que parezca, marcar las pautas de tu trabajo literario?
El primer motivo es emocional. Vivo en Madrid, a 600 kilómetros de mi tierra y del mar. Escribir acerca de Galicia me permite estar de vuelta cada día a través de esa vida prestada que siempre supone la escritura de un libro. Por otro lado, la costa gallega tiene todo lo que requiere un escenario de novela negra: un litoral lleno de recovecos, playas de arena blanca, un mar que en ocasiones es manso y en otras muy bravo, ciudades junto a paisajes rurales, puertos por los que puede entrar cualquier mercancía, una frontera próxima, unos habitantes que valen más por lo que callan que por lo que cuentan…
En este momento histórico estamos frente a un repunte de la novela negra y policiaca, en todo caso, inclusive las series televisivas disfrutan de ese, no digamos descubrimiento, pero sí tendencia. ¿A qué podríamos adjudicarle este renacer de historias y estilos?
Supongo que la proliferación se debe a que editoriales y cadenas de televisión perciben que las historias policiales encuentran cada vez más aceptación entre lectores y espectadores y les proporcionan más espacio en los catálogos. Tengo la teoría de que, en los tiempos inciertos que vivimos hoy, estamos ávidos de historias que ofrezcan esperanza. La mayoría de las novelas negras, pese a que las tormentas dejen heridas de hondas cicatrices, prometen que al final de la historia va a llegar la calma.
¿Cómo decidiste que tu forma de explicarte, por lo menos, cierta parte del mundo sería a partir de este género literario? ¿Qué te impulsa a la creación de estos universos?
Como autor tendente a la dispersión, me encuentro más cómodo si la trama me marca un camino, con un principio y un fin señalados por detonante del caso policial y su resolución. Por otra parte, hace años que algunos de mis mayores me hicieron ver que desde el género negro se podía escribir literatura culta, emotiva, que mirase al interior de las personas y que retratase con rigor la sociedad en la que se desarrolla.
La lectura de autores como Vázquez Montalbán o Andrea Camilleri, que desde las calles de Barcelona o desde un rincón del sudeste siciliano contaban cómo era el mundo de una forma profundamente humana: emotiva, valiente, irónica y culta. Ellos me confirmaron aquello que sostenía el poeta Miguel Torga: “lo universal es lo local sin paredes” y me impulsaron a querer ambientar mis libros en las poblaciones de la costa gallega.
¿Al leer, en este caso, El último barco y retomar la aparición del inspector Caldas, cómo abordas la transformación de un personaje tan complejo como éste, que pareciera llevar todo el peso mundo a cuestas. ¿Cómo has hecho para transformarlo a lo largo de los años y que aún sea funcional, un motor de tu trabajo?
Yo diría que no lo he ido transformando, sino que lo he ido conociendo cada vez más íntimamente durante estos años de convivencia. A través de los ojos de Leo Caldas he aprendido a dejar a un lado las urgencias para centrarme en las cosas importantes. En El último barco, Caldas está atravesando ese momento tan perturbador para un adulto en el que los padres dejan de ser un refugio para convertirse en una preocupación.
En esta última novela podemos ver que tienes una estructura definida, con matices exactos en lugares predeterminados que van marcando la pauta en la tensión. ¿Qué modelos retomas o cómo construyes cada instante, es decir la acción dramática general?
Me documento exhaustivamente para cada novela, pero no tanto en el trabajo policial, como en el ambiente en el que quiero sumergir el libro. Para escribir El último barco pasé muchas horas con los maestros artesanos de la Escuela de Artes y Oficios de Vigo, con mendigos, con terapeutas de personas con trastornos del espectro autista, con marineros… Antes de empezar la primera página, mi mesa estaba repleta de cuadernos, notas y esquemas en los que había delimitado el escenario y bosquejado los personajes. Sin embargo, tan pronto como empiezo a escribir me olvido de las notas: la literatura toma el mando y pocas veces me ciño al plan inicial. Prefiero que todo ese conocimiento previo se torne en emociones que pueda transmitir al lector a quien cuento la historia.
¿Qué pasa con el tiempo, por qué esperar tantos años entre una novela y otra, diez, si no me equivoco?
Porque unas veces los libros salen bien a la primera intentona y otras veces no. En el año 2013 tenía un libro casi terminado, un manuscrito de unas 500 páginas con título (Cruces de piedra), cubierta y fecha de publicación. Sin embargo, al releerlo me pareció que no tenía la hondura necesaria y decidí desecharlo y comenzar de nuevo. No tengo un compromiso de escribir mis novelas en un plazo determinado y prefiero no entregarlas hasta estar satisfecho con mi trabajo. Pese a la tardanza, estoy contento de la decisión tomada: El último barco se parece bastante al libro que yo pretendía escribir.
Hay escritores para quienes la escritura es una forma de explicarse el mundo, o comprender el comportamiento de aquello que los rodea. ¿Qué intentas descubrir con tu escritura, o qué intentas criticar?
Yo no soy un intelectual. No tengo voluntad de trascender ni de moralizar a un lector. El mío no es más que un oficio artístico, un trabajo artesanal que no cambiaría por ningún otro. Del mismo modo que un luthier construye instrumentos musicales eligiendo las maderas, yo elaboro mis historias escogiendo bien el ambiente y los personajes, que son los ingredientes con los que he de componer mis novelas. La receta es la misma para el luthier que para el escritor: dedicar a la obra el tiempo y el cariño que exija.
¿Leo Caldas es un tipo que apuesta por la justicia, por decirlo de alguna manera, por supuesto ese es su trabajo, pero acaso a través de él intentas plantear una postura filosófica con respecto a la violencia, el crimen, la naturaleza humana misma?
Estoy de acuerdo en que, más que el cumplimiento estricto del deber, lo que mueve a Leo Caldas es una mirada compasiva del mundo. Es consciente de que puede aminorar el dolor de los que se ven afectados por un crimen y a ello dedica su esfuerzo, a tratar de comprender, de escuchar y, en la medida de lo posible, de reconfortar. Para él, la resolución de un caso complejo no es una medalla con la que adornar su expediente sino un bálsamo para el dolor de las víctimas.
¿Qué es para ti la violencia, el crimen en sí mismo?
El crimen me ofrece la posibilidad de explorar la naturaleza íntima de la gente, esa que sólo asoma en los momentos más amargos. Sin embargo, en mis libros no me recreo en los crímenes violentos ni en las escenas escabrosas. Sé que violencia está latente en todos lados, pero prefiero centrarme en ahondar en los efectos que produce que describir la violencia en sí misma. Tampoco me detengo en las razones que mueven a actuar a criminales compulsivos, sin embargo me interesa conocer los mecanismos que llevan a comportarse de manera violenta a ciudadanos de vida hasta entonces apacible.
¿Ha influido en cine en tu escritura?
De modo consciente, no. Pero seguro que de alguna manera ha debido de influirme, como me habrá influido la música y el teatro.
¿Desde tu punto de vista, cuál es el futuro de la literatura, hacía qué destino apunta con respecto al mundo digital que cada vez gana más terreno?
Es difícil de prever. Hoy se está produciendo un trasvase de buenos lectores que están abandonando la lectura para consumir compulsivamente series de televisión. Las series ofrecen un ritmo más pausado que el cine y permiten conocer a muchos personajes con intimidad. Tengo la sensación de que una buena serie libera una endorfina semejante a la que se libera con un buen libro. En ambos casos cuesta resistirse a la avidez que nos impulsa a ver (o leer) un capítulo más.
En cuanto al futuro, creo honestamente que estamos perdiendo la batalla de los jóvenes. Leer es un trabajo, aportar la fantasía propia a la historia de otro conlleva cierto esfuerzo, y tengo la sensación de que muchos de los que han nacido en esta nueva era tecnológica que apenas empieza no están dispuestos a que su ocio les obligue a trabajar. Seguirá habiendo lectores, pero creo que serán muchos menos.
¿Qué opinas de la política española del momento, del referéndum catalán, cómo ves a tu país con respecto del resto de la Unión Europea?
Creo que, a pesar de sus defectos, en pocos lugares del mundo se vive tan bien como en España, en pocos países hay tanta libertad, tanta seguridad y tanta alegría. Me parece que se deberían fomentar las buenas noticias, las que llevan a la concordia frente a las que sólo generan crispación y enfrentamiento. En Barcelona me siento en casa.
Me da pena que haya gente –amigos míos, también– deseando verme convertido en extranjero. Es un empeño lícito, por supuesto, pero en un mundo cada vez más pequeño no acierto a entender los motivos.
Me temo que tanto los medios de comunicación como los políticos (muchos de ellos inmersos en escándalos de corrupción) tienen gran responsabilidad en lo que está sucediendo. En mi opinión, el “asunto catalán” que se pretende mostrar al mundo como un problema de los ciudadanos de Cataluña con los del resto de España es, en realidad, una división entre unos catalanes que pretenden una cosa nueva y otros catalanes que quieren quedarse como están.
FOTO: La playa de los ahogados, de Domingo Villar (en la foto), fue adaptada al cine en 2015, bajo la dirección de Gerardo Herrero./Fernando Villa del Angel / EL UNIVERSAL
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