Dos autores revalorados

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Los compositores Mieczyslaw Weinberg y Samuel Coleridge-Taylor son rescatados en dos discos que destacan las siempre esperadas nuevas lecturas de los ejecutantes

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POR IVÁN MARTÍNEZ
Ya se sabe que mi primer instinto al juzgar un nuevo álbum es la posibilidad de, si no se trata de repertorio tradicional que deba aportar nuevas lecturas o los que registran obra nueva, descubrir, revalorar o revelar ciertas músicas injustamente relegadas de aquel canon establecido. Las razones siempre pueden ser muchas para que eso sucediera: obras raras por su instrumentación, obras de compositores establecidos que permanecían en baúles, compositores recién descubiertos, personajes a quienes las razones de sexo, política o “raza” la sociedad y la historia fueron excluyendo, etcétera.

 

 

Weinberg: ReVIOLAtion
El juego de palabras en el título del disco debut del joven violista polaco Krzysztof Komendarek-Tymendorf (1988) es probablemente el más atinado que haya conocido en mucho tiempo: reVIOLAtion (Naxos, 2020). No sólo presenta repertorio consistente para viola sola, lo que siempre es una revelación en sí misma, sino que, intereses personales aparte, gira en torno a un compositor que, hasta hace un par de años, permanecía en el total olvido o desconocimiento para la mayoría: Mieczyslaw Weinberg (1919-1996).

 

 

No es que gire en torno a él, pero está al centro (y su obra es la que ocupa la mitad de la duración total del disco) y el programa como concepto es un círculo perfecto que cierra bien desde el punto de lo polaco, bien desde el punto de un pedazo de la historia de la viola. Bien desde el punto de vista de lo necesario a revaloración, a la reconsideración, a la revisita. A la justicia.

 

 

Además de Weinberg, presente a través de su Tercera sonata para viola sola, op. 135 y que en su atareada vida fue cobijado artística, amistosa y políticamente por Shostakovich, está Fyodor Druzhinin (1932-2007), más famoso como violista que como compositor y a quien tanto Weinberg como Shostakovich dedicaran sus obras (de éste, particularmente su última obra, la Sonata para viola y piano, op, 147); de él se escucha su Sonata para viola de 1959.

 

 

Tras esas dos obras fuertes, hondas y de talante desgarrador, el programa lo cierran dos obras de amplitud virtuosa: como inciso violístico, el obligado Capricho en do menor, op. 55, “Homenaje a Paganini”, de Henri Vieuxtamps (1820-1881); y del lado polaco, el Kaprys polski (Capricho polaco, original de violín), de la prominente compositora Grazyna Bacewicz (1909-1969), en versión para viola de Jerzy Kosmala.

 

 

En manos de este violista polaco, en este repertorio se revelan posibilidades sonoras versátiles de este instrumento, de la que ya alguien alguna vez dijo que idealmente se podría ejecutar con la viveza del virtuosismo de un violín y con la emoción del peso acústico de un violonchelo, pero, sobre todo, la profunda y concentrada expresividad, a veces resignada y dolorosa, siempre enérgica y viva, de estos compositores.

 

 

Weinberg, como se ha venido diciendo hace tiempo, vive un momento estelar desde su centenario hace un par de años en que otros intérpretes, como los violinistas Linus Roth o Gidon Kremer y la directora Mirga Grazynte-Tyla se han vuelto promotores incansables de su obra.

 

 

Desde hace tiempo también pero de manera muy intensa durante el 2020 a partir del relanzamiento del movimiento Black Lives Matter en los Estados Unidos, los artistas afrodescendientes –los del pasado y los actuales– han vivido una especie de revalorización que debe ser bienvenida y atendida: viene en forma de nuevas oficinas para la atención de la diversidad racial en compañías de ópera y ballet, de constantes discusiones públicas sobre su inclusión desde la educación temprana, de comisiones y programaciones en el futuro inmediato, y de producciones discográficas desde las que se revisa su obra.

 

 

Uncovered: Coleridge-Taylor
De estas últimas, me detengo en el álbum del Catalyst Quartet junto al pianista Stewart Goodyear y el clarinetista Anthony McGill dedicado al compositor inglés Samuel Coleridge-Taylor (1875-1912), donde se ofrecen sus quintetos con piano (op. 1) y con clarinete (op. 10) y en medio las Cinco piezas de fantasía, op. 5 para cuarteto: Uncovered vol. 1 (Azica, 2021).

 

 

Las tres obras, juveniles, pero de solidez constante, comparten la cohesión de su escritura camerística, con líneas bien amarradas entre sí, indisolubles, y confluyen en su espíritu brahmsiano con una energía bien vibrante y pastoral alla Dvórak. La interpretación emocionalmente justa del cuarteto solo, como con Goodyear y McGill, quienes suenan a la vez intensos que delicadamente sofisticados en su canto, es superior, y no puede uno más que esperar los siguientes volúmenes del proyecto: enseguida con Florence Prince y luego en un programa donde coincidirán Coleridge-Taylor, William Grant Still y Joseph Boulogne.

 

 

Es anecdótico pero importante mencionar que, gracias a este boom en las artes escénicas, una de las integrantes del cuarteto, Jessie Montgomery, se haya encontrado en un momento expansivo de su presencia paralela como compositora, que, apenas presentado el álbum, abandonó el cuarteto para concentrarse en esa labor.

 

 

Pero retomando a Weinberg y Coleridge-Taylor, y pensándola a ella, y a Tania León, y al Chevalier de Saint-Georges, y a tantos otros, ojalá también nuestras orquestas y programadores comiencen a pensarlos como creadores universales más allá de los motes racistas por los que fueron conocidos. Sus catálogos son amplios en contenido, profusos en variedad, y distinguibles en sus aportaciones artísticas y formales.

 

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