Dramas familiares
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Las memorias de Rita Macedo son completadas por su hija Cecilia Fuentes, quien hace su propio aporte literario para reconstruir la vida de la actriz, musa de cineastas y escritores
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POR JAVIER MUNGUÍA
Tras 50 años de la trágica desaparición de Irène Némirovsky a manos de los nazis, vieron luz las memorias que no llegó a escribir, “soñadas” por su hija Elisabeth Gille. Armada con documentos públicos e inéditos, testimonios y los propios libros de Némirovsky, de manifiesta inspiración autobiográfica, Gille inventa en El mirador (1992) una voz para que su madre cuente su historia en primera persona; en cambio, se reserva para sí la tercera persona y narra, en breves pasajes, sus recuerdos de infancia, cuando junto a su hermana fue perseguida y casi alcanzada por las tenazas antisemitas.
La estrategia no es idéntica a la que Cecilia Fuentes emplea para completar las memorias de su madre, la actriz Rita Macedo (1925-1993), 26 años después de su muerte, pero hay un aire familiar entre ambas. Mujer de papel. Memorias inconclusas de Rita Macedo (Trilce, 2019) está basado en la autobiografía que Macedo escribía antes de suicidarse. La labor de su hija no se circunscribe a la recopilación y edición, como anuncia el volumen: implica coautoría. Cecilia corrige y ordena, pero también aporta textos que abren y cierran el volumen, agrega anécdotas y contexto a los recuerdos de Macedo y llena lagunas: “… me mimeticé totalmente con mamá, con su manera de hablar, su gracia, su sentido del humor y hasta su altanería (…) para poder plasmar en papel a una Rita fresca y verídica” (p. 12).
Hay también un cooperante involuntario: el escritor Carlos Fuentes (1928-2012), tercer esposo de Rita y, según queda explícito, el amor de su vida. Ante la imposibilidad de citar las cartas y postales de su padre de forma directa por cuestión de derechos, la hija de ambos los integra parafraseados al relato de su madre. Además de profusas fotografías, el libro incluye los simpáticos dibujos que Fuentes pergeñó para Rita y Cecilia, así como una sección de testimonios sobre la actriz escritos ex profeso por familiares y allegados, y una lista detallada de los trabajos de Macedo en cine, televisión y teatro. Es de resaltarse el cuidado con que Cecilia ha ensamblado las piezas para contar la historia de su madre y la vida en común de sus padres sin sucumbir a la tentación de retratarlos mejores de lo que fueron o de ocultar el daño recibido. Como puede inferirse, el resultado es también una obra colectiva y un retrato de familia.
“Inconclusas” no es un adjetivo que haga justicia a estas memorias. Ignoro qué tan acabadas las dejó su autora; llegan hasta nosotros, en todo caso, como un relato completo, que va de los primeros recuerdos de Rita hasta su decepción final. Sin ser obra de escritoras profesionales, y pese a algunos tropiezos de sintaxis, el libro se lee con fluidez: con buen tino narrativo, no se demora en nimiedades y sigue los hechos centrales de su protagonista, lo que no obsta para que esté salpicado de anécdotas breves, como chispazos, de personajes de la política, el entretenimiento y el arte, sobre todo del cine, que Macedo trató o se cruzó alguna vez: María Félix, Pedro Infante, Mauricio Garcés y Pedro Armendáriz, entre ellos.
Mujer en papel está lejos de ser el libro de una pecadora arrepentida o un ajuste de cuentas ante agravios recibidos. No es que falten aquí la infidencia ni la maledicencia, pero el designio principal no parece ser el autoflagelo o la venganza. Más bien, la confesión de un fracaso. Conocemos a una niña cuyos recuerdos más remotos revelan abandono: si el padre fue una figura ausente, la madre la confinó a internados desde la edad más temprana, y cuando Macedo llegaba a tratarla, ávida de amor materno, era para recibir de ella humillaciones por ser “prietita” o “tontita”.
De esa experiencia ingrata, Rita no parece haber aprendido gran cosa, pues lejos de alejarse del patrón, lo repite al ser madre ella misma y delegar la responsabilidad de sus primeros dos hijos, Julissa y Luis de Llano, en sus suegros y su madre, respectivamente, para dedicarse a su carrera de actriz. Y no sólo eso: quien fuera discriminada por su color de piel y testigo de que para su madre “el único logro admirado era obtener dinero” (p.18) se disgusta cuando su hija Julissa, en sus pininos en el mundo del espectáculo, incorpora a su grupo musical a algún joven “mal vestido y de rasgos indígenas”, “prietito” (p. 197). También se vuelve una jueza implacable del aspecto de su hija: “Hasta Chachita está más delgada que tú. Si subes dos kilos más, en vez de actriz te convertirás en la mujer gorda del circo” (p. 270). Si no leo mal los indicios que da el libro, Julissa sí logra romper con ese modelo maternal.
Según sus confesiones, a Rita Macedo los hechos se le imponen (su profesión, el nombre por el que sería conocida) o se resigna a ellos sin gran convicción (la prostitución, sus primeros dos matrimonios, la maternidad) hasta que se enamora de Carlos Fuentes y lo convierte en el centro de su mundo. Una parte importante de Mujer en papel está dedicada al relato de su matrimonio: el deslumbramiento de Macedo ante el talento literario y el bagaje intelectual de Fuentes; el sometimiento de aquella a la férula de éste con tal de retenerlo, incluida la resignada aceptación de sus numerosas amantes; las idas y venidas de la pareja por varios países y, por fin, luego de quince años de relación (1956-1971), la temida ruptura.
Rita muestra orgullo por sus logros profesionales, como su trabajo con grandes cineastas (en especial, Luis Buñuel, a quien profesó especial cariño y dedica un breve capítulo de su libro) o las piezas de teatro relevantes que produjo y actuó, pero no oculta que nunca fue la actriz que hubiera deseado (p. 282). Como madre, se entiende que no llegó a tener una relación cercana con sus primeros dos hijos: para Julissa fue mánager antes que madre. En cuanto a Cecilia, ella misma nos da ejemplos elocuentes de lo tormentoso y violento de su vínculo.
No es este un relato edificante o reflexivo, sino la exposición sin eufemismos de una vida signada por la soledad y el desencanto que terminó en colapso. Quedan al lector las conclusiones. Es además un documento necesario, con la parcialidad de todo testimonio, para reconstruir un trecho significativo en la historia de Fuentes, quien no nos legó unas memorias y a la fecha no tiene biografía, salvo aproximaciones breves como las de Julio Ortega y Raymond L. Williams.
FOTO: Mujer en papel. Memorias inconclusas de Rita Macedo. Recopilación y edición de Cecilia Fuentes, México, Trilce, 2019, 376 páginas./ Especial
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