Han y Gainza o el espíritu de nuestro tiempo

Ago 15 • destacamos, principales, Reflexiones • 3108 Views • No hay comentarios en Han y Gainza o el espíritu de nuestro tiempo

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Clásicos y comerciales

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POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
Los buenos oficios de mis anfitriones, en el Extremo Oriente, me permitieron saber lo que Byung–Chul Han explica someramente en Shanzhai: El arte de la falsificación y la deconstrucción en China (Caja Negra, 2019). Hace más de una década, por allá, me enteré que los orientales no guardan ningún gusto por las ruinas y sus templos o monumentos milenarios son reemplazados periódicamente por razones de funcionalidad, de tal forma que el dilema entre el original y la copia les es ajeno. Esa lectura, magnéticamente, atrajo a otra: la segunda novela de María Gainza, La luz negra (Anagrama, 2018), que versa sobre la falsificación de arte. Intentaré hacer un paralelo entre estas obras menudas del filósofo coreano–alemán y la crítica de arte argentina devenida en novelista porque, según uno de sus personajes, “la crítica tiene un techo bajo y él era un hombre de estatura elevada”.

 

Nunca ha logrado convencerme del todo Han por razones ya expuestas en estas páginas. Condensada, la filosofía alemana se vuelve paradójicamente incomprensible y el toque sapiencial que Han pone a sus libritos oscila entre la autoayuda y la anagnórisis. La primera suele simpatizarme porque hace años leí que esa sería el género más comprensible, al menos en el otro siglo, para los antiguos griegos y porque admiro al filósofo cuando se baja de la cátedra, acaso porque mis maestros me adiestraron con Ortega y Gasset. Pero si ese afán didáctico se mezcla con la pretendida y oscura revelación, originada en la Escuela de Frankfurt de que nosotros, los “muy–modernos” somos en realidad marionetas ajenas al libre albedrío, manejados por poderes todavía más sofisticados y totalizantes que los de la Iglesia durante el medioevo, suelo salir corriendo en busca de mi ingenua fe en la libertad.

 

Otros críticos nos advierten que a Han ya lo perdimos: abusa, ególatra, del yo y anda de cristiano y jardinero, mala combinación. Mientras ello sucede, volvamos a Shanzhai. Por ser más descriptivo que sus habituales disquisiciones, entre la obra de Han, lo prefiero. Explica sin pontificar que los chinos, particularmente, discrepan del temor platónico a la reproducción como cosa demoníaca. El budismo, arguye Han descalificando a Hegel, no es nihilismo, sino deconstrucción; la obra está vacía, depositaria de contenidos, activa gracias a la mutación y las falsificaciones, desde tiempos de la dinastía Ming, son exaltadas como un arte magnífico que mejora un original insignificante.

 

A esa tesis epocal llega también la brillante novelista argentina, quien es capaz de sembrar un aforismo en cualquiera de sus párrafos.

 

Algo así resalta Patricio Pron en su obra. En La luz negra, la búsqueda de La Negra, falsificadora de la obra de Mariette Lydis, en su día retratista célebre en el Río de la Plata, acaba por ser una mistificación donde el original es no sólo práctica sino ontológicamente, inútil.

 

“¿Una buena falsificación no puede dar tanto placer como un original?”, se pregunta quien narra en La luz negra, “¿en un punto no es lo falso más verdadero que lo auténtico? ¿Y en el fondo no es el mercado el verdadero escándalo?” Han estaría del todo de acuerdo con el personaje de Gainza, incluyendo su escándalo ante el mercado, intolerable para todo filósofo de remota obediencia germánica, sea la de Heidegger, la de Marx o la de los vulgarizadores franceses de Hegel, que son legión.

 

La China de Han me sirve para esclarecerme el relativismo occidental en boga. Hemos perdido el original de casi todas las cosas y la mayoría de los pensadores universitarios predominantes, lo festejan. De un buen tiempo para acá, al menos, en la anglósfera políticamente correcta, casi todos los estudios culturales llevan la palabra “invención” en el subtítulo de sus libros. El mal tiempo, su invención. La caspa, su invención. La comida china, su invención. El general Robert Edward Lee, su invención. El género femenino, su invención, por supuesto. La modernidad antimoderna, su invención. La guerra contra el narcotráfico, su invención. Etc.

 

Se le escapa a Han que lo único inmutable, para los relativistas, es la identidad sexual, étnica, racial, originaria. Ésa, de haber sido inventada, llegó para quedarse, fluida o no. Quizá la muralla china sea lo único que los chinos no han cambiado y si lo hacen, operan sigilosos, trabajan de noche, lejos de los turistas. Cuando le ofrecieron sus formidables guerreros de terracota a un
museo de Hamburgo en 2007, no creyeron importante aclararle a los ávidos curadores que se trataba de una copia. De otra copia. Indignados, los hamburgueses cancelaron la exposición.

 

 

La de Gainza es una novela consecuente con el Arte Contemporáneo, antirretiniana. La mente antes que el ojo. Buscar originales es una pérdida de tiempo, un sinsentido en verdad metafísico, como lo comprueba la cansina y agotadísima falsificadora. No sé si Gainza estará de acuerdo conmigo en que Borges mismo, deconstructivista indolente, fue un adversario victorioso de la originalidad en arte y literatura.

 

Han, tan atrevido como la autora, budista o nihilista según se vea, de La luz negra, incluso dice que la catedral de Friburgo fue construida con una arenisca que de no ser porque es mantenida en estado de restauración permanente, ya hubiera desaparecido y en pocos años será china pues el último de sus tabiques originales, llegará a ser sustituido por una copia. Seguro Han no olvida que su querido Heidegger fue el rector nazi de Friburgo, pero fue sustituido por completo, como lo será su catedral.

 

Los chinos se ofenden porque los estudiosos extranjeros no los consideran tan antiguos como ellos presumen serlo y acaso la respuesta la tiene Han. Antes que nadie, inventaron la posverdad en la que algunos tiranos y sus prosélitos se empeñan en asfixiarnos, a través, precisamente del “shanzhai”, neologismo chino que según los editores de Han, “desestima su estatus de originalidad” y equivale a fake. Falsificación orgullosa de serlo que mejora o subvierte una bolsa de Gucci, un volumen de la Pléiade, cualquier teléfono celular, la democracia liberal entera, tu compu, unos tenis Nike, mi Aqua di Giorgio, lo que sea, como lo habrá corroborado cualquier turista codicioso y avaro en Pekín (no me pongan Beijing porque saco mi libro rojo de Mao y lo empuño). Y lo haré con la autorización de Han, quien me ofrece mi siempre anhelada propina política: “El propio maoísmo chino fue un marxismo shanzhai” porque “su capacidad de hibridación hace que el capitalismo chino se apropie del turbocapitalismo”.

 

Aquí el “peligro amarillo” temido por mi abuela, tan racista, alcanza la alerta máxima: los chinos fueron “shanzhai” desde el principio de los tiempos cuando no fue creado el mundo, sino su copia, lo cual, en el fondo no es tan mala noticia pues nos devuelve, por las buenas, a Platón: somos la sombra de los esclavos de la caverna. Tan lejanos aparentemente, a María Gainza, con La luz negra y a Byung–Chul Han, con Shanzhai, los une el mismo zeitgeist: idéntico espíritu del tiempo. De ser encontrados ambos libros como únicos testimonios escritos de nuestros días, –uno en español, otro en alemán–, le darían a los sabios de los siglos venideros una datación más o menos precisa de la humanidad hacia 2020, la edad en que todo fue una copia, orgullosa en su incesante metamorfosis, ajena a la verdad si esta se emparenta con cualquier forma de originalidad, esa superstición romántica.

 

FOTO: La escritora argentina María Gainza obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2019, por su novela La luz negra./ Rosana Schoijett/Cortesía Anagrama

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