¿Dios es un computador con inteligencia artificial? Entrevista con Edmundo Paz Soldán

Jul 23 • Conexiones, destacamos, principales • 2600 Views • No hay comentarios en ¿Dios es un computador con inteligencia artificial? Entrevista con Edmundo Paz Soldán

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La vía del futuro, colección de cuentos de ciencia ficción del escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, aventura escenarios en los que la humanidad sucumbe a la adoración de las máquinas

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POR PABLO CONCHA /EL TIEMPO-GDA

Pocos autores tienen la capacidad de estudiar el presente y ofrecer escenarios de lo que podría deparar el futuro. En la literatura anglosajona existen ejemplos notables: J. G. Ballard y William Gibson, que en novelas como El mundo sumergido o Neuromante anticiparon el surgimiento de internet, la conectividad constante o el apocalipsis climático. En nuestro idioma es difícil encontrar escritores que se desenvuelvan tan bien en el campo de la ficción especulativa como el boliviano Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967).

 

Paz Soldán es de esos apellidos que llevan décadas sonando en el mundo literario, desde la publicación de McOndo (1996) y las antologías Se habla español (2000) y Bolaño Salvaje (2008), de las cuales fue coeditor (la primera junto a Alberto Fuguet y la última con Gustavo Faverón), hasta Allá afuera hay monstruos (2021); y es sinónimo de ficción especulativa de alta calidad y de los pocos que han logrado publicar sus historias en la mayoría de editoriales importantes en español. Enumerar su trayectoria, colaboraciones y premios, así fuera de forma somera, llenaría un artículo entero: Río fugitivo (1998), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014), Los días de la peste (2017), etc.

 

En su nuevo libro, La vía del futuro (Páginas de espuma, 2021), los lectores van a descubrir una serie de historias que describen una realidad que podríamos estar viviendo o llegar a vivir en un período de tiempo muy cercano. En el cuento que da título al libro nos encontramos con una iglesia que le rinde culto a una inteligencia artificial y cuyo fundador desaparece, dejando más preguntas que respuestas. Un holograma que dirige una fábrica empacadora de bananos en la selva de Bolivia; un comerciante cuya afición por los androides empieza a aislarlo de su familia; un astronauta que empieza a verse afectado por ondas electromagnéticas provenientes del sistema Alfa Centauri; drogas bañadas en los rayos X de un sincrotrón que pueden llevar a otra dimensión.
Las máquinas están presentes en casi todos los cuentos, en mayor o menor medida, en una coexistencia en apariencia normal que sin embargo esconde un temor expresado en el primer relato de esta colección: “La cosa es así: cuando las máquinas sean los nuevos amos de la Tierra se acordarán de cómo las tratamos. Si las tratamos bien, con respeto y adoración, nos tendrán en alta estima y nos darán un lugar en sus vidas. Serán como nosotros con los perros y los gatos. Y si nos portamos mal con ellas, se vengarán de nosotros y puede que incluso quieran eliminarnos”.

La vía del futuro

 

 

Teniendo en cuenta la forma como la tecnología domina la vida de muchas personas, una iglesia dedicada a adorar una inteligencia artificial (como en el cuento que le da título al libro) no suena tan descabellado. ¿Cuánto falta para que esto sea una realidad?
El cuento está inspirado por una noticia que leí en una revista, y que hablaba precisamente de un ingeniero de Silicon Valley que había sacado un permiso de la oficina de impuestos para crear una iglesia de la inteligencia artificial. Al final la idea no prosperó, pero cuando leí la noticia pensé que en el cuento yo podía trabajarla como si hubiera ocurrido. Después de todo, de alguna manera, nos postramos ante la inteligencia artificial todos los días. No hay una iglesia oficial, pero ya somos los feligreses obsesivos de un culto.

 

 

Uno de los te   mas que recorren la mayoría de los cuentos es la manera como las nuevas tecnologías están cambiando la psique de las personas y la forma de relacionarnos. ¿Su labor como docente le ha permitido atestiguar algo de esto?
Bueno, puedo ver los cambios en mí mismo. Espacios en mi cerebro que estaban dedicados a la memorización de datos o a orientarme en una ciudad ahora los utilizo para otras cosas, pues las nuevas tecnologías me han liberado de ciertas prácticas. La enseñanza me permite no ser tan presentista, a la hora de preparar un curso lo organizo en torno a textos y autores que abrieron el camino y me ayudan a entender este presente. Por dar un ejemplo, los cuentos de Horacio Quiroga sobre espectros conectados con el medio del cine a principios del siglo XX son muy útiles para ver cómo los nuevos medios actualizan o intensifican viejas preocupaciones humanas sobre nuestra relación con las ciencias.

 

 

En la contratapa del libro se menciona al escritor norteamericano Brian Evenson como influencia o afín a estos cuentos…
El género del horror tiende a estar conectado con la cultura popular, con pasiones viscerales. Aunque no toda su obra es así, Evenson tiene algo cerebral en la forma en que trabaja algunas descolocaciones de la psiquis, cosas que a ratos lo conectan más con un Beckett que con un Stephen King. A mí me inspira la forma en que trabaja el desorden mental, el brote psicótico, a partir de ciertas repeticiones en las frases y escenas que van descolocando al personaje lentamente. Me fue muy útil leerlo para enfrentarme a cuentos como el del astronauta o Las calaveras.

 

 

¿Cómo sabe cuándo terminar un cuento?
La idea es comenzar un cuento una escena después de donde debería haberlo comenzado originalmente, y terminarlo una escena antes. Suelo revisar mucho los principios y los finales, buscando cómo hacer más compacto el cuento, cómo conseguir más fuerza a través de la condensación. En “Las calaveras”, por ejemplo, sentí que era un cuento de la tradición gótica, de iniciación a un nuevo mundo, y que el viaje subterráneo debía ser esa iniciación: a la salida esperaba el nuevo mundo. Fui desde el principio sembrando detalles que insinuaban ese mundo por venir. Intuía que el nuevo mundo no debía ser narrado, que el cuento terminaba con su llegada. El del astronauta fue más complejo porque lo veía como un cuento más largo, a partir de una pregunta básica: ¿cómo sería tener un brote psicótico en una estación espacial, muy lejos de la Tierra? En ese cuento jugaba con la idea de que el personaje debía desconocerse, y para ello fui poniendo datos en los otros astronautas que le servirían al personaje principal para irse apropiando de ellos, creando así una nueva identidad prácticamente sin darse cuenta. Me puse a averiguar sobre cómo funciona el cuerpo humano en la estación espacial, y pensé que los quiebres corporales debían tener un correlato psíquico. Lo terminé en una afirmación porque sentí que con eso ya estaba todo dicho: había ocurrido el brote neurótico y no era necesario contar más.

 

 

¿Cuánto tiempo transcurrió desde las primeras versiones de los cuentos incluidos en La vía del futuro hasta que estuvieron listos para ser publicados?
Seis de los cuentos fueron escritos cuatro años antes de su publicación, en la segunda mitad del 2017. Algo pasó en mi cabeza esos meses, venía de un período largo de no escribir cuentos, y de pronto casi todos salieron uno tras otro. Me salieron tan rápido que dudé de que el libro estuviera listo de inmediato, pero sí, apenas tuve la primera versión sentí que formaban parte de un conjunto. Dos años después escribí “Las calaveras”, el último del grupo. Entre el momento en que fueron concebidos y su publicación los fui puliendo y, sobre todo, reforzando las conexiones entre los cuentos, de modo que pudieran leerse de manera independiente, pero que también funcionaran como un todo orgánico.

 

 

La portada del libro es llamativa y misteriosa…
Este fue un amor a primera vista. Tenía la idea de que la portada debía tener algo que ver con el cuento del astronauta, de modo que les pasé a Juan Casamayor, mi editor, y a Paul Viejo, el encargado de trabajar el manuscrito en la editorial, fotos de la Tierra que un astronauta había tomado desde la Estación Espacial. Pensé que esas fotos quizás podían ser intervenidas. Un día me mandaron la imagen del astronauta y la paloma, y dije ‘sí’ sin pensarlo dos veces.

 

 

Aunque la mayoría de los cuentos son historias independientes, se menciona en muchos el culto al Profundo, sin sumergirse demasiado en su significado o detalles…
Hace rato que quiero escribir una novela corta en torno al Profundo. Pero antes viene otra novela larga ambientada en la selva, y un libro de cuentos sobre nuestra relación con los animales y la tecnología.

 

 

¿Cómo ve el panorama de la ficción especulativa en nuestro continente?
El horror se ha consolidado como el gran subgénero desde el cual leer lo político y la crisis ambiental: pienso en Mariana Enríquez y Samanta Schweblin. La recuperación del gótico también nos está permitiendo un diálogo renovador con tradiciones nacionales, como en el caso de Giovanna Rivero y Mónica Ojeda. Para lo que se viene, que será sobre todo la profundización de cuestiones relacionadas con la desestabilización de los ecosistemas, la emergencia ambiental y la crisis del modelo de desarrollo extractivista, la ficción especulativa seguirá abriendo caminos, como se puede ver en la obra de Fernanda Trías y Verónica Gerber.

 

 

¿Cuáles son sus libros de cuentos de ciencia ficción favoritos?
Ficciones, de Jorge Luis Borges, que puede ser leído tanto desde el fantástico como desde la ciencia ficción, es mi libro favorito y punto. Los Cuentos completos, de J. G. Ballard; Pump Six, de Paulo Bacigalupi; The Wind’s Twelve Quarters, de Ursula Le Guin; Cuentos escogidos, de Philip K. Dick; On the Origin of the Species and Other Stories, de Kim Bo-Young.

 

 

Por último, ¿cuáles son esos escritores que usted considera que más han influenciado su narrativa?
Sin duda, en mis primeros libros están Borges y Kafka. En mi última novela, La mirada de las plantas, creo reconocer al Rivera de La vorágine y al Bioy Casares de La invención de Morel. En Allá afuera hay monstruos está, obviamente, Cartucho, de Nellie Campobello, un libro que siempre quise reescribir. En un par de cuentos de La vía del futuro está Caitlin Kiernan. En los cuentos que estoy escribiendo ahora mismo noto la presencia de Le Guin.

 

FOTO: Paz Soldán (Bolivia, 1967) también es autor de la novela La mirada de las plantas (Almadía, 2022)./ Paco Campos/ EFE

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