Los profesores mexicanos en riesgo por la pandemia
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POR SEBASTIÁN PLÁ
Investigador del Instituto de Investigaciones sobre la Enseñanza y la Universidad (IISUE-UNAM); Twitter: @sebastianpla70
Todos quieren cambiar la educación y con ella a las y los docentes. Desde por lo menos Luis Echeverría a la administración actual, en cada sexenio hemos tenido un intento de reforma educativa de diferente calado. Algunas se centraron en lo administrativo, muchas en los diseños curriculares, algunas más en las leyes de la educación y no pocas han intentado modificar a las y los docentes. Cambios en la formación inicial del profesorado, sistemas jerárquicos de desarrollo profesional, evaluación y pérdida de derechos laborales son diferentes reformas educativas centradas en los profesores. A pesar de sus diferencias, todas tienen un común dominador: su principio es una reforma de arriba abajo, en la que la voz docente no tiene cabida. Sin embargo, hoy no es la política lo que fuerza la transformación de los y las docentes, sino una escuela sin espacio físico, una escuela que de hecho ya no es la escuela que había y que muy probablemente ya no será más. Es la fuerza de una escuela en pandemia que nos pega de lleno.
Los y las docentes en México habrán sido ninguneados por décadas, pero nunca se han quedado quietos. En ocasiones, el silencio oculta acciones de resistencia, aceptación o a veces la acción docentes es muy notoria. Por eso, identificamos al magisterio militante, pero somos incapaces de ver otras muchas acciones que suceden en el aula, en la comunidad y en la identidad docente. Una forma común de resistencia es lo que se ha denominado cambios en las ramas, pero no en el tronco. Según la reforma, los y las docentes, hablan como constructivistas, desarrollan competencias o son holísticos, pero su cultura docente, su sentido como profesores, no se modifica. Y no lo hacen por muchas razones, una de ellas es defender su derecho a escoger libremente su identidad. Cuando los políticos y no pocos especialistas se percatan de esto, los etiquetan como profesionales reacios al cambio y a la innovación. Sin embargo, ese árbol, se mueve.
El profesorado cambia, y tendrá que hacerlo en una situación límite. El cierre prolongado de las escuelas ha mostrado que el imaginario social del docente como alguien consustancial al proceso educativo, no es tan sólido. La cada vez mayor digitalización de la enseñanza devela un camino por el que quizá estemos andando sin darnos cuenta, al de una escuela sin docentes. Si a esto le sumamos las condiciones actuales de las normales y la cada vez mayor intervención de los padres en la escolarización de los hijos, el presente de la profesión docente se encuentra en un punto de quiebre. Esto no es bueno ni malo per se, pero nos obliga a escoger hacia dónde queremos ir.
Tres son las escalas en que podemos ver esta tendencia. La primera es la escala macro, global y de largo plazo. En ella, se puede identificar un proceso de larga duración al que Manuel Pérez Rocha denominó educacionismo, es decir, la política, ideológica diría el autor, de achacar de todos los males sociales a la escuela, al mismo tiempo que deposita la responsabiliza de su solución. En realidad educación es escolarización y mucha de la carga no cae en la escuela, sino en los y las docentes. Pero el educacionismo es débil si la grandilocuencia no se acompaña de una desatención real al sector educativo. La mentada revalorización docente, sea con Calderón, Peña o López Obrador, oculta el desprestigio de los docentes, sea a través de la evaluación, sea con el ahorcamiento presupuestal a las escuelas normales. Cobijado por el educacionismo, Esteban Moctezuma confía en la revalorización provocada por la pandemia, pero a mi parecer, el deterioro de la profesión docente se aceleró en la pandemia independientemente de si es educación pública o privada, básica o universitaria.
Hay por lo menos dos elementos más a nivel macro. Uno es el capitalismo digital y la inteligencia artificial (IA). Cada vez más, la escuela está robotizada. Evitemos imaginar a un humanoide estilo Blade Runner o Baymax dando una clase de química, pues eso está lejos de pasar. Lo que sucede es la automatización y el uso de infinidad de software en la clase. Con la pandemia, MicroSoft Teams, Google Classroom y Zoom no son sólo mediadores con apoyos de la función docente, sino que comienzan a cumplir ciertas funciones docentes. Además, la IA promete un aprendizaje cada vez más personalizado. A gran escala, esto permite a las grandes corporaciones digitales poseer parte de la educación pública, al mismo tiempo que amenazan a la docencia como formadora de comunidad. En este mismo sentido, un segundo elemento macro, aunque no necesariamente global, es la situación del docente en la actualidad y la guerra de baja intensidad de la actual administración a las escuelas normales y a la autonomía universitaria.
En el nivel meso, el de la escuela y la comunidad, la situación docente no es menos cambiante. El edu-business publicita una y otra vez las grandezas de la digitalización y sus soluciones para la pandemia. Las familias también actúan, mediando cada vez más en los procesos de escolarización, hoy encerrado en el ámbito privado. Pero es la acción pedagógica durante la pandemia por parte de la SEP, lo que quizá sea el empujón más fuerte para el desvanecimiento del docente como mediador educativo. El programa Aprende en casa I, II y tal vez también la III, reproducen la tradición vertical y centralista de la escolarización mexicana. El problema aquí no es televisión sí o televisión no. Es la acción pedagógica que define contenidos, discursos y actividades desde el centro, de manera unidireccional y prescriptiva, que uniforma todos los contextos escolares nacionales y que deja al o la docente una trabajo muy limitado. Se está experimentando con un escuela sin docentes, lo que tendrá seguramente consecuencias a mediano y largo plazo.
Se puede criticar esta visión por amarillista o exagerada, pues en cierta medida lo es. Lo que pretendo es llamar la atención en el parteaguas que nos encontramos. Asimismo, se puede considerar extrema si nos limitamos a pensar la pandemia como un paréntesis. En cambio, si consideramos las trayectorias históricas y hacemos un esfuerzo por imaginar la situación en veinte o treinta años, la perspectiva cambia. Por supuesto es sólo una tendencia y habrá funciones docentes difíciles de eliminar, como la función social de cuidado de los y las niñas y adolescentes. Esto es relevante para todos y en especial para las mujeres, pues asumir la función de cuidado como parte de la docencia es reconocer el carácter solidario de la profesión. Por eso, el cuidado sobrevivirá, ya no como antes, sino como modalidad mixta, en especial en los grados superiores. La escuela, y por tanto la docencia, están desplazándose hacia la modalidad presencial y a distancia, síncrona y asíncrona, o como se quiera denominar. La pandemia puede hacer de la escuela presencial una institución de tiempo parcial, al igual que la docencia. Esto abaratará costos y dará a las madres y padres de familia un nuevo peso en los procesos de escolarización, a costa del y la docente. O no, como se ha visto con el trabajo de muchos docentes durante la crisis sanitaria, de puerta en puerta.
El desprestigio oculto tras las políticas de revalorización de la docencia, el capitalismo digital, la automatización de las prácticas de enseñanza y la centralidad oficial de los contenidos y las formas de enseñanza, muestran su crudeza en la escala micro, el de las relaciones pedagógicas. A esto, hay que sumarle otros aspectos que no he trabajado por motivos de espacio, como la desigualdad. Estas condiciones, producen nuevos procesos de enseñanza y aprendizaje que van desde la ausencia total o parcial del o la docente, el papel de mediador entre televisión y casa, el uso de diversas aplicaciones y dispositivos digitales, la presencia casi permanente de los padres y las madres de familia y la híper individualización de los procesos escolares. Cada uno tiene varias aristas, pero me interesan aquí los últimos dos.
El primero, la presencia constante, vigilante y opresora de los padres sobre sus hijas e hijos en los procesos de escolarización, corta de tajo una función básica de la escuela y del docente: liberar a los y las estudiantes de sus propias familias. Si la docencia no produce esta liberación y se limita a enseñar habilidades básicas de lecto-escritura y matemáticas y a imitar el ámbito familiar, la pérdida de su valor profesional será casi natural. Esta afirmación, como mucho de lo que digo aquí, tiene bemoles. Uno es que para las comunidades indígenas, la descontextualización del saber escolar basada en principios eurocéntricos es una forma de opresión epistemológica, a la que se puede contrarrestar evitando dicha descontextualización. Pero en sentido contrario, puede pasar que grupos ultraconservadores, sobre todo evangélicos, aprovechen esto para atacar frontalmente al laicismo y fomentar el fanatismo contra el pensamiento científico. A esto, se le suma la híper individualización de la enseñanza.
La IA, la escuela en casa en pandemia, la intromisión de las madres y padres de familia y la idea del aprendizaje personalizado de cierta fruslería pedagógica, están dejando al y la docente sin identidad. O por lo menos, obligándola a cambiar o a resistir. Todo es aprendizaje y nada es enseñanza. Y si nada es enseñanza, la IA y sus algoritmos ofrecen un servicio personalizado sin conflicto magisterial. Este fenómeno es más notable en las escuelas privadas, aunque es fácil suponer una lenta pero incontenible expansión hacia las escuelas públicas. Pero no sólo es una cuestión de IA, también es de clase social. Son los sectores medios y altos donde más desprestigio tiene la profesión docente y donde es más frágil su posición, a pesar de que se tienda a pensar lo contrario. En la escuela pública, la situación es diferente, y como demostraron varias encuestas levantadas a lo largo de la última década, la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (ENCUP) y El informe de calidad de la ciudadanía en México, la percepción sobre los y las docentes es positiva. Lo que de ninguna manera implica que el y la docente de escuela pública no se encuentran en un punto de inflexión.
Con las escalas descritas aquí presento tendencias generales que han transformado, están cambiando y modificarán la docencia. En estas modificaciones, cambiarán las políticas docentes, las identidades gremiales, se proletarizará cada vez más al docente, en especial al de la escuela privada, se establecerán nuevas relaciones entre escuela y comunidad y las prácticas de enseñanza se personalizarán a tal grado que la IA y los prejuicios familiares, ocuparán muchas de las funciones del y la docente. Obviamente, estas tendencias descritas de manera general, ocultan infinidad de diferencias y particulares de los y las docentes. Por ejemplo, no es lo mismo ser profesora de primaria que de bachillerato o universidad; estar o no sindicalizada; o ser docente indígena y mujer u hombre urbano, entre muchas otras variaciones. Por eso, las interpretaciones y vivencias sobre el momento actual son tan variables.
Todas las experiencias personales e irrepetibles están formadas por aspectos comunes. Uno de ellos es el punto de inflexión en que ubicó la pandemia a la docencia. No debemos olvidar que la profesión docente es una profesión histórica, creada en sociedades industriales, con principios ilustrados y consolidada en México bajo el desarrollismo del partido único a mediados del siglo XX. Pero las sociedades cambian, se transforman y así como crearon la escuela y a la docencia, también pueden desaparecerlas. Si nos ponemos dramáticos, vamos hacia una escuela sin docente, no ahora, no mañana, sino en treinta, cincuenta años. Por eso, es urgente que para producir el cambio y no que el cambio nos alcance, debemos pensar y actuar sobre nuestras condiciones laborales, sobre las ideas acerca de nuestra función social y, sobre todo, sobre el cambio que queremos como docentes y como sociedad.
FOTO: Maestra Sonia Juárez, quien imparte clases de maestría en la UNAM. /Valente Rosas/ EL UNIVERSAL
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