Tres hermanos educados a distancia

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POR JULIO ALEJANDRO QUIJANO

Periodista. Twitter: @untalpedroparam

Léase con tono de maestra estricta: “A ver niños ¿quién conquistó a los indígenas en América?”. La respuesta es el silencio. La maestra repite, ahora a punto del regaño: “Prendan su cámara para que yo los pueda ver y díganme ¿quién conquistó a los indígenas en América?”. Nadie hace caso. No sólo a su pregunta, tampoco a su petición de activar la imagen. Muy probablemente porque la mayoría de los 42 alumnos de segundo de secundaria que la ven y escuchan a través de la sesión de google meet todavía están en la cama. Son las siete de la mañana de un lunes.

 

Uno de esos alumnos es Darío, adolescente que defiende su derecho a la privacidad y por eso no prende su cámara, que no se ha cortado el cabello desde que empezó la pandemia y que no lo hará hasta que “alguna autoridad escolar se lo pida”, y que, por último, argumenta que acostado o parado, encobijado o uniformado de todos modos aprende lo mismo. “O no aprendo nada”, dice con cierta ironía.

 

La maestra le da la razón en eso de “no aprender”. Harta de que los círculos que ve en la pantalla de su computadora (el meet asigna a cada alumno un círculo de color con una inicial) permanezcan en silencio ante su pregunta, la profesora decide exponer el tema ella misma: “la esclavitud de los indígenas en América fue llevada a cabo por Cristóbal Colón”, dicta.

 

El error no pasa desapercibido para el salón clases virtual. En sus grupos de chat personales, los alumnos empiezan a comunicarse entre ellos: escriben que su maestra de Historia confundió a Colón con Hernán Cortés. Por supuesto, cada comentario va antecedido del típico “ja ja ja”, un emoticón de risa o algún sticker de burla.

 

Darío cursa el segundo año de secundaria en el estado de México. Es decir, que si el coronoavirus se empeña en mutar con cepas cada vez más contagiosas y se mantiene a México en cuarentena, él será parte de la primera generación de estudiantes que completarán un nivel escolar con esta modalidad llamada pomposamente “educación a distancia” pero que no es otra cosa más que clases que imparten los maestros a través de google meet (una vez a la semana por cada materia) y tareas que los alumnos deben entregar a través de classroom.

 

Sabina, hermana de Darío, va en primero de secundaria. Para ella no hay duda de la palabra que define estos 10 meses de clases en línea: “Frustrante”.

 

Narra una escena que vive cada martes a las 7:50 de la mañana: “El profesor de Historia está… pues muy viejito. Y durante la clase nada más nos pone un video que no se escucha bien porque no sabe ponerlo. Y como no sabe compartirlo en pantalla, entonces no se ve, se congela la pantalla y terminamos escuchando solamente el audio pero a través del sonido de su micrófono”.

 

Las dificultades técnicas que suelen ser material de memes en redes sociales y que se han hecho virales en algunos videos donde se evidencia lo complicado que es para los profesores adaptarse a herramientas como zoom y meet se traducen en una tragedia cotidiana: los alumnos aprenden poca cosa durante las sesiones de sus maestros.

 

“Lo que hace el maestro de Historia es que después del video nos pregunta si entendimos algo. Pues no entendemos porque el video ni se ve ni se oye. Así es complicado explicarle las dudas y además, después tenemos otra clase así que no podemos extendernos. Nos deja una actividad que es imprimir algo o hacer un dibujo y eso es todo. La verdad, no aprendemos nada”, dice Sabina.

 

El panorama es aún más sombrío al asomarse a las materias duras, esas que requieren explicar por qué un binomio al cuadrado es igual al cuadrado del primer término, más el doble producto del primero por el segundo más el cuadrado segundo.

 

Hasta una grosería suelta Darío cuando trata de describir cómo le ha ido en estas materias. “En las clases presenciales se podía aprender mejor a resolver las fórmulas porque hay un pizarrón pero en las clases virtuales no se puede. De Ciencias Física puedo decir que no he aprendido algo nuevo. No sé resolver problemas de fuerza y velocidad, por ejemplo”.

 

Es aquí donde la tecnología no ha alcanzado. No es suficiente la conexión por internet para aprendizajes en los que es fundamental la presencia del maestro como guía. O como dice Sabina: “Es muy difícil que la maestra de matemáticas explique cómo se resuelve una fórmula de geometría si no tiene un pizarrón. Ahora tiene que usar en la computadora el paint (un programa compatible con meet que en realidad es una herramienta de diseño gráfico) y es muy difícil ahí dibujar las líneas y los números”.

 

Las limitaciones llevan a estos hermanos a una conclusión: “El problema en sí no son los maestros sino la falta de recursos y de preparación para manejar las herramientas”.

 

Eso explica la mayoría de los problemas que enfrentan los alumnos en cualquier grado porque Darío y Sabina tienen una hermana menor, Mabel. Ella va en tercero de primaria y todos los días tiene que estar sentada frente al televisor durante cuatro horas y media. En su caso, la educación a distancia se apega a los lineamientos de la Secretaría de Educación Pública respecto a las clases por televisión.

 

“Aprende en casa” se llama ese proyecto en el que con programas de media hora para cada materia, se espera que los alumnos vean la tele como si estuvieran frente al maestro y tengan la sala de su casa como salón de clases.

 

Pero Mabel se aburre frente a la tele. “Prefiero a mi maestra”, dice la niña de 9 años que ha encontrado muchas formas de evadir los programas creados por la SEP: busca en Youtube los resúmenes, encuentra blogs en donde aparecen las tareas, usa las guías que manda su maestra por classroom.

 

A diferencia de la secundaria de sus hermanos, Mabel sólo tiene una sesión por meet a la semana. En una de ellas construyó una calaca con hisopos, en otra aprendió a hacer trufas con galletas María y en alguna más tuvo un examen de tablas de multiplicar.

 

Intuye que no ha aprendido mucho durante la pandemia porque cada vez que intenta resolver alguna de las páginas de su libro de texto de matemáticas (“mi materia favorita”, dice), tiene que pedir ayuda.

 

“Lo bueno –dice con optimismo—es que me tocó una buena maestra. Lo malo es que solo la veo una vez a la semana”.

 

 

El comentario de Mabel apunta al centro de estas historias de educación a distancia: los profesores.

 

El padre de estos tres hermanos es, por curiosa coincidencia, maestro en una universidad privada que desde el comienzo de la cuarentena intentó adecuarse a las condiciones de las clases en línea. Con varios planteles en la ciudad de México y en otros cinco estados del país, esa universidad echó a andar una plataforma propia en la que sus profesores daban clases.

 

Al mes, el proyecto comenzó a dar señales de fracaso: las sesiones no eran consultadas por los alumnos, aumentó la deserción escolar y los profesores comenzaron a tener fricciones con sus estudiantes porque, por ejemplo, “se perdían correos con las tareas” o “las calificaciones eran injustas”. Eran dilemas que no se podían resolver por whatsapp.

 

La institución tomó entonces una decisión durante una reunión plenaria con el claustro de profesores (unos 400) realizada en el patio de uno de sus campus en la Ciudad de México. Era junio. El rector anunció: “Quiero que, con toda honestidad, aquellos maestros que no quieran seguir dando clases por internet, que no se sientan a gusto con la modalidad a distancia, lo manifiesten en este momento y sin temor a represalias pasen al auditorio de la escuela”.
Más de la mitad de los maestros salieron del patio y fueron al auditorio. La mayoría de ellos llevaban varias décadas como docentes pero en un par de meses habían comprendido que el futuro los había alcanzado: no sólo no podían sino que nos les interesaba ser catedráticos on line.

 

“No se trata solo de dar la cátedra frente a una computadora. Hay que adaptar materiales didácticos, aprender a usar herramientas de video y fotografía, manejar ventanas de internet… es demasiado trabajo”, explica uno de esos profesores que se fueron al Auditorio, en donde se le asignaron tareas administrativos y de generación de contenido académico.

 

Con la otra mitad de la planta docente, esa escuela privada funciona actualmente como universidad a distancia. Se unificaron grupos de distintos planteles lo que significa, por ejemplo, que actualmente un profesor puede tener alumnos de la Ciudad de México, Monterrey, Coahuila y Toluca.

 

Los proyectos en equipo son académicamente imposibles porque los alumnos no se pueden reunir, no solo a causa de la distancia geográfica sino sobre todo por las condiciones de cuarentena y aislamiento impuestas por el semáforo epidemiológico.

 

El papá de Mabel, Darío y Sabina, obvio, tiene que compartir la única computadora que hay en casa y a fuerza de resignación, ha aprendido que la educación a distancia se hace con mucho más tiempo que la tradicional: contesta mensajes y correos casi durante todo el día.

 

Sabina no conoce su secundaria. Cursaba el último trimestre de sexto de primaria cuando la pandemia metió a sus casas a los 36.6 millones de estudiantes que tiene la SEP en su matrícula. Quizá eso explique su opinión respecto a lo que más extraña de la escuela: “Nada… un poco a mi mejor amiga y el recreo pero más que nada extraño estar en un salón para que los maestros expliquen bien las clases”. Por supuesto, no conoce a sus compañeros de secundaria más que por el círculo de color en las clases de meet.

 

Darío tiene una opinión similar aunque él sí mantiene comunicación con algunos de los compañeros de secundaria con los que alcanzó a convivir durante los siete meses previos a la cuarentena.

 

La que sí tiene una marcada nostalgia por su patio de recreo es Mabel. “Extraño a Valeria, que era mi mejor amiga porque las dos éramos bien desmadrosas. En el salón había grupitos, unos eran los bien portados, los que siempre cumplían pero Valería y yo éramos las más divertidas”.

 

Extraña también a su maestra Isabel, que le impartió primer grado y a la que considera “la mejor maestra de México” y además dice que le hubiera gustado conocer a su maestra Nayelli, quien es hoy su profesora de tercero.

 

“Se me hace que ha de ser muy buena, casi tanto como la maestra Isabel. Me acuerdo que ya la conocía pero pensaba que era enojona porque cada vez que pasaba enfrente de su salón, oía que regañaba a sus alumnos. Pero ahora que la veo en las clases virtuales se me hace súper buena onda”.

 

Por ahora es imposible comprobar qué tan buen onda es la maestra Nayelli, igual que es imposible saber cuántos alumnos habrán recibido en estos meses un dato equivocado sobre la conquista de indígenas en América o cuántos otros se quedarán sin aprender a resolver binomios al cuadrado.

 

FOTO: Los hermanos Mabel (izquierda), Sabina (arriba) y Darío durante sus actividades escolares desde su casa en el Estado de México. /Julio Quijano/ EL UNIVERSAL

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