El actor, insustituible en el teatro

Nov 2 • Escenarios, Miradas • 4785 Views • No hay comentarios en El actor, insustituible en el teatro

POR JUAN HERNÁNDEZ

 

Murió Dimiter Gotscheff, el actor principal y director de la puesta en escena La máquina Hamlet, de Heiner Müller, obra realizada para la Deutsches Theater de Berlín, Alemania, programada en el Festival Internacional Cervantino, en Guanajuato, y en el Teatro Julio Jiménez Rueda del INBA, en la ciudad de México.

 

La desaparición física del actor dejó a la puesta en escena sin alma, esencialmente; aunque de todas maneras los organizadores intentaron rescatar la obra, al sustituir la ausencia del histrión con un video en el que Dimiter actúa para una cámara y no para el público —en la indispensable comparecencia viva que implica el hecho teatral— lo que degeneró en un acto artístico suicida.

 

Los patrocinadores de la gira de la compañía alemana de teatro a México y también a Cuba, y las instituciones involucradas en su programación en el país, en este caso el Festival Internacional Cervantino, decidieron que la obra podía presentarse sin su actor principal y tuvieron el mal tino de no cancelar la participación de la Deutsches Theater.

 

El Festival Internacional Cervantino, que este año no brilló por la riqueza de su programación, decidió mantener la función de la Deutsches Theater como uno de sus platos fuertes. Lamentable decisión sobre todo por tratarse del festival artístico mexicano más importante y uno de los de mayor tradición en América Latina.

 

Los espectadores mexicanos manifestaron su decepción frente a lo que fue percibido como una tomadura de pelo. Y no era para menos. La presencia de la compañía alemana de teatro había generado expectativa, no sólo por su prestigio, sino por ofrecer una obra escrita por Heiner Müller (1929-1995), uno de los dramaturgos y pensadores alemanes más importantes del siglo XX.

 

Conocido por su visión devastadora y pesimista del mundo y del mismo modo de la condición humana, Müller escribió La máquina Hamlet en 1977, cuando realizaba una traducción de Hamlet, de William Shakespeare, y de esa obra trasladó a su imaginario algunos personajes que reutilizó para impugnar al mundo contemporáneo.

 

El texto escupe decepción, desesperanza y un profundo desprecio sobre el mundo. Es la visión del dramaturgo que observaba a la humanidad dividida y devastada por una profunda crisis espiritual, en el esplendor de la llamada “guerra fría”, la expansión del capitalismo, por un lado, y de los estados totalitarios en el ala comunista, por el otro.

 

La expresión del mundo de Müller no deja espacio a la complacencia ni tampoco asomo de optimismo. Su texto es sólido, contundente, sobrio. No hay exceso de palabras, apenas las necesarias para lapidar a una humanidad que en la actualidad vive a contrapelo de un mundo virtual que la avasalla y la adentra en el vacío.

 

El pensamiento de Müller no encontró en la puesta en escena una vía para potenciarse a través de la expresión viva y orgánica de los actores. Dimiter Gotscheff dejó huérfano al montaje, que devino en una sesión de video que se anunció como una variación de la propuesta original.

 

Los actores Alexander Khuon y Valery Tscheplanowa quedaron reducidos a meros accidentes en una escena cubierta por la pantalla en la que se proyectó la imagen de Dimiter diciendo sus parlamentos.

 

En la última función que la Deutsches Theater ofreció en el Teatro Julio Jiménez Rueda el público brindó un aplauso breve y frío; respetuoso de la memoria del actor Dimiter Gotschef, cuya muerte es, desde luego, lamentable, pero decepcionado frente a la descomposición de la obra en su sentido artístico esencial.

 

La ausencia del actor reafirmó la necesaria e insustituible presencia del histrión en el fenómeno teatral. La energía viva, las emociones generadas en el instante único e irrepetible del hecho escénico y el encuentro empático con el público se esfumaron como posibilidad del teatro frente a un espectáculo de video, cuyo validez radica en su característica de documental y memoria, así como en la posibilidad de su reproductibilidad técnica, propia del cine pero contraria a la naturaleza finita –como la vida misma- del fenómeno teatral.

 

 

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