El arte de la guerra
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Este milenario libro, obra quizá de distintos autores a lo largo de varias generaciones de militares en la antigua China, ha influido en episodios clave de la historia moderna. Con esta entrega presentamos esta serie de colaboraciones que el destacado matemático dedicará a las obras decisivas en la historia de la humanidad
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POR RAÚL ROJAS
A pesar de su extensión de menos de 6 mil palabras, El arte de la guerra de Sun Tzu es el tratado militar más famoso de la antigüedad. Las primeras traducciones occidentales aparecieron apenas hasta el siglo XVIII, aunque la obra era ampliamente conocida en China y Asia. En Japón, en particular, el libro era popular desde el siglo VIII. Hoy El arte de la guerra es uno de los textos más estudiados en academias militares del mundo entero. Es el más conocido de los “Siete Clásicos Militares”, un compendio de obras bélicas popularizado en China desde el Siglo XI. Como corresponde a este tipo de clásicos llegados de la antigüedad hay quienes dudan de que el autor, “el maestro Sun”, haya existido. La paternidad del escrito se perdería así en la bruma de los tiempos y ni siquiera su fecha de creación es segura. Se le ubica en el largo intervalo entre los años 722 y 481 antes de nuestra era. Si esto fuera cierto, llevaríamos más de 25 siglos leyendo a Sun Tzu.
Curiosamente fue un misionario jesuita, Joseph Marie Amiot, quien produjo la primera traducción al francés. Amiot llegó a China en 1750 y su traducción de la obra se publicó en 1772, en la alborada de la Revolución Francesa. La leyenda cuenta que Napoleón Bonaparte conoció el libro. Otras traducciones al inglés aparecieron en los dos siglos siguientes y hasta se dice que Ho Chi Minh tradujo el libro del chino al vietnamita, por considerarlo valioso para sus oficiales.
Un militar en ciernes, de primer semestre, tiene que comenzar por estudiar El arte de la guerra. El libro consiste de 13 capítulos que cubren todos los aspectos relevantes para dirigir una campaña militar exitosa, desde el papel que juegan el terreno y el clima, hasta el uso de espías para obtener información del enemigo. El texto es hoy anacrónico: la mayor parte del tratado examina la táctica adecuada para ejércitos donde la infantería predomina. No hay ninguna referencia, por ejemplo, a la guerra de trincheras (introducida en Europa apenas en el siglo XIX), y muy pocas a la caballería o al asalto de fortalezas. Por eso la obra es más que nada una colección de aforismos de filosofía militar capaces de sufrir muy diversas interpretaciones. No extraña que El arte de la guerra sea recomendado como lectura imprescindible para ejecutivos y políticos, los cuales representan ciertamente un público interesado en entender y absorber todo lo relacionado con el acceso al poder. Tratándose de un libro tan antiguo, es improbable que haya sido escrito por una sola persona. Más bien pudiera ser una recopilación de saber militar clásico, como hizo Euclides cuando reunió el saber geométrico de su época en “Los Elementos”. Quizás por eso cada capítulo se esfuerza en confirmar la autoría del mítico militar comenzando con las tres palabras “Sun Tzu dijo”.
Sun Tzu dijo, entonces, que los cinco factores que determinan el curso de la guerra, es decir, el camino “a la seguridad o la ruina”, son 1) la ley moral (Tao), 2) los cielos, 3) la tierra, 4) el comandante, así como 5) organización y disciplina. Bajo la ley moral se entiende el derecho del soberano de declarar la guerra y la obligación de sus súbditos de seguirlo “sin importarles la vida”. Pero si el soberano representa la brújula moral de su ejercito, la contribución de los comandantes no es de menor importancia. Ellos son los que en última instancia evalúan las condiciones en el campo de batalla, ellos son los que tienen que tener en cuenta al cielo (el clima y su variabilidad), así como la tierra (campo de batalla alto o bajo, campo abierto o cerrado). Los comandantes deben ser flexibles para adaptar su estrategia a situaciones cambiantes, ya que toda guerra “está basada en el engaño”. Hay que atacar cuando el enemigo no está preparado, hay que aparecer “donde no te esperan”. La guerra es costosa y por eso hay que abastecerse del enemigo mismo, evitando transportar un exceso de provisiones. Y al final de cuentas el comandante victorioso es “el árbitro del destino de los pueblos”. Además, el soberano debe dejar la guerra en manos de los expertos porque “ganará quien tenga capacidad militar y no sea estorbado por el gobernante”.
Curiosamente, el mejor líder militar no es el que más destruye. El mejor comandante es el que puede obtener la victoria sin pelear: “la excelencia suprema consiste en romper la resistencia del enemigo sin combate”. Si aquello no es posible, la segunda mejor opción es atacar al enemigo en campo abierto y la peor alternativa es sitiar ciudades. Por eso es importante medir la fuerza propia y la del contrincante: “si conoces al enemigo y te conoces ti mismo, no debes temer el resultado de cien batallas”. Lo primordial es asegurar las defensas para que la derrota sea imposible. Sólo entonces hay que pensar en el ataque: “el estratega sólo busca la batalla cuando la victoria ya ha sido ganada”. El orden juega un papel importantísimo ya que al soldado se le trata “humanamente”, pero “se le controla con disciplina de hierro”.
La guerra, dice Sun Tzu, consiste eventualmente en concentrar toda la energía del ejercito de manera óptima, como una “piedra que tritura un huevo”. Ciertamente hay que dirigir a miles de hombres, pero esto no es más difícil que dirigir a pocos hombres, siempre y cuando se haga uso correcto de las jerarquías militares y de señales. Métodos de ataque indirecto deben ser combinados con métodos de ataque directo, lo que produce un sinfín de posibilidades, como con las tonalidades que resultan “de solo cinco colores (azul, amarillo, rojo, blanco y negro)”. Antes del combate hay que “tensar el arco”, para liberar toda la energía en el momento apropiado. El combatiente inteligente le “impone sus condiciones al enemigo”. De la misma manera que el agua adapta su curso al terreno, hay que atacar “donde somos fuertes” y evitar el combate “donde somos débiles”. Por ello la estrategia correcta es variable y depende del enemigo, de sus recursos y de su poderío.
Al final de cuentas El arte de la guerra consiste sobre todo en planear bien la campaña y actuar inteligentemente. Por eso siempre hay que dejarle una salida al enemigo sin bloquear a un ejercito que se retira. De otra manera sólo se lograría que luche desesperadamente, hasta el último hombre. En la batalla hay que ser “rápido como el viento y compacto como el bosque”. De esa manera el valiente no tendrá que avanzar sólo y el cobarde será arrastrado con la masa. Al saquear hay que ser destructor “como el fuego”, pero nuestros planes deber ser tan “obscuros como la noche”. Al atacar se debe ser contundente “como el rayo”.
Se puede fallar en la guerra. Un general sólo será victorioso si puede evitar cinco defectos: la osadía que lleva a la destrucción, la cobardía “que lleva a la captura”, la cólera del que se deja provocar, la sensibilidad de quien teme al ridículo, y pensar excesivamente en los soldados, lo que sólo genera “preocupaciones y problemas”. Por eso no debemos confiar en que el enemigo no vendrá, sino que debemos estar preparados “para recibirlo”.
Lo peor que le puede ocurrir a un general es que su ejercito huya, se insubordine, se desorganice o que sea aplastado. Un ejercito numéricamente muy inferior terminará huyendo. Si los oficiales son débiles, el ejercito terminara insubordinándose. Si al general “le falta autoridad” y si sus ordenes “no son claras y comprensibles”, el ejercito se desorganizará. Y muy importante, si es posible ganar la batalla, hay que darla “aunque el soberano lo prohíba”. Si es imposible ganar “no hay que luchar aunque el soberano lo ordene”. Si “te conoces a ti y al enemigo” tu victoria “será indudable”. Si conoces al Cielo y la Tierra, “la victoria será completa”. Por eso, el estratega prepara el terreno para la victoria y aunque parece “tímido como una doncella” ya que a nadie le delata sus planes, cuando ataca “es rápido como la liebre”.
Algo que todos los gobiernos contemporáneos saben es que descubrir las intenciones del enemigo no se puede hacer “con magia”, hay que utilizar a otros hombres, “nuestros espías”. Cuando ellos operan se obtiene información que permite “manipular los hilos divinos”. Cinco tipos de espías determinan la guerra: los locales, los plantados en el enemigo, los espías ajenos convertidos en agentes dobles, los espías que sacrificamos para que proporcionen información falsa, y los espías que regresan con información. Y como la CIA, la KGB y el Mossad saben muy bien, al
espía enemigo desenmascarado hay que tratarlo bien y sobornarlo para convertirlo en agente doble “a nuestro servicio”. Por eso Sun Tzu dijo: “se sofisticado y usa tus espías”.
Un consejo final de Sun Tzu podría resonar con cualquier político de la actualidad: “Planea conquistar lo que es difícil mientras aún es fácil y lo que es grande cuando aún es pequeño. Las cosas más difíciles en el mundo se deben hacer mientras aún son fáciles, las mayores cosas se deben hacer cuando aún son pequeñas”. Ese sería el secreto de la grandeza.
FOTO: Aspecto de la colección de más de 8 mil estatuas de guerreros de terracota que forman parte del Mausoleo de Qin Shi Huang, en Shaanxi, China./Archivo El Universal
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