El Cenote Holtún: “Pozo que atraviesa la piedra”
Este texto forma parte de Exploraciones del mundo subterráneo. Un acercamiento al Gran Acuífero Maya, un libro que describe exploraciones multidisciplinarias sobre esta reserva que guarda información crucial sobre temas tan diversos como el origen de la vida y el mundo maya, y que hoy sufre intervenciones que comprometen su futuro
POR GUILLERMO DE ANDA ALANÍZ
El título de este libro obedece a la traducción de la palabra Holtunch’en en maya que quiere decir: pozo que atraviesa una capa de roca o piedra (Barrera, 1995). El nombre del cenote es sugestivo dadas las características que describiré a lo largo de este trabajo.
El proyecto Gran Acuífero Maya (GAM), a través del trabajo realizado durante los últimos años, ha logrado documentar sitios arqueológicos subterráneos que han contribuido al desarrollo de la arqueología de cuevas mayas, cambiando incluso algunos paradigmas de la arqueología de cuevas. En lo personal he tenido una gran fortuna en explorar algunos de estos contextos de los que, sin duda, destaca el Cenote Holtún. He aquí una breve historia de su exploración inicial y sus contribuciones más importantes al conocimiento de Chichén Itzá.
Desde el primer día que tuve la oportunidad de descender en esta asombrosa oquedad, entendí que se presentaba una oportunidad única para interpretar la compleja información arqueológica de los cenotes. Lo que no sabía en ese momento, eran las implicaciones que la investigación de Holtún tendría para entender mejor la historia de Chichén Itzá y la gran estrategia de sobrevivencia de sus habitantes en tiempos aciagos. El Cenote Holtún en Chichén Itzá junto con su vecino el Cenote Sagrado o Cenote de los Sacrificios, se ha convertido ya, en uno de los cenotes más icónicos para el estudio de las cuevas mayas por varias razones. Una de ellas es precisamente su localización en esta ciudad de las Tierras Bajas del Norte de Yucatán, ubicación que comparte con el Cenote Sagrado, del cual la ciudad recibe su nombre que en maya quiere decir “la ciudad que está al lado del pozo de los Itzaes”. Holtún al oeste, es además uno de los 4 cenotes que flanquean El Castillo junto con el Cenote Sagrado al norte, Xtoloc al sur y el Xkanjuyum al este, formando una especie de cosmograma, como hemos propuesto anteriormente en este volumen (de Anda, 2020; Montero, este volumen).
Otra razón importante que distingue al Cenote Holtún entre otros de la zona, es la gran claridad del agua en comparación con algunos de los cenotes de Chichén Itzá, entre los que se encuentran el ya mencionado Cenote Sagrado, y el Cenote Xtoloc. Ambas cuevas inundadas comparten la característica de que sus aguas son muy oscuras. Cabe decir aquí que el primero de ellos, es sin lugar a dudas nuestro punto de partida en el estudio de estos contextos, ya que, resulta ineludible la investigación de los acontecimientos ocurridos en el Cenote de los Sacrificios como es llamado también, y sobretodo el análisis de la rica muestra arqueológica, producto de las excavaciones realizadas en el sitio. De estas destaca, de manera particular, la colección ósea obtenida del fondo del cenote. El estudio de esta muestra de huesos humanos, ha propiciado nuevos datos acerca del perfil biográfico de las víctimas y las distintas formas de depósito en el sitio. Holtún es el único cenote en Chichén Itzá, además del Sagrado, que ha sido investigado arqueológicamente.
En este sentido, el Cenote Holtún ha contribuido con valiosa información que ha ayudado a crear nuevos modelos comparativos de investigación ya que, estando dentro de la misma ciudad, parece haber sido escenario de rituales diferentes a los llevados a cabo en el Cenote Sagrado. Hemos tenido una mejor oportunidad de investigar gracias a la claridad del agua en el Cenote Holtún al contrario de sus homólogos al norte y sur de El Castillo. En Holtún, hemos podido observar material arqueológico en su contexto original lo que nos ha permitido hacer nuevas conclusiones. Holtún es, sin duda, un contexto único, también, porque la característica que le ha dado a este cenote una implicación tan especial, es el hecho de que es la primera vez que se registra una ofrenda que fue depositada cuando el nivel del agua era más bajo, y que se encuentra actualmente sumergida. Lo anterior, la convierte en la única ofrenda de este tipo documentada con técnicas de arqueología subacuática. El material registrado presenta un extraordinario estado de conservación e incluye muestras de elementos que pueden ser muy sutiles, tales como malacates (pequeñas piezas de barro en donde se colocaba el huso para bordar), cuentas de jade y espinas de raya marina del Atlántico, entre otros. Hemos asentado, además, que en la plataforma donde se encuentra la ofrenda, se llevaron a cabo rituales que incluían fuego debido a la gran presencia de carbón, así como de auto sacrificio como parece indicar la presencia de las espinas de raya marina. Por su posición, pudo haber servido como punto de observación de la entrada de la luz solar en ocasiones especiales (ver Montero, este volumen). Cabe mencionar, que como hemos comentado en otra publicación (de Anda et al., 2016), hemos citado la existencia de otra repisa en el Cenote Sagrado, la cual quedó expuesta durante los trabajos de bombeo del agua del cenote en los años 60. Resulta interesante que la repisa en cuestión, también estaba ubicada al oeste, tal como la de Holtún. Este rasgo fue visible en la excavación de los años 60 llevada a cabo por Román Piña Chan. En esa ocasión, los arqueólogos tuvieron la oportunidad de excavar esa zona una vez que estuvo expuesta. De ahí se obtuvieron huesos humanos, pequeñas campanas, algunas piezas de oro, globos de copal y puntas de proyectil, entre otras cosas (Ediger, 1971: 110 – 112). Si bien la excavación de esa repisa en el Cenote de los Sacrificios fue importante y se llevo a cabo con rigor arqueológico, el proceso de desecación del cenote que se realizó de manera súbita y que propició que esta zona quedara expuesta, des- contextualizó los elementos al ser removido el lodo que cubría la plataforma natural. Es por eso que la ofrenda de Holtún, en un excelente estado de preservación, se vuelve tan importante.
Breve historia de la exploración de Holtún
Entre 2009 y 2011 mi colega, el Doctor Rafael Cobos de la Universidad Autónoma de Yucatán, dirigía un proyecto arqueológico en Chichén Itzá. Cobos me invitó a colaborar en ese proyecto como especialista en cuevas. Al trabajar el área conocida como grupo Holtún, mapeado desde los años 30 por la institución Carnegie de Washington y redefinido con nueva tecnología de mapeo por el equipo del Dr. Cobos, fui invitado para llevar a cabo un proyecto de exploración subacuática en el sitio. Cuando inicié la investigación, el cenote me sorprendió.
Ubicado dentro de la antigua ciudad en uno de los grupos que conformaban esta enorme urbe, el grupo Holtún está localizado exactamente al oeste de El Castillo, a 2.6 kilómetros de esta pirámide. El rectángulo de unos 2.37 x 1.40 metros que conforma el acceso al cenote, presenta una orientación muy particular al noreste, como la mayoría de las estructuras principales del sitio (Montero, este volumen). Junto al cenote hay varias estructuras arqueológicas. La más notable, al este del cenote, tiene unos 10 metros de altura, y aún no ha sido excavada. Existe también en este conjunto un juego de pelota y dos sacbeoob. Uno de ellos, el número 40, une al cenote con el centro del sitio (de Anda et al., 2016). Otra calzada muy cercana es el sacbé número 3. Los sacbeob (plural de sacbé en maya), son calzadas que por su traducción se definen como caminos blancos, que se construían para unir ciudades, hacer traslado de mercancías por motivos políticos y poseían un significado simbólico – religioso. Tal es el caso del sacbé que une la pirámide de El Castillo con el Cenote Sagrado. Estos caminos se encuentran en toda el área maya. El mencionado líneas arriba, sacbé 3 que también conecta el centro de Chichén Itzá con el cenote Holtún, continua cuando menos 12 kilómetros comunicando el centro del sitio, específicamente el Gran Juego de Pelota, con cuando menos 6 cenotes más (Mata de la, et al.).
El primer día que descendí los 24 metros que separan la superficie del espejo de agua del Cenote Holtún, me percaté de huellas de herramientas antiguas en las paredes. Destacan también algunos orificios, que pudieran haber sido usados como anclajes por los antiguos mayas para poder descender ya sea con cuerdas o algún sistema de escaleras que aún no hemos podido descifrar. Otra característica notoria es la entrada rectangular que da acceso al cenote. Después de estos primeros 5 metros se puede observar la zona natural, el techo de una bellísima caverna de donde cuelga un gran número de espeleotemas. Noté también de manera especial, cómo la luz del sol se proyectaba en el agua y le confería un tono increíblemente azul. Era el mes de mayo y ahora sabemos que en este mes los antiguos mayas de Chichén Itzá, buscaban algunas respuestas a través de la interacción del sol con el cenote. Poco después comprobaríamos que esa luz se proyecta de manera muy particular en días del paso cenital del sol, y que el sitio pudo haber sido un observatorio astronómico solar, (Montero, este volumen).
Mientras seguía bajando noté que la estructura del cenote tenía un efecto de campana. Cuando uno se encuentra en el centro de un cenote tan grande del que se desconoce su profundidad y el fondo no es visible desde la superficie, es necesario buscar puntos de referencia para poder instalar la línea que nos guiará. Por ello, me situé junto a una de las paredes y comencé a bajar lentamente. La pared presentaba una serie de nichos y formaciones muy bellas, la visibilidad era extraordinaria. Al llegar aproximadamente a los 30 metros de profundidad, me encontré con una gran cantidad de vasijas cerámicas. Conforme me acerqué hacia la parte central del cenote, lo que llamamos el domo de derrumbe, registré todavía más material arqueológico.
Apresuradamente, documenté algunas piezas muy bien preservadas, prácticamente intactas y pensé que debió haber tomado siglos la formación de ese contexto arqueológico. Dadas las características de mala visibilidad que he descrito que prevalecen en el Cenote Sagrado, entendí que bucear en agua tan clara en Holtún era una gran ventaja. Sabía que debido a la profundidad de casi 40 metros, mi estancia en el fondo era limitada. Esta es sin duda, una de las desven- tajas de hacer arqueología bajo el agua. Pronto llegó el momento de comenzar a subir nuevamente. Como me sucede muchas veces durante mi trabajo, estaba tan absorto en lo que veía, que había perdido la noción del tiempo, algo que por supuesto no es deseado y hay que evitar e inicié mi ascenso.
Casi al llegar a la superficie a unos 10 metros de profundidad noté una saliente en la pared. Esta especie de techo que tenía arriba de mí, resultó ser una pequeña caverna, dirigí la luz de mi lámpara hacia allí y lo primero que vi fue un cráneo humano, con dientes blanquísimos. Distinguí varios elementos más, como carbón, fragmentos de cerámica y, al observar toda la escena con mayor detenimiento, pude darme cuenta de que se trataba de una ofrenda colocada ahí en lugares y posiciones específicas. Ejemplo de lo anterior es lo que he considerado el arreglo central de la ofrenda en donde puede apreciarse un cráneo de un cánido, una tibia humana y un cuchillo de pedernal. Muy cerca de ahí, hemos documentado también una olla muy bien preservada, muy cerca de una vasija de dos bocas. Por estas características la interpretación de la formación del contexto empezó a dar pie a la posibilidad de que la ofrenda hu- biera sido colocada de manera cuidadosa sobre la plataforma. Esto debido a la poca posibilidad de que los objetos hubieran sido arrojados desde la superficie. Si bien, el agua de los cenotes tiende a desplasarse muy lentamente a través de un gradiente que las conduce hacia el mar, este movimiento es la mayoría de las veces imperceptible. En los cenotes no hay corrientes con la fuerza suficiente como para desplazar objetos de este tamaño a lo largo de casi 30 metros en horizontal para depositarlos sobre la plataforma. Esto nos llevó a concluir que esa pequeña caverna, sumergida a unos 10 metros de la superficie, estuvo seca en un momento de la historia de Chichén Itzá, en alguna de las crisis por falta de lluvia en la zona. De acuerdo al análisis de la cerámica registrada en la plataforma, ahora sebemos que la mayoría de los depósitos deben haber sido hechos durante el período conocido como Clásico Terminal (800-1100 N. E.). Lo anterior, en conclusión al análisis cerámico llevado a cabo por la Doctora Socorro Jiménez, quien concluye que en la plataforma se encuentran presentes materiales con una antigüedad situada precisamente en ese período de tiempo (Cobos, et al., 2014; de Anda, et al., 2016). Esta última es una revelación importante dado que las fechas cerámicas coinciden con las fechas de las grandes sequías.
El fondo del cenote, que se encuentra entre los 35 metros de profundidad en el centro y los 45 metros, en su mayor punto de declive, hay un número importante de vasijas cerámicas. Sin embargo, quisiera resaltar aquí dos elementos inusuales para estos contextos. Uno de ellos es una escultura que se encuentra a 30 metros de profunidad, y de aproximadamente 1.5 metros de altura, que hemos denominado el “hombre-jaguar”. La escultura tiene rasgos antropomorfos combinados con algunas características felinas, como garras y cola de jaguar. Es importante recordar que del cenote sagrado durante las excavaciones de los años 60, se extrajeron un par de esplendidos jaguares que fueron calificados como “portaestandartes”, debido a que en la parte de la espalda llevan un aro adosado que debio haber sido usado como base para una antorcha o algún tipo de adorno. Pensamos que el hombre jaguar de Holtún es también un portaestandarte ya que sus brazos extendidos terminan en la forma de un aro. Cabe mencionar que algunos de los rasgos son muy parecidos a aquellos presentes en los portaestandartes del Cenote Sagrado como las garras, las manchas de su cuerpo y la cola. Una característica a destacar es que la escultura del hombre-jaguar, no conserva la cabeza. Es probable que haya sido “decapitado” ritualmente antes de ofrendarlo. Otro aspecto importante de esta escultura, es el hecho de que debido a su posición, pensamos que fue arrojada desde la plataforma-ofrenda durante la celebración de algún ritual. Se localiza justo debajo de la plataforma a unos 30 metros de profundidad. En algunas ocasiones, las cuevas y cenotes eran selladas ritualmente por los antiguos mayas. Se ponía fin simbólicamente, a la actividad en ese sitio sellándolo por siempre. En el fondo, a una profundidad de 25 metros, yace lo que a primera vista parece ser un gran trozo de lodo, de unos 2.5 x 1.5 metros. Se trata de un enorme bloque de material obscuro, aparentemente lodo. Una exploración más cercana de este elemento, nos reveló diferencias más sobresalientes. El aparente bloque de lodo, es en realidad un enorme elemento formado por capas de corteza de árbol. La madera tiene también una gran cantidad de tierra adosada, a lo cual debe su color obscuro. Una observación cercana, sin embargo, nos reveló algo más sorprendente. Entre las capas formadas por corteza, lodo y piedras, se encuentra un gran número de vasijas cerámicas. Algunas de ellas presentan un excelente estado de conservación. Las vasijas se encuentran dispuestas estratigráficamente. Entre los elementos cerámicos observados, se encuentra una olla muy pequeña del tipo denominado “venenera”. Esta pequeña pero asombrosa pieza, exhibe un diseño pintado en su superficie visible, probablemente un jaguar. Es obvio que este elemento llegó al fondo desde la superficie y, dadas sus características y el tamaño, pensamos que es un elemento que pudo haber funcionado como una tapa, que se colocó en un ritual de terminación del sitio en alguna etapa de la historia de Chichén y que el tiempo terminó por desplomar.
Sequías y colapsos en Chichén Itzá. ¿Qué nos dice Holtún?
Un interesante y polémico tema en la arqueología maya es el que tiene que ver con el colapso de esta extraordinaria civilización. Grandes controversias se han desarrollado en torno a este tema, debido a las diferentes explicaciones que se han dado al respecto y que incluyen conflictos políticos internos, guerras, erosión y agotamiento del suelo, deforestación, migraciones, sobrepoblación, y cambios climáticos que incluyeron profundas modificaciones en los patrones de lluvia. El colapso no fue un evento único y general, sino que fue regional y afectó en diferentes temporalidades y de manera particular las diversas zonas del área maya. En el caso de Chichén Itzá, el apogeo de la ciudad se sitúa en los Siglos X y XI de nuestra era.
Si bien, la combinación de factores descrita anteriormente pudo causar el colapso de algunas zonas de la gran área maya, la historia en Chichén Itzá parece ser abrumadora en el sentido de que la ciudad resistió a una gran sequía que se extendió por un largo tiempo. Lo anterior se basa en la extensa evidencia recopilada por un importante grupo de investigadores (Curtis et al., 1996; Hodell et al., 1996; Hodell, Brenner, y Curtis, 2005; Hodell, Brenner, Curtis et al. 2005; Leyden et al., 1998; Medina et al., 2010; Metcalfe et al., 2009). Un estudio pionero, el de Hodell y colegas op cit, determinó grandes sequías en esta temporalidad a través del análisis de isotopos de oxígeno en la laguna kárstica de Chichankanab en Quintana Roo.
Los habitantes de la Ciudad de los Itzaes, podían resolver el problema del agua para la subsistencia básica, es decir el agua para beber, a través del importan- te número de cenotes en la zona. Sin embargo, el agua de riego para la agricultura era el verdadero problema. Existe evidencia científica respecto de que Chichén Itzá tuvo sequías recurrentes entre el 800 y el 1250 de nuestra era, y que estas pudieron haber durado hasta diez años. En temporadas de estiaje en la actualidad y durante el curso de nuestras exploraciones, hemos detectado casi dos metros de descenso en el nivel del agua de algunos cenotes, así que la matemática no es complicada si pensamos en cuánto pudo haber descendido el nivel del agua del acuífero en una sequía de 10 años. Sin embargo, parece ser que la ciudad resistió durante algunos siglos el embate de estas sequías hasta bien entrado el Siglo XI cuando la ciudad finalmente colapsó (Cobos et al., 2014).
Conclusiones
Los cenotes son sitios inigualables tanto por la preservación de los materiales arqueológicos, como para entender las cronologías de un asentamiento, especialmente las que tienen que ver con el inicio florecimiento y debacle de algún sitio. Otros datos sobresalientes que proporcionan estos sistemas sumergidos son los que tienen que ver con las estrategias de supervivencia y la ritualidad de los antiguos mayas. En este sentido, la ciudad de Chichén Itzá posee algunos de los cenotes más representativos y resultan indispensables en el estudio de las cuevas mayas. En particular, Holtún nos ha permitido por primera vez, usar los datos arqueológicos y la evidencia del cambio climático para explicar el colapso de Chichén Itzá como resultado de episodios prolongados y recurrentes de sequías en el Siglo XI. Aunque la evidencia ambiental indica que estos episodios podrían haber comenzado en el siglo IX, todo apunta a que aumentaron gradualmente en frecuencia a lo largo del siglo XI y generaron efectos devastadores en la población, en la última parte del Clásico Terminal de Chichén Itzá (Cobos et al., 2014). Con el empeoramiento de las condiciones climáticas las Tierras Bajas Mayas del Norte en el siglo XI, el agua de lluvia no irrigaba los campos agrícolas lo cual debe haber resultado en una catástrofe. La drástica disminución de las precipitaciones afectó gravemente el funcionamiento de Chichén Itzá cuya gran población (se documentan hasta 50 mil habitantes en su época de apogeo) dependía de la agricultura y por ende, de la suficiente agua de lluvia para irrigar los campos y producir suficientes alimentos. Autores como Medina et al. (2010), han sugerido que en el año 950 de nuestra era sucedió uno de los largos episodios de sequía. Estos episodios se habían vuelto ya recurrentes. Sin embargo, nuestra interpretación de la evidencia arqueológica en el Cenote Holtún, nos permite sugerir que la población duró un siglo o siglo y medio más allá del 950 d.C. en Chichén Itzá (Cobos et al., 2014). Los habitantes de Chichén Itzá se convierten, por esto, en un ejemplo extraordinario de resiliencia.
El registro arqueológico sugiere que los episodios de sequía, fueron parte de un proceso gradual que alcanzó su punto máximo en el Siglo XI.
La evidencia arqueológica reportada desde el Cenote Holtún en Chichén Itzá muestra dos momentos del cambio climático que afectó al norte de Yucatán. Primero, corrobora la existencia de condiciones ambientales extremadamente secas durante el período Clásico Terminal, como lo demuestra la disposición de materiales culturales en la plataforma dentro de una pequeña caverna sumergida actualmente. La colocación y disposición de las ofrendas demuestra que los encargados del ritual de colocación estuvieron situados en la plataforma desde donde también, muy probablemente, realizaron rituales de auto sacrificio de sangrado, en vista de la evidencia de espinas de raya marina. Estas últimas eran usadas para realizar auto sacrificios de sangrado del pene. Un ritual que iba dirigido a propiciar las lluvias, la fertilidad y las buenas cosechas (Joralemon, 1974; Davletshin, 2003; Helmkie, 2017).
En segundo lugar, el nivel del agua aumentó dentro del Cenote Holtún, cuando las condiciones ambientales se volvieron más húmedas a principios del período Posclásico, (después del 1100 de N. E.). Aparentemente, el aumento del nivel del agua ocurrió rápidamente y la plataforma de piedra caliza natural quedo completamente sumergida bajo el agua.
Vivimos actualmente una época de profundos cambios, algunos naturales y otros provocados por el ser humano. El cambio climático es un hecho y la Tierra sufre sus consecuencias. Los fenómenos climáticos son cada vez más extremos. Los polos experimentan un acelerado proceso de deterioro y, si bien algunos de estos factores se dan de manera natural, las agresivas modificaciones a nuestro entorno, destrucción de selvas, emisiones de contaminantes, actividades agrícolas y pecuarias sin control, aceleran el deterioro. La civilización maya experimentó un cambio ambiental, que pudo haber significado para ellos, el fin de su mundo. Estas son lecciones que desafortunadamente parecen no haber sido del todo asimiladas por la sociedad contemporánea. El agua en la península de Yucatán parece ser aún suficiente, pero si no se hace conciencia rápidamente, nuestro Gran Acuífero Maya puede contaminarse y desaparecer. Hoy más que nunca, la arqueología demuestra ser de gran utilidad para entender conductas y situaciones del pasado que no debemos repetir. Es tiempo de escuchar lo que la historia tiene que decirnos.
FOTO: Guillermo de Anda exploró por primera vez el Cenote Holtún en 2006, en donde documentó una ofrenda maya sumergida a 8 metros de profundidad/ PAUL NICKLEN / Cortesía Guillermo de Anda Alaníz
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