El doble aislamiento de Benito Juárez: entrevista con Yuri Herrera

Abr 22 • Conexiones, destacamos, principales • 2148 Views • No hay comentarios en El doble aislamiento de Benito Juárez: entrevista con Yuri Herrera

 

En su nuevo libro, La estación del pantano, el escritor replantea un pasaje silencioso en la biografía del primer presidente indígena de México, cuando desembarca en Nueva Orleans, ciudad con la que el narrador guarda un vínculo

 

POR DONOVAN KREMER
Si pudiéramos representar a la Historia como un cursor en movimiento que, trabado incidentalmente en puntos muertos, salta en una misma dirección trazando rastros de una línea recta, diríamos que los vacíos que deja pertenecen a esa clase de disciplina que busca dotarlos de sentido y armonía. Así, pues, podemos afirmar que la literatura está en la posición oblicua desde donde es posible repensar la Historia del punto muerto al punto y seguido.

 

Bajo esta premisa, Yuri Herrera (Actopan, 1970) construye en La estación del pantano el año y medio en el que Benito Juárez, junto con su séquito, estuvo en Nueva Orleans a partir de 1853, una ciudad queer en el sur de Estados Unidos desde antes de que se inventara el término, donde confluyen alta y baja Cultura, con relaciones económicas y sociales complejas, donde se mezclan el olor penetrante del pantano, el de las flores de jazmín, la música y los tonos de piel, absorbidos por la decadencia.

 

Ahí Juárez atestiguará hechos delictivos, la marginación y la sórdida piedra fundacional de Estados Unidos, el comercio de esclavos en un mercado pujante. Quien se convertirá en el primer presidente indígena en México vive un doble aislamiento: el del exilio y el de la extrañeza del idioma, dos factores de interés para Herrera que conforman el tema que lo ocupa: la migración. Cierto que lo es en esta obra como en Señales que precederán al fin del mundo (2009), La transmigración de los cuerpos (2013) o su colección de relatos Diez Planetas (2019), todas publicadas por Periférica.

 

En este sentido, el escritor mexicano radicado en Nueva Orleans realiza, a través de este libro, un ejercicio de indagación respecto a la relación que guarda con Estados Unidos y su Cultura.

 

La charla con Yuri se da un día después del incendio de una estación migratoria en Ciudad Juárez, el pasado 27 de marzo, en el que murieron 40 personas encerradas, un hecho que califica como criminal.

 

 

Aun cuando Benito Juárez es el primer presidente indígena, a estas alturas pienso que todavía tenemos una deuda importante para con la comunidad indígena en México.

 

Cada vez mayor, diría yo. Desde el siglo XIX ha habido un hostigamiento permanente contra los pueblos originarios, al punto que han ido desapareciendo, físicamente, sus lenguas, y lo que ha quedado es una versión manejable para los discursos oficiales, o aún peor, para la publicidad de ciertas empresas que sencillamente se apropian de las expresiones culturales de los pueblos originarios. Diría que junto con la seguridad pública es de las deudas más urgentes que existen en nuestro país.

 

¿Ves una degradación en el discurso por parte de este gobierno, al meramente apropiarse de las expresiones indígenas? ¿Falta una verdadera representatividad en las políticas públicas?

 

Como en casi todos los órdenes hay una mezcla. Por un lado, sí existe una mayor representación de los pueblos originarios con el actual gobierno, mayor respeto, pero a la par no hay un cambio fundamental de las políticas depredadoras que son sinónimo del progreso, el que siempre ha devastado comunidades, el medio ambiente. Ese es otro milagro de la Cuarta Transformación, que de repente los panistas y los priistas se volvieron ambientalistas, cuando ellos han hecho miles de trenes Maya, el equivalente a cientos o miles de esas obras: entubar los ríos, hacer los ejes viales, eso es el progreso, y en ese sentido este gobierno es uno que también busca el progreso, y en medio se pierden un montón de factores. Este gobierno, pienso, es mucho mejor que los anteriores en casi todo, pero no es diferente en su idea de que el progreso pasa por una explotación del medio ambiente, crear las condiciones propicias para que se haga negocio.

 

Te sumergiste en documentos históricos para escribir La estación del pantano. ¿Cuáles es el puente o la relación entre lo literario y la historia? ¿Qué aptitudes crees que encarnan?

 

Es una interrogante compleja. Primero, es una relación antiquísima. Para mucha gente la historia es uno más de los géneros literarios, aunque la historia tenga sus propios métodos, sus propios imperativos éticos y sus objetivos, pero en algún sentido es una representación del pasado desde nuestros prejuicios, desde nuestras propias aspiraciones, desde nuestros demonios; sin embargo, la historia sí tiene ciertas obligaciones que la ficción no, debe circunscribirse a procedimientos, a lo que encuentra en los archivos, en el mundo material. Y una de las cosas que la literatura hace es intervenir en aquellos lugares donde la historia no puede decir más, y no quiero decir con esto que la literatura llena los vacíos históricos, por algo están ahí, marcando un silencio, una ausencia, y no hay que llenarlos artificialmente. Lo que sí puede hacer la literatura es encontrar otro sentido a los mismos datos que manejan los historiadores, a los mismos hechos. Es reconocer que los afectos son una forma de conocimiento: la manera en la que nosotros nos reconocemos en el mundo, y eso es mucho más que un dato duro, que no puede ser recogido en las finas estadísticas: qué es lo que nos preocupa, lo que nos constituye como sujetos sociales más allá de los indicadores económicos.

 

¿Es una forma de empatizar con lo pasado?

 

Es una forma de figurarnos el pasado, desde la evidencia que muestra que nosotros somos del pasado, somos evidencia del pasado, somos su consecuencia y por tanto podemos tratar de entenderlo, con la finitud de que siempre perderemos algo, también habrá hilos conductores que el arte nos permite asimilar en tanto estamos hechos de la misma materia que los hombres y mujeres del pasado.

 

¿Cuál fue tu propósito con esta novela? ¿Por qué abordar a Juárez?

 

Nunca sé qué responder porque la literatura carece de propósitos utilitarios, más bien diría que son impulsos, ciertas obsesiones a las que uno le está dando vueltas, y fundamentalmente diría que escribir ficción es una manera de realizar investigaciones sobre uno mismo, sobre tu lenguaje, tus emociones, tu habilidad de sintetizar lo descubierto. Esto suena a que estoy evadiendo la cuestión, no lo haré. Llamémosle mi propósito específico a hacer una indagación de la relación que guardo con la ciudad (de Nueva Orleans), donde he vivido años, es como mi segunda casa, así que tengo un vínculo con su historia, su cultura. Entonces, es una indagación de cómo me relaciono con este país y seguir pensando en un tema que a mí me ocupa desde hace años: la migración. Podríamos decir que es un término utilizado con demasiada facilidad para referirnos a Juárez, porque era un exiliado, y considero que el exilio es una migración forzosa, que directamente se da por decisiones políticas. La historia de Juárez es, en este sentido, el ejemplo radical de lo que vive mucha gente que se ve forzada a abandonar sus hogares, de vivir en la precariedad, en la espera constante, que es una de las ideas primordiales de este libro, el hecho de vivir en la incertidumbre. Hablar de Juárez es hablar de múltiples historias que son clave para entender nuestro tiempo.

 

Juárez es un personaje que me ha producido respeto, pero ese no era uno de mis objetivos principales. El personaje lo comencé a pensar cuando llegué a Nueva Orleans, en función de que Juárez era alguien que nunca había salido del país, estaba concentrado exclusivamente en la política de Oaxaca y, aunque todavía no en este periodo, en la política nacional, y de repente se encuentra viviendo en otro planeta, en un sitio donde nadie habla su lengua, donde hay otras relaciones económicas y sociales; Nuevo Orleans ya era una cuidad extraordinariamente rara por sus patrones migratorios, por su historia religiosa y cultural, porque rompe, como ninguna otra ciudad lo ha hecho, estas fronteras artificiales entre alta y baja Cultura. Eso a mí me resultó fascinante. Tampoco quiero evitar ese hecho de que Juárez es una escultura, y luego en lo que se convierte después: un estadista, un prócer. Cómo este periodo sucio y caótico paradójicamente había contribuido en él. Uno diría que un prócer se debe formar en un lugar respetable que te dé doctrina, pero no en un lugar que fue fundado por ladrones y prostitutas como lo fue Nueva Orleans. Es esta contradicción entre un futuro prócer y el hombre habitando una ciudad plagada de incendios, de crimen, pero también luminosa, con la conciencia de libertad que había, que hay.

 

Me llama la atención que Juárez lleva una brújula que no suelta para nada, una reliquia preciada. Tengo la impresión de que es una metáfora del extraviado en territorio ajeno que busca hallar salida y sentido ¿o es sólo un recurso estético?

 

Es un recurso estético, ideológico y narrativo. Y, por otro lado, si tú vas a la Casa Museo de Juárez, en Palacio Nacional, hay sólo dos objetos en esa casa que se supone que él trajo consigo de Nueva Orleans: un hilo de pescar y una brújula. Cuando estaba haciendo la investigación sobre la vida de la ciudad en esa época, entre otros recursos, leyendo el periódico más importante de ese momento y que lo sigue siendo ahora, ya digitalizado, el Times Picayune, en las notas rojas recuerdo haber leído esa historia con la que comienza la novela, la de un hombre que fue arrestado por robarse la brújula de un barco, y eso a mí me pareció triste y bellísimo a la vez. Pensé: es alguien que quiere largarse. Simbólicamente me pareció así. Claro, dije, ¿qué es lo que esta ciudad tan terrible te otorga? Es como las experiencias traumáticas, nos ponen en nuestro lugar u organizan nuestras prioridades. Nueva Orleans fue donde Juárez encontró su brújula. Lo cual es una manera simple de decir que encontrar esa brújula implica la reflexión sobre la libertad, la justicia, el sacrificio, romper reglas para poder seguir siendo fiel a ti mismo.

 

Es característico. Sí empato con la idea de que Juárez tuvo influencias en Nuevo Orleans, tan sólo por el tráfico de personas que se vive ahí; él es quien decreta la prohibición de la deportación de negros a Cuba.

 

Fíjate, mucha gente piensa que Juárez pasó una segunda temporada en Nueva Orleans, no. Ya después, durante la Guerra de los Tres Años, hace una escala y la gente que lo acompaña se horroriza por los mercados de esclavos. Y claro, esto lo tuvo que haber marcado. Además, el libro se ubica en el periodo previamente a la Guerra Civil, y hay muchísima gente esclavizada que está buscando su libertad, ya sea por gente que la compraba o cuyos “dueños” les daban la libertad, y había muchos que escapaban o huían a México. En general, al norte de Estados Unidos, igualmente racista aún hoy, empezaban a dejar de considerar la esclavitud como un mercado económico aceptado. De hecho, hay personas que afirman, sin ninguna prueba pero es factible, que hubo colonias enteras de gente esclavizada que gracias a Juárez llegaron a Veracruz. Sabemos que mucha gente escapó a Veracruz, a Tamaulipas, a Chihuahua. No hay ninguna prueba de que estos escapes masivos hayan sido organizados por Juárez, pero es factible que haya participado en este movimiento. En una novela lo que interesa más, aun cuando sea una novela histórica, no es tanto lo que haya sucedido sino lo que es plausible de ocurrir.

 

Uno de los personajes, que está dentro del “negocio” de venta de esclavos, dice que él entiende que para ser un progresista hay que saber cuándo una idea es nueva y cuándo esa misma idea envejece, ¿por qué actualmente hay ideas como el racismo, el supremacismo, que siguen imperando en Estados Unidos, y aun exacerbadas?

 

La esclavitud está en el ADN de este país. Hay quienes piensan que la esclavitud fue un accidente, una excepción en una nación que, por lo demás, siempre ha estado consagrada a la búsqueda de la libertad, de sus propios ciudadanos y de los extranjeros, y esto no podría ser más falso. La esclavitud existía antes de que Estados Unidos fuera un país independiente y añádase que es un elemento fundacional en su independencia. Todos estos héroes que ahora tienen nombres de ciudad o de estado, todos tenían esclavos, y cuando hablaban de la libertad de los hombres, se referían a los hombres blancos; y aun cuando finalmente si prohibió la importación de gente esclavizada, a principios del siglo XIX, siguieron permitiendo durante medio siglo más esta abominación basada en que si tú, un hombre blanco, embarazabas a una mujer esclavizada, los hijos que le nacieran pasaban a ser de tu propiedad, y esto no sucedió sin tener consecuencias. Hay un libro que se llama The Half Has Never Been Told (de Edward E. Baptist), quien hace un análisis del impacto de la esclavitud en el desarrollo económico de Estados Unidos, y señala que Estados Unidos no se podría haber convertido en la potencia económica que es hoy sin haberle robado el sueldo a generaciones enteras.
Estas ideas no desaparecen de golpe cuando cambias las leyes, las relaciones económicas no cambian automáticamente, los prejuicios tampoco y, sobre todo, las consecuencias morales y físicas sobre los esclavizados y sus descendientes no cambian de la noche a la mañana, entonces, todavía hay gente en este país cuyos abuelos y bisabuelos fueron esclavizados, no hablamos de Historia Antigua, de hecho encuentras gente que considera que las plantaciones eran una organización familiar en la cual se protegía a las personas esclavas. Esta es otra de esas falsas nociones del progreso, que pensamos que hay ciertas ideas que han sido derrotadas para siempre, y regresan una y otra y otra vez. Estamos hablando de Estados Unidos, pero podríamos estar hablando de México, tenemos nuestras propias versiones del racismo, funciona diferente en comparación con Estados Unidos, pero están incrustadas hasta la médula en nuestras nociones sobre lo que es la alta y baja Cultura, lo que es hablar bien y hablar mal, educado o no educado, todas éstas están atravesadas por un racismo brutal que uno pensaría que desapareció hace más de dos siglos, pero que en realidad se ha reactivado y transformado con el paso de los distintos regímenes políticos.

 

¿Cuál es la intención literaria en el cambio tipográfico mientras Juárez y el resto de los exiliados mantienen sus reuniones acerca de México?

 

Lo hago para subrayar dos cosas. Por un lado, es una cita oblicua a los intentos que hubo en el siglo XIX de reformar la gramática y, sobre todo, la ortografía por parte de Andrés Bello y antes por Simón Rodríguez, que fue uno de los maestros de Bolívar, que decían que tenemos que encontrar una manera propia de hablar, no basta con independizarse, debemos también independizar el modo en el que hablamos y escribimos. Pero más que eso, es el hecho de acentuar, sin decirlo explícitamente, que todos estos personajes ya se están mirando a sí mismos como futuros próceres, entonces ya hablan en itálicas, en mayúsculas, como si sus palabras salieran directamente de la boca a los muros de mármol. Hace rato que hablábamos de la literatura y la historia, bueno, esto es algo que te permite hacer la literatura, enfatizar o comentar sin necesidad de elaborar un discurso historiográfico, sino que con pequeños detalles invitas al lector a decodificar estos hechos con sus propios recursos.

 

Esto me recuerda al monolingüismo. Por un lado, vemos a Juárez relegado porque no habla el idioma, lo acompañan figuras clave quienes sí. Juárez está tratando de entender no sólo el idioma, si no los eventos de Nueva Orleans, darles sentido sin poseer un sentido lingüístico, y al mismo tiempo comprender los aconteceres del México de la época. ¿Ves en el monolingüismo el sinónimo de analfabetismo?

 

Hay que precisar que Juárez no era monolingüe, él hablaba zapoteco, el español y dominaba el latín porque estudió Teología muchos años, leía el francés, no sabía inglés, al menos al inicio, a su llegada. Me imagino que lo largo de su estancia en Nueva Orleans lo aprendió, me sorprendería mucho si no, que alguien políglota como él no lo haya aprendido, pero es cierto que al llegar es una lengua que no domina, y que no hace sino acentuar su aislamiento. Los que llegamos a un país extranjero sin dominar su lengua es parte de lo que sentimos. Cuando tú no creces hablando una lengua, hay un registro, una naturalidad que cuesta mucho aprender como adulto. Este aislamiento lingüístico sí crea soledad y también te constituye como sujeto político, porque eres un sujeto que puede estar consciente de sus derechos, pero al no manejar esa lengua hegemónica estas privado de defenderlos, por ejemplo, o de participar en la esfera pública.

 

Por supuesto que el asunto de las lenguas era importante porque Nueva Orleans sigue siendo una ciudad interesante por crecientes patrones migratorios, y aún más en esa época en la cual hallabas a estas personas venidas de África con su propia lengua. A muchos en la segunda generación se los habían prohibido, pero todavía una mayoría hablaban su lengua. Y luego estaban los pueblos originarios, con una presencia importante. Entonces este caos lingüístico fue uno de los temas que traté en la novela.

 

Hay fragmentos de la novela que como lector se me figuran a la prosa de William Faulkner, específicamente a la hora de tratar el tema de los negros, un ambiente con una decadencia como se retrata en el sur de Estados Unidos, aunque en Nueva Orleans la gente se considera del Norte, donde pululan también los marginados. ¿Cuáles fueron tus influencias?

 

Luisiana sí es del Sur, Nueva Orleans es un lunar queer dentro del sur, es queer 100 años antes de que se inventara la palabra, pero Luisiana es el sur sin lugar a duda, con todas las ventajas y desventajas. El Sur de Estados Unidos es mucho más complejo de lo que se nos ha hecho creer. Dentro del imaginario gringo, el norte es progresista y liberal, y el sur es racista y retardatario, lo cual es absolutamente una estupidez, no digo que no haya racismo en el sur, hay muchísimo, y los políticos y empresarios son profundamente racistas, pero a lo que me refiero es al modo en el que desde el norte se ha asignado al sur como el lugar donde existe el racismo, mientras en el Norte no, eso no es cierto. El problema con el racismo no es que haya personas racistas e ignorantes, esos son individuos, el problema con el racismo es que es sistémico y como sistema fue perpetuado por los ganadores de la guerra en el norte. Si uno piensa en los racistas más poderosos de Estados Unidos, es gente como Trump, nacida y crecida en Nueva York, o jueces de la Suprema Corte educados todos en universidades del Norte, “liberales y progresistas”. Uno de los objetivos secundarios con esta novela fue esta idea de cómo funciona el sur, una idea arbitraria.

 

Con respecto a las influencias literarias, no, Faulkner nunca fue ni la menor influencia. Es alguien además que no he leído en inglés y es alguien que no me ha nacido hacerlo parte de mis influencias; es muy difícil saber cuáles han sido tus influencias. Puedo decir algunos de los libros que me han influido mientras estaba haciendo la investigación, mientras estaba escribiendo; por ejemplo, tuve la oportunidad de leer un libro que salió año y medio, que para mí es la mejor novela publicada en México sólo el año anterior, que es el Cuarto Jinete de Verónica Munguía, me parece un libro que habla de situaciones terribles en una época terrible, la época en la que ella lo escribió con un gran conocimiento de la lengua. Hay otro libro que lo leí un par de años antes, y que a mí me servía como uno de los modelos posibles, que es del escritor francés Mathias Enard, tiene un título largo, Habladles de batallas, de reyes y elefantes (por el que se llevó el Premio Albert Camus 2022). Narra la historia del año de estancia de Miguel Ángel en Estambul, cuando lo contrataron para diseñar un puente que nunca fue construido. Entonces, esta narración fue un modelo interesante para mí en términos de pensar un periodo histórico limitado, pero que dentro de esos límites se puede imaginar una continuidad.

 

Fuera de eso, los gustos y las influencias van cambiando, no son estables. Yo empecé a leer poesía muy tarde, joven no leí poesía; dicen que eso puede convertir en cursi a un sujeto, pero ahora leo poesía todo el tiempo, sobre todo mexicana, latinoamericana. En México se está haciendo buena poesía, aunque no exclusivamente, por las poetas. Para mí es un alimento indispensable. Lo que aprendí también tarde es que uno antes de sentarse a escribir debe realizar ejercicios de estiramiento, como los atletas, y para mí esos ejercicios son leer poesía un buen rato.

 

Siento que la poesía ha tensado el arco dentro de la narrativa. Notó en tu novela el lenguaje poético visible.

 

Eso espero. Los géneros literarios se alimentan de la poesía, porque es la que hace lo que el resto de los géneros quiere hacer, reconstruir el mundo, repensarlo, la poesía lo hace de una manera radical, sin asumirse nunca como realista, sino que se resiste a las fórmulas aceptables de representar al mundo; siempre estar empujando. Para mí es un ejemplo de lo que es el quehacer literario.

 

La procesión antes del entierro de dos migrantes guatemaltecos fallecidos en el incendio de Ciudad Juárez. Crédito de imagen: Esteban Biba /EFE

 

Por último, el tema de la migración te llama, está en tu obra, y hemos hablado de él. Ahora, estamos en un contexto en el que se incendió una estación migratoria. ¿Cómo ves este hecho, Yuri?

 

Es criminal, independientemente de que haya sido intencional, que no tengo ningún elemento para pensar que fue intencional, pero la criminalidad no tiene que ver con un plan malévolo, lo criminal son las condiciones estructurales por las cuales los migrantes son criminalizados, las políticas migratorias en Estados Unidos históricamente han sido criminales, en algunos periodos abiertamente fascistas, como la acción de gasear con químicos a los migrantes para que no cruzaran. Pero en México no somos mejores. Hace rato que hablábamos de las deudas que tenemos con los pueblos originarios y con la seguridad pública, pues la seguridad pasa también por ahí, no se trata de que sólo las personas que tienen credencial para votar sean merecedoras de un trato digno, o que su integridad sea respetada; entres como entres a cualquier país debemos de ser tratados con dignidad y con respeto, y si tus instituciones están listas de antemano para criminalizar a alguien porque le falta un sello a su pasaporte o porque carece de él, lo criminal es el trato de las instituciones, no las personas, ellas están haciendo lo que hemos hecho toda la vida: viajar, a veces con documentos, otras sin, y eso en sí mismo no es un hecho criminal.

 

Y en nuestro país, teniendo un conocimiento de causa, es decir, de lo que sufren los migrantes al tratar de conseguir trabajos ‒mal pagados y sin beneficios, y sufriendo la percepción racista de individuos en instituciones‒, hace más condenable que repitamos esos patrones. En última instancia, también nosotros somos responsables, los que hemos aceptado las ideas de que los migrantes son invasores, indeseables, y cuando digo “nosotros” me refiero a que nuestro pacto social no incluya el respeto irrestricto a los migrantes.

 

FOTO: Yuri Herrera ganó el Premio Otras Voces, Otros Ámbitos. Crédito de foto: Cortesía Jacky Muniello

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