El drama del 68

Ene 14 • Escenarios, Miradas • 3511 Views • No hay comentarios en El drama del 68

POR JUAN HERNÁNDEZ

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La masacre estudiantil en Tlatelolco en 1968, ocurrida diez días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos en México, continúa en el imaginario como uno de los episodios no resueltos en la historia de nuestro país. Y justo de eso trata la obra El cielo de los presos, escrita y dirigida por Mauricio Bañuelos, con las actuaciones de Kristyan Ferrer, Tatiana del Real, Gonzalo Vega Jr., Aarón Balderi, Emmanuel Orenday, Alfredo Gatica y, alternando funciones, Héctor Kotsifakis y Jorge de los Reyes.

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Un tema escabroso en días álgidos, en los que la realidad parece rebasar las posibilidades de la ficción. Quizá por ello El cielo de los presos requiere de una reflexión, pues si bien es cierto que la trama se enfoca en los momentos posteriores a la represión de estudiantes universitarios en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, y el drama se desarrolla en una celda en la que sólo hay cabida para una litera, el subtexto parece ofrecer reflejos en relación con la agitación política y social que se vive actualmente en México.

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Podríamos decir que esta es la parte más rescatable del texto del joven director y dramaturgo Mauricio Bañuelos; es decir: el abordaje de un suceso doloroso del pasado con los ojos de quien vive la indignación frente a lo que ocurre en el presente.

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La resolución de un tema tratado ya por la literatura, el cine, la plástica y el mismo teatro, se convierte en un verdadero reto para el director de escena, quien toma como punto de partida el ataque a fuego y bala en contra de los estudiantes como el punto de partida, pero no como el núcleo de la trata del texto dramático.

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El autor se concentra en lo que ocurre después de los balazos, que son recreados sonoramente, mientras el foro se encuentra en penumbra; para luego dar paso a lo que ocurre en una celda de un campo militar, que es donde se desarrollará la acción, en función de una atmósfera opresiva, oscura, que por momentos consigue meter al espectador en el aterrador mundo del encierro y de la violencia ejercida por miembros de las fuerzas castrenses en contra de civiles.

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Los personajes no son únicamente estudiantes, también hay un hombre maduro, quien no tiene nada que ver con el movimiento estudiantil y que, metafóricamente representa al pueblo. Se trata de un obrero viudo, a quien le esperan en casa sus dos hijos pequeños y su madre, que cuida de ellos.

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En la celda también están detenidos un joven brigadista, enamorado e ingenuo, que llora a la menor provocación, y otros dos universitarios, pertenecientes al Consejo General de Huelga.

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Otro de los personajes de este drama es una joven estudiante, quién sólo aparece al inicio de la obra, momentos antes de la masacre de estudiantes y, posteriormente, en los diferentes flash backs para recrear la historia de amor que sostiene con uno de los muchachos detenidos.

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Por otro lado, están los dos militares de presencia aterradora; instrumentos del régimen represor, que obtiene declaraciones a modo de las víctimas con base en el uso de la violencia física y sicológica.

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El director de escena pone todos sus cartuchos en el desempeño de los actores, en este montaje de pocos elementos escenográficos, apenas los indispensables para hacer verosímil la obra, que se desarrolla en un híper-realismo, que aprovecha la intimidad producida por la cercanía entre el público y los actores, en ese foro que funciona como una caja negra.

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Sin duda, el tema resulta de una gran pertinencia en un momento histórico como el que atraviesa México; sin embargo, el director y dramaturgo parece no querer llevar el discurso del horror de la represión hasta sus últimas consecuencias. El texto adolece de ciertos devaneos tonales que resultan anti-climáticos, que meten en problemas a los actores, quienes deben recurrir al cliché frente a la inoperancia teatral de un humor inverosímil que se introduce en momentos de gran crudeza.

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Las concesiones que hace el autor y director de la obra para que el espectador pueda escapar del aterrador universo del encierro y de la fragilidad de la vida humana, cuyo destino está en las manos de seres sanguinarios, no producen el efecto de distanciamiento propuesto por Brecht —para evitar la identificación emocional de los espectadores con los personajes y permitir el análisis de las ideas desde la conciencia propia— sino que cae en el chiste burdo y en una ligereza que da al traste a la verosimilitud de la actuación y de la puesta en escena.

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El humor en una atmósfera aterradora tendría que llevar esa misma tonalidad oscura, cosa muy compleja de lograr, pues requiere de mucho más que un chiste simplón: como ocurre con la anécdota de uno de los presos que narra cómo aprendió a echarse pedos silenciosos, mientras la vida de todos ahí corren peligro. O el recurso de la “confusión” que pone fin a la tragedia de uno de los estudiantes al saber que su novia fue asesinada —representación simbólica de los sueños aniquilados—, cuando se aclara que la muerta era otra muchacha con el mismo nombre, provocando la risa incrédula del público.

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Fuera de los chascarrillos innecesarios, la obra sí consigue tener algunos momentos altos, constituidos por el ambiente de terror que significa estar en un campo militar y frente a un sargento sanguinario, en quien cuyas manos está la continuidad de la vida humana.

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Sin embargo, lo que parece realmente trascendente en esta obra es el dilema moral de un soldado, quien resulta ser hermano de uno de los jóvenes universitarios detenidos, a quien debe torturar hasta casi la muerte. Este es quizá uno de los momentos más altos de la obra, pues busca escudriñar en el misterio de la condición humana.

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Resalta por su eficacia actoral, Jorge de los Reyes, quien muestra una gran solvencia para dar vida al militar incapaz de sentir compasión o empatía por sus congéneres, así como la de Emmanuel Orenday, quien tiene que resolver actoralmente la lucha de conciencia que le significa torturar a su hermano, a quien no puede poner a salvo de su destino trágico.

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Una obra de claroscuros, que puede no satisfacer a cabalidad, pero que no deja de provocar la reflexión en relación con el contraste entre el poder de las ideas, los sueños y las utopías frente al uso excesivo y brutal de la violencia que desarticula cualquier intento de ejercicio libre y creativo de la inteligencia.

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Foto: El cielo de los presos, escrita y dirigida por Mauricio Bañuelos, con las actuaciones de Kristyan Ferrer, Tatiana del Real, , Gonzalo Vega Jr., Aarón Balderi, Emmanuel Orenday, Alfredo Gatica, Héctor Kotsifakis y Jorge de los Reyes, música original de Rodrigo Hernández e iluminación de Enrique Medina, se presenta en el Foro Lucerna (Lucerna 64, col. Juárez), los miércoles, a las 20:45, hasta el 26 de abril. Crédito de foto: Cortesía Salvador Perches 

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