El enigma de “El último carnaval”
Novela de Hernán Lara Zavala ambientada en los albores del 68, se adentra en la relación de dos hermanos miembros de pandillas juveniles
POR YOLANDA RINALDI
Unamuno decía en La novela de Don Sandalio, jugador de ajedrez que “todo novelador —novelar es crear— al crear personajes se está creando a sí mismo”. En general es una verdad, porque en esos mundos forjados, el escritor entreteje su propia experiencia, de modo que su escritura se convierte en una ceremonia a la que se nos invita, y como lectores asomamos nuestra mirada candorosa.
Y con esto abordo la cuestión del escritor Hernán Lara Zavala (Ciudad de México, 1946) que crea ficción y realidad en su reciente novela El último carnaval, (Alfaguara, 2023) donde muestra un abismo al que tanto el lector como el autor se asoman para buscarse en esas imágenes ilusorias, aparentes, que conducen al reconocimiento de una generación que vivió, gozó y se educó en la Colonia Del Valle. Muchos de esos jóvenes más tarde se rebelarían en el 68, como parte de un movimiento que aunque estalló en la capital, reveló la crisis del sistema político del país.
Lara Zavala se refugia en la memoria y son los recuerdos los que le permiten armar, con gran intuición artística, una historia escrita en un estilo ameno, veraz, humorístico sin apartarse de sus preocupaciones estéticas, y mostrar lo que pasó con esa generación, reflejando la rebeldía y transformación de esos jóvenes. La novela es notable, entre otras cosas por la capacidad del autor de mostrar la exclusión, la lucha de contrarios. De esta manera, ofrece la visión de los “rebeldes sin causa” mexicanos del 68 que se suman al movimiento juvenil mundial con la revuelta de Tlatelolco, son momentos definitorios para los jóvenes, lo mismo en París, la Primavera de Praga, que en Berlín o México.
Sobreviene una especie de conciencia que lleva a preguntar cuántos jóvenes tuvieron que morir en esa época en los distintos ambientes del mundo en los que se enfrentaron para que el resultado fuera el florecimiento de la esperanza, la libertad política y cultural. La novela en sí es el retrato de esa época, el protagonista goza la vida con intensidad, pasión, ilusión, no sin que le invada esa suerte de temor y desafío ante la realidad; vive así “una batalla de encuentros y desencuentros”.
Pero además, la novela ahonda en el espíritu de esa generación que tenía un ideal que reflejaban con su ropa, pantalones de mezclilla, minifaldas, chamarras de piel de color negro y largas melenas. Formulaban con ello una protesta al principio no contra alguien. A escondidas de sus padres revelaban su anhelo de ser diferentes, con actitudes envalentonadas o temerosas. En el personaje principal de El último carnaval van girando las imágenes del laberinto vital de sus contemporáneos, el descontento interior, el descubrimiento del amor, del cuerpo, del sexo, la música, el cine. Van elaborando sus propias visiones, en el hogar, en la calle con los amigos, con las pandillas, en la escuela.
La novela destaca la estrecha relación de los hermanos, Adrián y Jorge. Una unidad que luego se pone en crisis, sin pronunciarse, claro. Jorge es vehemente, rudo, arrebatado, impetuoso, líder de una de las pandillas más duras de la colonia Del Valle. A pesar de sus caracteres opuestos de los hermanos, su vínculo da forma a la historia. Hasta que empiezan a cambiar las cosas.
La violencia tiene un papel decisivo para esa generación para quien todo estaba polarizado. Al tiempo que Adrián narra la historia de un amor que marca su vida, va construyendo a su vez, su propia identidad. Su educación sentimental se conmociona ante los hechos de las bandas, —grupos desdibujadas de valores, caracterizados por su licencia desenfrenada y sexual, que también buscan la libertad, aunque de modo equívoco— constantemente se enfrentan: Los Calacos, los Cuervos, los Aventados, los Tiburones. Adrián ve a Jorge, como cabecilla de Los Calacos desplazarse en busca de episodios violentos en el Ford 47 de su amigo Polo que va siempre al volante derrapando, lo mismo por la calle Matías Romero, que Pilares, Mier y Pesado o la Mariscal Sucre.
El férreo vínculo entre los hermanos se rompe la noche que las pandillas empiezan a reñir en pleno Salón Riviera. Los Calacos y Los Cuervos deciden abandonar el local y se enfrentan en un callejón de Pestalozzi. Jorge como dirigente es vencido por su rival Pascual. Adrián contempla estupefacto la derrota y en su recuerdo expresa que Jorge “desapareció de mi conciencia, de mi ánimo, de mi admiración”, y esa decepción lo llevó a considerar el hecho como el último carnaval de su vida.
Conforme pasa el tiempo, Adrián experimenta una sacudida, una especie de “estallido” en su formación; que tiene trascendencia en su vida individual, como el anhelo de independencia del hogar familiar, que es parte de su transformación en la búsqueda de libertad. Halló dentro de sí también, una actitud desafiante, que lo lleva a vivir una historia “carnavalesca pero no multicolor”.
HLZ va tejiendo esas visiones, reflejando a esa juventud que empieza a rebelarse con actitudes desobedientes contra sus padres. Después, el movimiento encontró la causa social. En este sentido, la literatura mexicana bajo la pluma de muchos autores consagrados —Gustavo Sainz, José Agustín, Guillermo Samperio— al que se suma Lara, nos ofrecen un ejemplo de este ámbito cotidiano —evocación o recuerdo— de la Ciudad de México de los 60´s en el que los personajes con un lenguaje definitorio, creativo, juegos de palabras o caló, van reflejando los ideales, las causas sociales, la época que les tocó vivir como parte de los rebeldes sin causa. Un mundo donde sólo había dos caminos recompensa o castigo, esperanza en el futuro o la dolorosa realidad.
Para los personajes de Lara Zavala en El último carnaval el descontento, inconsciente, se va transformando; los adolescentes y jóvenes, hombres y mujeres, experimentan un especial cambio hacia el estado adulto, creando sus valores apartados de los establecidos y decadentes; lejos de la moral cristiana; así, el futuro es su derecho.
Con esos personajes dominados por el fastidio, sin una politización genuina, la narración va caminando al paso del cine, de la música que abre los capítulos que conforman la novela, sin duda, las canciones destacan porque plasman la mirada del protagonista, son piezas de rock and roll que van construyendo paralelamente una narrativa lo mismo Brenda Lee, que Elvis Presley, Chuck Berry, Little Richards, por citar algunos, con los que el autor inicia los capítulos de la Primera Parte.
En lo que tiene que ver con la Segunda Parte, Adrián concluye sus estudios en el Instituto México, ingresa al Centro Universitario México —el famoso CUM dirigido por lo Maristas— y posteriormente a la Facultad de Ingeniería de la UNAM; busca una vida más digna y creativa, pero también más libre, reflejada en su gusto por Los Beatles, la vida nocturna en bares, conservando su tormentosa relación amorosa con Magdalena, su primer amor, al que permanecerá atado por años —con todo y sus dos matrimonios y divorcio— y será en su existencia como un último carnaval cuando él se aleje para siempre de ella.
Tienen que pasar varios años para su total metamorfosis, su educación y su vocación, su revelación como escritor —junto a compañeros como Severino Salazar o Gonzalo Celorio. Conjuga sus estudios de ingeniería con Letras Inglesas en la Facultad de Filosofía y Letras. Probablemente HLZ quiso subrayar que también en las aulas universitarias se da la protesta; es el lugar del libre intercambio de ideas, de procesos formativos; por ello los jóvenes de los 60´s no sólo viven el momento en las calles sino también en los recintos universitarios, donde se visibilizan los dirigentes estudiantiles.
Al mismo tiempo, Lara inserta la sensibilidad depurada en la personalidad de Adrián que pasa de admirar y gozar placenteramente la belleza de Magdalena, a la tristeza de verla en un recinto para enfermos mentales. El hecho le hace tomar conciencia de pertenecer a una generación “que saltó de un carnaval dantesco a otro peor”.
El último carnaval no es solo una historia de amor, es la mirada reflexiva, la conciencia política, el descubrimiento de un país que ha ido de crisis en crisis, dominado a veces por “lo caprichoso, lo errático, lo cínico, hasta llegar a este remedo de Alteza Serenísima que nos ha regresado a mediados del siglo XIX.” Sin embargo esta condición no forma parte del último carnaval, habrá que esperar para que caiga la última máscara.
FOTO: Un grupo de jóvenes se reúne frente a la Plaza de la Ciudadela durante el movimiento estudiantil de 1968. Crédito: Carlos Villasana /Archivo EL UNIVERSAL
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