François Ozon y el cinismo actualizado

Mar 30 • destacamos, Miradas, Pantallas • 2427 Views • No hay comentarios en François Ozon y el cinismo actualizado

 

Mi crimen relata el juicio por el asesinato de un banquero parisino, la sospechosa es una joven actriz sin escrúpulos que entorpece las pesquisas. La obra es una adapatación del film de Wesley Ruggles

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Mi crimen (Mon crime, Francia, 2023), hilarante film 22 del estilista gay francés de 56 años François Ozon (Bajo la arena 00, Mujeres al poder 10, Todo saldrá bien 21), con guion suyo y de Philippe Piazzo adaptando libremente y por puro placer la pieza homónima escrita en 1934 por Georges Berr y Louis Verneuil y ya filmada por el viejo Hollywood en 1937 (Confesión sincera/True Confessions de Wesley Ruggles con los consagrados Carole Lombard y Fred MacMurray) y en 1947 (Te juro que sí/Cross My Heart de John Barry con los olvidados Betty Hutton y Sonny Tufts), la incipiente actriz chafa Madeleine Verdier (Nadia Tereszkiewicz) sale corriendo del palacete de un acosador empresario teatral, medio se tropieza con una dama de greñas naranja y se larga al cine con su roomie la abogada chafa Pauline (Rebecca Marder), pero al enterarse de que el millonario tipo rechazado ha muerto de un balazo, ve en ese hecho, contando con el asesoramiento de su amiga, una gran oportunidad de expropiarse el crimen que no cometió, yendo a la cárcel y alegando ante los tribunales la legítima defensa feminista de su honor, cosa que hace en efecto, siendo absuelta, gracias en buena medida al fiscal enloquecido Rabusset (Fabrice Luchini), y consiguiendo todo lo que siempre había ansiado: fama, dinero, respeto, titularidad en la obra melodramática de éxito El calvario de Suzette, estelar en la cinta Las amargas lágrimas de María Antonieta y propuesta matrimonial por parte del guapo heredero industrial André Bonnard (Edouard Sulpice) que ya andaba casándose con una chica de su clase y proponiéndole a Madeleine convertirse en su amante clandestina, si bien de pronto se aparece la verdadera culpable del asesinato milagroso, la gorgónica y superhistriónica exdiva pelianaranjada del cine mudo Odile Chaumette (Isabelle Huppert en el desplante alucinado), reclamando con pruebas el crimen que le han robado, exigiendo que se lo devuelvan y poniendo de cabeza a medio mundo, aunque nadie contaba con la astucia demente del fiscal Rabusset, la ambición burguesa del suegro senil en bancarrota Bonnard (André Dussollier) y la vocación corrupta de la totalidad de los involucrados para conjurar la amenaza de la homicida Odile, ebria de una segunda celebridad absurda y capaz de ceder calculadoramente la disputada propiedad de su cinismo actualizado.

 

El cinismo actualizado comienza con un homenaje a la comedia ligera en apariencia inofensiva, pues las amigotas chafitas gozan en la sala de cine viendo Mala semilla del joven Billy Wilder (34), interpretada por la ingenua baladista Danielle Darrieux, cuya voz seguirá sonado por aquí por allá a lo largo del film, para comprobar de nuevo el virtuosístico gusto erudito de Ozon tanto por el más popular teatro de boulevard vuelto culto y autoconsciente (gusto ya demostrado en Gotas de agua sobre piedras ardientes 00 sobre un texto arrumbado de Fassbinder y En la casa 12 sobre un delirio del metafísico hispano Juan Mayorga), como por la más enredosamente luminosa novela policiaca de enigma (8 mujeres 02 se inspiraba indirectamente en Agatha Christie), siguiendo sin duda los pasos del último Resnais (Mélo 86 o Smoking/No Smoking 93 o Aún no han visto nada 12), reciclando así, al estilo posmoderno, piezas tan potentes e ingeniosas cuan sorprendentes hoy en lo sagaz, en lo estructural, en lo filosófico y hasta en lo matemático, por decir lo menos (también el Payne de Los que se quedan 23 acaba de reciclar cual homenaje la delicada pieza-film Merluza de Marcel Pagnol 35), y de ahí deriva en Mi crimen (mío mío y sólo mío) tanto la chispeante vivacidad, el estridente juego escénico, los desplantes gloriosos de un puñado de actores/personajes explosivamente esplendorosos, la desafiante gratuidad y la inagotable capacidad de sorpresa en cada giro inesperado y asombrosamente vertiginoso de su nuevo antiquísimo arte.

 

El cinismo actualizado se sitúa jubilosa pero jamás jubilar ni exclusivamente en tres niveles de representación: el relato fílmico en primera y última instancias triunfantes, la escena teatral a través de constantes cortinazos o nostálgicas cortinillas de efecto óptico y un cine silente en b/n que visualiza las distintas versiones descabelladas del crimen que suponen las codiciosas heroínas (“La paciencia es un arte que se aprende pacientemente”) o los abogánsteres ineptos (“Lucharé firmemente contra mis ideas personales y sólo acusaré con buen criterio”), para acabar rindiendo un homenaje autoconsciente a la representación como facilitando una aguda mirada reflexiva sobre la representación misma y su arte multívoco e intemporal, inagotable y aún misterioso en la ductilidad de sus vuelcos y actualizaciones.

 

El cinismo actualizado torna inexpugnable su agonía y su éxtasis constantes, gracias a la fotografía en suaves colores pastel de Manu Dacosse, la música imitación acompañamiento alocado del cine silente de Philippe Rombi, los refinamientos estrambóticos del vestuario de Pascaline Chavanne y una edición de Laure Gardette que compensa con elipsis la locuacidad eterna de los sarcásticos diálogos inefables (“Hay quienes nacen para vivir historias de amor y hay quienes nacen para que se las cuenten”/“Los inocentes que se inculpan son exasperantes”), para que no quepa duda alguna acerca de los chantajes sentimentales de ese feminismo anacrónico y victorioso de ocasión, esa anarquía moral inextinguible, o esa renuncia como forma extrema de la sublime manipulación abyecta.

 

Y el cinismo actualizado mantiene su mentira providente a través de la aplaudida actriz victoriosa Madeleine que ni siquiera necesita decirle la verdad sobre su encumbramiento admirable al engañado galán decidido a desposarla, y se luce al lado de la esperpéntica diva Odile que encarna el rol de su arcaica hermana mayor en una obra melodramática modificada al gusto para encomiar otro acerbo alarde aristotélico en femenino (“El sacrificio de sí mismo es condición de la virtud”).

 

 

 

FOTO: La película está ambientada en el París de la década de 1930; es una comedia con tintes policiacos. /Especial

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