El espía que llegó del trópico

Ene 8 • Reflexiones • 1279 Views • No hay comentarios en El espía que llegó del trópico

 

Un científico mexicano, oriundo de Oaxaca, permanece desde febrero de 2020 recluido en una prisión en Florida esperando ser juzgado por haber actuado como espía al servicio de Rusia

 

POR JUAN CUADRADO 

Es una de las mejores historias de suspenso de la pandemia: el arresto del científico mexicano, oriundo de Oaxaca, quien desde febrero de 2020 se encuentra recluido en una prisión en Florida esperando ser juzgado por haber actuado como espía al servicio de Rusia. Nacionalistas como somos, creo que a muchos se nos hincha el pecho de orgullo por el hecho de que el servicio secreto ruso se haya fijado en un compatriota para hacerle la competencia a James Bond y al MI6. El nombre del desafortunado aprendiz de mago es Cabrera, Alejandro Cabrera Fuentes. Llamémoslo simplemente Alejandro.

 

Alejandro (36 años) comenzó su carrera académica estudiando en Rusia, después de haber obtenido una beca para estudiar microbiología en la Universidad Federal de Kazan. Es originario de El Espinal, una población cercana a Juchitán. Ya el solo hecho de haber salido al extranjero a estudiar becado es motivo de orgullo en esa ciudad, donde es una especie de héroe local. Cuando se anunció su arresto, familiares y conocidos denunciaron de inmediato a las compañías farmacéuticas internacionales, quienes le habrían metido un cuatro a Alejandro para evitar que salgan al mercado sus investigaciones médicas, las que supuestamente podrían evitar infartos (arruinando el negocio de las medicinas del corazón). Y es que la biografía de Alejandro es una maraña de realidades entremezcladas con una buena dosis de ficción. Se dice que habla seis idiomas, que tiene múltiples grados, que fue candidato al Premio Nobel, aunque, vale decir, en Estocolmo nunca se enteraron. Que le prometió al alcalde de El Espinal llevar dos centros de investigación a su ciudad natal.

 

Lo que se sabe en firme es que después de estudiar en Rusia obtuvo el doctorado en Biología Humana en la Universidad de Giessen, en Alemania. Trabajó en esa ciudad un tiempo hasta que emigró para tomar una plaza de investigador en la Universidad Nacional de Singapur, en un instituto cofinanciado por la Universidad de Duke. Durante sus estudios en Rusia se casó con Aliyá Valéyeva, una joven tártara, como reportó el diario local en aquella ocasión. Se la llevó a vivir a Giessen. Ahí estaba ella, mientras él trabajaba en Singapur, volando frecuentemente a Alemania y México. Y es que tenía otra esposa en México, de la que también tenía que ocuparse. La esposa local la conocen sus familiares, quienes han declarado a la prensa que la esposa rusa es “una patraña”.

 

Bueno, pero ya sabemos que tener dos esposas es en México peccata minuta; parece que eso no le quita el sueño a ninguno de sus partidarios en El Espinal. Pero sí lo debiera hacer la confesión que hizo Alejandro el día que fue arrestado por el FBI en el aeropuerto de Miami. La acusación en su contra data del 18 de febrero de 2020 y está disponible en Internet (ya que las cortes en Estados Unidos operan con total transparencia). Ahí se relata lo que sigue.

 

Alejandro confesó al FBI que estaba en Miami siguiendo las instrucciones de un agente de inteligencia ruso. Confesó estar casado con Mujer 1 y Mujer 2 (el FBI omite los nombres en la acusación). En marzo de 2019, Aliyá Valéyeva (Mujer 2) viajó junto con sus dos hijos a Rusia. Concluida la visita, las autoridades rusas no los dejaron abandonar el país, por lo que en mayo de 2019 Alejandro fue a Moscú a averiguar qué pasaba. El asunto se prolongó hasta junio/julio, cuando un agente del gobierno ruso le propuso a Alejandro “ayudarnos mutuamente”, es decir, que él espiara para Rusia a cambio de los papeles de salida para su esposa e hijos. En septiembre de 2019 el agente de inteligencia le indicó a Alejandro que rentara una propiedad en Miami, pero bajo otro nombre. En diciembre de 2019 se volvió a encontrar con su controlador en Moscú, y en otra visita, en febrero de 2020, corroborada por las estampillas en su pasaporte, le dieron finalmente las instrucciones para su primera misión. Le encargaron localizar el auto de un disidente ruso, cuya dirección en Miami le fue proporcionada. Debía averiguar cuáles eran las placas del vehículo y dónde lo estacionaba. Se le pidió explícitamente no tomar ninguna foto, solo escribir el número de la placa. Ya que el servicio secreto ruso ha liquidado exiliados antes, es fácil intuir porqué necesitaban conocer las placas del vehículo y su localización exacta, aunque la misión parece haber sido solo un primer experimento trivial que el científico, para oprobio de la Patria (la mexicana), reprobó. Como el espionaje es, por definición, una actividad amoral, Alejandro seguramente no se cuestionó para qué diablos necesitaban los rusos conocer la ubicación del auto.

 

Pero un espía mexicano dejaría de ser mexicano si no combinara el espionaje con la diversión. Alejandro invitó a su esposa mexicana, Mujer 1, a viajar a Miami junto con su hija, para cumplir con su primera misión y “por conveniencia” le pidió que tomara fotos del vehículo del ruso. Ambos siguieron de cerca al auto del disidente. Cuando ingresaron al estacionamiento del condominio donde vivía aquel, el guardia de seguridad se percató de los intrusos. Al interpelar a Alejandro, reparó en que Mujer 1 estaba tomando fotos del auto que habían seguido. Le informó inmediatamente a la policía. El FBI solo tuvo que sumar dos más dos y la pareja fue detenida al día siguiente en el aeropuerto de Miami. Encontraron en el teléfono celular las fotos de las placas, así como los mensajes intercambiados con el controlador ruso (esa App no la tienen ni Obama ni James Bond). Después de dar su declaración, Alejandro fue remitido a la cárcel donde la pandemia prolongó el inicio del juicio, que ahora está programado para marzo de 2022, dos años después del arresto. En la acusación formal, de febrero 28 de 2020, se indica que la pena máxima por operar como agente no registrado de un gobierno extranjero es de diez años de prisión. Afortunadamente el FBI se percató de que la esposa mexicana no estaba enterada de nada, probablemente tampoco de la otra esposa, y le permitió regresar a México junto con su hija.

 

El gran apoyo que aún tiene el hijo pródigo de El Espinal en su población natal contrasta con lo que hizo la Universidad de Singapur, que lo despidió inmediatamente. También el Tec de Monterrey, institución en la que Alejandro colaboraba de alguna manera, en uno de sus laboratorios, borró de inmediato cualquier referencia al científico oaxaqueño. Lo mismo hizo la Universidad Federal de Kazan. Los rusos, por su parte, no dicen ni pío y seguramente no aceptan devoluciones. De pronto ya nadie quiere tener nada que ver con el candidato al Premio Nobel.

 

El juicio al espía mexicano-ruso se ha prolongado casi dos años porque Alejandro, ya con abogados a un lado, se declaró inocente frente al juez encargado del caso. Y así sucesivamente, durante varias audiencias durante la epidemia, hasta que el juez perdió la paciencia y lo conminó a declararse culpable y acogerse a la benevolencia de la corte (que podría reducir la sentencia un 30%), o bien a declararse inocente y afrontar un juicio que solamente puede perder. Le dio un ultimátum para “asumir su responsabilidad” y negociar una reducción de la sentencia hasta el 19 de enero de 2022.

 

Estoy seguro de que inocencia o culpabilidad no mermará para nada la popularidad de Alejandro. El día que regrese de la prisión, ya que no hay plazo que no se cumpla, será recibido con un festejo popular que hará temblar, de nuevo, a los monopolios farmacéuticos, mientras que en Estocolmo tendrán que ponerse a pulir la medalla.

 

 

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