El estudio de la ignorancia; adelanto editorial

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Por cortesía de Alianza Editorial, un adelanto de Ignorancia: una historia global, un ensayo sobre el viaje del ser humano hasta la llamada “sociedad del conocimiento”

 

POR PETER BURKE

A día de hoy sigue sin ser del todo respetable escribir sobre la ignorancia.
Michael Smithson

 

Las disciplinas académicas son una forma específica de organización de la comunidad cognitiva. También en este caso podemos encontrar ignorancia institucional, en el sentido de una falta de interés colectiva con respecto a determinados tipos de conocimiento, así como la decisión de no investigar sobre ellos. Por tanto, puede resultar iluminador examinar los enfoques feministas recientes en disciplinas concretas.

 

Una generación de mujeres que estudió en la universidad declaró que el currículum académico lo enseñaban solo hombres, y no solo eso, sino que parecía diseñado solo para ellos. Señalaron lo que se había dejado de lado, negado o suprimido en las investigaciones masculinas. Desde los años setenta del siglo pasado, “hemos visto una enorme exposición colectiva de las carencias de conocimiento en muchas disciplinas de las humanidades y las ciencias sociales y, en menor grado, también en las ciencias naturales”.

 

Las académicas han identificado en todos los campos puntos ciegos, áreas que se han ignorado debido al sesgo masculino. En el caso de las leyes, por ejemplo, defienden que los sistemas legales ignoran la experiencia y perspectiva de las mujeres, algo que se evidencia sobre todo en el caso de las leyes relativas a la violación. En el tema de la política, Carole Pateman asegura que las escritoras feministas han sido excluidas del canon de los teóricos, y que “la teoría política carece casi por completo de toda perspectiva feminista”.

 

Las geógrafas feministas han estudiado los efectos de la localización en la desigualdad entre los sexos, y también piden una participación mayor de las mujeres en la teoría y la investigación geográfica. Esther Boserup, economista danesa, fue pionera de un enfoque feminista en su disciplina, y señaló que, “en la vasta y siempre creciente literatura sobre el desarrollo económico, escasean las reflexiones sobre los problemas concretos de las mujeres”.

 

Ann Oakley hizo una de las primeras contribuciones a la sociología feminista, para lo que eligió un tema que tanto sociólogos como economistas habían dejado de lado: el trabajo doméstico. Dorothy Smith hizo una crítica más amplia de lo que denominó “sociología patriarcal”, señalando que sus métodos, sistemas conceptuales y teorías se habían construido “sobre la base de un universo social masculino” que ignoraba las experiencias de las mujeres. Así, comparó el enfoque masculino sobre las reglas impersonales con un enfoque femenino sobre la vida cotidiana y las experiencias personales.

 

Antropología y arqueología

 

En el caso de la antropología, no se puede decir que los investigadores varones hayan ignorado a las mujeres, pero sí parecen haber subestimado su importancia en muchas sociedades y, en cualquier caso, a los investigadores varones no siempre se les permitía ver a las mujeres del grupo o hablar con ellas. Pese a ello, algunas mujeres accedieron a esta disciplina relativamente pronto, entre ellas, por orden cronológico, Ruth Benedict, Zora Hurston, Audrey Richards, Margaret Mead y Ruth Landes. El primer impacto de las mujeres antropólogas fue llenar los vacíos en el conocimiento hablando más sobre las experiencias de las mujeres allí donde sus contrapartes varones no lo habían podido hacer. Por ejemplo, en Samoa, Mead pudo hablar de sexo con las niñas. En Bahía, Ruth Landes hizo hincapié en el papel de las sacerdotisas en la religión afrobrasileña.

 

En todos estos temas, las mujeres identificaron puntos ciegos, fruto del dominio masculino en las diferentes disciplinas. En una segunda etapa, las académicas empezaron a plantear preguntas diferentes a las que hacían sus colegas varones. Por ejemplo, se ha dicho que Mary Douglas “trajo a la antropología las preocupaciones femeninas de su entorno de clase media: el hogar, las comidas, el mantenimiento, los rituales domésticos de limpieza, […] las compras, […] el cuerpo femenino”. En una tercera etapa, la teoría antropológica se expandió para explorar temas antes negligidos, como el género.

 

Las arqueólogas fueron a la zaga de sus colegas antropólogas en el descubrimiento del sesgo masculino, pero encontraron en aquellas la inspiración para corregirlo, con lo que pudieron “generizar” la arqueología. Tuvieron que enfrentarse al problema de la falta de evidencias de la división sexual del trabajo en una disciplina que se basa sobre todo en el estudio de objetos materiales. Esta falta de pruebas es una de las razones de que siga siendo tan controvertido el trabajo de la académica lituana Marija Gimbutas, que defendió la existencia de la igualdad de sexos en la Europa del Neolítico y afirmó, como Christine de Pizan en el siglo XV, que “la agricultura fue desarrollada por las mujeres”. Pero las nuevas técnicas en el análisis del ADN están permitiendo que los arqueólogos determinen el sexo de los esqueletos y demuestren que algunos esqueletos encontrados con armas en tumbas vikingas fueron mujeres. En cualquier caso, se puede afirmar sin lugar a dudas que el enfoque feminista ha dejado claro que ciertas presunciones tradicionales, como que las mujeres recolectaban y cocinaban mientras que los hombres cazaban y fabricaban armas y recipientes, eran precisamente eso: presunciones.

 

Escribir sobre la ignorancia

 

Se ha dicho correctamente que la ignorancia humana es “un tema vasto, ingobernable, en apariencia infinito”. Imputarnos la ignorancia a nosotros mismos, como hicieron Sócrates y Montaigne, es una cosa, pero imputársela a los demás es muy diferente. Los jóvenes acusan de ignorantes a los mayores, y viceversa. Las clases medias acusan de ignorantes a las clases trabajadoras o “masas”. Los cristianos y musulmanes acusan de ignorantes a los “paganos”, los que se autodefinen como pueblos “civilizados” acusan de ignorantes a los “salvajes” y los que están alfabetizados acusan de lo mismo a cualquiera que no sepa leer y escribir.

 

Paulo Freire, que se dedicaba a la enseñanza en el noreste de Brasil, en 1963 aconsejó a los maestros para adultos que no dieran por hecho que el analfabetismo era equivalente a la ignorancia, que estuvieran abiertos a aprender de sus alumnos y los trataran como iguales, como personas capaces de tener una visión crítica de su propio mundo. Fue una perspectiva revolucionaria. Freire descubrió que, si se abandonaba lo que él denominó “educación bancaria”, la presunción de que “el maestro lo sabe todo y los estudiantes no saben nada”, era posible enseñar a los adultos a leer y escribir en cuarenta horas.

 

Como ya vimos en el primer capítulo, es habitual pensar que las épocas anteriores fueron eras de ignorancia. Pero sería más preciso, y por supuesto más modesto, señalar que toda época es una era de ignorancia por tres motivos fundamentales.

 

En primer lugar, el espectacular desarrollo del conocimiento colectivo en los dos últimos siglos no tiene reflejo en el conocimiento de la mayoría de los individuos. La humanidad como un todo es más sabia que nunca, pero la mayoría de los individuos saben poco más de lo que sabían sus antepasados.

 

En segundo lugar, toda era es una era de ignorancia porque la aparición de unos conocimientos suele ir acompañada de la pérdida de otros. La desventaja del auge de idiomas mundiales como el inglés, el español, el árabe o el mandarín está acelerando la velocidad de desaparición de otros. Se cree que entre el 50 y el 90 por ciento de los casi siete mil idiomas que existen en el mundo no sobrevivirán hasta el año 2100.

 

El conocimiento que se conserva únicamente en la cabeza y se transmite de manera oral corre un riesgo muy especial, y es el caso de las tribus de la región amazónica, ya que “cuando mueren los ancianos de una tribu pequeña, buena parte de su sabiduría oral muere con ellos”. A nivel conceptual, cuando un modelo de paradigma ocupa el lugar de otro hay ganancia, sí, pero también está lo que denominamos “pérdida de Kuhn”, o, dicho de otra manera, la capacidad de explicar ciertos fenómenos, ya que todo paradigma se concentra en unos rasgos de la realidad y descuida los otros.

 

En tercer lugar, la rápida expansión de la información, sobre todo en las décadas más recientes, no se corresponde con la expansión del conocimiento, en el sentido de que los datos hay que probarlos, asimilarlos y clasificarlos. En cualquier caso, las organizaciones, sobre todo los gobiernos y las grandes empresas, ocultan cada vez más información recopilada. En el año 2001, en Estados Unidos se produjeron “el quíntuple de páginas” de documentos clasificados, en comparación con las páginas de libros nuevos y artículos en las bibliotecas, y esta proporción sigue en ascenso.

 

Por todos estos motivos, el concepto de una “explosión de ignorancia”, expresión tomada del título de un libro publicado en 1992 por Julius Lukasiewicz, un ingeniero polaco americano, no es tan paradójica como podría parecer a simple vista. Se suele decir que vivimos en una “sociedad de la información” o una “sociedad del conocimiento”, en la que los “trabajadores del conocimiento” están sustituyendo a los obreros en la industria y a los campesinos en las tierras. También se puede decir que vivimos en una “sociedad de la ignorancia”. Cuanto más se acumula la información, más cosas hay que no sabemos.

 

¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿En qué se diferencia de la situación que existía en siglos anteriores? Es habitual ver la era en que vivimos como si fuera muy diferente del pasado, y los medios de comunicación fomentan esto con titulares que incluyen expresiones como “por primera vez” o “nunca antes”. En los movimientos que conocemos como “Renacimiento” e “Ilustración”, los autores consideraban su época una liberación de la ignorancia. Ya en torno al 1400, Filippo Villani, cronista de su época, aplaudió el papel de Cimabue en la restauración de la “verosimilitud” pictórica, tras la desviación de este estándar debido a la “ignorancia” (inscicia) de pintores anteriores.

 

En tiempos de aceleración cultural y cambio social como los que vivimos, es demasiado fácil exagerar la brecha entre el pasado y el presente. Pero no podemos olvidar las continuidades, y los historiadores tienen la obligación de recordar esto a la gente. A lo largo de este libro veremos de cuando en cuando recordatorios de esto, y espero no exagerar por mi parte.

 

 

 

FOTO: Minerva y Mercurio protegiendo la pintura contra la ignorancia y la calumnia, de Simon de Vos, óleo sobre tabla. Crédito de imagen: Museo del Prado

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