“Necesito que mis imágenes se independicen de mí”: entrevista con Flor Garduño

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La fotógrafa expone Senderos de vida en Bellas Artes, que reúne sus obsesiones visuales durante más de 45 años de carrera; conversa sobre el peso de sus padres en su visión creativa

 

POR URIEL DE JESÚS SANTIAGO
Flor Garduño es atea y, sin embargo, cree en los milagros. En 1988 en el pueblo de Cotacachi, Ecuador, comenzó su serie “Testigos del tiempo” para retratar lo sagrado y lo simbólico en los pueblos más recónditos de América Latina, con una ceremonia ancestral con el Taita Marcos, chamán de la zona al que acudió para pedirle protección y que le abriera los caminos. Su lente no se ha detenido en los pueblos indígenas, más bien se ha fijado en los objetos, animales, plantas y en el vaivén de los cuerpos femeninos.

 

Su maestra Kati Horna le enseñó a componer en la toma, alejándola de la idea del fotógrafo y la dádiva de la suerte. Es ella quien construye con libertad sus imágenes. “Si puedo modificar algo en mi toma y no hago nada mal, ni le falto el respeto a nadie, lo hago”, me dice en la inauguración de su exposición Citas y encuentros, que estuvo hasta el 6 de abril en la galería Patricia Conde, en la Ciudad de México.

 

No se le ve seña de cansancio pese a que la noche anterior inauguró su exposición Senderos de vida, que albergará el Palacio de Bellas Artes hasta el 2 de junio. Una muestra de 114 fotografías donde ensaya su lenguaje estético de realidades míticas, oníricas y poéticas de sus 45 años de trayectoria.

 

Dicen que la fotografía es una dádiva de la suerte, ¿usted lo cree?

 

Son citas que se dan si vas con el corazón abierto. ¡Ojo! No con esperanza, sino con el deseo de querer. Porque cuando uno quiere encuentra.

 

¿Ha sido afortunada con sus citas?

 

Infinitamente, estoy muy agradecida y por eso me he divertido tanto, porque es como un juego. Muchas veces estoy tomando las fotos y hasta me río porque digo: “Ay, por ahí andas ¿verdad?”… [Me refiero] a esa energía o quién sabe qué, que anda y me da risa.

 

***

Flor Garduño nació en la Ciudad de México el 21 de marzo de 1957. Los intereses de su padre por la naturaleza la llevaron a vivir al Estado de México, alejada del bullicio, en una granja donde estuvo en contacto con todo tipo de animales a los que la familia adoptó y con los que la fotógrafa creció; no en vano el mundo animal ocupa un espacio grande en su producción artística. Su madre fue comerciante y joyera, de ella adquirió el gusto por el diseño. Ahora, Flor continúa con su línea de joyería donde captura elementos y símbolos reflejados en su mundo de imágenes.

 

Pieza titulada Cosmos, México, 2016, exhibida en Senderos de vida. Crédito de imagen:  Flor Garduño /Museo del Palacio de Bellas Artes

 

¿Cree que infancia es destino?

 

Totalmente. Para mí los seis primeros años de vida son los que van a servir como raíz, donde se afianza la planta, el tronco y los frutos. Aprendí mucho de joyería porque veía cómo mi mamá se movía para vender, cómo se hacían las piezas, cómo iba y preguntaba; y al mismo tiempo de mi papá que era ingeniero, su interés por los ranchos, las plantas, los animales. Estoy totalmente curtida de enseñanzas de mis papás.

 

De joven iba por los pueblos adentrándose horas entre los cerros para poder hacer sus fotos ¿Era consciente de que corría riesgos al irse así a la aventura?

 

De alguna manera sí, pero prefería no profundizar mucho en el punto. Pasando tantos años adelante, me doy cuenta de que fui bastante irresponsable. Ahora, me muero de ganas de ir a las fiestas de Guerrero ¡y ni loca voy! Quiero ir a Xochicalco, donde fui dos veces el año pasado, y resulta que ahora está prohibidísimo ir porque está el narco.

 

La situación del país ha cambiado…

 

Claro, el país ha cambiado. Pero sí era consciente, porque imagínese ir siete u ocho horas al interior de la sierra de Oaxaca, donde no había carreteras, era puro camino de barro y piedras, ¡cómo no me iba a dar cuenta! Pero sí, fui bastante intrépida y loca.

 

Fue una cabrita como diría Elena Poniatowska…

 

Sí, me he divertido mucho.

 

***

La charla avanza, mientras la gente sigue llegando, comienzan a recorrer la exposición, Flor y yo estamos sentados en medio como eje gravitacional de los presentes. Algunos llegan y le toman fotos mientras charlamos, otros nos miran curiosos, unos más se acercan para escuchar y la situación comienza a tornarse incómoda.

 

Como en sus fotografías, Garduño trae un atuendo blanco y negro. Un vestido y una bufanda con bordado artesanal que hace juego con sus accesorios de plata: arracadas, brazaletes y un gran anillo de pescado que hace levitar con cada uno de sus ademanes.

 

¿Es difícil alcanzar la libertad creativa en la fotografía?

 

No, yo me fui por la libre. Nunca he tenido problema y no es un tema para mí.

 

¿Cuáles son los espacios que le provocan paz a Flor Garduño?

 

El cuarto oscuro y cuando me agarro a retocar fotos porque es como pintar, y algo que me hubiera gustado mucho hacer en la vida es ser restauradora. Me gusta mucho restaurar objetos e imágenes, se me da muy bien el retocar con pincel y me tranquiliza.

 

Cuénteme de su primer libro Magia del juego eterno (1985)…

 

Los del Consejo Mexicano de Fotografía empezaron a hacer una serie de libros que se llamaba Río de luz, ahí salieron Pedro Meyer, Ortiz Monasterio y otros fotógrafos. Y un día de casualidad me encuentro a Francisco Toledo afuera del Foro de Arte Contemporáneo, se me quedó viendo y me dijo: “¿Y tú quién eres?” “Pues yo, Flor, y ya sé que tú eres Toledo”, le dije. “¿La fotógrafa?”, preguntó. “Sí, pues estoy empezando”.

 

Se interesó por mi trabajo y al siguiente día me invitó a su estudio por la colonia Roma. Cuando llegué con mis fotos, Toledo las empezó a ver con mucho cuidado y detenimiento, apartó unas que yo creí que eran las que no le gustaban, pero me dijo: “Pues a mí me interesan estas, pero ya que los de Río de luz no te van a hacer libro, me gustaría que te vayas a la Imprenta Madero con Vicente Rojo y que le digas que vas de parte mía, que te haga un libro como tú quieras, yo lo pago”. Trabajé el libro con unos diseñadores y un texto de Eraclio Zepeda, pero nunca supe cuánto costó.

 

Pieza titulada Séptimo sello, México, 2017, exhibida en Senderos de vida. Crédito de imagen: Flor Garduño /Museo del Palacio de Bellas Artes

 

Qué curioso porque en ese primer catálogo se publicaron algunas de sus fotos más emblemáticas, como Árbol de la vida I (1982) y Agua (1983).

 

Lo que le gustó a Francisco Toledo fue ver estas fotos tan tempranas, porque entonces yo era muy joven y sí: hay varias fotos del primer libro que han seguido vivas y fuertes. Purificación, que salió en el primer libro, ahora le voy a dar vida porque nadie la conoce y no está bien publicada, pero bueno ese libro está bien aunque no con la calidad que a mí me gustaría ver ahora.

 

¿Hay alguna muestra de inexperiencia en ese primer libro?

 

Se cometen muchos errores, pero es garrafal poner dos fotos sensacionales juntas [como Agua y Purificación] porque una mata a la otra. Hay fotos a las que hay que darles dignidad una por una.

 

Ha dicho antes que un artista debe saber contener y no sacar toda la obra de un jalón…

 

Exactamente. Y con estas exposiciones de Senderos de vida, en Bellas Artes, y Citas y encuentros, en la galería Patricia Conde, estoy dando vida a imágenes muy importantes que necesitan ser vistas para que vivan solas y se independicen de mí.

 

***

Garduño es impaciente y dispersa, su atención se mueve en segundos de un lugar a otro, le molesta que copien sus tomas y que la interrumpan, ella no cree que haya un papel de las mujeres en la fotografía. “Para mí es la misma historia, no hay historia de las mujeres e historia de los hombres, para mi todo ha sido parejo”.

 

Está convencida que 30% del valor de una imagen está en la técnica y la calidad, por eso cuida personalmente todas sus impresiones y cada página de los libros que publica; recuerda una ocasión en Italia donde había un concierto de Elton John y ella estaba terminando uno de sus libros: “Me fui de pinta porque no quería perderme el concierto y cómo era una página la dejé con los impresores, cuando regresé me habían hecho una cochinada, entonces tuvieron que volver a hacerla”.

 

Cuénteme de su faceta de madre, veo que sus dos hijos han estado muy al pendiente en estas inauguraciones…

 

Mire, primero le di mucha cuerda a la hilacha. Nunca me gustaron los niños porque soy impaciente. Me embaracé hasta los 36 años, pero una vez que fui madre se me hizo tan maravilloso, tan sensacional, que aprendí un poco de paciencia, un poquito nada más, pero hice a mis hijos participes absolutos de mi vida cotidiana.

 

¿Cuál es su vida cotidiana?

 

Ir a tomar fotos, ir a caminar al bosque, al mar, a los lagos, a los museos. En ese entonces vivíamos en Suiza y mis hijos me decían: “Ay, mamá, por favor por qué no nos quedamos en la casa sin hacer nada este fin de semana”, y yo los convencía, pero ellos me insistían que “por qué no compras una película de las que dices que son buenas y la vemos”, ¡Pobres! Ya estaban cansados y yo tenía mucha energía.

 

Hasta la fecha, se ve que tiene mucha energía.

 

No, ya no —dice sonriendo.

 

 

 

FOTO: Flor Garduño durante la inauguración de su exposición Senderos de la vida en Bellas Artes. Crédito de imagen: Rogelio Morales Ponce /Cuartoscuro

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