El fantasma de Carlos Fuentes: Entrevista con Barry Domínguez
En entrevista, el fotógrafo Barry Domínguez cuenta su recorrido en el estudio del fallecido autor, a quien nunca pudo retratar en una sesión exclusiva
POR PRAXEDIS RAZO
La senda del retratista
Barry Domínguez ha fotografiado con la misma sensibilidad a estudiantes que retozan en La Espiga de Tamayo, que a concertistas de fama internacional sudando el pentagrama en la sala Nezahualcóyotl. Desde 1994 es el fotógrafo de la Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México y, como parte de su trabajo cotidiano, juega a capturar la vida universitaria y sus alrededores.
Llegó ahí desde el periodismo, siempre atraído por la sección cultural, por la vida y milagros de los artistas e intelectualones que, a ratos, suelen ser fotogénicos, y es, todavía, en los alrededores de esa provincia donde habita la fotografía de Barry, que ya lleva plantados algunos sólidos logros frente a los que algunos solemos posar la mirada: los retratos íntimos de escritores mexicanos.
A veces comisionado, a veces por cuenta propia, Domínguez ha tocado varias puertas con su lente. Casi siempre con buena mano, su trabajo ha florecido. Cuando peor le ha ido, lo corrieron de una entrevista que ya nadie recuerda entre Octavio Paz y Sari Bermúdez, pero le permitieron colarse en un elevador con el poeta, en un homenaje en Bellas Artes, para hacerle un retrato exprés donde Paz dialoga con sus varios tiempos reflejados. Cuando mejor, ha conseguido la Bienal de Fotoperiodismo con Jorge Alberto Manrique al natural, posando con su honoris causa en su excusado de porcelana fina (El crítico y el arte, 2001).
Buscando esa suerte, un día consiguió que Monsiváis le permitiera hacerle unas fotografías trabajando en su estudio-biblioteca-casa-cubil felino, imágenes que han sido harto memeficadas. Y en eso estaba cuando Carlos recibió una llamada en la que requería privacidad.
—Vete a retratar los gatos. —le pidió el escritor al fotógrafo— Necesito tomar esta llamada y seguimos.
“Y fui siguiendo a los gatos”, cuenta Barry en entrevista, “y unos me llevaban al patio, a los libreros, a la salita que tenía ahí, pero otros me empezaron a guiar al cuarto donde dormía Carlos, y de inmediato me topé con el perchero donde estaba su chamarrita famosa, y los gatos en su cama. ‘Aquí hay historia, aquí hay que documentar’, me dije, y no dudé en fotografiar a detalle todo, aunque con nerviosismo de que llegara Monsiváis y me preguntara qué hacía ahí. ‘Tú me dijiste que retratara a los gatos y ellos me trajeron aquí’, tenía pensado decirle”.
Al pensador de la Portales le gustó ese intimismo. Tomó como parte de su retrato las fotografías de su monacal habitación. Finalmente, lo sabía bien Monsiváis, Domínguez venía de hacer un estudio previo a la secrecía de uno de los escritores más voyeuristas e impenetrables de la literatura mexicana:
“Me había encargado Hernán Lara Zavala que retratara a cuentistas y narradores. En la lista estaba Juan García Ponce. Saqué cita con su asistente María Luisa Herrera y pacientemente esperé la confirmación. ‘Tomando en cuenta a todos los personajes que has retratado —Elizondo, De la Colina, Pacheco, Felguérez, Cuevas, Rojo, su generación— dice que sí, pero solamente te pide que no salga muy lastimado’, y me dediqué a tomas cerradas o con él en segundo plano, en particular una con una figurita de un gato egipcio de frente a él, en la mesa abatible de su silla de ruedas”.
Así, con el cuento de “El gato” revelándosele a Barry, se atrevió a pedirle una sesión de fotos de su entorno a García Ponce, que aceptó ofertándole un texto suyo que acompañara la exploración visual Mi vida vista por separado. El bote de yogur donde estaban sus plumas, las piedras con las que separaba los procesos de sus escritos, las máscaras mortuorias que coleccionaba, su jardín cementerio de mascotas, su sonrisa borrosa, fueron parte fundamental del fresco que Domínguez hacía de la intimidad de un escritor negado a la vida pública.
La cocina de Poniatowska, la cama de Beatriz Espejo, los peluches de La China Mendoza, la lupa de Manuel Álvarez Bravo, grandes retratos que hoy acompañan al imaginario de los artistas, personajes frente a su público, y senda para llegar al fantasma de Carlos Fuentes.
Barry, visión de Carlos
Alguna vez hasta mandó una carta a su casa de San Jerónimo Lídice, solicitándole una sesión de fotos a Carlos Fuentes sin recibir respuesta. Barry Domínguez no ignoraba que no había podido abrir la puerta de uno de los escritores más y mejores retratados, a pesar de que, de cuando en cuando, se le aparecía con su ráfaga de Pentax en presentaciones, conferencias y librerías al autor de Aura.
“Supongo que era que no me conocía, que no sabía de mí”, cuenta Barry, “y por eso siempre me miraba extrañado, reticente, cuando lo estaba retratando al pasar”. Así fue como, en medio de una magistral de Fuentes, Barry se separa del grupo de fotógrafos, arrinconados todos en el mismo sitio, al ver que la sombra del escritor se mostraba más elocuente que lo que decía. “Para esa imagen tuve que forzar el Asa hasta 1600 para conseguir lo que quería”, la huella de la presencia antes que la presencia misma.
Domínguez siempre a la caza de la imagen que diera más significado al personaje con su obra. Otro día, en medio de la cobertura cotidiana de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, se cruzó varias veces con Fuentes. En una, inmortalizó la charla con Carlos Monsiváis; en otra, la risotada entre monjes; en otra, su curiosidad entre los montones de textos. Dice Barry: “Siempre con su cara de ‘quiúbole, ¿otra vez tú aquí?’ me tocó retratarlo”.
Leve, cruzándose con la circunstancia, Barry se le aparecía a Carlos donde menos lo esperaba, y, sin decir nada a cambio, el retrato. Aquella carta que mandó pidiéndole una sesión fotográfica nunca fue respondida. Hoy, Sylvia Lemus le reclama al fotógrafo no haber insistido. No obstante, la mejor sesión estaba por venir.
Fuentes, visión de Barry
Alfaguara lo invitó a hacer retratos de algunos de sus autores para solapa, para sus paquetes de difusión y prensa. Las citas eran azarosas, no podía saber quién seguía en la lista de las necesidades fotográficas de la editorial. En la lotería del llamado, supo el 15 de mayo de 2012 que ya nunca iba a fotografiar a Fuentes. Se conformó con asomarse al homenaje en Bellas Artes.
40 días después, recibe la comisión más extraña: Lemus abriría el estudio de Carlos para que lo retrataran. Nadie había entrado ahí después de muerto el escritor. En ese sitio, Fuentes había pasado las últimas horas de su vida escuchando música y proyectando una nueva trama para comenzar a escribir de inmediato.
Baile del centenario, a decir de Sylvia, fue esbozado la noche del 14 de mayo en cualquier papel que tuvo a la mano para comenzar el plan de trabajo a la brevedad. Adornó su pared con el esquema al que volvería durante varias semanas a partir del siguiente día. Ni él supo que ya no subiría a esos aposentos jamás, y que el primero en curiosear sobre sus notas mentales tendría que ser su fantasma.
Barry Domínguez pudo retratar la intimidad de un Fuentes ausente. Presume que no dejó rincón sin observar, que se puede recrear ese estudio oloroso a maderas con el centímetro a centímetro de sus imágenes. Pasillos de una biblioteca muy revisada, reconocimientos sin fin, pilas de notas y libros en su escritorio desbordante y, por supuesto, la infaltable Olivetti roja donde crecía esa fantasía neogótica que acabó siendo, en gran parte, la obra del que tenía al Chac Mool como señal distintiva y que desconfiaba de las computadoras como método laboral.
La señora que atiende la casa de los Fuentes Lemus subió a ofrecerle una jarra de agua mientras estaban trabajando él y Verónica Rosales en el levantamiento de imagen del estudio. Se detuvo en el umbral, les estiró la charola.
—Pásele, señora. Muchas gracias, deje por ahí el agua.
—No, vengan aquí por ella. Aquí todavía anda el señor Fuentes y no quiero cruzarme con él —sentenció.
“Me siento un personaje de él”, dice Domínguez para no acabar aceptando que en el envés de la cámara ve lo que Carlos vio, pasa por donde Carlos pasó, abre y cierra las mismas puertas que el escritor. No se da cuenta de que, malcitando a René Avilés Fabila, el lugar de las apariciones de Fuentes es él.
FOTO: Carlos Fuentes “cazado” por la cámara de Barry Domínguez, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en 1994/ Imagen cortesía de Barry Domínguez
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