El feminismo en la piel
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POR MARTHA MUÑOZ ARISTIZÀBAL
Entre amigas nos hemos dicho en más de una ocasión, que si me matan… e insertamos un deseo que queremos que cumplan para hacer justicia de una u otra manera ante el feminicidio que nos silenció. Lamentablemente esta es una realidad con la que sobrellevamos la existencia día con día. Sentir que no vamos a regresar a casa y que una vez más el violentador va a quedar impune, nos ha hecho valernos de grupos pequeños para defendernos entre nosotras, creernos, cobijarnos, respaldarnos y buscarnos porque sólo así sobreviviremos a lo que todos los demás le voltean la cara.
Los días pasan y perdemos a una más con nombre, apellido, cuerpo y una vida, que la vuelven un ser con el mismo valor que todas; intimamos con el dolor que se vuelve gasolina para gritar: ni una más. No queremos que el día de mañana se aproxime al círculo más cercano a nosotras esta violencia y quede sólo el recuerdo, con una vida trunca por la indiferencia y la falta de derechos orquestados por el Estado patriarcal. Pareciera que esta ola se va acercando a nuestras vidas, acechando y tocando nuestros tobillos, diciéndonos que nunca vamos estar a salvo.
Nos matan por ser mujeres. La violencia feminicida atraviesa toda clase, todo grupo, todo país y toda edad, es sistemática y busca prevalecer, oprimir y preservar la supremacía que ha gestionado la sociedad como la conocemos. Conforme van arrebatando vidas, pareciera que el asesino busca ejercer más poder sobre nuestros cuerpos, humillarnos, atemorizar a la mujer que lo vea, incitar al odio, objetivizar nuestro dolor, cosificar nuestro cuerpo y viralizar imágenes del acto barbárico que efectuaron sobre nosotras, como vil entretenimiento, limitándonos a una imagen sin vida, sin nada.
El patriarcado ha hecho de estas imágenes un material que pone en marcha un dispositivo de exposición mediática que ubica al hombre en una postura de poder en el que se revictimiza a la mujer y se genera una banalización de su cuerpo convirtiéndolo en simples restos en la escena del crimen. La difusión de las imágenes construye un escenario de instalaciones del terror que marcan el dominio del macho violador y asesino sobre el único territorio que dominaba la víctima: su cuerpo.
Este cuerpo no le pertenece a nadie más que a nosotras. Hay un esfuerzo descomunal por el sistema de quitarnos todo, por un pacto regido por hombres para los hombres que nos posiciona por debajo a nosotras, para aislarnos y así no pensar en un bien común con el fin de que ellos sigan generando el control que los ubica en la cima de la montaña; no esperaban que la ilusión de sabernos bien nos haría luchar por lo último que nos queda, por nuestra vida digna, por nuestro cuerpo y nuestra libertad. Se dieron a la tarea de distanciarnos pero no pensaron que al alejarnos, regresaríamos para ver juntas cómo vamos a cambiarlo todo.
Este cuerpo que nos mueve es político porque desde lo privado también tenemos la capacidad de transformar las relaciones de poder que tanto daño nos han hecho. Por medio del acto individual se puede transgredir lo que se cree de facto y, con empatía y sororidad, podemos darnos cuenta de que hay un espacio que rompe lo individual.
Nos pertenece la libertad y es por medio de ésta que decidimos qué batallas luchar, cómo disponer de nuestros gustos y cómo mostrar nuestro hartazgo, desvinculándonos de todo aquello que quiera mercantilizarnos. El feminismo busca ir a lo nodal, trabaja en la capa más profunda de la piel, por lo que se desvincula de todas los matices superficiales y busca erradicar al monstruo que todo lo consume.
Como trabaja en la capa más interna de la piel, es que resguardamos memorias y cobijamos los nombres de las victimas, las citamos y hacemos notar lo que falta para construir un país que valore la vida de las mujeres. Al no olvidar, hacemos del recuerdo uno de nuestros recursos: mostrar su ausencia es demostrar cómo una vez más este sistema nos ha fallado y nos ha vuelto sólo una cifra, un número para su conteo infinito de muertas.
El no olvidar nos une para construir en nombre de las que fueron asesinadas, heridas y violentadas para dejar un Estado que se comprometa con la mujer y que, el día de mañana, no sufra ni una más; en esta área intangible somos capaces de llevar a lo individual el Estado de terror que ha construido un sistema para el que aparentemente no existimos.
Pero recordemos: lo que nos vuelve mujeres no es el sistema que ellos crearon, sino la empatía y sororidad que nos abraza, esto es lo último que nos queda. Nuestra resistencia y sororidad no han dejado que la hegemonía sistemática del patriarcado se apropie de nosotras, seguiremos luchando hasta que no existan más casos catalogados como homicidios cuando fueron feminicidios, cuando dejen de existir acosos, violaciones y sanciones injustas por el hecho de ser mujeres. Mientras, seguiremos llamando por su nombre al machismo que nos acosa diariamente, señalaremos al culpable y gritaremos por las que violentaron en lo más íntimo.
El feminismo es un cambio paradigmático que desea desmantelar el orden establecido desde lo personal hasta lo social porque lo personal es político. Nuestro cuerpo es ahora zona de guerra por la violencia que desea dominar, apropiar y desvalorizar; esta lucha proviene de la indignación y el hartazgo que exige de regreso todo lo que nos han arrebatado.
El movimiento feminista ha movido el piso del opresor, pero no saben que nuestra lucha aún no termina y parará hasta que no haya ni una menos, hasta que dejemos de normalizar actos que protegen al sistema, hasta que nuestro cuerpo no sea cosificado, hasta que logremos cambiarlo todo.
El feminismo se vive a flor de piel y se vuelve un sentimiento que llega hasta los huesos, lo vivimos en el cuerpo y la nuestra mente nos permite retener y no dejar ir a las que nos arrebataron. Con estos dos motores es que decimos YA BASTA, NI UNA MÁS, SE VA CAER y YO DECIDO; por Karen, Lesvy, Gabriela, Jazmín, y muchas más YO TE NOMBRO porque tu muerte tiene nombre y fue el feminicidio.
ILUSTRACIÓN: Martha Muñoz Aristizabal