El folclor, la danza originaria y olvidada de México
POR JUAN HERNÁNDEZ
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La danza folclórica goza del aplauso del público masivo. No hay fiesta popular sin alguna manifestación coreográfica de este tipo, tampoco falta en los festivales de escuela y en programas televisivos en el mes patrio. Pero lo cierto es que poco caso se hace de ella, más allá del entretenimiento ocasional o de su “estilización” para el consumo de los turistas.
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Sin embargo, por su complejidad, esta forma de aproximación a la danza requiere de mayor atención de los especialistas, investigadores y académicos, pues maneja una estética y simbología que, además de ser altamente creativas, son factor de cohesión social, así como de reforzamiento de la identidad cultural para muchas comunidades que la practican no como un espectáculo banal sino como parte de sus costumbres y rituales.
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El Ballet Folklórico de Amalia Hernández se apropió de aquellas danzas tradicionales, las estilizó y las hizo bailar por intérpretes entrenados en técnica clásica. Esto es lo que más se consume en el mercado del espectáculo de la expresión folclórica tanto en el país como en el extranjero, a pesar de estar lejos del discreto encanto y elegancia, que caracterizan a la interpretación del repertorio de la danza tradicional en los pueblos originarios.
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Recientemente pudimos constatar la importancia de la danza para miembros de algunas comunidades de México, quienes ven en la interpretación de sus danzas una manera de contener la avasallante cultura globalizante del mundo occidental contemporáneo.
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Jóvenes y adultos se organizan en grupos pequeños y realizan las producciones de los vestuarios y otros elementos escénicos, con recursos propios. La hechura de la vestimenta forma parte de la experiencia, del reconocimiento de su cultura, de cómo entienden el mundo y se posicionan frente a él.
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En el municipio de Chochola, Yucatán, en donde aún se habla maya, se llevó a cabo la novena edición del Festival de Danza Llanera, coordinado por Juan Carlos Moreno, y el apoyo de Umbral Danza Contemporánea, con la dirección general de Cristóbal Ocaña Dorantes.
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El encuentro es llamado así en referencia a los miembros de las comunidades yucatecas que, durante las fiestas populares, en esta región maya, participan activamente en las “vaquerías” —celebraciones que mezclan el sentido religioso y pagano, característica de la mezcolanza de las antiguas tradiciones indígenas y la cultura de los colonizadores españoles—. A estos personajes que van de un pueblo a otro, sin dormir, durante dos días, llevando el espíritu festivo de su lugar de origen, se les conoce como llaneros.
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El Festival de Danza Llanera se realiza con esa vocación, es decir: invitar a grupos de otras localidades a que viajen a la península para bailar las danzas que dan identidad a sus pueblos. Este año le tocó el turno a habitantes de los estados de Coahuila, Veracruz, Tlaxcala, Hidalgo, Quintana Roo, Oaxaca y, desde luego, Yucatán.
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Grupos de estas entidades se presentaron en la plaza pública del municipio de Chochola, convocando a una comunidad curiosa y ávida de observar las manifestaciones dancísticas tradicionales de otros pueblos y que, para ellos, tienen cierto sentido mágico. Bajo el marco de la noche estrellada y las procesiones religiosas que van de la iglesia a los barrios, en los días previos a la celebración de Todos Santos y el culto a las ánimas, los danzantes ofrecieron muestra de profesionalismo y nos recordaron que la danza folclórica está lejos de ser una expresión artística superficial.
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La danza folclórica o tradicional tiene una alta exigencia técnica, interpretativa, de entrenamiento y disposición corporal. No es virtuosa en el sentido atlético en que entendemos la excelencia de la danza clásica o la contemporánea, se trata de una técnica distinta, la cual exige a los bailarines dominio de la máscara corporal, del cuerpo como gesto que habla, para dar vida, en algunas danzas, a seres míticos; mientras que en otras los movimientos figuran escénicamente los rituales de apareamiento de los animales que forman parte de los ecosistemas que estos artistas habitan.
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Pocas veces puede percibirse este sentido de comunidad alrededor de una expresión dancística, como el experimentado en el Festival de Danza Llanera, en el cual la entrega de los participantes y el misticismo con el que asumen su quehacer escénico contagia a los espectadores, consiguiendo religar a la colectividad con el sentido sagrado de las danzas, y también el carácter pagano de las fiestas, cuando se da rienda suelta al erotismo, la embriaguez y el delirio, ya sea a través de los rituales de estructura estrambótica, como en la expresión de los carnavales de Veracruz o Tlaxcala, o de la elegancia real de las tehuanas, con sus trajes de terciopelo, bordados a mano y el resplandor enmarcando los rostros bellos de las mujeres del istmo.
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La picardía de lenguaje colorido de la costa oaxaqueña, o el regio movimiento de los danzantes norteños, con sus polkas, de origen distante; o el equilibrio de las mujeres y los hombres que sobre sus cabezas llevan charolas con vasos de agua y botellas de cerveza, para hacer el baile de las “suertes” en la jarana yucateca, forman parte de esta fiesta de la danza que apela a una identidad cultural viva.
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Ver el folclor en un lugar como Chochola, en donde los huipiles son aún de uso común y las danzas forman parte de la dinámica social cotidiana, así como la lengua indígena o el uso de un español rebosante de expresiones mayas, es una experiencia única por su autenticidad, y distinta a los espectáculos estilizados que de estas danzas se hacen para ofrecerlas como entretenimiento exótico, colorido y superficial en el mercado de las artes en el mundo.
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FOTO: El 9 Festival de Danza Llanera, con la participación de los grupos Binnizáa de Oaxaca, Nikketsa de Tlaxcala, Macalxóchitl de Hidalgo, In-Xochilt In-Cuicalt de Veracruz, Nanchititla de Coahuila, Compañia de Danza Folklorica Moots Tin Kaah y Ballet Folklórico de Chochola, de Yucatán, la coordinación general de Juan Carlos Moreno, se realizó 28 y 29 en la Plaza de Chochola y el 30 en el Teatro José Peón Contreras, en Yucatán.