El hombre detrás del relajo
El Fondo de Cultura Económica recién publica una nueva edición de Fenomenología del relajo, de Jorge Portilla, una oportunidad para leer o releer esta obra que ya es un clásico de la filosofía mexicana
POR HÉCTOR APARICIO*
En 1966 Jorge Portilla Gil de Partearroyo, nombre completo del escritor Jorge Portilla, entraba al panteón de los filósofos con obras póstumas al igual que sus maestros Samuel Ramos y, ulteriormente, José Gaos. Tal año se publicaba la Fenomenología del relajo, libro compilado por sus amigos Víctor Flores Olea, Alejandro Rossi y Luis Villoro. La obra, además de contener otros ensayos de Portilla, apuntalaría su ulterior fama como un “pensador del relajo”. La Fenomenología del relajo fue editada por primera vez bajo el sello de Era, después fue reeditada en 1984 y 1986 por el Fondo de Cultura Económica. Recientemente esta casa editorial la ha vuelto a publicar, pero con un prólogo del filósofo Guillermo Hurtado. La novedad hizo preguntarme ¿será posible decir algo más sobre Portilla?
Más allá de los abundantes estudios, casi todos centrados en el ámbito del relajo, y de algunos testimonios recurrentes sobre Portilla, utilizados por los investigadores del filósofo, de sus demás ensayos poco se ha hablado y acerca de su vida, en general, se recurre a la mayoría de las opiniones que aseveran lo mismo. Tampoco se ha atendido la relación entre toda su obra y su vida. Todavía más, no se ha reparado en que el libro póstumo sólo es una muestra de lo que el filósofo escribió, si bien algunas fuentes sugieren que el diálogo vivo del pensador era más rico -lo apuntan así Ricardo Garibay, Rosa Krauze y Oswaldo Díaz Ruanova, entre otros-, hay varios textos excluidos de la Fenomenología del relajo. Por supuesto, los editores de la obra ya lo señalaban en la “Advertencia” a los ensayos de Portilla, aunque, creo, nadie tomó esto como una invitación para buscarlos y leerlos.
El trabajo de excavación -los textos están enterrados en las publicaciones periódicas- es facilitado por la cartografía del Diccionario de escritores mexicanos, siglo XX coordinado por la difunta Aurora M. Ocampo. La entrada de Jorge Portilla es una guía útil para acercarse a sus escritos porque indica algunas de las revistas y periódicos donde aparecieron. También el prólogo de Hurtado a la nueva edición de la Fenomenología del relajo contribuye a ello. De cualquier forma, hablaré de otros trabajos de Portilla que se han olvidado y cuál es su relación con los ensayos del libro publicado. El primero de ellos es una reseña del libro de Edmundo O’Gorman titulado Crisis y porvenir de la ciencia histórica de 1947, la cual salió el mismo año en el número 26 de la revista Filosofía y Letras.
Una pregunta fundamental dentro de la reflexión de Portilla fue ¿cómo se puede establecer una comunidad sólida? Desde luego él lo pensaba para el ámbito nacional y de qué manera podría el mexicano solidarizarse con sus coetáneos. La respuesta la expone en “Comunidad, grandeza y miseria del mexicano”. El filósofo dice que la mejor forma de relacionarnos como mexicanos es poder enclavar el “yo” en el “nosotros” de una manera cordial y recíproca. Pensaba en la integración de un espíritu mexicano porque el “entre” sería el vaso comunicante del individuo y la comunidad. ¿Puede hacerse este análisis fuera de la época en la cual uno vive? La reseña de la fuente de O’Gorman aclara el asunto: el análisis de la comunidad siempre viene desde dentro de la misma. En efecto, el examen del presente, al igual que el del pasado, siempre es algo propio e íntimo, pero desarrollado en un panorama colectivo. El pasado de tal panorama está lejos de ser un objeto frío y ajeno al individuo y a su comunidad. Lo que fue se torna en lo constituyente del ahora. Además, pensaba Portilla, es impensable que nuestras acciones no tengan como horizonte a la comunidad o, por lo menos, que gran parte de las actividades realizadas por los mexicanos incidan, de una u otra manera, en la comunidad de los connacionales.
Naturalmente surge la duda: ¿cómo el individuo se enlaza con la comunidad? En efecto, el “yo” del hombre y de la mujer, quienes enfrentan su día a día, está inmerso en un conjunto de actos de otros hombres y mujeres, y hasta resulta obvio que sus acciones involucran a otros. Portilla lo entendía perfectamente. ¿Dónde está el quid del asunto? El individuo debe adquirir consciencia de sí, consciencia profunda de su soledad, de su propiedad única, lo cual es necesario para formar parte, comprometida y seriamente, de la comunidad: la consciencia de su muerte. Dos ensayos excluidos de la Fenomenología del relajo comparecen para resolver tal cuestión, ambos publicados en la Revista mexicana de cultura, el suplemento dominical de El Nacional. Primero “Rilke y el existencialismo” del 12 de octubre de 1947, donde define la tendencia existencialista como el encontrarse entre lo contingente y lo esencial. Portilla, a través del escritor austriaco y Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, plantea: el hombre oscila entre la finitud y la infinitud, entre la muerte y la vida, entre la desesperación y la esperanza, entre la soledad y la comunidad. La condición del vaivén es la toma de consciencia de nuestro fin. Es el hombre de cara a la vida humana porque sabe de su ocaso; el hombre angustiado por anclar su ser en lo trascendente a costa de la contingencia; el hombre ávido de la seguridad metafísica del ser.
Pero, hay un sustento filosófico de aquella condición explicada en el otro ensayo “La muerte en la filosofía contemporánea”, el cual salió un año después, el domingo 7 de noviembre. Con el pretexto de comentar una conferencia de su par, Emilio Uranga, Portilla destaca que la filosofía de la existencia, aquella en la cual Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre indagan sobre la muerte, va dirigida a la condición aludida, a saber, a lo fortuito de la vida del ser humano, por ende, ligada a la manera de ser del pueblo mexicano. Porque, según Portilla, somos un pueblo sin perfil claramente trazado, un pueblo parecido al hombre, como un ser irrenunciable que siempre debe cuidarse de ser algo. Se advierte que Uranga expone puntualmente las ideas de heideggerianas y sartreanas, pero Portilla hace énfasis en la falta de desarrollo del concepto de responsabilidad, asentando, entre líneas, que hace falta una revisión moral de la muerte, una donde se considere a la comunidad.
El esquema del pensamiento de Portilla sería: el individuo se torna consciente al reflexionar acerca de su limitada duración; tal acción lo lleva a ser más auténtico, por así decirlo, y en consecuencia se vuelve eficaz para pertenecer a la comunidad. Aunque muchos problemas surgen en esta relación, desde que el hombre realmente pueda tomar consciencia, hasta si la comunidad pueda llegar a una integración de todos sus individuos conscientes, Portilla sufrió en carne propia la dificultad de si el hombre, una vez consciente de su finitud, realmente quiere o debe comprometerse con la comunidad, es decir, tomarla en serio. Los testimonios dan cuenta de ello. En efecto, siempre retratan al filósofo con cierta resistencia a poner por escrito sus ideas, o si bien lo ponen abierto al diálogo, también lo presentan como alguien explosivo y colérico, o como alguien que no llevó a cabo una completa obra filosófica. Es el caso de Gastón García Cantú quien, basado en la palabra del hijo de Portilla, Jorge Portilla Livingston, le cuesta trabajo imaginar que estuviera a la altura de una actitud buena porque descuidó completamente a su prole. Las dos fuentes se encuentran excluidas del solar de las investigaciones sobre el filósofo.
En el diálogo Los intelectuales y el poder García Cantú señala a Portilla como un filósofo enmascarado y se lamenta de su paternidad porque, asegura, fue motivo de las penurias de sus hijos. Su hijo Jorge, en su autobiografía De cuerpo entero, de 1992, relata que su padre era una figura ausente y a la vez temible, que no se sentaba a la mesa con ellos y cuando lo hacía los estaba regañando; cómo fue alguien mujeriego, que no aportaba a la casa, a pesar de siempre estar en el trabajo. Desde luego, no solo hubo reproches de Jorge hijo, pues dice que su padre era muy dedicado a la filosofía; recuerda que amenizaba el entorno con charlas y música; describe el orgullo de su padre al saber que su hijo dedicaba sus horas a la lectura, y que lo alentó para continuar con esa actividad cuando le trajo libros y le explicó varias cosas, sin importar que a veces no le entendiera y su padre se enojara. A pesar de todo, en la autobiografía, Portilla Livingston perdona a su padre y lamenta su fallecimiento repentino. Decididamente su padre fue una presencia significativa pues en otro libro de historias, Relatos y retratos de 1987, recrea la reconversión del filósofo al catolicismo.
Ahora bien, ¿uno debería juzgar al pensador Jorge Portilla por aquellos testimonios? No. Como si el pensamiento de Sócrates fuera desechado por las fuentes alusivas a su descuido familiar o al maltrato de su esposa Jantipa. Por lo demás, el autor de la Fenomenología del relajo fue un intelectual muy solicitado que meditó sobre varios temas. El eje alrededor de esas meditaciones era el mexicano. Así, él no se limitó a la academia, ni a la seca escritura filosófica, pues para domar al centauro del ensayo ejercitó el análisis filosófico con ayuda de la literatura. Si bien algunos estudiosos han visto la extraordinaria cualidad ensayística de sus escritos -es el caso de Juan José Reyes en El péndulo y el pozo– ninguno se ha referido al trasfondo literario de sus meditaciones, donde el vasto abanico de escritores remueve el aire de la exposición filosófica.
Esta forma cálida de darse a entender también se vio reflejada en las entrevistas a Portilla, por lo menos tres, una de ellas hecha por Ramón Zorrilla para EL UNIVERSAL del 2 de noviembre de 1952. En la conversación, Portilla explica la singularidad de los mexicanos, según un fundamento metafísico y según una filosofía de la historia. También indica algunas virtudes y otros vicios del ser nacional: en los primeros se encuentra la amistad y la apertura al futuro; en los segundos, la corrupción, el desapego a la comunidad, el autoelogio exagerado. A parte de la foto inédita en la edición de la entrevista, el diálogo no tiene desperdicio ya que Portilla narra la historia del grupo Hiperión, los autores que leyó, como Octavio Paz con su obra El laberinto de la soledad, entre algunos datos más, por ejemplo, Zorrilla puntualiza sobre la carrera del filósofo; detalla respecto a la tesis con la que Portilla se tituló como abogado. Justamente, en el año de 1944 el filósofo presentaba el ensayo Sobre los fundamentos históricos del Estado nacional como trabajo de grado. Portilla estaba apegado a la tradición de jurisprudentes que eran intelectuales o escritores y este apego explicaría el que tuviera otros trabajos lejos del ámbito escolar, como el de Petróleos Mexicanos.
Si Portilla era un intelectual era porque destacaba como pensador jovial, filósofo que se cobijó bajo el árbol verde de la vida y pospuso, hasta donde pudo, la condición desabrida de la erudición. Así lo pormenoriza José Manuel Cuéllar Moreno en “Jorge Portilla: nuestro filósofo más escurridizo”, ensayo con motivo de la reaparición de la Fenomenología del relajo. Amén de las huellas de anuncios de las charlas realizadas, era evidente la preferencia por la exposición viva y el diálogo con sus amigos y con el público, porque la mayoría de sus textos fueron primero charlas. Un ejemplo de ello es su conferencia “La crisis espiritual de los Estados Unidos”, dictada el jueves 31 de julio de 1952 -después publicada en Cuadernos Americanos y luego compilada en la Fenomenología del relajo-, la cual recibió varios elogios de sus contemporáneos, entre ellos el de Salvador Calvillo Madrigal, quien en una nota de El Nacional señala la inteligencia de Portilla al desentrañar la locura y la inocencia de los americanos. No es casualidad que al año siguiente fuera tema de uno de los Cursos de invierno que Portilla dictó en la Facultad de Filosofía y Letras, el cual se llamó “Dos estilos de vida: México y los Estados Unidos”.
Pero algunas veces Portilla también recibió críticas. La reflexión sobre el relajo fue enjuiciada por el furioso Rubén Salazar Mallén quien en agosto de 1955, en la revista Mañana, califica de pedante el uso de la fenomenología y que no había nada nuevo bajo el sol de esta fenomenología, pues el escritor cubano Jorge Mañach discurrió sobre lo mismo en el libro Indagación del choteo de 1927. Como fuera, Portilla no pasaba desapercibido y siempre daba de qué hablar. Por otra parte, con la fuente de Salazar Mallén es interesante ver la notica, diez años antes, de la publicación póstuma del libro sobre el relajo. De hecho, Raúl Villaseñor, en su columna “Torre del Vigía” del mencionado El Nacional, el sábado 3 de julio de 1954, atestigua que las elucidaciones de Portilla darán fruto al libro la Fenomenología del relajo y “probablemente será publicado por el F. de C. Económica”. Al final saldría en la editorial Era, como lo dije al principio.
¿Debe tomarnos por sorpresa el conocimiento del proyecto de Portilla mucho tiempo antes de su aparición póstuma? La respuesta es negativa si se considera que el autor fue becario del Centro de Escritores Mexicanos con el proyecto El relajo, ensayo de psicología fenomenológica, el cual después cambiaría de nombre. Portilla fue becario junto con Rosario Castellanos y Juan Rulfo, entre otros. El filósofo recibió el apoyo en dos periodos, durante los años 1953 y 1955. Pero, no fue la única beca que tuvo. Para julio de 1952 la Fundación Rockefeller le otorgó mil ciento veinticinco dólares para visitar instituciones donde se investigarán temas de filosofía y ciencias sociales.
Gracias a estos datos ahora sabemos dos cosas. A Portilla le tomó ocho años la investigación acerca del relajo, por lo menos para dejarla como el manuscrito conocido hoy en día, aunque mediado por otros editores. La otra, el pensador mexicano repercutió en la filosofía americana, sin entrar en honduras de si la beca extranjera fuera un medio para ganar poder político a través de la cooptación cultural pues, por lo menos en el caso de Portilla, fue un crítico de la cultura estadounidense. Respecto a la primera cuestión falta hacer el cotejo entre el libro póstumo y los ensayos publicados en vida de Portilla los cuales conformaron la edición que tenemos. Si uno lo realiza verá que hay variantes muy significativas como el caso de la sección sobre ironía en la obra póstuma y el ensayo “Notas sobre la ironía” de abril de 1954 en la Revista de la Universidad de México.
En cuanto a la segunda cuestión cabe mencionar dos hechos. Ricardo Cortés Tamayo, en la ya citada Revista mexicana de cultura, en enero de 1952, cuenta una anécdota sobre Portilla. Dice que Adolfo Menéndez Samará -un filósofo olvidado, aunque en su momento leído por los hiperiones- criticó al profesor de origen alemán David Baumgardt por ningunear a la filosofía mexicana. Sin embargo, tiempo después el mismo Baumgardt, quien era investigador en las universidades del norte de Estados Unidos, invitó a Portilla a realizar una estancia en aquellas instituciones, echando por tierra el juicio de Menéndez Samará. Todavía más Baumgardt, reflexionaría, como Portilla, sobre el humor. El otro hecho fue la traducción al inglés del ensayo “Fisonomía del apretado” que primero salió en la Revista Mexicana de Literatura en 1956. La versión inglesa por Donald A. Yates de 1959 se encuentra en el tomo de primavera del The Texas Quarterly, con el pequeño error de poner José en lugar de Jorge. En el ejemplar igualmente se tradujeron a Paz, Uranga, José Vasconcelos, Ramón Xirau, Francisco Larroyo y muchos más.
Sin duda, la novedosa edición ahora con el título Fenomenología del relajo y otros ensayos reaviva un libro de obligada lectura, posiblemente un clásico, no sólo de la filosofía, sino también de la literatura mexicana. El lector, que somos todos, estará muy contento de tener la obra en formato de bolsillo para un uso fácil. El prólogo de Hurtado definitivamente enriquece este libro de Portilla con una guía para explorarlo. Las cavilaciones de Portilla todavía dan mucho para pensar sobre quiénes somos como mexicanos y cómo podemos convivir tranquilamente. Necesitamos estas meditaciones hoy en día cuando se tienen tantas segregaciones, ya no sólo económicas, igualmente por particularidades que hacen creer que estamos completamente disociados como país. Los párrafos que he escrito relativos a los diversos trabajos de Portilla y otras noticias sobre él son guiños para continuar su lectura, para apoyarnos sobre los hombros del gigante filosófico y vislumbrar nuestro propio horizonte como mexicanos.
*Héctor Aparicio (1987) estudia el doctorado en Humanidades en la UAM Iztapalapa con un proyecto sobre los ensayos de Agustín Yáñez.
FOTO: El filósofo mexicano Jorge Portilla, miembro del grupo Hiperión, en una entrevista publicada por EL UNIVERSAL el 2 de noviembre de 1952. Crédito de imagen: Hemeroteca EL UNIVERSAL
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