“Extinguirse también es una forma de despedida”, dice Laura Baeza en entrevista

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A propósito de su libro de relatos Una grieta en la noche, la autora mexicana explica cómo la fantasmagoría encierra la noción de búsqueda; la escritura puede ser consuelo, afirma

 

POR JUAN CAMILO RINCÓN
Después de su novela Niebla ardiente (2021), la autora mexicana Laura Baeza, ganadora de los premios Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo y de Cuento Breve Julio Torri, ambos en 2017, regresa al cuento con Una grieta en la noche (Páginas de Espuma). Lo hace con la potencia de una narradora que, como ella misma lo afirma, está siempre en busca de mecanismos para reparar sus fracturas, aceptarlas y reformularlas en forma de ficción.

 

En seis cuentos que va hilando de manera magistral con golpes en las costillas, veladoras y amuletos, brujas y presencias indescriptibles, edificios que habita la soledad, circos tristes y heridas que no cicatrizan, Baeza constata que “el desprendimiento de unos, siempre es el beneficio de otros”. En cada historia los lazos y los afectos son todo eso que no sabemos nombrar, vacíos que no podemos llenar, grietas que no queremos cerrar. Y siempre en el medio, las despedidas.

 

 

Usted dice que las fracturas reales configuran mucho de lo que escribe; ¿qué tanto de esas fracturas se colaron en los cuentos de Una grieta en la noche?

 

Hay mucho de mí en esos cuentos. Puedo asegurar que es mi libro más personal, el que muestra algunos miedos, recuerdos inventados, vulnerabilidades y un profundo amor. Estos cuentos hablan de las fracturas que son visibles porque se trata de heridas que se quedan ahí para recordarnos que algo está roto, puede ser ese detalle íntimo o expandirse a lo social.

 

Además de la noción siempre presente de la familia, los cuentos tienen un fuerte componente de la ausencia, el irse y no volver, el estar y no estar. ¿Fue algo deliberado en su escritura?

 

Sí. Siento que siempre ha sido un motivo en mi escritura: hablar de las ausencias presentes y de las presencias que ya no están. Por eso estoy casada con la noción de fantasmagoría, que no necesariamente implica horror. Para mí, la familia puede ser muy bondadosa y lo mejor que nos haya sucedido, o lo peor y sobrevivir a ella, entonces ahí está el motivo de la escritura. En mis cuentos alguien siempre está buscando algo o a otra persona; en este libro pueden ser madres a hijas, hijas a madres, el amor, la verdad detrás de un secreto, y a veces no importa si todo esto se encuentra en otro plano.

 

También es muy interesante la presencia del barrio, los espacios cotidianos, el pueblo de origen y una ciudad que, aunque no son protagonistas, tienen un lugar clave. ¿Qué lugar tienen esos espacios dentro de las historias?

 

Los veo como lugares fundamentales. Hace muchos años, cuando comencé a notar por qué me gustaba la escritura de ciertos autores, me di cuenta de que era por su recreación del ámbito urbano, entonces eso es lo que quiero hacer con mi escritura: volver fundamental el espacio que mis personajes habitan, esa noción de urbanidad caótica donde todo es posible, lo bueno, lo malo y lo peor.

 

La mayoría de los cuentos están trabajados desde la primera persona. ¿Cómo decide la manera en que abordará sus narradores?

 

Casi siempre sé cómo hacerlo desde el principio porque no escribo una sola palabra sin saber qué quiero contar o cómo. La escritura es una exploración, pero para mí esa se da desde la mente y la imaginación, cuando concibo todo sin llegar al papel. Por eso, cuando escribo, ya sé cómo, desde dónde, quién lo va a contar, con qué tono. Yo diría que mi relación con la historia se da y se practica antes de llevarla a la escritura; paso mucho tiempo, quizás años, pensando en una idea y madurándola, definiendo las voces de los personajes, su universo, todo lo importante antes de escribir.

 

También está presente la pregunta por temas sociales (el cruce de la frontera, abusos policiales, negligencia institucional…). ¿Es algo que se propone cuando crea sus historias?

 

Sí, son parte de mi cotidianidad, no porque todo esto me suceda, sino porque no puedo pasarlo por alto cuando se da cerca de mí. La realidad está llena de estos temas, algunos nos tocan directamente, otros se quedan muy lejos pero no por eso dejan de inquietarme. No quiero reproducir lo que veo o leo; quiero darle otro enfoque. Es lo que me permite la ficción, redimensionar todos estos temas o los que más me interesan y verlos desde un punto distinto, la imaginación al servicio de la palabra, el “qué tal si no hubiera sido así”. La escritura puede ser protesta y consuelo.

 

Respecto a eso, ¿siente que hay un sello de país en su escritura?

 

México, sus zonas urbanas donde caben muchos mundos en el mismo y las diferencias son abismales, creo que es la marca más evidente de mi escritura. Escribo sobre lo que sé y me imagino lo que no he vivido, para mí es muy interesante cuando consigo empatar esos dos mundos, el real y el de la especulación. Se da en espacios muy específicos, en estas ciudades con y sin nombre.

 

En algunos cuentos hay fantasmas; en otros, los sugiere, y en otros, alcanzamos a adivinarlos o a sentirlos. ¿Cómo concibe la fantasmagoría, esas presencias que no lo son?

 

Conforme pasan los años, me siento más vinculada a estas presencias que no lo son y a estas ausencias que permanecen. Para mí eso es la fantasmagoría en la ficción: cuando queremos tener a un lado a alguien que no está, y lo invocamos una y otra vez y ese algo de él permanece, como en “Veintidós días en la vida”, que puede ser el cuento de fantasmas más explícito de este libro. Pero también hay otras presencias que mantienen a mis personajes atados a otra cosa, enganchados con lo que existe en sus recuerdos y se fortalece o difumina con el paso del tiempo. La literatura de fantasmas no necesariamente es la del “¡buuuh!”.

 

¿Cuál de los personajes de estos cuentos siente más cercano a sus afectos?

 

“Lady Stardust” fue muy difícil para mí, al igual que los demás, pero para escribir este en particular tomé un par de recuerdos difíciles y se los di a un personaje, Margarita, que es mi segundo nombre. Ha sido una especie de reconciliación con un momento infantil complicado, con una etapa que quise dejar atrás mucho tiempo y hoy me doy cuenta de que no podía ser así. Necesitaba hacerla ficción y darle otro enfoque a ese recuerdo en lugar de tratar de anularlo, porque cada cosa del pasado forma parte de mi presente. Aquí también se busca a alguien ausente, la madre, en un plano de la narración, y en el otro, a una niña perdida. De eso va casi todo el libro: de búsquedas, recuerdos y esperanza.

 

¿Qué le resultó más complejo en cuanto a la construcción narrativa?

 

Quizás haya sido no ser redundante. En este libro ensayo los mismos temas que en los anteriores: la ciudad, la familia, la infancia, la violencia… desde mi primer libro hablo de eso, pero ¿cómo reinventar lo que siempre he dicho y han dicho todos a lo largo de cientos de años de escritura? Por eso cada cuento es diferente; son planetas con autonomía dentro de un sistema en el que pueden orbitar y significar algo en conjunto, una familia donde cada uno es distinto.

 

¿Llegó a replantearse ideas sobre la muerte, los vínculos, la ausencia u otro tema a partir de los cuentos de Una grieta en la noche?

 

Sí, a verlas desde este punto en mi vida, una adultez que no tiene más certezas, sino dudas. No confirmo lo que sé porque mi conocimiento sobre estos temas es mera especulación que cambia a diario; sólo ensayo lo que ocupa mi cabeza y que, con la experiencia de los años y el contexto, toma otras dimensiones.

 

¿Qué lecturas le ayudaron a construir estas historias sobre familias (tan distantes de esa que vive dentro de la casa de juguete que representa el hogar perfecto en el cuento “Una grieta en la noche”)?

 

Más bien, dejé de leer durante la escritura de los cuentos. Mi proceso de creación se divide en tres momentos: el primero: es la llegada de la idea y mi obsesión muy prolongada con ella; durante ese tiempo leo lo que puedo pero no necesariamente para construir mis historias, estoy atenta al mundo y le presto más interés a lo que puede servirme. El segundo: es la escritura, siempre muy rápida porque ya sé lo que escribiré y cómo, ahí entro sin dudas. El tercero: es la edición que hago de mis propios textos, que es el momento que más disfruto. Mis lecturas están en mi obra, se notan, pero son las que abandono cuando escribo.

 

Finalmente, ¿cómo se articula y cómo es hoy su experiencia con el mundo editorial (editores, distribuidores, libreros, prensa)?

 

Tengo los pies puestos en ambos bandos; uno es el de la edición, publicación y distribución independiente y el otro con editoriales que tienen presencia en todas partes y muchos países. Cada uno tiene sus bondades y complicaciones. El mundo virtual me ayuda mucho a llegar a los lectores; creo que ha sido mi mejor y más amable medio de difusión, ya que establecemos un contacto más cercano.

 

 

 

FOTO: Laura Baeza (Campeche, 1988) ganó en 2017 el Premio Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo. Crédito de imagen: Abraham Maya vía Editorial Páginas de Espuma

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