El instante de Beck

Sep 10 • Reflexiones • 697 Views • No hay comentarios en El instante de Beck

 

Clásicos y comerciales 

 

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
1914 es la fecha consabida en que da comienzo el siglo XX y la primera de sus conflagraciones universales, entonces conocida sólo como la Gran Guerra, aquello que lo cambió todo, precedida por el nacimiento de las vanguardias y, según Humberto Beck, por una ruptura en la conciencia del tiempo histórico basada en la concepción de “instante”, que a diferencia del calendario en la Revolución francesa o de la “teoría de los momentos” cara a Goethe, no aspira a ser una concatenación de la Historia. Es, si entiendo bien, su negación.

 

Eso argumenta Beck, detallado y a la vez sintético, en The Moment of Rupture. Historical Consciousness in Interwar German Thought (University of Pennsylvania Press, 2019), obra escrita originalmente en inglés por el universitario regiomontano nacido en 1980 y autor ocupado, antes, en pensadores complejos y disidentes, como Gabriel Zaid e Iván Illich. Si estos últimos se ubican, en las últimas décadas de la centuria pasada, como críticos tardíos del Progreso y la modernidad, The Moment of Rupture va a las fuentes de lo que Octavio Paz llamaba “el instante moderno”, diseccionando las obras, sobre todo, de Ernst Jünger (1895-1998), Ernst Bloch (1885-1977) y Walter Benjamin (1892-1940), no sin desviarse, provechosamente, hacia el “instantaneísmo” de la vanguardia o a pensadores no tan sorprendentemente afines como Carl Schmitt, teórico nacionalsocialista de la “excepción” totalitaria y hoy muy en boga entre los populistas.

 

Beck hila fino —Jünger y Benjamin son muy conocidos actualmente, Bloch no tanto— y encuentra la manera de asociarlos por encima de las diferencias políticas: propagandista de la guerra y teórico de la Revolución conservadora, Jünger, aunque despreció a Hitler y a su movimiento con un respingo aristocrático, no dejó de combatir en las filas de la Wehrmacht (ya había sido héroe de guerra en 1914-1918) y nutrió de ideas al Tercer Reich, aunque es recordado como el gran escritor que fue y el buen amigo, como oficial ocupante en París, de la intelectualidad francesa, aun aquella que resistía.

 

Y quizás el más célebre de los críticos que el XX legó al nuevo siglo, fue Benjamin: absolutamente original en su mesianismo judío, el cual lo hizo pasar por prosélito de la URSS sin mayores remordimientos de conciencia e hizo de su acracia mística una forma cuya naturaleza polimorfa sirve —le ocurre a todos los pensadores de envergadura— a casi cualquier causa filosófica que lo tome. Ese polimorfismo bejaminiano, tan lógico pero tan fastidioso, Beck lo entiende bien y se concentra en la naturaleza antihistoricista de su marxismo: donde el instante es apocalíptico y ocurre, teológicamente, fuera de la historia, poco espacio le queda a la dialéctica.

 

Ese régimen de excepción une a Benjamin con Schmitt, con quien llegó a cartearse, aunque esa breve correspondencia la hicieron perdidiza, avergonzados, los legatarios de Benjamin, el suicida de Portbou. El inconcluso, genial, tierno y fragmentario Benjamin no creía en la Revolución como culminación del Progreso; veía en ella un salto en la línea del tiempo, lo cual, una vez fracasadas las revoluciones proletarias soñadas por Marx y ejecutadas por Lenin, han tornado tan actual a Benjamin, una barca —ya se ha dicho— atascada de náufragos del marxismo, quienes confían en llegar, siguiendo su derrotero, a buen puerto.

 

El elenco entero de Beck pertenece a la República de Weimar, el interregno entre el Tratado de Versalles y el ascenso de Hitler, fracaso liberal tan elocuente que puede ser comprendido gracias a la inflación enloquecida que lo caracteriza con todo dramatismo: lo que valía subía de precio hasta desaparecer. De esa imagen desquiciante nacía una modernidad, parida por la dislocación del sentido originada en la Gran Guerra, que volvió a los hombres unos extraños habitantes sobre una tierra de nadie, quizá la imaginada por Eliot en La tierra baldía. Jünger entendió —como Benjamin— que 1914 había destruido la identificación del futuro con el Progreso pero, a contracorriente, juzgó que el extremo aislamiento del soldado en la guerra, esa ruptura de la percepción propia del campo de batalla, realizaba al Superhombre de Nietzsche. Si en Benjamin un ángel de la historia toca la trompeta del Apocalipsis, en Jünger el instante del soldado se convierte en la excepción que hace formidables al desfile de figuras alegóricas en su obra, desde el Trabajador hasta el Anarca.

 

Bloch, finalmente, llevó una relación simbiótica con Benjamin (y éste hasta se sintió plagiado por él) en la juventud. Después, llegó Bloch a justificar teológicamente los procesos de Moscú contra los enemigos de Stalin y fue el más vanguardista de los tres protagonistas de The Moment of Rupture, tocándole ser el defensor del expresionismo de los ataques del Partido Comunista y de su imputación, por los nacionalsocialistas, como Arte degenerado. En los trazos de la vanguardia, en la fragmentación del sentido del arte, Bloch se inspiraba para hacer una teología de la historia cuyo final feliz, ciertamente, sería el comunismo. La mente de Bloch, aventura Beck, se parecía al universo de Freud: un Inconsciente que podía ser positivamente interpretado.

 

Si el recorrido de Beck por ese trío alemán es instructivo, debo confesar que, como me apasionan las secuelas, la página final de The Moment of Rupture llama mi atención poderosamente. Si las obras de Giorgio Agamben, Alain Badiou y Slavoj Zizek, con su “regreso del Acontecimiento” heredan las preocupaciones de Jünger, Bloch y Benjamin, cabría preguntarse si el instante no puede ser, también, una coartada totalitaria. Habiendo perdido todo sentido la narrativa liberal de la historia —así lo pensaron los intelectuales fascistas y comunistas en los años 30—, no es arbitrario pensar que los Agamben, los Badiou y los Zizek, igualmente descreídos del Progreso liberal (con las atenuantes del caso), vean algo de milagrería en el Acontecimiento, si no es que de magia negra.

 

Bien conscientes del fracaso de la metodología leninista, de la trabajosa Revolución que a todos hizo quedar mal, además de ser obra de equívoca planeación y costosísimo mantenimiento (aunque Badiou sea un entusiasta de la Revolución Cultural china), los nuevos “instantaneístas” prefieren encomendarse a una epifanía que acabe de una vez con todas y de un plumazo, con ese capitalismo —ellos lo han dicho— cuyo final es más difícil de imaginar que el del mismísimo planeta. Pero como el fin del mundo de los adventistas y de otras sectas milenaristas (desenlace bien conocido por Bloch, autor, por cierto, de El principio esperanza) tan sólo se pospone cuando no ocurre y todos tan tranquilos, porque acontecimientos económicos van, y acontecimientos políticos vienen, y ninguno termina por acontecer verídicamente en esta tierra. Al fin y al cabo, ese novedoso instante parece ser sólo una coartada teorética. Pero el filósofo es Humberto Beck y no yo y espero, con ansiedad, la continuación de The Moment of Rupture, para seguirme educando.

 

FOTO: Humberto Beck/ Colmex

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