El legado de Padilla: mucho más que la FIL
Un viaje a Guadalajara con escalas: a la ópera de Respighi: La bella durmiente en el bosque, al concierto Bugs Bunny at the Symphony y a la feria del libro, que rindió tributo a su fundador
POR LÁZARO AZAR
Bien dicen que la curiosidad mató al gato, y este gato murió feliz el viernes de la semana pasada. Saber que se estrenaría en nuestro país la obra más reciente del compositor danés Kai Stensgaard azuzó mi curiosidad al grado de postergar un día mi fin de semana en Guadalajara y vaya que valió la pena: viví tres días maravillosos, plenos de buena música, libros, ideas y muy felices reencuentros.
Pocas veces he sido testigo de un estreno mundial tan exitoso, y admito que, lo último que me hubiera esperado, es que este fuera con un concierto para timbales, tal y como ocurrió la noche del 24 de noviembre, cuando el percusionista Sergio Quesada realizó la primera audición de “El Caballero de las Santas Baquetas”, que es el nombre del Concierto para siete timbales y orquesta que Stensgaard escribió a la medida de este extraordinario virtuoso. Estructurado en tres movimientos, “es un homenaje al timbalista y a su potente instrumento, poniendo en primer plano a quien siempre se ubica al fondo de la orquesta”, puntualizó el autor.
No creo haber sido el único maravillado con lo logrado por el maestro Quesada, quien sin el insufrible protagonismo de otr@s colegas suyos y sin más que su vasta colección de baquetas y una precisa y agilísima coreografía —por llamarle de algún modo—, giraba sobre sí mismo para arrancar de sus timbales (dos más de los cinco que conforman la dotación promedio) tal variedad de timbres y sonoridades que nos descubrían que, además de su proverbial carácter percutivo, podían ser también un instrumento melódico. Si desde el Giocoso inicial atrapó nuestra atención, la sensualidad que vertió en los glissandi que realizó durante el Grandioso central nos cautivó, y la vitalidad y sabrosura del Vivace final, tan cercana a nuestros ritmos latinos, acabó por catapultar de sus asientos al público y al propio compositor al concluir la ejecución de esta obra medular del décimo segundo programa de la temporada 149 de la Orquesta Sinfónica del Estado de México, el cual su titular, el maestro Rodrigo Macías, inició con el ballet Apollon Musagète de Stravinsky y concluyó con una brillante lectura de la Primera Sinfonía de Tchaikowsky.
Al día siguiente, volé a Guadalajara y creo que era el único en el avión que no iba “nada más” a la FIL, aunque, desde luego, ¡no me la iba a perder! La razón fundamental de mi visita era asistir a la segunda representación en México —el estreno había sido el día anterior— de una de las óperas menos conocidas de Ottorino Respighi: La bella durmiente en el bosque. Aprovechando que una hora antes se presentaba en la Sala Plácido Domingo del Conjunto Santander de Artes Escénicas (CAE) el concierto Bugs Bunny at the Symphony, pude presenciar la primera mitad de dicho evento concertado por George Daugherty y no sé qué disfruté más: si la calidad de la proyección y el buen desempeño de la orquesta, o ver que los niños todavía se ríen con aquellas inocentes caricaturas que tanta hilaridad nos causaban hace más de medio siglo. Si algo tuviera que objetar, es que si de algo puede preciarse la sala principal de este espléndido conjunto, es de tener la mejor acústica del país —sí, mucho mejor que la de la Sala Neza—, entonces, ¿por qué abusar de una sonorización tan estridente que no se requiere?
Volviendo a la ópera de Respighi que propició mi viaje, su primera versión fue escrita en 1922 para ser representada por la compañía de títeres del célebre Teatro di Piccoli dei Podrecca de Roma y se estrenó en el Teatro Odescalchi; está basada en el cuento de Perrault al que Gianni Bistolfi, el libretista, le introdujo un giro al final: “Esta princesa del siglo XVII y su corte han estado durmiendo por tres siglos, hasta que un príncipe de los años 30 del siglo pasado visita la zona con un grupo de ricos norteamericanos, y descubre el castillo cubierto de enredaderas. Al ver dormida a la princesa la despierta y el resto de la corte también se despierta. Para celebrar las nupcias de la pareja, los estadounidenses ponen a todos a bailar un fox-trot.”
En aquella versión, los cantantes permanecían en el foso, con la orquesta. Para su presentación en Turín, doce años después, Respighi decide reorquestarla y propone que, en lugar de títeres, sean niños-mimo quienes representen a los personajes y los cantantes estén sobre el escenario. Para el montaje presentado en la Sala 2 del CAE, el director de escena, Luis Manuel Aguilar y el concertador, Leonardo Gasparini, realizaron una “versión rítmica” en español que encomendaron a los nueve cantantes que permanecían en el foso, en tanto que, sobre el escenario, se desempeñaban cuatro recitantes y los figurantes que movían los títeres que Miguel Ángel Gutiérrez diseñó para dar vida a los protagonistas de esta historia que, aquí, fue hábilmente trasladada al reino de los insectos, así que ya se imaginarán mi sorpresa cuando, entre mariposas, hormigas, arañas y escarabajos, ¡me voy topando con un par de mayates!
En cuanto a la producción, esta fue muy atractiva visualmente: a pesar de su sencillez, la escenografía lució muchísimo gracias al espléndido trabajo de iluminación láser diseñado por Luciano Rodríguez, y el vestuario de Alex Núñez y Gera Neri contribuyó al ambiente onírico de esta trama en la que, lo mejor, es la exquisita partitura de Respighi —“romántica y musicalmente sofisticada”— que interpretaron los miembros de la Orquesta Solistas de América que se dividían entre ambas salas del CAE.
Ahora bien, una cosa es contar con un elenco vocal cuidadosamente elegido y con los textos en español, y otra, dar por hecho que va a entenderse lo que se canta. ¿Qué les costaba implementar el supertitulaje? Salvo por ese pequeño detalle, salí con muy buen sabor de boca de esta función. Ahí no paró mi regocijo: este se incrementó al ver la gran cantidad de público congregado para disfrutar sendos eventos, en un espacio cuyo diseño compite con los más altos estándares internacionales, y que no existiría si no lo hubiera soñado el gran ausente en esta trigésimo séptima edición de la FIL: el muy polémico y querido “Licenciado Padilla”.
Como intentar recorrer la feria en un día es imposible, el domingo 26 me limité a asistir a las presentaciones de un par de libros: Un mar de encuentros. El Caribe: arte, sociedad y cultura de Alfredo Bueno, que hizo mi admirado Manuel Ramos Medina, y La Ópera hoy, que compila las conversaciones que realizó Gerardo Kleinburg durante la pandemia con varias figuras fundamentales para el quehacer operístico actual. Qué gozo fue presenciar también la diversidad de ideas que fluyó durante la mesa ¿Democracia es Cultura? en que participaron Beatriz Paredes, Consuelo Sáizar y el mítico Alan Riding dentro del ciclo de encuentros FIL-Pensamiento que coordina Nicolás Alvarado.
Ante un atiborrado Auditorio Juan Rulfo al que no le cabía ni un alma y dichoso de ver la calidez con que Xóchitl Gálvez fue recibida, el último evento al que asistí fue el Homenaje Póstumo a Raúl Padilla, ese gran “hacedor de sueños” —como lo llamó Ruth Padilla— que transformó una universidad estatal y provinciana en una universidad de primer mundo y que, tejiendo con hilos finos por un lado y su gran tozudez por el otro, tuvo la capacidad de gestión para que los ejidatarios cedieran terrenos para los cerca de 300 centros universitarios que han beneficiado a millones de personas, logró incrementar de menos de cien a más de mil 900 el número de investigadores y, en el 94, les dio algo más que autonomía: una personalidad “que vale más de lo que la ley da”.
Y como “por sus obras los conoceréis”, tras citar a la FIL y al Festival de Cine, el Museo de Ciencias Ambientales, el Auditorio Telmex, el Teatro Diana y el Centro Santander entre tanta infraestructura y organizaciones que echó a andar, entre la intervención poética que Sara Poot elaboró en honor de “ese licenciado que no siempre fue licenciado”, con base en un texto de Sor Juana y el reconocimiento al “mejor Maestro de Gestión Cultural que este país ha podido dar” por Lourdes González, quien mencionó a muchas de las mujeres que Padilla empoderó al darles puestos clave dentro de su equipo —y para muestra me basta citar a Marisol Schulz dirigiendo la FIL y a María Luisa Melendres, al frente del CAE—, a nadie le quedó duda que tras imaginar, implementar, administrar y llevar a buen puerto todos esos sueños que cambiaron la fisonomía y el nivel de vida de su Estado, Federico Reyes Heroles atinó al evocar la sentencia cervantina que señala que “ningún hombre es más que otro hombre si no hace más que otro hombre”, para justipreciar a ese prohombre que fue Don Raúl Padilla López.
FOTO: El concierto Bugs Bunny at the symphony con la Orquesta Solistas de América, en la Sala Plácido Domingo del Conjunto Santander. /Tomada del Facebook del Conjunto Santander
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