El lenguaje; la patria que se construye: entrevista con Margarita García Robayo
La colombiana radicada en Argentina dice que su sentido literario es buscar un “yo que tenga vocación de nosotros”; esa apuesta resalta en La encomienda, su nuevo libro
POR URIEL DE JESÚS SANTIAGO
La escritora colombiana Margarita García Robayo ha ido escribiendo una sólida carrera en la literatura hispanoamericana, sus novelas Lo que no aprendí, Hasta que pase un huracán, El sonido de las olas, La encomienda (Anagrama, 2022) y los ensayos de Primera Persona le han valido ser publicada y traducida en una docena de idiomas. En 2018 su libro Fish Soup figuró en el listado «Books of the Year» del diario The Time.
Ganadora del Premio Literario Casa de las Américas y el English PEN Award, está convencida de que el ocio es un pozo infinito de creatividad donde “no puedes sino pensar, imaginar o divagar”. De niña se recuerda mirando a través de la ventana de su casa, quizás entonces ya tenía claro que su destino era migrar. A los 16 años comenzaron sus mudanzas, primero de casa, luego de ciudad y país; pasó por Bogotá, Barcelona, México y finalmente en 2005 se estableció en Buenos Aires.
Para ella, “la distancia es una fertilidad extraña”; sólo estando lejos de la ciudad que la vio nacer pudo comenzar a hacer literatura, antes, sus diarios no eran más que “un memorial de agravios” donde sacaba sus vicisitudes familiares.
Se inició con el cuento, pronto desarrolló el ensayo y ahora explora su faceta de novelista, caracterizada por sondear una ficción propia, donde a ratos es imposible distinguir la autobiografía y la ficción.
En La encomienda escribes: “No importa cuántos años lleves en un lugar, cuánto se haya modificado tu acento o vocabulario: si no entiendes los chistes, no hablas el idioma”, lo que me remite al sentir extranjero que suelen cargar los escritores…
Todos los que nos fuimos de nuestros países de origen, seamos escritores o no, tenemos la condición de migrante, que para mí significa renunciar a la posibilidad de sentirse parte de alguna geografía. En la medida en que uno se va acostumbrando al lugar al que llegó, se va consolidando la idea de que no eres de ningún lugar, porque cuando uno se va, pierde el ser de donde fue y a donde llegas sigues sin construir una pertenencia sólida.
Como la canción: ni eres de aquí ni de allá…
Exactamente como la canción. Eres de un lugar que es como un limbo y, sin embargo, eso es fructífero para la literatura, alguna vez un amigo escritor, haciendo referencia a la búsqueda de identidad que hay en mis libros, me decía: “Quizá la patria que construiste es el lenguaje”, un espacio propio y particular en el que uno se zambulle y hace algo con eso, en mi caso, hago libros.
Es crear una ficción propia, ¿no?
Claro. Me gusta que digas ficción propia y no “autoficción”, porque la verdad lo más interesante de eso que llaman autoficción es el procedimiento, no el resultado, yo no creo que los libros que resultan de la autoficciones sean autobiográficos. Son libros que se valen de situaciones, acontecimientos y experiencias que se transforman en ficciones.
¿Crees que la vida en algún momento termina de contarse o el tema nunca se agota?
Para mí nunca se agota porque lo que uno cuenta no es la vida, sino las cosas que te obsesionan del mundo y es inagotable. Además, uno sólo tiene dos o tres temas sobre lo que va orbitando y que te dan la sensación de que libro a libro los tienes más controlados, pero en la medida que va escribiendo, vas cercando mejor esos temas; pero tampoco son tantos, entonces lo que no termina nunca es esa indagación en esos mismos temas de siempre.
¿Has cambiado tu opinión o perspectiva sobre alguno de estos temas?
Me ha pasado, no sé si cambiar radicalmente de opinión, pero sí haber indagado lo suficiente como para saber que no era tan preciso lo que pensaba antes y entonces hago un nuevo intento porque esta vez esté mejor clarificado el tema que quiero abordar.
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García Robayo constantemente se acomoda el cabello y se toca la frente. Está convencida de que “el migrante habita en país individual y muy solitario”. Tal vez por ello, aunque intenta mirarme fijamente, termina por voltear a los lados.
Ha venido a la Ciudad de México a promocionar su novela La encomienda. Minutos antes de una presentación conversamos en un café, en la mesa más cercana a la salida, justo al lado de una escalera eléctrica.
El ruido de los cláxones en la avenida, niños gritando y una polirritmia de voces de los comensales son el ambiente que permea. Tratamos de concentrarnos y la entrevista se vuelve como un juego de pin pon: frente a frente, pregunta y respuesta con rapidez.
Escribiste: “A veces me ataca una sensación de hartazgo tan fuerte que se me hace imposible redactar una frase sobre cualquier cosa”. ¿Cómo lidias con ese hartazgo?
Es un tipo de sensación que me mantiene preguntándome “por qué, para qué, qué necesidad tengo de hacer esto si nadie está esperando un libro mío o que escriba una línea”. Al que le afecta es a uno y eso me pasa mucho, porque uno tiene la sensación cuando está escribiendo de que está haciendo algo que merece ser hecho; lo cual es una falacia absoluta porque en realidad no es tan importante y nadie lo está esperando, pero si no te engañas y no obtienes esa sensación genuina, no tendrías un motor para escribir. Si uno se diera cuenta de que la escritura es un oficio precarizado y residual, probablemente se viviría tan frustrado que costaría levantar un lápiz o hundir una tecla en el teclado.
¿Entonces para construir narrativa hay que inventarse narrativas?
Claro, uno tiene que inventarse una narrativa propia que justifique el estar persistiendo en este oficio. Si uno no tiene esa persistencia, es fácil frustrarse, porque, insisto, no es de esas profesiones importantes en las que dices: “Si un ingeniero no interviene en esta ciudad, se caen todos los puentes”. Un escritor y sus libros probablemente servirán para otras cosas, pero no es de esas que hacen que todo funcione.
¿Y cuál es la mentira que te cuentas para terminar un libro?
¿La mentira que me cuento? (se ríe nerviosa). Es que no puedo no hacerlo. Si no lo hago, algo me va a enfermar, para mí escribir es un poco parecido a liberarme de toxinas. La escritura me resulta placentera, pero los temas que me llevan a escribir me resultan un malestar y necesito sacármelo de encima.
Últimamente llamo “sacar el tumor” a esa primera instancia de sacarme algo de encima, pero ese tumor no puede ser inmediatamente lanzado al mundo, nadie va a recibir algo todo corrosivo y lleno de cosas horribles. Entonces ahí radica la ambición de un escritor: en convertir esa materia en perdurable, es decir, en literatura”.
¿Cómo ganas distancia en la mirada para poder trabajar con esos temas?
La distancia te da perspectiva y también el paso del tiempo. Yo no me refiero a una distancia real o física, sino afectiva. Hay que sacar ese tumor, dejarlo afuera, que se enfríe un poco y agarrar un cincel para darle una forma que tenga virtud.
Cuando pasa el tiempo se corre el riesgo de olvidar…
Hay un montón de cosas que uno quiere rescatar y a veces dices: “No vale la pena”, o insistes y haces algo. Hay un montón de cosas que quedan en el olvido.
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La incomodidad, el impulso y la extrañeza son obsesiones constantes en la literatura de García Robayo que pasa en sus textos de experiencias individuales a colectivas. “Busco un yo que tenga vocación de nosotros”, me dice.
¿Tomas notas para tus novelas?
Soy una tomadora de notas compulsiva, en donde estoy escaneo las cosas que pasan y luego anoto en el celular, una libretita, en el ticket que me dieron del café; y es mi modo de optimizar un poco el tiempo que no tengo ya, para sentarme y esperar a que esas notas lleguen solas. Vivo en un constante estado de alerta para que esas notas no se me pasen.
¿Cómo decides los temas sobre los que vas escribiendo?
Es muy buena pregunta, porque la verdad es que no lo sé. Hay algo en cada uno que lo hace que haga foco en una situación determinada, en una escena o una imagen, porque, aunque se mira el mismo objeto cada uno se fija en cosas distintas porque nadie enfoca igual. Eso tiene que ver una vez más con esas obsesiones que nos persiguen, es algo que precede a esa mirada y con eso uno ya viene.
¿A mirar se aprende o ya se nace con esa facilidad?
Hay gente que dice que se ejercita, que se puede aprender a mirar o qué se yo. En mí caso siempre lo tuve, porque suple otras cosas que uno no tiene. Antes tenía mucho ocio y el ocio es como un pozo infinito de creatividad, en el ocio no puedes si no pensar, imaginar o divagar. Me recuerdo desde muy chica mirando por la ventana e imaginando vidas posibles.
¿Eres escritora del caos o necesitas tranquilidad para explayarte?
Me encantaría tener la tranquilidad, pero nunca se me da del todo; entonces a mi pesar escribo en situaciones más o menos caóticas. Lo que sí sucede es que cuando me siento en la fase de corrección, la más importante y placentera, ahí sí necesito mucha concentración y silencio porque es cuando doy forma funcional a eso que saqué. No podría corregir con música, me encierro y trato de armar una especie de locker personal.
¿Cómo sabes que concluiste?
Nunca se sabe, uno entrega el texto ya por resignación. Pero también es cierto que casi siempre suelo saber a dónde quiero llegar, muchas veces tengo la última imagen y lo que más me cuesta no es el final, sino llenar todo el camino que necesito para justificar que llegué ahí. Todo lo que va en el medio del sándwich me parece la más desafiante.
¿Qué tan desafiante es pasar de la imagen que te haces al escrito?
Es la parte más difícil y además la que más me atrae como lectora, pero en realidad te da la sensación de que estás mirando y te olvidas de que está interviniendo otro sentido. Es una habilidad ahí puesta, cuando uno se olvida de las letras me parece fabuloso, adquieres otra sensación al trasladar las imágenes a palabras.
¿Buscas que tus libros provoquen esa sensación?
Lo busco todo el tiempo, me encanta, y ojalá que lo consiga en alguna medida porque es lo que más me gusta al leer.
Carlos Fuentes decía que cuando un escritor publica un libro, se quita una parte de sí y la da para siempre a sus lectores. ¿Te parece la idea?
Puede ser, me gusta. Yo digo algo menos inteligente y más coloquial. Cuando uno publica un libro y vuelves sobre él, es como salir con un exnovio, ya pasaste por ahí. Le tienes cariño, pero tu cabeza está en otra cosa, te lo sacaste de encima, lo pusiste afuera y que el mundo haga lo que quiera.
Quitaste el tumor…
Exactamente.
FOTO: Margarita García Robayo es ganadora del Premio Literario Casa de las Américas. Crédito de imagen: Cortesía Uriel de Jesús Santiago
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