El libro silenciado de Ricardo Garibay

Ene 21 • destacamos, principales, Reflexiones • 3169 Views • No hay comentarios en El libro silenciado de Ricardo Garibay

 

Acapulco fue uno de los proyectos más ambiciosos del cronista, pues se proponía retratar las polaridades que convivían en la paradisiaca bahía, que al mismo tiempo rezumaba miseria y excesos. A pesar de sus dotes periodísticas, Garibay tuvo dificultades para hacer hablar a sus habitantes, que temían represalias si expresaban la realidad que padecían

 

POR VICENTE ALFONSO 
Si se pregunta a los lectores cuál es la mejor crónica de Ricardo Garibay, la respuesta es casi unánime: Las glorias del gran púas (1978). Tal consenso resulta sospechoso si se toma en cuenta que, a lo largo de su carrera, Garibay escribió decenas de trabajos en torno a muy distintos personajes, ámbitos y temas: baste recordar que durante el sexenio de Luis Echeverría (1970-1976) el escritor desempeñó el cargo de cronista presidencial, lo que implicó acompañar al mandatario durante giras oficiales por Sudamérica, Europa y Asia. De ese lapso provienen los trabajos contenidos en Lo que ve el que vive (1976), que incluyen, entre otras, andanzas en New York, Hong-Kong, Moscú, Tokio… por ejemplo, un pasaje en donde Garibay se pierde con Luis Spota por las calles de París, una cena en Moscú en donde está presente Dimitri Shostakovich o una excursión a Argel, donde permanece varias horas bajo arresto cuando llega de avanzada para hacer una crónica sobre los lugares que visitará el presidente.

 

En la lista de sus trabajos destacados podría mencionarse también Diálogos mexicanos (1975), colección de textos breves que retratan lo mismo a secretarios de Estado que a productores de cine, burócratas, lancheros, amas de casa y empresarios, donde sobresale un personaje analfabeta llamado Tránsito, mejor conocido como “El Milusos”, que después dará pie a dos películas del mismo nombre.

 

Si se trata de esfuerzo invertido en la investigación, así como la audacia mostrada en el uso de técnicas periodísticas y narrativas, hay un libro de Garibay que sobresale entre todos los demás: Acapulco (1979). Producto de meses de intenso reporteo, de cientos de conversaciones con personajes de muy distinta índole, de horas de escuchar y observar en los ambientes más variados y de madrugadas rumiando frustraciones, Acapulco es un libro que tampoco recibió el reconocimiento que se merece por parte del gremio literario y periodístico, mucho menos de los grandes públicos. Peor aún, sobre él pesa una leyenda negra que combina amenazas de muerte y un afán de silenciamiento al que se debe, quizá, su lugar periférico en la obra del hidalguense.

 

 

Cuatro rounds de escándalo

 

¿A qué se debe que Las glorias del gran Púas sea el trabajo con más resonancia? Aunque no es fácil responder a esa pregunta, podrían enlistarse al menos tres factores que influyeron en el encumbramiento de esa crónica. Armado a partir de cuatro conversaciones, o rounds, el libro retrata al campeón de boxeo Rubén “El Púas” Olivares como un hombre elusivo que se esconde del cronista. A lo largo de las 30 páginas, Garibay se dedica a rastrear (cuando no abiertamente a perseguir) al pugilista: “Rubén no está en ninguna parte. Y acaso el no estar en ninguna parte lo pinte mejor que cualquiera de sus generales. El tremendo Trabuco de la Bondojo es un hombre que no está donde lo buscas, no importa dónde lo busques”, escribe don Ricardo, quien busca al Púas en el gimnasio, en su casa, en bares y pulquerías, en casa de sus amantes y hasta en los lugares donde el deportista compra drogas.

 

La ausencia del entrevistado no es la única traba que enfrenta el cronista. La vida de Olivares, a quien Garibay califica de “mocoso troglodita”, es caótica y así la retrata: mujeriego, adicto, rodeado de un séquito de aduladores que se le acercan para sacarle dinero. Reproduce o recrea conversaciones sobre peleas arregladas, parrandas de locura. Una vez publicado el libro, el campeón acusa de mentiroso al entrevistador, con quien nunca hace las paces. A la muerte del escritor, en 1999, el boxeador declara al semanario Proceso: “Con el libro se hinchó de billete, hizo el guion de mi película y nomás me transó. Lo que escribió es puro cuento”.

 

En el asunto influye también una cuestión de timing: la crónica sobre el “Púas” Olivares se publica en 1978 con un tiraje inicial de 10 mil ejemplares. En ese mismo año, Carlos Monsiváis está preparando para la UNAM la Antología de la crónica en México, cuya primera edición es de febrero de 1979 y que, reeditada bajo el título A ustedes les consta (Era, 1980), se convertirá en referencia obligada en materia de crónica en facultades de periodismo y salas de redacción. Poco importa que en el momento en que Monsiváis prepara la antología, Garibay se afane reporteando en Acapulco visitando basurales, hoteles de lujo, bares, playas y prisiones con la intención de escribir su mejor crónica. Tampoco importa que, en posteriores ediciones, Monsiváis se refiera a Acapulco como “la crónica mural más ambiciosa del periodismo mexicano en los años recientes”. La suerte está echada y Las glorias del gran Púas parece destinada a ser la crónica más celebrada del hidalguense.

 

 

Acapulco: una revancha

 

Escribir un libro sobre el puerto fue un proyecto al que Ricardo Garibay volvió una y otra vez. Además de visitarlo constantemente y de mencionarlo con frecuencia en sus columnas periodísticas, en 1968 publicó Bellísima bahía, novela ambientada en Acapulco y que tiene como protagonista a un autor de guiones que lucha contra el bloqueo creativo. Será Garibay mismo quien, ocho años después, descalifique la novela: no termina de gustarle porque no captura la esencia del puerto. Corre 1976: durante los últimos seis años ha sido, como se vio, el cronista oficial de los viajes del presidente en turno, Luis Echeverría, a quien le une cierta camaradería desde la época en que eran compañeros en la Facultad de Derecho. A quienes le tildan de oportunista y de haber perdido objetividad frente al poder, Garibay les responde: “Nunca me vendí”. Con el dinero que obtiene de su empleo como cronista presidencial compra, por 80 mil pesos, una pequeña casa a las afueras de Acapulco.

 

En el terreno de la novela su obra está integrada por La casa que arde de noche, Beber un cáliz, Verde Maira y la ya mencionada Bellísima bahía. Pero para esas fechas se dice convencido de que el reportaje es “la única forma actual de la literatura”. Así pues, en enero de 1977 explica su plan al semanario Proceso: pasar una larga temporada en Acapulco para hacer un nuevo libro. Ahora es otro el afán, explica: “Nada al azar ni al desgaire de las vacaciones ni a la cacería del reportaje, nada tampoco para la novela, el cuento, el poema”. Esta vez se trata de “vivir a fondo, durante tres a cuatro meses, cuanto se vive en Acapulco; que valgan esos cien días diez años de existencia natural”. Hay, entonces, un ansia de revancha contra sí mismo, pero también contra una compleja región que no se deja retratar.

 

Si Garibay llega en su gran momento al encuentro, el puerto también, pues goza de “prestigio planetario” y proporciona al país 42% de las divisas generadas por turismo. Pero Garibay no sólo quiere hacer la crónica de ese sitio de privilegio: también se propone retratar el lado amargo del paraíso. Más que una bellísima bahía, a Garibay le atrae la idea de retratar los violentos contrastes del lugar: “Infierno y gloria, Acapulco es el hampón y el pescador, el humanista y el cuchillero, la oración y la mariguana. Es la piel dorada del lujo y la requemada piel de la miseria”.

 

Aunque se tilda de perezoso e incapaz, el autor de Beber un cáliz no escatima esfuerzos: años de redactar crónicas, cuentos, novelas y guiones le han entrenado para detectar los detalles significativos. No obstante, el puerto resulta más difícil de atrapar que el Púas. En varios momentos del libro, el escritor se retrata a sí mismo abatido porque su plan no da resultados: “Nadie quiere contarme nada por temor a represalias de la policía local o del estado”, se lamenta. Los estudiantes sospechan que sus datos irán a parar a la policía política: “Acapulco es mucho más provincia de lo que creía. Quien se presente de pronto metiendo las narices en la olla con el único propósito de escribir un libro, es una sarna, la gente empieza a rascarse apenas aparezco”.

 

 

En el ring con otro Rubén

 

El 18 de marzo de 1978, ya comenzado el proyecto, un terremoto de 6.6 grados cimbra la región. La casa de Garibay queda tan cuarteada que es posible “asomarse a las estrellas por las grietas del techo”. Las composturas tardarán un mes por lo menos, y el presupuesto apenas alcanza para un hotel sin mar y con baño colectivo, cucarachas y moscas. No, esa no es opción.“Ya pasó la edad heroica”, sentencia el escritor. Entra en escena un personaje bien conocido en Guerrero: Rubén Figueroa. Apodado “El Tigre de Huitzuco”, el entonces gobernador es un polémico personaje que cuatro años antes —el 30 de mayo de 1974— ha sido plagiado por el Partido de los Pobres (PDLP), grupo guerrillero encabezado por Lucio Cabañas. Se trata de un secuestro que en su momento atrajo la atención nacional e internacional, y al que Garibay dedicó no pocas líneas en las páginas de Excélsior.

 

El gobernador Figueroa ofrece a Garibay financiar su estancia con una condición: que en su libro no incluya pasajes que hagan quedar mal al político. Una vez más, la compleja relación del autor con las figuras de poder le obliga a caminar por el filo de la navaja. En Acapulco, el escritor consigna el siguiente diálogo que sostiene con el entonces gobernador:

 

—Pero ¿vas a decir la verdad en tu libro?

—La voy a decir.

—¿Toda?

—Toda.

—¿Y si con la verdad te tienes que chingar a tu amigo? —y [Figueroa] se señala. Grandes risotadas. Una especie de colectivo eructo de júbilos, temores y descaros.

—¿Eh? A ver…

—Con la verdad no espero chingar a mis amigos.

 

Por cortesía de Figueroa, Garibay termina instalado en el hotel Elkano, donde se quedará por cuatro meses. En busca de historias le pide al general Arturo Acosta Chaparro, entonces jefe de las policías de Guerrero, que le dé autorización para acompañar a los patrulleros durante sus recorridos nocturnos por la colonia Zapata, auténtica tierra de nadie a la entrada de Acapulco. “Ten cuidado”, le advierte un amigo, “nada de lo que pasa allí es broma”. La advertencia no es inútil: en uno de los rondines por la Zapata se desata un tiroteo que deja por lo menos cinco muertos. Garibay no está presente. Uno de los muertos es un oficial que va de copiloto en la patrulla uno, en el sitio que le habían asignado al escritor.

 

 

En busca de contrastes, el escritor alterna excursiones a centros nocturnos y restaurantes de gran lujo con visitas a comunidades lejanas al turismo como Chilapa, Atoyac, Ometepec, Coyuca de Benítez. Ingresa en la cárcel para entrevistar guerrilleros, se sienta a la mesa con periodistas locales, visita casas de juego y burdeles. Por todas partes escucha historias terribles: campesinos asesinados, muchachas violadas, jóvenes torturados, guerrilleros enterrados vivos. Aterrado, escribe: “Hay en un mes en Guerrero más asesinatos que en cien años en Suecia y Noruega”.

 

Finalmente, el libro ve la luz el 30 de agosto de 1979, con un tiraje inicial de 25 mil ejemplares. Desde la portada se revela la estrategia del autor. La primera edición muestra en la carátula cinco fotos paradisíacas: el puerto iluminado de noche, un atardecer con playa y palmeras, el bullicio y el lujo de un centro nocturno. Pero basta voltear el libro para advertir que Acapulco también tiene un rostro amargo: en la cuarta de forros hay fotos de niños hurgando en la basura, de familias de siete personas hacinadas en un cuarto, de menores de edad vendiendo cerveza bajo el sol.

 

Así pues, aún a pesar de las presiones de funcionarios y gobernantes, Garibay retrata los claroscuros del puerto e incluso consigna diálogos que pueden comprometer al entonces gobernador. Según contó él mismo, vienen las represalias. En el prólogo al volumen 4 de las Obras reunidas (Océano, 2001), Eduardo Mejía confirma una leyenda negra difundida entre periodistas: que tras la publicación de Acapulco, Garibay no volvió al puerto guerrerense, pues sobre su cabeza pendían amenazas de muerte: “Era un viernes de agosto de 1979, cerca de las 17 horas; estaba por terminar el programa En mangas de camisa, de Sergio Romano, en canal 11, cuando intempestivamente irrumpió en el estudio Ricardo Garibay: ‘Me amenazan de muerte, Sergio’; Romano, sorprendido, le pidió que pasara al foro: ‘Rubén Figueroa —dijo— está enojado por el libro que voy a publicar sobre Acapulco. Me tienen amenazado’”. Cuentan que la amenaza de muerte no se cumplió gracias a la intervención del presidente José López Portillo. El resto es historia.

 

FOTOS: Tomadas del libro Obras reunidas, Vo.10, Océano, 2005.

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