El llamado de la sangre
POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS
Aunque no fue la primera manifestación del tema vampírico en literatura, ya que sus antecedentes se remontan a relatos como el anónimo alemán El extraño misterioso (1860) y a escritores como Théophile Gautier, Charles Nodier, John William Polidori y Joseph Thomas Sheridan Le Fanu, Drácula (1897) se sigue considerando la piedra fundacional de la espaciosa construcción narrativa que alberga a los bebedores de sangre. Irlandés al igual que Sheridan Le Fanu, creador de la inquietante Carmilla, Bram Stoker acudió a la forma epistolar —una forma que se comenzó a emplear con soltura en la novela del siglo XVIII y se acabó por consolidar en la del XIX— para sentar las bases de una mitología que hallaría en el cine a uno de sus medios de divulgación más eficientes. Un repaso veloz de la filmografía consagrada a los vampiros arroja varios títulos imprescindibles, películas que han sabido diseñar con destreza y originalidad el mundo de estos inmortales que paradójicamente siempre echarán de menos su condición mortal: Nosferatu, de Friedrich Wilhelm Murnau; Vampyr, de Carl Theodor Dreyer; Rabia, de David Cronenberg; El ansia, de Tony Scott; La piel que brilla, de Philip Ridley; Drácula de Bram Stoker, de Francis Ford Coppola; Nadja, de Michael Almereyda; La adicción, de Abel Ferrara; 30 días de noche, de David Slade; Déjame entrar, de Tomas Alfredson, y Sed de sangre, de Park Chan-wook. A esta lista se podría añadir ahora Byzantium (2013), la cinta más reciente de Neil Jordan, quien va tras las huellas de sus compatriotas Stoker y Sheridan Le Fanu. Casi veinte años después de Entrevista con el vampiro (1994), la adaptación del bestseller de Anne Rice que ha envejecido de manera notoria, Jordan (1950), dueño de una obra dispar a caballo entre el cine y la literatura, afila otra vez los colmillos apoyándose en la dramaturga Moira Buffini, que traslada a un guión sólido y sugerente su propia pieza teatral A Vampire Story.
Pese a su irregularidad, Entrevista con el vampiro y Byzantium integran un díptico que aborda el llamado de la sangre en su doble acepción: como aptitud sobrenatural y como asunto consanguíneo. La “familia feliz” compuesta por Louis (Brad Pitt) y Claudia (Kirsten Dunst) cobra una dimensión más trágica y menos melodramática con Clara (Gemma Arterton) y Eleanor (Saoirse Ronan, estupenda), las vampiras o soucriants —término extraído del folclor caribeño para rebautizar a los personajes de Byzantium— que son los únicos miembros femeninos de una hermandad masculina cimentada en un lema: “Sólo quienes estén dispuestos a morir alcanzarán la vida eterna.” Como madre e hija que rebasan los doscientos años aunque mantienen su belleza obviamente intacta, Clara y Eleanor cargan con una pesada historia que ha atravesado guerras y crímenes, burdeles y orfanatorios, y que Eleanor escribe en forma de confesión para complementar la estrategia narrativa de Entrevista con el vampiro, donde surge el dedal de plata que prefigura la uña retráctil de Byzantium, sagaz remplazo de los colmillos clásicos. La sagacidad de Jordan y su guionista se extiende a otros aciertos: la correspondencia entre la cruzada en Bizancio y el nombre del hotel/prostíbulo donde se refugian Clara y Eleanor; la mudanza de la fuente de la juventud a un santuario insular hendido por cascadas que se tiñen de sangre en un espectáculo portentoso; el flashback como dispositivo para fortalecer la presencia del doppelgänger, uno de los hilos conductores del relato. Fundamentado en el desdoblamiento y la maternidad, Byzantium propone una relectura novedosa de uno de los mitos más socorridos de la cultura popular y lo vuelve una metáfora punzante de los lazos familiares. “Ninguna criatura se parece a Dios tanto como nosotros”, dice el inmortal Lestat (Tom Cruise) en Entrevista con el vampiro, y Neil Jordan hace eco de esas palabras para mostrar el lado oscuro del parentesco.
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