El navegante del mar de los amigos: a 50 años de la muerte de Pablo Neruda
Acompañado de su militancia política, en los versos de Pablo Neruda también habitó la admiración por colegas como García Márquez, Rulfo o García Lorca
POR JUAN CAMILO RINCÓN
“Yo tengo un sentido sureño de la amistad. Nunca he perdido amigos. Sólo la muerte me los ha quitado”, dijo Pablo Neruda alguna vez. En Crepusculario (1923) el novel poeta conjuraba la amistad con este verso: “Amigo, llévate lo que tú quieras, /penetra tu mirada en los rincones /y si así lo deseas, yo te doy mi alma entera /con sus blancas avenidas y sus canciones”.
La conmemoración de los 50 años de su fallecimiento en Santiago de Chile es ocasión para recordarlo desde los vínculos, las lecturas mutuas, los encuentros o las coincidencias con algunas figuras de la literatura y el arte que hicieron parte de sus afectos hasta el día en que la muerte lo esperó “vestida de almirante”.
Federico García Lorca: “El joven caudal de un río poderoso”
Una poesía que sale dando gritos. Así define Pablo Neruda la obra de un joven español a quien mucho quiso en persona y admiró a través de sus letras. En la “Oda a Federico García Lorca” de Presencia de García Lorca (1943) lo exalta en versos que son ofrenda entre dos poetas que bien comprendieron su lenguaje lírico:
… hablemos sencillamente como eres tú
[y soy yo:
¿para qué sirven los versos si no es para
[el rocío? […].
Federico,
tú ves el mundo, las calles,
el vinagre,
las despedidas en las estaciones
cuando el humo levanta sus ruedas
[decisivas […].
Así es la vida, Federico, aquí tienes
las cosas que te puede ofrecer mi
[amistad
de melancólico varón varonil.
Ya sabes por ti mismo muchas cosas.
Y otras irás sabiendo lentamente.
Se conocieron en octubre de 1933 en Buenos Aires con el escritor Pablo Rojas Paz —cofundador de la revista Proa— como anfitrión de una velada. Neruda había llegado un par de meses antes al país en el ejercicio de sus funciones diplomáticas, y Lorca para el montaje de sus obras Bodas de sangre (1933) y Yerma (1934), que fueron llevadas a las tablas por la compañía de la actriz argentina Lola Membrives.
En 1934 se reencontraron en Madrid tras el regreso de Lorca de su visita a algunos países latinoamericanos y la designación de Neruda como cónsul de Chile en Barcelona. En una lectura de los poemas del autor de Estravagario en la Universidad de Madrid, le correspondió a Lorca su presentación. Las coincidencias, que no fueron pocas, se extendieron hasta la revista Caballo Verde para la Poesía, dirigida por Neruda y en cuyo primer número (octubre de 1935) se publicó el poema “Nocturno del hueco” de autoría del granadino.
Junto a Antonio Machado y Miguel Hernández, Neruda consideró al creador de Romancero gitano una de las tres columnas “sobre las que descansaba la bóveda material y aérea de la poesía hispánica peninsular. (…) Torrente de aguas y palomas que se levanta del lenguaje para llevar las semillas de lo desconocido a todas las fronteras humanas”. Formalidades aparte, de su amigo granadino valoró su costumbre de reír y hablar: “Todo lo celebraba y todo lo reía. La felicidad era su piel”.
Ese puntal de la lírica, por su parte, consideró a Neruda como un auténtico poeta “de los que tienen sus oídos amaestrados en un mundo que no es el nuestro y que poca gente percibe. (…) Un poeta lleno de voces misteriosas que afortunadamente él mismo no sabe descifrar; de un hombre verdadero que ya sabe que el junco y la golondrina son más eternos que la mejilla dura de las estatuas…”. Fueron tres años de amistad y una eternidad para recordarse en las páginas que seguimos recorriendo.
Narrar el áspero territorio: el Boom y Neruda
“Una constantísima preocupación americana. Una tónica temal enraizada en nuestras verdades, un ámbito que nos pertenece y que ellos nos han restituido en forma varias veces grandiosa”. Esa fue, dice Neruda, la contribución esencial de Fuentes, “el extraordinario Vargas Llosa”, “el mágico Cortázar” y el García Márquez de “verdad luminosa y fantasía terrestre”.
Ante las críticas que en su momento recibieron los cuatro por sus exilios voluntarios, Neruda defendió las razones de su distanciamiento geográfico, pues aun a través de la anchura oceánica “sus libros han sido más y más esenciales en la verdad y en el sueño de las Américas”.
A esa América la definió Gabo como “patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda”. Y a ese cataquero Neruda le rindió homenaje con el capítulo X de Fin de mundo (1969) en un poema titulado “García Márquez”:
También en este tiempo tuvo
tiempo de nacer un volcán
que echaba fuego a borbotones
o, más bien dicho, este volcán
echaba sueños a caer
por las laderas de Colombia
y fueron las mil y una noches
saliendo de su boca mágica,
la erupción magna de mi tiempo:
en sus invenciones de arcilla,
sucios de barro y lava,
nacieron para no morir
muchos hombres de carne y hueso.
Tras ser reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1971 Neruda convidó a varios de sus amigos a una cena de festejo en París. Allí le propuso al colombiano una conversación para la televisión nacional de Chile. En ella, el poeta aseveró que “si en algún escritor se reúnen esa indagación o sumersión en la realidad viva y en la realidad mágica (…) ese es García Márquez”.
El creador de Macondo le correspondió años más tarde con el discurso “La Soledad de Latinoamérica”, que pronunció al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1982: “La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida”. De nuevo, la América cuyo nombre el chileno nunca invocó en vano.
Para Neruda América Latina es región arrasada y herida, inmensa y desamparada, de barro y arcilla, piedra y plata, oro y turquesa, de “islas deshabitadas o selvas irascibles” y cerros populares, de lucha y esperanza y oscuros dolores. Es el continente que bien supieron narrar estos cuatro escritores a quienes valoró como sanos y generosos pues, cuanto más locales fueron, llegaron a ser los más universales.
México y las aguas secretas de la tierra
Dentro de esa América cuyas avenidas están abiertas a todos los caminos del mundo, México también fue tierra que Neruda hizo suya a raíz de su labor diplomática en ese país. Al país llegó como cónsul general en 1940 y admiró los cenotes sagrados, las religiones primitivas y la vida intelectual dominada por la pintura.
Por esa patria “violenta de erupción y creación” admitió sentir amor carnal “con los altibajos de la pasión: quemadura y embeleso. Nada de lo que pasa allí me deja frío. Y a menudo me hieren sus dolores, me perturban sus errores, y comparto cada una de sus victorias. Se aprende a amar a México en su dulzura y en su aspereza, sufriéndolo y cantándolo como yo lo he hecho, desde cerca y desde lejos”.
Aprendió de Alfonso Reyes, “maestro esencial del idioma”. Firmó una carta para pedir la liberación del José Revueltas “contradictorio, hirsuto, inventivo, desesperado y travieso” en el que encontró una síntesis del alma mexicana. Admiró a Juan Rulfo, “que con su silencio y obra delgada es de los más importantísimos escritores de nuestro continente”.
Con Octavio Paz tuvo una relación profunda y marcada por altibajos que sus respectivas posturas políticas y las consecuentes divergencias estéticas se encargaron de acrecentar. Los dos poetas se conocieron en persona con ocasión del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (al que algunos denominaron Segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas) llevado a cabo en Valencia (sede de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, AIDC, y ciudad inaugural), Madrid y Barcelona del 4 al 17 de julio de 1937.
A Neruda le correspondió organizar la presencia de los escritores latinoamericanos: Huidobro, Vallejo, Pellicer, Carpentier, Guillén, Garro y Paz fueron algunos de los invitados —y vale aquí decir que, de haber ocurrido un bombardeo en aquellos días sobre la Madrid de la España en guerra, se habría puesto en riesgo la vida y, con ello, el futuro de una parte importante de la poesía hispanoamericana.
Sobre el convite que le hizo a Paz, Neruda cuenta en Confieso que he vivido: “En cierto modo me sentía orgulloso de haberlo traído. Había publicado un libro que yo había recibido hacía dos meses y que me pareció contener un germen verdadero”. Se refería a Raíz del Hombre. Paz señaló, por su parte, que el chileno fue uno de los primeros “en reparar en mis poemas y en leerlos con simpatía”.
Después vinieron discordias, vituperios y críticas mutuas que llevaron a permanentes desencuentros y un par de altercados. Veinte años después de la infausta ruptura Neruda y Paz recuperaron la vieja amistad. Luego de coincidir en eventos en los que aparentaban no verse, el Primer Festival Internacional de Poesía que tuvo lugar en Londres en 1967 fue la oportunidad para el reencuentro.
En entrevista con el profesor Alfred MacAdam, Paz cuenta sobre una reconciliación imprevista. Él y su esposa Marie José se cruzaron con Matilde, la mujer de Neruda, en un pasillo del Hotel 69. Se saludaron y ella les preguntó si querían ver a Pablo: “A él le dará mucho gusto verte”. Paz aceptó de inmediato y fueron a su habitación. Neruda abrió los brazos diciendo “Mi hijito”, una expresión muy chilena “con emoción. Yo estuve a punto de llorar. (…) Un año más tarde recibí un libro suyo, con una dedicatoria cariñosa. Yo le envié otro. No volví a verlo. Murió un poco después. Fue triste y, sin embargo, ha sido una de las mejores cosas que me han sucedido: volver a ser amigo de un hombre al que quise y admiré”.
Neruda nunca dejó de querer a México y lo celebró en 1969 a través de su “Juan Rulfo de Anahuac; /o Carlos Fuentes de Morelia (…) /o Revueltas de pecho en pelo /o Siqueiros cantando aún /con todo el mar de los colores /y la violencia celestial…”. En 1940 ya había escrito para esa patria tocada por los nidos de la espina: “México augusto de rumor y espadas, /cuando la noche en la tierra era más grande, /repartiste la cuna del maíz a los hombres”. Así enalteció ese país que abrió “las puertas y las manos /al errante, al herido, /al desterrado, al héroe”.
Tina Modotti: con la fotografía al hombro
México y España, América y Europa se conjugaron para Neruda en una artista que buscaba producir, no arte, sino imágenes honestas, sin distorsiones o manipulaciones. Así se definía la italiana Tina Modotti, quien entre la fotografía, la actuación y la militancia política se consagró, sin buscarlo, como figura esencial del siglo XX.
El poeta valoró en ella el hecho de haber estado siempre dispuesta a lo que nadie quería hacer: “Barrer las oficinas, ir a pie hasta los lugares más apartados, pasarse las noches en vela escribiendo cartas o traduciendo artículos” y, como enfermera, ocuparse de los heridos de la República durante la Guerra Civil Española.
Aunque no se sabe con certeza en qué circunstancias la conoció, en uno de sus textos Neruda cuenta que “esta revolucionaria italiana (…) se juró a sí misma consagrar su vida a las más humildes tareas del partido comunista. Cumpliendo este juramento la conocí yo en México”, en 1941.
Esa mujer cuyo rostro era “un óvalo pálido enmarcado por dos alas negras de pelo recogido, unos grandes ojos de terciopelo que siguen mirando a través de los años” falleció en 1942, exiliada y perseguida. Tras su muerte, que se atribuye a un infarto, pero que otros supusieron como un asesinato en retaliación por sus acciones revolucionarias como integrante del Partido Comunista de México, Neruda leyó un “indignado y desgarrado poema”.
Hoy sus estrofas acompañan, en la tumba de la fotógrafa en el Panteón Civil de Dolores, en México, un perfil tallado sobre la piedra por el artista Leopoldo Méndez. En el poema “Tina Modotti ha muerto”, Neruda la recuerda en el coraje de su lucha:
Un mundo marcha al sitio donde tú ibas,
[hermana,
avanza cada día los cantos de tu boca
en la boca del pueblo glorioso que tú
[amabas.
Tu corazón era valiente.
En las viejas cocinas de tu patria, en las
[rutas
polvorientas, algo se dice y pasa,
algo vuelve a la llama de tu dorado
[pueblo,
algo despierta y canta.
Son los tuyos, hermana: los que hoy te
[dicen tu nombre,
los que de todas partes, del agua, de la
[tierra,
con tu nombre otros nombres callamos y
[decimos,
porque el fuego no muere.
Pablo Neruda cantó incansablemente a sus camaradas y a las mujeres que adoró, tanto como dedicó estrofas a sus enemigos, críticos y oponentes. Su poesía fue el hogar de todos. Al lado de su militancia y el sentido político de su obra, que nunca ocultó, también hubo lugar para los amigos, a quienes alojó en sus versos.
FOTO: A Pablo Neruda el golpe de Estado contra Salvador Allende le afectó mucho. Crédito de imagen: Archivo El Universal
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