Pablo Neruda en Zapotlán el Grande

Sep 16 • destacamos, principales, Reflexiones • 2794 Views • No hay comentarios en Pablo Neruda en Zapotlán el Grande

 

En junio de 1942, el escritor chileno visitó fugazmente el pueblo natal de Juan José Arreola. Durante estancia, el Nobel fue agasajado con una velada musical y literaria. Neruda invitó al autor de Bestiario a Rusia como su secretario y le dedicó un par de libros; en uno de ellos escribió: “con fe en su destino”. Aquella fue una breve visita que cambió las coordenadas del cuento y del ensayo en la literatura mexicana

 

POR ERNESTO LUMBRERAS
En El último juglar. Memorias de Juan José Arreola, el escritor jalisciense ha comentado in extenso la visita del poeta chileno a su pueblo natal, visita de médico ciertamente: una tarde de final de primavera, una noche bohemia y una mañana de despedidas. La foto del recuerdo aquí compartida es, en efecto, el adiós al cónsul Ricardo Reyes Basoalto, conocido entre los ruiseñores como Pablo Neruda, quien se encaminaría con sus compañeros de viaje rumbo a Manzanillo. Llegó el 16 de junio de 1942 y se marchó al día siguiente. Cuando vi por primera vez la instantánea —conmovedora en varios sentidos— me asaltaron algunas interrogantes. El autor de La feria asegura que el responsable de tal travesía fue César Martino, político de filiación cardenista que en ese entonces dirigía el Banco Nacional de Crédito Agrícola; Arreola nos comparte que este personaje “fue hijo de un ingeniero de minas de origen italiano, avecindado en el sur de Jalisco. Pasó parte de su niñez y juventud en Zapotlán. Cuando era niño lo vi actuar en algunas piezas de teatro, con Margarita Vergara y Josefina Vergara”.(1)

 

Según el diccionario de Humberto Musacchio, César Martino Torres (1905-1969) nació en Sacramento, Durango, agrónomo de profesión, egresado de la Escuela Superior Hermanos Escobar (1927), animador de las Misiones Culturales de la SEP (1929-31) y de la creación de la Confederación Campesina Mexicana (1933). Como el político conocía las dotes histriónicas del joven a Arreola, con seguridad lo había visto en alguna puesta en escena en la Ciudad de México, convenció a Neruda de tomar el tren rumbo al sur de Jalisco para escucharlo recitar algunos de sus poemas. También, es verdad como lo refiere el periódico El Informador, el ingeniero Martino tenía asuntos de oficina que tratar con algunos ejidos de la región. La organización de la visita corrió a cargo de Alfredo Velasco Cisneros (1890-1967)(2) —el hombre del saco negro en la foto, el segundo de izquierda a derecha—, figura tutelar de Juan José Arreola, poseedor de la mejor biblioteca de Zapotlán donde el entonces novel narrador leería a los escritores clásicos y a los modernos. En esa comitiva venían también Delia del Carril (1884-1989), la segunda esposa del poeta, Francisco Martínez de la Vega (1909-1985), periodista y político potosino y María Asúnsolo (1904-199)(3) , cuya inquietante belleza fue llevada al lienzo por varios de los mejores exponentes de la pintura mexicana de aquella época.

 

Juan José Arreola, el joven de 23 años que viste traje negro y que se ubica a la izquierda del poeta, habría regresado a su terruño después de su segundo intento en la Capital, intento fallido por abrirse camino en el teatro. Volvía con apremios económicos a la casa de sus mayores que también estaba en crisis financiera(4) ; en esos días se enamora de Sara Sánchez, una muchacha de Tamazula que años después desposará. Como parte del plantel docente de la Escuela Secundaria por Cooperación, institución dirigida por Alfredo Velasco Cisneros, el todavía nonato escritor formaría parte estelar de la velada musical y literaria que se ofreció a tan relevante huésped. Previo a la cena, los invitados tuvieron un paseo campestre en el Cortijo para más tarde dirigirse al Club Deportivo y Social Saro. Según el corresponsal de El Informador la mesa principal de la cena estuvo ocupada por el ingeniero Martino, Gonzalo Peralta y Abraham Granados Reyes, los tres, funcionarios del Banco Agrícola, Pablo Neruda y Delia del Carril, María Asúnsolo, el diputado federal Lauro G. Caloca(5), el arquitecto Luis G. Aparicio y esposa, el ingeniero Horacio Campero y esposa, Aarón J. Pardo y esposa, Melitón de la Mora, el presidente municipal J. Albino Pinto, el doctor Juvenal Zamora Martín del Campo, el profesor Alfredo Velasco, el joven Juan José Arreola, Roberto del Toro, Alfredo Chávez, José Gómez y otros más. El encargado de dar la bienvenida a los distinguidos invitados sería Arreola; sus palabras emotivas y afectuosas sirvieron también de pórtico para que el ingeniero Martino tomara el relevo y hablara de los apoyos gubernamentales al campo mexicano y anunciara la construcción de una biblioteca pública decorada por José Clemente Orozco. Después de los nutridos aplausos por la muy festejada promesa que sólo quedaría en eso, saliendo de la penumbra apareció nuevamente Juan José Arreola para declamar “Farewell”: “Desde el fondo de ti, y arrodillado,/ un niño triste, como yo, nos mira…” y al concluir esta pieza, haciendo una breve pausa entre los suspiros y sollozos del auditorio, prosiguió con el “Poema veinte” de Veinte poemas y una canción desesperada. Con la atmósfera galvanizada de sentimientos a flor de piel, Pablo Neruda tomó la palabras, agradeció tanta gentileza y leyó Un canto para Bolívar que semanas antes acababa de publicar la Imprenta Universitaria. El encanto de su “voz de boa constrictor”, Luis Cardoza y Aragón dixit, también atrapó el corazón de los asistentes, tocó con decisión y nervio la tecla del fervor político encarnado en el héroe de la independencia en Sudamérica. Cuando concluyó el vate su participación, después de los aplausos y las ovaciones, se gritaron “vivas a Chile” y “vivas a México”.

 

El ágape zapotlense, anotó el corresponsal, “terminó poco después de las tres de la mañana.” En la memoria arreolina quedó la imagen de Neruda, empinando felizmente el codo a los vasos de ponche de granada que le servían generosamente sus anfitriones. En la euforia de la fiesta, el chileno propuso a Juan José Arreola, llevárselo como secretario en su próximo viaje a Rusia, invitación que lo emocionó no obstante las advertencias de Delia del Carril sobre la vida de excesos que seguramente terminarían con su maltrecha salud. Concluida la cena, recuerda el autor de Bestiario:

 

Pablo vio el cielo estrellado de Zapotlán, claro y bajo, y dijo nerudianamente: “Aquí las estrellas se pueden tomar con las manos, nunca había visto las estrellas sobre los tejados, así de grandes, así de luminosas”, al escucharlo, todos nos quedamos maravillados. (…) Caminamos como hermanos hacia el centro del pueblo, y por un momento sentí que Pablo nos había revelado el misterio poético. Lo dejamos en el Hotel Zapotlán; me despedí de los amigos y caminé hacia mi casa. Al pasar por el jardín, los pájaros comenzaron a cantar y vi en el cielo la nube pastora de mi pueblo, pensé en un instante en la inmortalidad.(6)

 

A la mañana siguiente, preocupados por los posibles estragos del ponche de granada en el cuerpo del poeta, varios zapotlenses se presentaron en el hotel. Para sorpresa de todos, Neruda apareció “rozagante y lleno de vida, vestido con elegancia y sonriente. Nos dio gusto ver que el ponche le cayó de maravilla”.(7) Dado el espléndido estado de ánimo y salud del cónsul, salieron a caminar por los portales y el jardín, incluso entraron a la catedral. Allí, cuenta Arreola, “Pablo nos dijo (…) que se sentía bien y agregó: ‘Es una de las pocas iglesias que me inspiran afecto, siento la grandeza en todos sus espacios. Cuando Neruda decía esto, la campana mayor dio doce toques. Neruda se inspiró allí y se le revelaron unos versos”.(8) Se trata de un soneto dedicado a César Martino que el autor obsequiaría en sendos manuscritos autógrafos, uno al homenajeado y el otro a Alfredo Velasco Cisneros quien a su vez se lo regaló al narrador de Palíndroma. Los catorce versos del soneto son los siguientes:

 

Ciudad Guzmán(9), sobre su cabellera,
de roja flor y forestal cultura,
tiene un tañido de campana oscura,
de campana segura y verdadera…

Martino, tu amistad está en la altura

como el tañido sobre la pradera,
y como está sobre la primavera
temblando el ala de la harina pura.

De pan y primavera y campanada
y de Ciudad Guzmán empurpurada(10)
por el latido de una flor segura

está Martino tu amistad formada,
agraria y cereal como una azada,
alta y azul como campana dura.

 

Como sabían que tenían las horas contadas, los abajeños(11) no iban a dejar pasar la oportunidad de tomarse una fotografía con Pablo Neruda. Por eso, cuando regresaron al hotel, el hombre de la cámara previamente contratado, ordenó a sus modelos flanquear al poeta, cuatro a un costado y cuatro en el otro, allí en el pasillo de columnas jónicas y losetas cuadriculadas. El pie de la foto que anotó, seguramente Orso Arreola, sólo enuncia siete nombres lo que dificulta la identificación de todos los personajes; además de los ya aludidos, una informante de Twitter me reveló que el hombre del traje blanco es Federico Vergara, su abuelo, un poeta local, entusiasta de la actividad artística en la comarca. Los nombres restantes son Pedro Aldrete, Pablo Morán y Heriberto Villicaña. Después de fijar el encuentro en una instantánea, el vate dedicó libros y firmó autógrafos; en esa ocasión Arreola obtuvo la rúbrica nerudiana en dos ejemplares, en el de Un canto a Simón Bolívar y en el de Veinte poemas de amor y la canción desesperadaV; en este último quedó escrito este buen augurio: “A Juan José Arreola con fe en su destino”.

 

Ricardo Sigala especula, con buenas corazonadas, que la vista del poeta posiblemente alentó a sus anfitriones para que organizarán unos juegos florales. Ni tardos ni perezosos, meses después de la visita, estos zapotlenses letrados estaban ya en octubre del mismo año lanzando la convocatoria de los Primeros Juegos Florales de Zapotlán el Grande cuyo gestor del comité fue Pedro Aldrete, uno de los personajes de la foto, teniendo como mantenedor de los mismos a Melitón de la Mora quien figura entre los comensales de la cena. El jurado de esta primera edición lo integraron Alfredo Velasco Cisneros, Juan José Arreola, Margarita Palomar de Mendoza, Federico Vergara y Josefina González Ochoa. El certamen tuvo buena acogida en el medio literario por lo que llegaron trabajos de todas partes; el primer lugar lo obtuvo un chihuahuense de nombre Joaquín de la Fuente, el segundo se dividió entre dos participantes, el nayarita Everardo Peña Navarro y la chiapaneca Otilia García de Rivas y, finalmente el tercer premio se concedió al tapatío Fernando Gabriel Santoscoy. Para dar seriedad a este galardón poético, los organizadores publicaron en diciembre una memoria con los poemas premiados a los que se sumaron otros de las menciones honoríficas. El librito se publicó en la imprenta Fuentes de Ciudad Guzmán con el título Feria 1942. Primeros Juegos Florales de Zapotlán el Grande y contaría con una presentación de Arreola, un texto de tres cuartillas que tituló “Poesía sentimiento”. Como bien apunta Ricardo Sigala, quien rescatará dicho ensayo juvenil, este prólogo “firmado el 21 de diciembre de 1942, se anticipó a “Hizo el bien mientras vivió”, publicado en 1943 en la revista Eos de Arturo Rivas Sáinz”.(12)

 

En esta pieza ensayística temprana de Juan José Arreola está ya el prosista supremo que en poco tiempo cambiará las coordenadas del cuento y el ensayo en la literatura mexicana; el escritor velaba armas, abría las esclusas musicales de la lengua para que su “varia invención” estuviera tocada por la gracia y la ironía, por el ingenio y la seducción. En las pocas páginas de “Poesía: sentimiento” su autor levanta una historia de la lírica, el devenir de la civilización humana acompañada de un lenguaje verbal y escrito que multiplica y reinventa lo que nombra: “Creador constante de belleza, el poeta parece reanimar las cosas que toca su pensamiento. Las formas más apagadas recobran su sentido, y las palabras gastadas por el uso cotidiano lucen otra vez su primitivo esmalte”.(13) Al poco de escribir esta presentación, Arreola deja la casa de sus padres y se traslada a Guadalajara, una mudanza que será en varios sentidos una iniciación; a los pocos días de instalarse encontrará un empleo en el periódico El Occidental, colaborará en la revista Eos, conocerá a Antonio Alatorre y Louis Jouvet, se casará con Sara Sánchez, será padre, viajará a París… Tal vez, el encuentro con Neruda en su terruño fue el comienzo de un ordenamiento planetario que marcó el destino de Juan José Arreola, “después de vagas leguas,/ confuso de dominios, incierto de territorios, acompañado de pobres esperanzas/ y compañías infieles y desconfiados sueños”.(14)

 

 

 

Notas: 1. Arreola, Orso, El último juglar. Memorias de Juan José Arreola, Diana, 1998, p. 169. En sus conversaciones con Fernando del Paso, el autor de Confabulario ampliará los detalles: “Mi impresión ya seria tiene que ver con una obra que se representó en beneficio del Hospital de San Vicente, con un título muy largo, La hija del gaitero y algo más. Andrés El Saboyano era el gaitero, y el papel lo hacía César Martino.” En Memoria y olvido de Juan José Arreola, Fernando del Paso, FCE, 2003, p. 132. En esa misma página, Arreola cuenta que el director de teatro Fernando Wagner “lo había iniciado en el arte de recitar a Neruda”.

2. Ricardo Sigala anota al perfil de Velasco Cisneros: “Políglota, atento lector, profesor y escritor, incansable promotor cultural, en torno de él se agrupan varias generaciones de artistas e intelectuales. (…) Mucho se habla de la mítica biblioteca de Alfredo Velasco Cisneros, una de las pocas que poseía la Revista de Occidente, pero que además se enriquecía con los libros que generosamente le enviaba su amigo Guillermo Jiménez desde sus estancias en España, Francia y Austria”. En La superficie cristalina. Muestra de los Juegos Florales de Zapotlán El Grande, Ricardo Sigala, Arlequín, 2018, p. 12.
3. Siete años después, María Asúnsolo junto con Martino y otros amigos cercanos a Neruda crearán un comité encargado de las suscripciones que harán posible la histórica edición de Canto general (1950).
4. Desde hace varios meses, sus padres viven en Manzanillo; se ganan la vida atendiendo un puesto de tepache. Neruda los conocerá por petición de Arreola cuando el poeta se aparezca en el puerto colimense.
5. Lauro G. Caloca (1884-1956), político, periodista y escritor nacido en Teúl, Zacatecas. Simpatizante villista y zapatista. Fue gobernador interino de Puebla. Saturnino Herrán le hizo un extraordinario retrato.
6. Arreola, Orso, El último juglar. Memorias de Juan José Arreola, Diana, 1998, p. 161.
7. Op. cit., p. 162.
8. Op. cit., p. 162. En la versión que cuenta a Fernando del Paso, el soneto lo escribió desde un balcón del hotel después de maravillarse por los tabachines en flor y escuchar las doce campanadas de la catedral. Este mismo relato lo sostuvo en su columna de “De sol a sol” que Arreola publicaba en El Sol de México a mediados de los 70 y que posteriormente antologaría en el libro Inventario (1976).
9. En esos años, la denominación política del pueblo era Ciudad Guzmán no obstante que la mayoría de sus habitantes la seguía llamando Zapotlán. En la actualidad, Ciudad Guzmán designa a la cabecera municipal mientras Zapotlán el Grande nombra a todo el municipio.
10. Se refiere a los tabachines o flamboyanes en el jardín municipal y calles aledañas, cubierto completamente su follaje por una flor de un naranja intenso, diría Pellicer, que se cae de púrpura.
11. Habitantes del sur de Jalisco, es decir, de abajo del Estado.
12. Sigala, Ricardo, La superficie cristalina. Muestra de los Juegos Florales de Zapotlán El Grande, Arlequín, 2018, p. 8. En la Prosa dispersa (2002) de Juan José Arreola recopilada por Orso Arreola, el texto más antiguo es una reseña de El Gesticulador de Usigli publicado en el número 1 de la revista Eos de 1943.
13. Sigala, Ricardo, La superficie cristalina. Muestra de los Juegos Florales de Zapotlán El Grande, Arlequín, 2018, p. 153.
14. De “Sonatas y destrucciones” de Residencia en la tierra.

« »