El purgatorio político de Carlos Monsiváis

Sep 30 • Conexiones, destacamos, principales • 6721 Views • No hay comentarios en El purgatorio político de Carlos Monsiváis

 

Con motivo de sus 85 años que hubiera cumplido este año, la figura del intelectual ha sido utilizada para acomodarla a la propaganda partidista. ¿Qué escribiría de los tiempos actuales? Esta es una relectura de sus escritos políticos, en los que el ensayista defendió a la sociedad civil, la democracia sin caudillos y la necesidad de una izquierda autocrítica y sin sectarismos

 

POR GERARDO OCHOA SANDY

I

 

La pregunta se formula desde comienzos del sexenio. ¿Qué hubiera escrito Carlos Monsiváis sobre la 4T? No es una cuestión retórica, se ha vuelto perentoria conforme ha avanzado la destrucción nacional que encabeza y de la que se enorgullece Andrés Manuel López Obrador. No se la plantea ni el pueblo bueno ni el pueblo uniformado ni el sector radical de Morena. Tampoco aquellos de sus cercanos que iniciaron la expropiación de su memoria y pensamiento durante sus exequias en el Museo de la Ciudad de México y el Palacio de Bellas Artes y que continuó con el show del Teatro de la Ciudad. La pregunta la formulamos muchísimos más.

 

En la crisis postelectoral de 2006, Monsiváis afirmaba que López Obrador era “el apóstol de la democracia”. Desde hacía mucho tiempo, su aquiescencia a la causa del tabasqueño difuminaba las fronteras entre intelectual y poder. Para asesorarlo y junto con otros escritores y caricaturistas, Monsiváis lo frecuentaba, le escribía-corregía varios de sus discursos e invectivas, como la del cierre de campaña de esas elecciones de 2006 y que AMLO leyó en el Zócalo. Hoy varios son funcionarios, cobran aquí y allá, reciben contratos millonarios. Monsiváis, su trayectoria lo avala, no hubiera incurrido en tales desaseos. Entonces, ¿qué hubiera escrito sobre la 4T?

 

II

 

Monsiváis era consciente de las limitaciones de la “izquierda”. La puntualización es procedente: estaba refiriéndose a la izquierda que no detentaba el poder. En 1947, Daniel Cosío Villegas, en “La crisis de México”, estableció que la izquierda gobernaba México, y que había fracasado. La izquierda “revolucionaria” convertida en corporativismo político y que había apostado por la creación de una “economía mixta” y una burguesía nacional. Monsiváis se ocupaba de aquella otra pulverizada por el sectarismo, el dogmatismo, el asambleísmo, la simulación. La crítica era explícita y el tono “constructivo”: exhortos, amonestaciones, y si hacía falta, el cuestionamiento frontal. Está en diarios, revistas y suplementos, pero acotándonos a su obra publicada, tomemos las crónicas sobre el 68 —“La manifestación de Rector”, “La manifestación del silencio” y “2 de octubre / 2 de noviembre / Día de Muertos”—incluidas en Días de guardar (1970).

 

En “La manifestación del Rector” —Javier Barrios Sierra—, Monsiváis acude a uno de sus habituales desdoblamientos narrativos, donde alía crónica y ficción para darle más consistencia ensayística al registro testimonial. Un “anónimo” asistente a la marcha, sobreviviente de “otras luchas (catástrofes)”, hace la autocrítica: “Cometimos muchísimos errores (…) Hemos creado grupos que se deshacen para convertirse en grupos que se deshacen para dar paso a grupos que nos expulsan. Hemos prodigado las acusaciones de traición, hemos balcanizado nuestro trabajo para apropiarnos de la pureza, para registrar la verdad a nuestro nombre (…). La lucha interna ha sido nuestra esquizofrenia, el fraccionalismo o el diversionismo nuestras neurosis (…). Desintegración de la célula: desintegración personal de sus integrantes. La mayoría se incorpora a puestos marginales o a la autodestrucción o al oportunismo con ansiedad de remordimientos o a una soledad poblada de pequeños recuerdos inasibles, como aquella polémica interna sobre el papel de los intelectuales en la vanguardia del proletariado (…)”.

 

En esta crónica expresa su rechazo al caudillismo y al personaje mesiánico y da inicio a su ecuación izquierda-democracia: “La manifestación sería democrática. Tal era el carácter del Movimiento Estudiantil y todo se ajustaba a ese designio (…). Al principio, el tono seco, grave de la voz del rector, de emoción contenida y áspera, desconcertaba y decepcionaba. Respuesta previsible: se ha estado por demasiados años bajo el fuego de la oratoria flamígera, ancha como un tajo, segura de sí misma, que parte a inflamar y a desazonar. El Rector no pretendía conmover (…). La manifestación es suya (…) no porque sea el caudillo o el personaje mesiánico, sino porque ha sabido darle al momento su dimensión precisa: la democracia, la protesta democrática no requieren de aspavientos ni demagogias”.

 

III

 

Diecisiete años después, en Entrada libre. Crónicas de la sociedad que se organiza (1987), la ecuación se amplía: izquierda-democracia desde abajo-sociedad civil-resistencia civil. Monsiváis congrega algunos de los alzamientos cívicos más representativos: el terremoto de 1985, San Juanico, Juchitán, la disidencia magisterial, el movimiento urbano popular, el CEU, e incluye a la muchedumbre que sin necesidad de convocatoria se congrega para celebrar los juegos del Tri en el mundial de 1986 —“¡¡¡Goool!!! Somos el desmadre”.

 

En el prólogo, “Lo marginal en el centro” —que en 2000 daría título a Salvador Novo. Lo marginal en el centro (2000)— refrenda: “¿Cuánto falta en México para el pleno ejercicio de la democracia?” Él mismo se responde apartándose de las nociones de “democracia burguesa”, “democracia proletaria” en busca de otros cimientos. “En el otro extremo, quienes ejercen la democracia desde abajo y sin pedir permiso, amplían sus derechos ejerciéndolos. Para estos grupos, la democracia es en lo fundamental el aprendizaje de la resistencia civil, que se inicia en la defensa de la legalidad, ante la ilegalidad practicada desde [el] poder económico y político”.

 

En “Los días del terremoto” subraya la magnitud del suceso: “(…) Tal esfuerzo colectivo es un hecho de proporciones épicas. No ha sido únicamente (…) un acto de solidaridad. La hazaña absolutamente consciente y decidida de un sector importante de la población (…) es moralmente, un hecho más vasto y significativo. La sociedad civil existe como gran necesidad latente en quienes incluso desconocen el término, y su primera y más insistente demanda es la redistribución de poderes. El 19 de septiembre, los voluntarios (jóvenes en su inmensa mayoría) (…) mostraron la más profunda comprensión humana y reivindicaron poderes cívicos y políticos ajenos a ellos hasta entonces (…) El 19, y en respuesta ante las víctimas, la ciudad de México conoció una toma de poderes, de las más nobles de su historia (…) fue la conversión de un pueblo en gobierno y del desorden oficial en orden civil”. El remate es de una lucidez excepcional: “Democracia puede ser también la importancia súbita de cada persona”.

 

Sin caudillos, sin personajes mesiánicos.

 

 

IV

 

Monsiváis plantea su noción de “democracia desde abajo” dos años antes del surgimiento de “la corriente democrática” dentro del PRI encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. El “cambio desde adentro”, al que tantos “izquierdistas” acudieron para sustentar o solapar su participación en el gobierno, se malogró y dio origen a la candidatura presidencial como opositor de Cuauhtémoc, lo que ocasionó el despertar cívico de la relevancia del voto. El candidato no se asumía como un caudillo pero el imaginario social lo tomó como tal. El nombre y el apellido unían cinco siglos de historia: desde la defensa de Tenochtitlán hasta la nacionalización del petróleo. En el fondo, México no votaba por la democracia sino por el advenimiento del quinto sol.

 

Lo cierto es que lo que estaba en disputa en 1988 eran dos proyectos emanados del PRI: el “modernizador”, iniciado por Miguel de la Madrid, y el de Cárdenas, que retomaba parte del ideario de la Revolución sin los espavientos socialistas de su padre Lázaro, y añadía un componente opuesto a la revolución, al PRI y a la izquierda: la democracia electoral. La izquierda tanto independiente como satélite se unió al Frente Democrático Nacional pero no tuvo un rol relevante. Un año después de Entrada libre, Cárdenas publica Nuestra lucha apenas comienza (1988), libro centrado, olvidado y vigente. Luego nacería el Partido de —claro— la Revolución Democrática.

 

Era el clima de la época. Literatura y autores, que se remontan tiempo atrás, abundan al respecto. En esa coyuntura, destaca Por una democracia sin adjetivos de Enrique Krauze, de 1986, acepción que se viraliza y sintetiza el afán común. El PAN llevaba décadas en la batalla y su perseverancia sería recompensada con la primera gubernatura en 1990 y la primera victoria presidencial en 2000. Y no hay que olvidarlo: en 1965 y también dentro del propio PRI, el tabasqueño Carlos Madrazo había impulsado reformas, que contaron con el beneplácito de Lázaro Cárdenas, pero que fueron obstaculizadas, orillándolo a la renuncia. Finalmente, otro tabasqueño llegaría en 2018 al poder por la vía electoral, la que hoy aspira destruir.

 

V

 

La sociedad civil reconfiguró el pensamiento político de Monsiváis y le aportó el espacio donde se desenvolvería a sus anchas. Volvamos a “Lo marginal en el centro”, de 1987, donde apunta otra vez contra el autoritarismo presidencial pero se muestra cauto ante los institutos políticos: “Mi optimismo —así llamo a mi escepticismo ante las razones oficiales para no concederle democracia a los ‘menores de edad’— no viene tanto de los adelantos de partidos y corporaciones como de la revalorización generalizada de la democracia. Al crecer la idea y la realidad de la sociedad civil se deteriora con rapidez un aspecto medular del presidencialismo, la intangibilidad del Presidente de la República (…) Mucho se avanza cuando los ciudadanos-en-vías-de-serlo dejan de esperarlo todo del Presidente, cuya estatua abstracta de dispensador de bienes se erosiona a diario al democratizarse el trato cultural con los poderes”. La ecuación continúa robusteciéndose: izquierda-democracia desde abajo-resistencia civil-sociedad civil-al margen de partidos y corporaciones.

 

La postura de Monsiváis frente a los presidentes de México del PRI y del PAN fue invariablemente crítica. Dicha esta obviedad, apenas valoró y a regañadientes la contribución del PAN y Vicente Fox a la democracia. No se equivocaba al decir que esa victoria era de “todos” y que las luchas históricas de la “izquierda” habían sido contribuciones fundamentales —ferrocarrileros, mineros, médicos, maestros, estudiantes, muchas más— aunque no todas eran necesariamente de “izquierda” y es inobjetable que la izquierda nunca organizó un movimiento social y político que fuera consistente lo largo de las décadas y en busca del cambio por la vía electoral.

 

 

Fue aquel PAN, los “Amigos de Fox” creado en 1997 y el respeto de Ernesto Zedillo a la autonomía del IFE, fundado en 1990 en el sexenio de Carlos Salinas, lo que abrió las puertas de la democracia en México. Tampoco en 1910 la democracia llegó debido a la izquierda, sino al último gesto de autoridad de Porfirio Díaz, quien decretó que el país estaba listo para la transición. Subrayar la relevancia del PAN, Zedillo y Fox no supone validar sus desaciertos, es tan sólo no perder contacto con la realidad. En esos tres sexenios, les cueste lo que les cueste a quienes les cueste, nació mucho de lo que hoy defendemos de las satrapías del Ejecutivo actual: la CNDH, el IFE hoy INE, el Inai, los órganos autónomos, el Conaculta y el FONCA, los fideicomisos, entre otros.

 

Entonces, los posicionamientos de Monsiváis contra el “caudillo”, el “personaje mesiánico”, el “presidente dispensador de bienes” y la “oratoria flamígera”, entre tantas, ¿habrían sido la base de su crítica al presidente López Obrador? Es factible que, al igual que AMLO, hubiera asegurado que el “neoliberalismo” dejó a México deshecho, que no podría reconstruirse en seis años, que la oligarquía, que incluso hasta la pandemia, pero ¿cuánto tiempo puede sostenerse un alegato así desde la independencia intelectual, ante tanta corrupción, incompetencia, destrucción y rencor? Dada la intemperancia de AMLO, la cual Monsiváis conocía, la más delicada crítica habría bastado para llevarse un descalabro.

 

Lo experimentó justo durante la crisis postelectoral de 2006. Monsiváis estaba convencido del fraude electoral pero expresó, en declaraciones a radiodifusoras y en carta a La Jornada que firmó también Jenaro Villamil, hoy presidente del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano, su rechazo al plantón en avenida Reforma. El líder de masas vetó su acceso al Zócalo. Para colmo, en el contexto del aniversario 85 de su nacimiento, AMLO declaró que Monsiváis después le ofreció disculpas. Ninguno de quienes pudieran desmentirlo lo ha hecho.

 

VI

 

Pero otra vez la “izquierda”, reunida en el PRD, se autodestruyó. Lo escrito por Monsiváis 40 años antes seguía vigente. Luego de irresolubles luchas internas, el “personaje mesiánico” congregó a la mayoría de las “tribus” y a lo más descompuesto del PRI, y creó Morena. A pesar de tales evidencias, Monsiváis siguió apoyándole. Su muerte el 19 de junio de 2010 no le permitió atestiguar la llegada de AMLO a Palacio Nacional, ni la catástrofe actual. Justo Apocalipstick, el último de sus libros publicado en vida (2009), remata con “La Marcha del Silencio: contra el desafuero de López Obrador”, y la ecuación comienza a agrietarse.

 

La marcha que describe ¿se apegaba a los hechos?: “Esta Marcha [con mayúsculas en el original] es el desempeño más racional de la izquierda mexicana en muchísimo tiempo (…) Si le atribuyo la Marcha a la izquierda es por equilibro geométrico, la derecha detesta y promueve involuntariamente esta causa, y lo hace con su racismo, su cretinismo clasista (…) Esta Marcha continúa las tradiciones de la izquierda y se aparta de ellas. No inventa al vuelo el rencor social, no invoca las fórmulas del estalinismo y el castrismo. Es, en todo momento, una defensa de la legalidad que incluye los derechos políticos, es el apoyo a un líder y es, centralmente, la proclamación del derecho de la sociedad a existir, muy por encima de los partidos políticos (todos)”.

 

Sólo que la “Marcha” no fue el ejercicio “más racional de la izquierda mexicana” sino que congregó a una sociedad —incluidos el centro y la derecha— que depositó sus agravios en la figura de un caudillo que era agraviado. El “rencor social” —la “polarización” de hoy— fue una de las estrategias más utilizadas desde entonces por AMLO. Basta revisar sus alegatos de ayer para no sorprenderse de sus redundantes filípicas de hoy desde su conferencia matinal. La crónica además incurre en la piadosa dispensa según la cual la marcha “no invoca las fórmulas del estalinismo”, aunque la imagen de Stalin haya sido exhibida con ostentación.

 

Para defenderlo, se contradice: “Los asistentes vienen de casi todas las clases sociales, de lugares muy distintos, de convicciones políticas separadas drásticamente por la similitud (…) vienen de las realidades y las sensaciones de la exclusión (…)”.

 

El cronista intenta retomar el rumbo pero vuelve a desacreditar el mérito de aquel PAN, desacredita la democracia electoral y absuelve a AMLO de todo error, de todo autoritarismo, de toda mácula, de todo mal: los asistentes comparten “(…) la impresión categórica: la ‘democracia’ que se nos vende impide el participar en los asuntos del país. Vaya que los saben: votan en 1988 y se produce el fraude electoral; votan en 2000 y se produce el fraude de las expectativas. Y conocen también de los errores y las fallas de López Obrador, no olvidan los videoescándalos y los maniobreos clientelares (…) no ignoran los riesgos del autoritarismo y del Yo que suplanta al Nosotros, pero en ellos cuentan más la gran simpatía, la confianza que les suscita un líder, y lo primordial, la gana de intervenir civilmente, y allí su alternativa es AMLO”.

 

La ecuación se reduce a “AMLO”.

 

 

VII

 

Monsiváis, ¿hubiera desplegado la ecuación hacia horizontes más amplios? Tal vez [nuevas] izquierda[s, contemporáneas, no autoritarias]-democracia desde abajo [y electoral, perfeccionada, con candidaturas ciudadanas, sin los chanchullos de la sobrerrepresentación ni de las plurinominales y con estricto control de las fuentes de financiamiento de las campañas]-resistencia civil-sociedad civil-al margen de [los] partidos [caducos] y las corporaciones [todas]. Para comprenderlo, hay dos pasajes que explican que, detrás de su debilidad por el populista limitado, malintencionado y resentido, estaba su búsqueda de una utopía anarquista y autogestionaria, que no alcanzó a construir teóricamente.

 

El primero, en “Lo marginal en el centro” (1987): “(…) En las crónicas de este libro me propuse acercarme a movimiento sociales, no para registrar toda la historia sino algunos fragmentos significativos de entrada libre a la historia o al presente, instantes de auge y tensión dramática, cuando de modo perceptible los protagonistas parecen imbuidos de la noción de Scott Fitzgerald: ‘La verdadera prueba de una inteligencia superior es poder conservar simultáneamente en la cabeza dos ideas opuestas, y seguir funcionando. Admitir por ejemplo que las cosas no tienen remedio y mantenerse sin embargo decidido a cambiarlas’”.

 

El segundo, en la marcha contra el desafuero (2005): “A intervalos, uno o dos jóvenes se acercan y me confían: ‘Esto ya no lo para nadie. Vamos a cambiar al país’. ¿Cuántas veces he oído esto? ¿Hasta dónde llega la confianza? ¿Cuándo sobrevendrá la desilusión? Por lo pronto, este movimiento es lo más real en el horizonte de posibilidades de un sector enorme. Busco una cita apropiada para concluir y encuentro una de Goethe: ‘Las exigencias superiores son ya de por sí más apreciables, aunque no se cumplan, que las inferiores plenamente cumplidas’”.

 

Convicción, se le llama.

 

 

 

FOTO: Los ponentes de la mesa “El EZLN y la democracia en México”, realizada el 26 de enero de 1996, coinciden en que “lo de Chiapas cambió la óptica de la campaña del candidato del PRI”. Destaca en segundo lugar (izq. a der.) el escritor Carlos Monsiváis. Crédito de imagen: Julián Juárez /Archivo EL UNIVERSAL

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