El reino poético de Elisa Díaz Castelo
En entrevista, la ganadora del Premio Aguascalientes de Poesía 2020 comparte su método de creación poética, en el que conviven la ciencia y una visión irónica frente a la vida
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
“Que la mujer escriba en primera persona sobre su experiencia es, sin duda, un acto político”, dice la poeta Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986), autora de tres poemarios en los que el dolor de la ruptura amorosa, la ambivalencia entre la vida y la muerte, y la voz de las mujeres dialoga con discursos usualmente alejados del ejercicio poético, como los científicos.
Díaz Castelo ha visto reconocida su trayectoria literaria con dos de los premios más importantes que otorga el Instituto Nacional de Bellas Artes. El primero fue el premio de Traducción Literaria Margarita Michelena, en 2019, y un año después el premio de Poesía Aguascalientes, el más importante en este género en el país.
Algunos de los poemas que conforman Principia (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2018), su primer libro y con el que ganó el Premio Nacional Alonso Vidal 2016, se titulan “Escoliosis”, “Radiografías”, “Acta de defunción” y “Escala de Richter”, una apuesta en la que en opinión de la poeta Myriam Moscona “lo fisiológico se revela desde una poesía subterránea, como si la autora también hubiese encontrado amarga la belleza sentada en sus rodillas”.
Dice el poema “Agujero negro”: “Ahí estaba/ el cadáver del perro/ en el centro del jardín./ Nos esperó su muerte/ las dos noches, brillando de sed/ bajo la luz inútil de la luna./ Imagino la escena desde la ventana,/ la lenta transformación del cuerpo/ en materia, en hueso, en aire/ venenoso…”
Estos versos parecen anticipar lo que vendrá después en El reino de lo no lineal (Premio Aguascalientes 2020), que está conformado por dos apartados. El primero de ellos son testimonios de los muertos, desde aquellos que murieron ahogados, de un infarto o atropelladas y que son contrastados con definiciones de la vida en donde cabe lo mismo La vida es sueño de Calderón de la Barca hasta las definiciones científicas de los gametos. La segunda parte es la experiencia del duelo amoroso de Orfelia, un personaje híbrido entre Orfeo y la Ofelia shakespereana, un primer acercamiento a lo que vendrá después con Proyecto Manhattan (Antílope, 2021), un corifeo de voces de las mujeres participantes en los planes nucleares alrededor de Robert Oppenheimer.
En entrevista, Elisa Díaz Castelo habla de su método poético, al que emparenta con la “lógica de sombras” o “lógica zurda” de la argentina María Negroni, y de su panteón poético en el que está presente la tradición anglosajona, desde T. S. Eliot hasta Anne Carson, hasta poetas mexicanos que encontraron sus voces desde sus propios márgenes, como Max Rojas, Abigael Bohórquez y Rosario Castellanos. Díaz Castelo pone en un lugar especial a Gerardo Deniz, en quien reconoce la capacidad con que “integraba elementos de la ciencia en su poesía con un enorme sentido del humor”.
Lee un fragmento de la obra de Elisa Díaz Castelo aquí.
¿Cómo fue tu formación literaria hasta la publicación de Principia? ¿En cuál taller trabajaste tus primeros poemas?
Comencé a escribir bastante joven, como a los 13 años. Tenía un diario. Empecé a escribir poemas unos años después. Probablemente eran unos poemas muy malos que nunca publiqué y no he vuelto a leer por el bien de mi autoestima. En realidad soy muy tímida y para mí fue muy difícil comenzar a mostrar lo que escribía. Fue hasta los 24 años que me animé a asistir a un taller de María Baranda. Fue una experiencia magnífica. Creo que empecé a volverme más consciente de lo que quería explorar y aprendí el arte de la revisión, algo que hace poco platicaba con un amigo. Le decía que la reescritura es un misterio no gozoso. Es un trabajo muy arduo. Antes yo no revisaba. Comencé a revisar mis poemas, a releerlos y a integrar los comentarios de mis compañeros en esa experiencia en ese taller. Después solicité una maestría en escritura creativa en la Universidad de Nueva York (NYU) donde, por suerte, me aceptaron con una beca. Ahí continué con la exploración y la experiencia del taller, que me parece fundamental. Para lograr una voz propia es importante establecer un balance entre la intimidad y la crítica externa. Fue muy importante para mí la época entre los 15 y 24 años, cuando escribí en el anonimato completo, sin decirle a nadie que escribía. Pero en la segunda fase también fue esencial la revisión y la reescritura más comunitaria que se puede dar en los talleres. Creo que tengo un pie en ambas cosas. Después regresé a México. En ese entonces, por la maestría, escribía en inglés y, a mi vuelta al país, comencé a traducirme y a escribir en español, solicité una beca del Fonca (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes), que responde más a los proyectos, y propuse la escritura de Principia, un libro que explora conceptos científicos desde lo poético. También los trabajé en talleres en la Fundación para las Letras Mexicanas y en las tutorías del Fonca.
Me llama la atención la experiencia que tuviste en la NYU al escribir en inglés. ¿Piensas publicar trabajos de esa época directamente en inglés o piensas traducirlos al español?
Mis voces en inglés y en español son muy distintas. Ahora me siento un poco alejada de lo que escribí en Nueva York. He tenido la intención de volver a esos poemas para trabajarlos y reescribirlos. Es algo que siempre tengo en puerta, pero se trata de una puerta que todavía no me animo a atravesar. No he comenzado con esa labor porque son poemas que siento alejados en la voz y en el lenguaje.
No te reconoces en ellos.
No del todo. Siento que aún era mi voz en formación. No fue hasta que comencé a escribir Principia que encontré el tono y los temas que quería tratar.
Ahora que mencionas tu etapa de formación, ¿cuál es tu panteón particular? En tu caso veo la presencia desde Anne Carson, Virgilio y hasta Darío Jaramillo.
Cada lector y cada escritor crea su propio panteón de poetas, de escritores que se convierten en las principales voces que escucha. A veces me asedian fragmentos de poemas como sucede con esas canciones que se nos quedan atoradas en la mente y escuchamos una y otra vez. No diría que hay poemas a los que siempre vuelvo, sino que hay poemas que siempre vuelven a mí y en los que pienso obsesivamente. El primer poeta con quien me obsesioné y que es fundamental en mi relación con la poesía es T. S. Eliot, los Cuatro cuartetos específicamente. Fue mi primer acercamiento con un poeta que escribía poemas de tan largo aliento. Me encanta cómo trabaja su relación particular con lo sagrado; es distinta, hay una verdadera inquietud en torno a la experiencia religiosa. En México pienso también en poetas como Max Rojas, Abigael Bohórquez, Rosario Castellanos y Gerardo Deniz. A Deniz siempre lo menciono porque integraba elementos de la ciencia en su poesía con un enorme sentido del humor. Son dos búsquedas que me interesan mucho. Tanto por la integración de ese discurso en apariencia ajeno a la poesía, que es la ciencia, como por el sentido del humor y la ironía como método de pensamiento. También admiro mucho a la argentina María Negroni. Con frecuencia escribe poesía en prosa, pero su método de composición, la forma en que da coherencia a sus textos, tiene que ver con una lógica alternativa a la que estamos acostumbrados. A su lógica la llamo “lógica de sombras” o “lógica zurda”. Son poemas que funcionan bellamente sin caer en lugares comunes y que establecen métodos particulares de composición.
Siempre menciono también a Wislawa Szymborska. Es otra poeta que utiliza el sentido del humor como método analítico. Me parece fascinante y es algo que quisiera aprender a integrar en mi escritura. De la tradición angloparlante pienso en Anne Carson y Sharon Olds. De la primera admiro la forma en que realiza la hibridación de géneros y disciplinas sin que esto se sienta chocante o artificial. De Sharon Olds me entusiasma su forma de tratar temas íntimos y privados. En lugar de resultarnos ajenos, estos detalles le dan vitalidad y fuerza a sus poemas. Sharon Olds fue mi “Virgilia” en El reino de lo no lineal porque ella tiene un libro sobre una separación, al fin y al cabo, la segunda parte de mi libro tiene que ver con eso. Leí mucho su libro Stag’s Leap para escribir la parte de Orfelia en El reino de lo no lineal. La danesa Inger Christensen es otra poeta fundamental para lo que me interesa hacer con la poesía. Además siempre reeleo y releo a César Vallejo. Nunca me cansa, siempre encuentro nuevas ideas.
Mencionas el método de creación de Carson. ¿Cómo defines tu propio método?
Siempre me ha interesado la poesía que integra discursos que en apariencia son ajenos a ella. Creo que un elemento fundamental en mi método de escritura es la búsqueda de integrar este tipo de discursos, específicamente el de la ciencia. Aunque no tengo una formación en estas disciplinas siempre me han fascinado el lenguaje científico, en especial el de la física a gran escala y la cosmología. Sin embargo también me interesa hablar desde lo cotidiano y lo particular. Otro de los puntos cardinales de mi poética es usar la ironía y el sentido del humor como un mecanismo analítico de la realidad y, por último, buscar una lógica interna alternativa, esa “lógica de sombras” de la que te hablaba antes. No es la que solemos utilizar, pero igual resuena íntimamente cierta. Esos son cuatro puntos cardinales de mi búsqueda.
Descríbenos tu experiencia como traductora y su relación con la poesía en cuanto un ejercicio de traducción de una realidad tangible en el lenguaje.
Los que trabajamos con la palabra estamos traduciendo todo el tiempo. La experiencia no está codificada necesariamente en el lenguaje de forma inmediata, sino al momento de relatarla, cuando platicamos, al escribirla en un diario o un poema la traducimos a un sistema al que no pertenece, que le es ajeno. En esa traducción reside lo que tanto me fascina de la poesía. Para mí está justo en esa traducción. La experiencia en sí no necesariamente es lingüística, hay un cambio de registro donde sucede la magia de la palabra poética y literaria. La idea es encontrar la riqueza en esa traducción. En la pérdida de ese enfrentamiento directo de la experiencia también se encuentra la potencia del lenguaje. Las posibilidades expresivas que residen en esa traslación han hecho que la escritura se convierta, para mí, en una necesidad y un vicio. Se vuelve más evidente cuando uno trata de integrar otros lenguajes, como los científicos. La traducción está ahí de fondo siempre.
Me mencionaste a un autor del que no me esperaba su aparición, que es Max Rojas. Esto lo asocio a la revaloración que se ha hecho de otros poetas, como la inclusión que recientemente hizo la UNAM de la poesía de Alaíde Foppa en su colección Material de Lectura, en cuyo número participaste con el prólogo. ¿Qué encontraste en estos dos autores que están a otras órbitas frente al canon poético tradicional?
Creo que hay muchos poetas mexicanos que han estado marginalizados del canon, quizá de una forma no muy consciente. Tienen mucho que darnos. Pienso en Abigael Bohórquez, Max Rojas, Alaíde Foppa; también en muchas voces femeninas como la de Rosario Castellanos, que si bien es más conocida no lo es lo suficiente. Estos autores que escribían, algunos desde los márgenes geográficos del país, otras desde los márgenes a las que eran sometidas por su género tienen mucho que decirnos. Quienes escriben dentro del canon, repitiendo las mismas fórmulas, les resulta más difícil encontrar una voz propia o una experiencia distintas. Pero estos escritores marginales tienen muchísimo que decirnos, no tienen el peso de la ansiedad de la influencia que describía Bloom. Creo que resulta más fácil romper con el canon a quienes nunca fuimos incluidos en él. Por eso valoro mucho las voces de las mujeres poetas que han escrito antes que yo. Siento en ellas una enorme libertad que a veces no encuentro en las voces más canónicas.
Mencionas que la condición de mujer es una condición marginal. ¿Esto de qué manera se refleja en el la voz de Orfelia, de El reino de lo no lineal, o en las voces femeninas de Proyecto Manhattan?
Las voces femeninas escriben desde el margen y eso les da otra perspectiva de la realidad. Desde mi escritura quiero colocar ese margen en el centro. Hay una dislocación del esquema heredado de lo literario que sucede cuando las mujeres escriben en primera persona sobre su experiencia, porque en general la mujer ocupa en la literatura escrita por los hombres el lugar del objeto de deseo, una figura alejada y sin subjetividad. Que la mujer escriba en primera persona sobre su experiencia es, sin duda, un acto político. Es lo que busqué explorar en la voz de Orfelia y en las voces femeninas en las que insisto tanto en Proyecto Manhattan.
FOTO: Elisa Díaz Castelo recibió el Premio Bellas Artes de Traducción Literaria Margarita Michelena 2019/ Crédito: Germán Espinosa/El Universal
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