El Revueltas cosmopolita
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POR IVÁN MARTÍNEZ
El Cuarteto Latinoamericano está cumpliendo 35 años y la programación que ha elegido para los conciertos de este año en el Palacio de Bellas Artes está a la altura: asistí en mayo a la Sala Ponce cuando tocaron con otros músicos el demandante Introducción y Rondó (con arpa, flauta y clarinete) de Ravel y estrenaron un nuevo septeto de Eduardo Angulo y estaré gustoso escuchándolos con el gran César Olguín en la Sala Principal el próximo 7 de octubre. Pero el más emblemático de los recitales, creo, fue el de este miércoles 19 de julio en la Sala Ponce, cuando recrearon los cuatro cuartetos de cuerda de Silvestre Revueltas.
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Se trata de un corpus que está íntimamente ligado al alma de este ensamble. Si el registro rápido por la red no falla, el primer disco del ensamble fue precisamente esta integral (todavía con Jorge Risi, en 1984); luego los han vuelto a grabar, pero como suelen ser sus ejecuciones, por separado. No es una integral que se escuche regularmente en una sola sesión, quizá por tratarse de obras cortas que apenas rondan los diez minutos cada una, aunque en contenido sean suficientes.
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Escucharlos juntos y ordenados los dimensiona. Así que este concierto ya es celebrable por eso. Está, en estos cuartetos, el mejor Revueltas; sobre todo en los tres primeros. El número 4, Música de feria, es simpático, se encuentran en él las sonoridades más conocidas de su autor, el pueblerino, el Revueltas obvio y más audible; en cambio, los otros tres tienen una naturaleza universal. No es que estén exentos del rapport mexicano que con tanta intensidad corría por sus venas, o que se haya alejado de su obsesión rítmica y estructural, pero el Revueltas de los tres primeros cuartetos es un Revueltas intelectual, extravagante en la búsqueda de sonoridades y armonías. Cuenta con más forma –lo que no es rareza, siendo él mismo cuerdista–, es acabado y justo. El lenguaje es adelantado y maduro.
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En este recital, antes de ellos, los tres hermanos Bitrán ofrecieron los Cuatro pequeños trozos para dos violines y violonchelo de 1929: bocetos ciertamente menos acabados y de una ejecución apresurada y desinteresada, desconcentrada; como para salir del paso y que no hizo justicia, ni a la relevancia de las siguientes obras ni a la forma en que como cuarteto acudieron a ellas, con esa musicalidad tan amplia en fraseo y honda en sonoridad, su pronunciación limpia y esa amalgama que sea en el espíritu que sea siempre distingue al ensamble como una sola voz.
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El Primer cuarteto (1930) es el más abstracto de todos. Casi cosmopolita. Pero internamente, sus dos movimientos también son los más clásicos estructuralmente. A su ejecución la distinguió una sensación de cuidado, de delicadeza sin concesiones a la solidez sonora. Espléndido me pareció el juego al que Revueltas recurre mucho entre los tutti de los cuatro cuartetos, en el que una voz solista pasa de un instrumento a otro.
El Segundo, titulado Magueyes (1931) es menos abstracto, más tonal. Y rítmicamente también está más emparentado con el espíritu mexicano del Cuarto o con su música orquestal. Pero todavía no está abierto a la concesión y da muchas sorpresas. Por esta ejecución, será raro volver a ellos en un futuro cuando no exista el Cuarteto Latinoamericano: el extenso canto del violista Javier Montiel en el primer movimiento y la fuerza expresiva lograda por los cuatro, más con arco que con vibrato, fue de una emoción pocas veces escuchada.
El más acabado es a todas luces el Tercero (1931): si en los primeros Revueltas ofrece pocas concesiones armónicas al oyente, en éste menos, pero también es el más conciso en ideas; y estructuralmente, el más difícil de descifrar en una primera audición. El juego brindado de colores y la justicia en la interpretación de las texturas, en la valoración de cada voz y cada motivo, estuvieron a la par de la ferocidad enérgica con que se tocaron los pasajes de ostinati y el provecho que le sacaron al lírico segundo movimiento.
Como dije, el Cuarto, titulado Música de feria (1932), es el más revueltiano en el sentido popular que conocemos. Por supuesto, esa característica no lo exenta de calidad. Se trató de una de las interpretaciones más exuberantes que haya escuchado, pero también una de las más clásicas en tanto la concepción del sonido, casi romántico, alejado de sonoridades pueblerinas a las que suelen acudir otros ensambles: ese espíritu ya está en papel, un acercamiento sonoro clásico lo eleva. De gran belleza resultó la delicadeza con que los violines, Saúl y Aaron Bitrán, acudieron cada uno a las presentaciones del segundo tema.
Busque el lector alguna de las distintas grabaciones que existen de estas obras de carácter cosmopolita y alma mexicana, y, si puede, lea la histórica conferencia-concierto que Eduardo Mata brindó en El Colegio Nacional inmediatamente después de su ingreso en 1984 (se incluyó en Sonidos en rebelión, editado por Roberto Kolb y José Wolffer para la UNAM): a esa guía clara para descubrir lo mejor de Revueltas dedicaron emotivamente los miembros del Latinoamericano su concierto.
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FOTO: El cuarteto (fotografiado en los jardines surrealistas de Xilitla) está formado por los hermanos Saúl, Aarón y Álvaro Bitrán, y Javier Montiel. /Sergio Yazbek
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