El salto a la otra orilla de Kenneth Goldsmith

Jun 11 • Lecturas, Miradas • 3468 Views • No hay comentarios en El salto a la otra orilla de Kenneth Goldsmith

POR RICARDO POHLENZ

 

Los Estados Unidos han sido tierra pródiga de profetas y visionarios que han creado las necesidades que, día a día, determinan nuevos campos de explotación, conocimiento e influencia, generadas a partir de los imperativos de actualización –en términos de eficiencia o uso, pero también, de política y mercado– de los medios. Los productos en general se reinventan, revaloran y resignifican según estás necesidades, que están supeditadas a las disponibilidades y las restricciones que surgen cuando se convierten en bienes de consumo. En honor a la verdad, más que romperme la cabeza para determinar un contexto general para un fenómeno como lo es la escritura no-creativa, debería alinearme con los preceptos que la determinan, según ha sido presentado y perseguido por su creador y más importante exponente, Kenneth Goldsmith (nacido en una familia de comerciantes de ropa de Newport en el estado de Nueva York, estudiante de escultura en la Universidad de Rhode Island que, luego como artista, trabajó cierta veta warholiana con el texto hasta que, al cobijo de las nuevas tecnologías decidió dar el salto a la otra orilla, cambiar de etiquetas y convertirse en un poeta y escritor de éxito a partir de una fórmula que privilegia contexto sobre contenido y la acción –el proceso, en términos muy semejantes al performance– como sentido de la obra) y transcribir, por ejemplo, los contenidos en el acervo que tiene la Universidad de Buffalo de los contenidos generados por y a partir de su obra y figura  (http://epc.buffalo.edu/authors/goldsmith/) en una reseña que necesitaría todo el espacio de la edición dominical de este periódico (sino es que es más) para luego, volverlo a transcribir (siempre con la tentación –como Goldsmith- de alterar su contenido, pero ateniéndome a la manda de hacerlo tal cual, otra vez, para luego traducirlo con la aplicación de Google (como parece haber sido hecho la traducción de Alan Page al español), para luego convertirlo en un libro que sería, en sentido estricto, una segunda transcripción, pero al igual que la primera, algo completamente distinto, entre el cambio de soportes y el acto que permite este cambio. Kenneth Goldsmith usa metodologías y estrategias que determinaron en mayor o menor medida el arte conceptual estadounidense para actualizar la literatura y convertirla en algo que pueda competir –en términos de actualidad– con el arte. Pero, ¿tiene la literatura que competir –en términos de actualidad- con el arte? Goldsmith está más preocupado por los soportes (sobre todo, los soportes digitales) y los saltos que puede hacer entre unos y los siguientes para resignificar contenidos literales, donde el vaciado de los baldes –es decir, el trabajo de transcripción– se vuelve esencial. No se trata tanto que se le haya ocurrido transcribir la edición completa del New York Times, sino que decidió hacerla de un día en específico –el 1 de septiembre de 2000- por llevarla a cabo, como amanuense moderno, y para poner, en evidencia, con el cambio de formato (no se trata nada más del vaciado literal del contenido del diario, la acción (el trabajo) de transcribir sirve como tamiz para el soporte final, el libro, que resulta innecesario leer, convertido en un objeto conceptualmente polimorfo y polivalente, documento final de lo que puede ser descrito como un performance. Es desde ahí que, por ejemplo, el que haya sido nombrado como primer Poeta Laureado de MoMA lo convierte no sólo en un organizador de eventos y acciones sino también lo hacen ser los eventos y acciones que se generan desde ese lugar. Aunque no lo haga desde el arte, sino de la literatura (desde esa zona gris en la que se confunden mecanismos y narrativas que le son inherentes a ambas) a partir de un material (del lenguaje como material, como peso, más que como contenido) que existe de por sí, en la red –todo es texto, al final en la red- para disponerlo de tal forma que tenga, entre la inherencia y la consecuencia, un sentido como objeto literario. Este salto, entre arte y literatura, entre formatos y contenedores de texto, lo ha convertido en un figura prominente en el mundo literario, tanto como para tener el apoyo de figuras prominentes como la crítica literaria Marjorie Perloff y el poeta canadiense Christian Bok, por una parte, y por otra, el impacto suficiente como para llevar su prédica a los medios masivos y, por ejemplo, hablar de las bondades y beneficios de la escritura no creativa frente a figurar como Stephen Colbert (cuando todavía se fingía periodista a través de Comedy Central). Una y otra vez, como da fe en su libro sobre la escritura no creativa, recurre a figuras como Andy Warhol y John Cage para argumentar sobre carencias y excesos, sobrevaloraciones y descalificaciones, para llegar a la evidencia última de que todo está ahí para ser usado, sea la transcripción de la narración de un juego de béisbol o la transcripción de un año de reportes del clima. Goldsmith ha hecho su tarea y a lo largo de las páginas de su panfleto (que también es un manifiesto y un instructivo) Escritura no-creativa: la gestión del lenguaje en la era digital hace un gran despliegue de figuras (de Gertrude Stein a Louis Zukofksy, de Sol LeWitt, a George Perec, que le sirven como antecedente a un proceso del que el sólo es parte. A lo largo del libro, se explaya con generosidad y entusiasmo al respecto de otros autores como Bok –quien pretende insertar un poema encriptado en el DNA de un insecto–, Simon Morris –quien transcribió en su blog, una página por día, En el camino de Jack Kerouac para luego publicarlo en forma de libro con el contenido invertido- y Vanessa Place –quien transcribe declaraciones de casos legales.  El hecho de que el documento final de estas accione pueda ser consumido como un libro cualquiera que se vende en una librería a un precio razonable (veinte dólares, por ejemplo) para abrirlo y leerlo y tener con ello una experiencia completamente distinta a la que sería (o fue) leer esos contenidos en su formatos originales, hace una diferencia tan dramática como tangencial, tan fascinante como inocua (como dice McLuhan, “el medio es el mensaje”). El último gesto que podría hacer como lector para una comprensión más profunda de estos contenidos (y sus matices) sería volverlo a transcribir.  Es inútil pero no; es –al final– el gesto.

 

*FOTO: Kenneth Goldsmith: Escritura no creativa, México, 2015, Tumbona Ediciones. (Traducción de Alan Page)/ Especial.

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