El Salvador de Cernuda

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POR SERGIO TÉLLEZ-PON

 

El deseo insumiso al tiempo

Luis Cernuda

Luis Cernuda (Sevilla, Andalucía, España, 1902- ciudad de México, 1963) llegó a México luego de un largo peregrinar por el mundo: había huido de España por la guerra civil y llegó a París donde siempre pensó que regresaría a Madrid; huyó de Francia engañado por un amante, Stanley Richardson, a dar unas supuestas conferencias en universidades británicas; una vez más, escapó de Inglaterra para dar clases esta vez en universidades estadounidenses y finalmente huyó de Estados Unidos en busca del clima que le recordara la costa andaluza que lo vio nacer y fue por eso que llegó a Acapulco, entonces el paradisíaco puerto del océano Pacífico. México fue, pues, el único lugar al que no llegó para volver a escapar, el que conscientemente eligió para vivir.

 

Aquí, además, se reencontró con su lengua, el castellano, que había dejado de escuchar hacía muchísimos años (como lo cuenta en el primer poema de Variaciones sobre tema mexicano) y en Acapulco encontró el clima cálido que tanto le recordó sus días en la playa de Valencia frente al Mediterráneo mientras España se desangraba, tal y como lo recuerda Elena Garro. Pero también, y sobre todo, encontró el cuerpo del deseo en un joven del que por el primer poema de Poemas para un cuerpo sólo se sabía que se llamaba Salvador y que hoy se sabe respondía al nombre de Salvador Alighieri. Aunque Cernuda era un señor de casi cincuenta años, la pasión por Alighieri lo hizo declarar en Historial de un libro: “Creo que ninguna otra vez estuve, si no tan enamorado, tan bien enamorado, como acaso pueda entreverse en los versos antes citados [los Poemas para un cuerpo], que dieron expresión a dicha experiencia tardía. Mas al llamarla tardía debo añadir que jamás en mi juventud me sentí tan joven como en aquellos días en México”.

 

 

En 1949, Cernuda había venido a pasar las vacaciones de verano a la ciudad de México y luego fue unos días al puerto: “un poco de sol puede consolarme de tantas cosas”, confesó. Un año después se empeñó en regresar y pasó aquí las vacaciones del verano de 1950; el encuentro con la cultura mexicana, en la que veía tantas reminiscencias de la española, le inspiraron para empezar a esbozar los poemas en prosa que después serían Variaciones sobre tema mexicano —que en principio tituló como Concerniente a México. “El sentimiento de ser un extraño, que durante tiempo atrás te perseguía por los lugares donde viviste, allí callaba, al fin dormido. Estabas en tu sitio, o en un sitio que podía ser tuyo; con todo o con casi todo concordabas, y las cosas, aire, luz, paisaje, criaturas, eran amigas. Igual que si una losa te hubieran quitado de encima, vivías como un resucitado”, se decía a sí mismo en una de las Variaciones

 

 

Volvió por tercera vez, en 1951, y fue entonces cuando conoció a Salvador Alighieri. Después de ocho meses en los que hizo una fructífera escala en La Habana (donde pronunció tres conferencias y entabló una estrecha amistad con Lezama Lima), regresó a Estados Unidos, al colegio de Massachusetts donde impartía clases durante el crudo invierno del norte que tanto detestaba, pero ya con la firme idea de volver, y por qué no, establecerse en México definitivamente así pareciera un impulso incontenible: “Sé que es, desde el punto de vista práctico, un disparate. Pero también sé que por no haber hecho otro disparate semejante, me quedé en Sevilla y me quedé en Londres más años de los que eran convenientes. Y el tiempo perdido viviendo en un ambiente que nos aburre, ahora lo veo, es lo que luego más nos remuerde y acongoja”, le escribió en una carta a Pedro Salinas. Al fin consiguió establecerse en la ciudad de México en noviembre de 1952. Poco más de diez años estuvo entre nosotros (con una corta estadía en San Francisco y Los Ángeles donde, una vez más, impartió clases), hasta su muerte el 5 de noviembre de 1963.

 

 

En el furor de los locos años veinte, Cernuda, a diferencia de otros compañeros de generación como Vicente Aleixandre —quien escribía sus poemas a un supuesto personaje femenino que en realidad era masculino—, García Lorca o Emilio Prados, nunca escondió su homosexualidad ni en su persona ni en su obra: desde muy joven no sólo la hizo saber sino que después la reivindicó en su rebelde Los placeres prohibidos, que escribió a principios de los años treinta influido todavía por el surrealismo. En uno de los poemas de ese libro, “Si el hombre pudiera decir”, por ejemplo, el hombre al que se refiere en el título no es al de la especie (no eran los tiempos del lenguaje políticamente correcto que distingue lo masculino y lo femenino) sino a un ejemplar del sexo masculino. El amor, la pasión por ese hombre, pues, es “la única libertad que me exalta, la única libertad porque muero”; es decir, era ajeno a las libertades que se conseguían en España con la segunda República; esas libertades a él no le importaban, no le exaltaban, no moría por ellas.

 

 

Entre finales de 1931 y 1932, se había paseado, aunque no de la mano pero como si lo hubiera hecho, por todo Madrid con Serafín Fernández Ferro (1914-1954), un joven gallego, linotipista en la imprenta de su amigo Manuel Altolaguirre, que le presentaron sus otros cofrades del “epentismo” (Aleixandre, Rafael Martínez Nadal y García Lorca, quien inventó el neologismo para llamar a sus allegados homosexuales), que al final resultó más un chichifo que un amante y cuya ruptura amorosa le inspiró los poemas de Donde habite el olvido; años después, Serafín acabó sus días transterrado en México, enfermo de tuberculosis, pobre y malcasado. Después, en el verano de 1934, Cernuda tuvo un romance con el ya mencionado Richardson, un joven británico que tradujo algunos de sus poemas al inglés, quien al sacarlo con mentiras de Francia prácticamente le salvó la vida y, sin embargo, se ganó el odio gratuito de Cernuda; Richardson murió poco después durante un combate en la guerra civil española, pues se había enrolado en las filas republicanas. Por su parte, Luis Antonio de Villena aventura que Cernuda pudo haber tenido otro enamoramiento en Glasgow durante 1940: ese año lo habían invitado a Cuba pero se negó, en palabras del propio Cernuda, “por no huir del miedo a una pasión”. Pero ninguna de esas relaciones lo había dejado satisfecho. Ahora, en México, hecho ya un hombre, un señoritingo de refinadas maneras inglesas, se enamoraba de un joven muchos años menor que él. “Mano de viejo mancha / El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo”, dice en “Despedida”, uno de sus poemas más célebres.

 

 

Cuando conoció a Cernuda, Salvador Alighieri, El Chocolate (que aparece en algunas de las Variaciones… como el indito “Choco”), tenía toda la apariencia de mayate, tan apreciada por los gays: era un joven de 20 años, moreno (“oscuro” es el adjetivo que usa Cernuda en los poemas), que además practicaba fisicoculturismo. Se conocieron en La Roqueta, una playa de la bahía de Acapulco, en el verano de 1951. Cernuda, quien siempre había apreciado el cuerpo juvenil masculino y así lo cantó en varios de sus poemas, quedó prendado de la figura del joven y casi de inmediato lo protegió. Martínez Nadal le contó a De Villena que por el tiempo que salía con Serafín, Cernuda también tenía algunos encuentros con meseros a cambio de una ayuda económica, algo que después repetirá con Alighieri, como lo reconoció él mismo ante el periodista Antonio Bertrán. Cernuda sabía que el mundo era de los jóvenes, por eso sucumbía ante ellos, y es de ellos de quienes se despide en ese poema memorable:

 

 

 

Adiós, adiós, compañeros imposibles.

Que ya tan sólo aprendo

A morir, deseando

Veros de nuevo, hermosos igualmente

En alguna otra vida.

 

Con Salvador, Cernuda no era el hosco y malhumorado que la mayoría recuerda; al contrario, en su testimonio, Alighieri lo recuerda tierno y hasta paternal, una relación más propia de erómenos y erastes. Para él, para Alighieri, escribió los Poemas para un cuerpo que se escribieron casi al mismo tiempo que las Variaciones… y se publicaron por primera vez como plaquette en Málaga en 1957, editada por Bernabé Fernández-Canivell, quien tuvo la feliz ocurrencia de que fueran ilustrados por Álvarez Ortega pero Cernuda se rehusó calificando los dibujos de “mariconerías de la peor especie”; más tarde los incluyó en su libro Con las horas contadas:

 

 

I

Salvador

 

Sálvale o condénale

Porque ya su destino

Está en tus manos, abolido.

 

Si eres salvador, sálvale

De ti y de él; la violencia

De no ser uno en ti, aquiétala.

 

O si no lo eres, condénale,

Para que a su deseo

Suceda otro tormento.

 

Sálvale o condénale,

Pero así no le dejes

Seguir vivo, y perderte.

 

Como pocos poetas, Cernuda dejó demasiados guiños y pistas de su vida en su gran obra poética, de manera que cuando Bertrán encontró a Salvador Alighieri en Guadalajara y pudo entrevistarlo, sus palabras arrojaron nuevas pistas para reinterpretar los Poemas para un cuerpo, que aunque están inspirados en él, Alighieri no conocía y Bertrán se los proporcionó. A pesar de su corta edad, Alighieri ya estaba casado y tenía un primogénito, Salvador, de 2 años, a quien Cernuda aceptó confirmar para así hacerse compadres. Alighieri le confesó a Bertrán que no hubo entre ellos sino una relación afectiva, que Cernuda se conformaba con contemplarlo hacer sus ejercicios con el torso desnudo y entonces el poeta, mientras fumaba su pipa, se ponía a escribir (¿los Poemas para un cuerpo acaso?). Tal vez fuera el suyo un enamoramiento más platónico que una relación carnal. Sin embargo, en varios poemas de Variaciones…, Cernuda dice un poco más sobre “Choco”. En “La posesión”, escribió: “En un abrazo sentiste tu ser fundirse con aquella tierra; a través de un terso cuerpo oscuro, oscuro como penumbra, terso como fruto, alcanzaste la unión con aquella tierra que lo había creado. Y podrás olvidarlo todo, todo menos ese contacto de la mano sobre un cuerpo, memoria donde parece latir, secreto y profundo, el pulso mismo de la vida”; y en “Dúo” dice todavía más: “A tu ternura envolvente responde con su abandono, y no te cansas de acariciarle ni de besarle”. También sobre esa última pasión cernudiana escribió el poeta Jaime Gil de Biedma: “ese enamoramiento no fue sino la concreción final, en un cuerpo y en una persona, del deslumbramiento instantáneo, del inesperado brote de felicidad sensual que aquella tierra propició en él, cuando en su edad madura apenas ya nada esperaba”.

 

 

La relación con Alighieri duró hasta 1955 o 1956, poco más de cuatro años que sin embargo fue la más duradera de Cernuda. En 1960, le escribió Cernuda en una carta a Sebastian Kerr: “Un amigo mío, Salvador Alighieri, al que tenía una amistad muy distinta de la que tengo a [Octavio] Paz, entre otras raras peculiaridades tenía la de no decirme jamás cuándo iba a marcharse fuera de México capital.” Otra de esas particularidades que molestaban a Cernuda del comportamiento de Salvador, como buen joven, era su irresponsabilidad: “Luis me regañaba y aconsejaba como si fuera un padre. Íbamos a un café, el Night and day, y ahí insistía en que no fuera tan loco, que respetara a mi mujer”, le cuenta a Bertrán. Alighieri desaparecía por semanas y luego regresaba a buscar al poeta: “Jamás pude conseguir de él —escribe Cernuda en la carta a Kerr—, a pesar de nuestra amistad, que me dijese su marcha antes de emprender una. El procedimiento era: citarnos en algún sitio, y su no comparecencia. Ya comprenderá que mi mal humor llovía sobre él cuando aparecía luego”. Un mal día, Salvador no volvió a aparecer. Según le contó a Bertrán, empezó a tener problemas en su matrimonio y se fue al norte, a intentar cruzar a Estados Unidos; no lo consiguió y se instaló en Nuevo Laredo, donde ganó algunos premios de fisiculturismo (Mr. Espalda y Mr. Laredo). A finales de 1963 volvió a la ciudad para competir por el título de Mr. México Junior, que también ganó, y entonces se enteró de la muerte de Cernuda.

 

 

Tal vez por esos mismos años de la carta a Kerr escribió Cernuda “Epílogo (Poemas para un cuerpo)”, que incluyó en su último libro, Desolación de la quimera (Joaquín Mortiz, 1962), con toda seguridad cuando Alighieri ya había desaparecido definitivamente, sin avisarle:

 

 

Tu imagen de hace años,

Hermosa como siempre, sobre el papel, hablándome,

Aunque tan lejos yo, de ti tan lejos hoy

En tiempo y en espacio.

Pero en olvido no, porque al mirarla,

Al contemplar tu imagen de aquel tiempo,

Dentro de mí la hallo y lo revivo.

 

Tu gracia y tu sonrisa,

Compañeras en días a la distancia, vuelven

Poderosas a mí, ahora que estoy,

Como otras tantas veces

Antes de conocerte, solo.

 

Un plazo fijo tuvo

Nuestro conocimiento y trato, como todo

En la vida, y un día, uno cualquiera,

Sin causa ni pretexto aparente,

Nos dejamos de ver. ¿Lo presentiste?

Yo sí, que siempre estuve presintiéndolo.

¿Salvó Alighieri a Cernuda? Desde luego, aunque sólo por un tiempo. Tal vez si no se hubieran conocido, Cernuda no habría tenido las fuerzas y el motivo suficiente para emigrar una vez más, y sin embargo lo hizo, vino aquí donde se sintió más joven que nunca… aunque la consecuente felicidad se le haya presentado casi al final de su vida.

 

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