Cinco asombros ante Margarit

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POR DIEGO JOSÉ

Poeta bilingüe (catalán-castellano) por circunstancia y por elección. Autor de una honda bibliografía en la que destacan: Estació de França, Joana, Cálculo de estructuras, Casa de misericordia y Se pierde la señal —éste último de reciente aparición—. Figura errante y solitaria en el buen sentido en que la soledad y el peregrinaje permiten al poeta recorrer los caminos interiores donde hallar el bulbo preciado de la orquídea, también llamado poema. El próximo domingo 10 de noviembre Joan Margarit recibirá en Aguascalientes, junto a José Emilio Pacheco, el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval.

 

1. Sobre Joan Margarit cabe enfatizar, a fin de no atribuirle ningún rasgo anticipado, que se trata de un poeta auténtico. Ni su bilingüismo ni el contexto sociopolítico de su historia personal representan una determinante ideológica para su experiencia poética; su obra y su actitud son una constante refutación de las expectativas preconcebidas: “Comencé escribiendo en castellano como una respuesta normal desde el punto de vista cultural: no tenía cultura en ninguna otra lengua. Pasé a escribir en catalán buscando lo que una persona tiene más profundo que la cultura literaria […] Ahora la única ‘normalización’ posible para mí es no renunciar a nada de cuanto tengo y que he ido adquiriendo en mi viaje poético”. Margarit creció en la Barcelona cercada por el franquismo, pero reniega del alzamiento de cualquier bandera: “La ideología mata la vida” ha dicho en distintas ocasiones. Opositor radical del hermetismo intrascendente y de la institucionalización de las vanguardias: “Esta absurda posición ha provocado el alejamiento de la poesía de muchos lectores y lectoras, en una especie de ceremonia de autodestrucción de algunos intelectuales que parecen aspirar a una poesía que no dice nada leída por nadie”.

 

2. Su lenguaje es penetrante e incisivo, sobre todo cuando aborda los espacios de la memoria, que representan su paisaje habitual. Su tono recurrente es la melancolía, mas no bajo su envés doliente, sino agresiva, dispuesta a restituir la pesadumbre mediante la claridad de sus asociaciones, las cuales revelan con precisión el lugar donde se encuentra la aguja dorada en el pajar de la experiencia, de ahí que sus poemas expresen la objetividad de una emoción, donde aparece el mundo concreto echándonos en cara nuestros aciertos y equivocaciones, nuestras ausencias, fantasías y abandonos. En sus poemas, el espacio y los objetos personales escenifican el drama humano en un sutil proceso de transferencia poética.

 

3. Para ilustrar la postura de un poeta frente a la realidad, bastaría la consistencia de sus versos; sin embargo, el asunto con Joan Margarit se enriquece por sus distintas intervenciones: ya bien, por la prosa con que suele clausurar sus libros —que transgrede el acuerdo que obliga al poeta a no explicar nunca lo que escribe— o, bien, en su conocimiento sintetizado en los ensayos de Nuevas cartas a un joven poeta; es decir, que se trata de un hombre preocupado, no sólo por la formalidad de su quehacer lingüístico, sino por la condición propia de la poesía. Lo que llamo postura tiene que ver con un compromiso declarado en su percepción del ejercicio de la poesía: “las personas que han leído un buen poema ya no son las mismas que antes de leerlo”. Esta divisa le hace sospechar del artilugio y la insensatez: “Casi siempre que un poema resulta ser para alguien un búnker inaccesible, la culpa es del poeta”. En el cumplimiento de esta vocación, ha rebatido a quienes descreen de las posibilidades curativas de una poesía en tiempos de miseria, recordándonos que “la poesía quizá no es gran cosa, pero más dura es la intemperie sin los versos”. En ello consiste la autenticidad de asumirse poeta, después de todos los reveses y los aciertos.

 

4. Joan Margarit es un poeta con una actitud determinante frente al proceso creativo, tanto en el aspecto técnico que exige precisión y exactitud, como en la interiorización de la materia y de la energía vivencial que produce el poema. Sus planteamientos reivindican un ethos que envuelve a la poesía y que compromete a la palabra del poeta, no porque ésta deba aseverar o predicar en favor de nada, sino en cuanto que resulta del testimonio de una experiencia humana —vivida, imaginada, intuida— que pretende, además de ser deleitable, consolar la parte incompleta que el lector persigue llenar cada vez que lee un poema. Esta manera tan peculiar de concebir el fenómeno de la poesía surge de la lealtad y del temple de un artista que se ha plantado por entero entre la vida y el poema, exigiéndose a sí mismo y exigiéndole a la poesía cuentas claras, tal como lo comparte a partir del duelo por su hija Joana (experiencia vertida en un conmovedor libro que reajustó la estructuración poética de Margarit): “Vulneré ese principio básico de la poesía, según el cual consiste en hablar, no de sentimientos, sino de experiencias de sentimientos. Hablar de sentimientos produce normalmente un mal poema. Yo no tenía tiempo; no podía esperar, y así lo dije en el libro. Fue cuando me enfrenté con la poesía y me dije: ‘De acuerdo, pero si ahora no me sirves, hemos acabado’”.

 

5. Durante décadas persistió un debate intelectual respecto de la esencia de la poesía, entendida como conocimiento versus comunicación. La primera dio cabida a un intelectualismo huero, la segunda a cierta trivialidad ocurrente. La poesía de Joan Margarit se ubica en el punto clave donde coinciden vivencia, emoción, voluntad y pensamiento. Más allá de la poesía de la experiencia, encontramos en su obra una poesía del ser, aquella que Heidegger proponía como respuesta a una posible misión histórica de quien ha escogido dedicarse a nombrar la condición humana y a habérselo con lo maravilloso, según Santo Tomás de Aquino. Sólo quien reconoce la función del poema por encima de la vanagloria del poeta sabe que la poesía es un estado de gracia al que aspira la palabra, donde anhela comulgar el ser. Si el poema es un puente entre los extremos de la significación en que participan el poeta y el lector, y en donde ambos asumen y adoptan una posición frente a dicho encuentro, sólo la autenticidad del acto puede restituir la autenticidad poética.

 

Se nos ha acostumbrado a separar la vida de la obra, el poema del autor y al poeta del individuo. Por eso, la personalidad de Joan Margarit resulta inquietante para quienes sólo ven en la poesía una mercancía que debe ajustarse a la conveniencia de los criterios literarios. Si bien la enseñanza o la vivencia que puede proporcionar la poesía depende en estricto sentido del poema, la unidad se complementa cuando la visión del poeta incide en la perspectiva del lector, transformando su estado íntimo y otorgándole un orden interior distinto, capaz de restaurar las partes perdidas en el tránsito de la vida.

 

*Fotografía: Joan Margarit vendrá a México a recibir el Premio Poetas del Mundo Latino/Tomada de: www.joanmargarit.com

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