El silencio del café
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Autores como Imre Kertész, Premio Nobel de Literatura 2002, así como Rimbaud, Sartre y Heidegger han plasmado en su obra la importancia de la otredad como clave del entendimiento con la sociedad y con uno mismo
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POR BENJAMÍN BARAJAS
El famoso lingüista francés Émile Benveniste solía considerar que el “yo” es una forma vacía que sólo adquiere sentido cuando alguien asume esta persona gramatical mediante un nombre: al decir “yo” de inmediato aparece un “tú”, como principio de la subjetividad representada en el diálogo; pero esta categoría, en el plano filosófico existencial, según las reflexiones de Heidegger y Sartre también remite al “otro”; quien se convierte en garante, junto con el “tú”, de la propia existencia.
En el ámbito de la literatura, la despersonalización o fuga del “yo” para dar vida y consistencia a los “otros” suele considerarse una pauta de modernidad frente a la tradición romántica. Es famosa la frase del poeta Arthur Rimbaud “Je est un autre”, la cual ha servido de lema para muchas empresas poéticas posteriores, como lo ha documentado ampliamente Guillermo Sucre en su ensayo La máscara, la transparencia.
Sobre estas cuestiones, Mijaíl Bajtín pareciera armonizar las tendencias lingüísticas, filosóficas y de la crítica literaria respecto a las figuras del “yo” y el “otro”, en sus estudios sobre la polifonía y el dialogismo, presentes en la novela. Un libro suyo muy ilustrativo sobre el tema es Yo también soy (fragmentos sobre el otro), traducido por Tatiana Bubnova, donde Bajtín establece que “es a partir del otro como tratamos de dar vida y forma a nosotros mismos”; en consecuencia, rechaza el monólogo en el espejo por su flagrante esterilidad y agrega: “el cuerpo no es algo autosuficiente, sino que necesita al otro, le hace falta su reconocimiento y su actividad formadora.”
En esta disyuntiva se ubica el ensayo literario del autor húngaro Imre Kertész, Yo, otro. Crónica del cambio, vertido al castellano por Adán Kovacsics, bajo el sello de la editorial Acantilado. Kertész, Premio Nobel de Literatura en 2002, sitúa el proceso de escritura de su obra en 1991, y a partir de ahí emprende la reconstrucción de su pasado, mediante una perspectiva desencantada que toma como referencia a Auschwitz, en cuyo centro de tortura estuvo recluido en 1944, y aunque salió libre un año después, esta experiencia lo habrá de marcar de por vida.
El periplo de su búsqueda es existencial, las preguntas sobre el sentido de la vida y la muerte atraviesan la obra, y a ellas se unen otras acerca de la felicidad, el amor, el progreso y, sobre todo, la cuestión de la propia identidad como escritor húngaro, pero de ascendencia judía, que se siente extraño en su país, en Europa e Israel; todas estas cuestiones fluyen a través de un discurso de excelente prosa.
Después de su experiencia en Auschwitz, Imre Kertész se gana la vida en el mundo periodístico y editorial, traduce y lee en lengua alemana a Nietzsche, Rilke, Kafka y Wittgenstein, cuyos aforismos le permiten alimentar sus propias reflexiones. La suya es una apuesta por la comprensión y el reconocimiento de los otros, pero esta “compresión” no se logra sin saber quiénes somos nosotros. Al final de la obra, Kertész reconoce que está ante la muerte, pero la escritura lo impulsa a la vida.
FOTO: El premio Nobel de Literatura de 2002, el húngaro Imre Kertész, posa en un hotel de Barcelona EN 2007. EFE
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