El sino del escorpión: el trumpismo y las derechas en Estados Unidos

Ene 30 • destacamos, principales, Reflexiones • 3172 Views • No hay comentarios en El sino del escorpión: el trumpismo y las derechas en Estados Unidos

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A nivel mundial el resurgir de la ultraderecha es un fenómeno que anuncia el surgimiento de revoluciones conservadoras. En Estados Unidos, a partir de la toma del Capitolio, por fin se conocen los rostros del sector de una sociedad que se cree víctima de la migración, la impureza racial y vive atrapada en la nostalgia por la crisis de un país que fue potencia

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POR LUIS HERRÁN ÁVILA

Departamento de Historia de la Universidad de Nuevo México; Twitter: @yo_herran

A raíz de la elección de Donald Trump en 2016, aumentaron los temores de un rápido ascenso del racismo, el sentimiento anti-inmigrante, y el supremacismo blanco, aunque atenuados por cierto optimismo sobre la supuesta fortaleza de las instituciones y valores democráticos estadounidenses. Se decía que, pese a la posibilidad de una encarnación del populismo de derecha, incluso fascista, en tierras norteamericanas, la demagogia del nuevo ocupante de la Casa Blanca, no pasaría de ser un tropezón para la tan cacareada democracia en el vecino país del norte. Sin embargo, el auge que tuvieron los discursos, viejos y nuevos, de las derechas estadounidenses nos sugieren ahora que ese optimismo nos alejó de comprender la profundidad del fenómeno trumpista.

 

Uno de los muchos acertijos del trumpismo podría plantearse de la siguiente manera: en términos de sus bases, es un movimiento muy fragmentado, incluso desordenado, y sin una estructura que le dé continuidad y estabilidad. Sin embargo, el lema “Make America Great Again” (MAGA) logró agrupar a diversos sectores del conservadurismo, tanto en las élites como en sectores medios y trabajadores, hermanados por su desconfianza y aversión hacia la normalidad bipartidista, y la misión de defender a la nación “original”, cristiana y predominantemente blanca.

 

El asalto al Capitolio ocurrido el 6 de enero permite entender algunos aspectos de la singularidad del trumpismo. Para muchos, el incidente fue la culminación de una administración que abonó a la polarización y apostó al “patriotismo” aislacionista, excluyente, e intolerante como eje fundamental. Fue también, incluso para algunos republicanos, el rebase de una línea muy tenue entre la confrontación política (habitual en la historia norteamericana) y la guerra civil. Pero desde la perspectiva de sus protagonistas, la ocupación del Congreso fue un momento de victoria y reivindicación, cuyos motivos pueden explicarse en razón de ciertos aspectos sombríos de la cultura política norteamericana, como el paramilitarismo, la mentalidad del asedio, la victimización, y el conspiracionismo. En su famoso cuento El sino del escorpión, José Revueltas meditaba con cierto humor sobre la fatalidad de dicho animalito, forzado a vivir bajo las piedras y en rincones oscuros, condenado a “una vida enormemente secreta y nostálgica”. Montado en la ola del trumpismo, y haciendo honor a una larga historia de violencia extremista, el escorpión de la derecha racista, ultra-nacionalista, y militarista dejó atrás su vida en las sombras, emergiendo con fuerza a través de las milicias “patrióticas” que ocuparon el Capitolio. Con su entrenamiento paramilitar, su vocación de lucha callejera, y su aversión a todo lo que huela a izquierda, “liberalismo” o “progresismo,” organizaciones como los Proud Boys, los Oath Keepers, y los Three Percenters son producto de las más variadas tendencias, pasadas y presentes, del conservadurismo; entre ellas el Ku-Klux-Klan, los grupos neonazis, el evangelismo, los activistas de las armas, y el movimiento pro-vida. Estas milicias comparten la misión de prepararse para la “guerra civil venidera”, reclutando seguidores entre oficiales de policía y militares en activo y retirados. No aspiran necesariamente a la movilización de masas, sino a reunir a una minoría patriótica con capacidad de actuar en momentos de crisis para desafiar y derribar a una estructura de gobierno que consideran ha traicionado al pueblo. Son los escorpiones que, al llamado de la victimización y la nostalgia patriótica, salieron de debajo de las piedras, regocijándose por toparse con sus semejantes y dispuestos reafirmar su desprecio por la diferencia, por el “Otro”, la anti-patria representada por demócratas, afroamericanos, judíos, latinos y musulmanes; los inmigrantes, los “liberales”, el “progresismo”, el “marxismo cultural,” y las llamadas minorías sexuales. Los motivos del delirante asesino de 23 personas en la masacre de El Paso en 2019 (su temor al reemplazo de los blancos por los latinos, la profecía de una guerra racial) fueron muy claros al respecto.

 

Como el escorpión de Revueltas, el ala radical del trumpismo de base buscó redimir su condición de paria, víctima, y alimaña. Lo hizo proponiendo una lucha violenta contra los poderes establecidos, con la anuencia de la Casa Blanca, miembros del Congreso, y medios electrónicos afines a Trump. Tras la guerra declarada al “marxismo” de Black Lives Matter y el fantasmagórico “Antifa” durante las manifestaciones del verano del 2020, esa oportunidad de redención por medio de la acción patriótica se presentó precisamente el 6 de enero. Para ello, las bases trumpistas usaron el estandarte de la lucha contra las élites corruptas, los habitantes del “pantano” de Washington que Trump había prometido desaguar durante su presidencia. Al irrumpir en el Capitolio, se asumieron a sí mismos como agentes de una revuelta popular contra el poder y como voceros de una voluntad mayoritaria silenciada por el supuesto fraude electoral de noviembre.

 

Contrario a lo que han apuntado algunos analistas, es dudoso reducir el fenómeno de las milicias (y el trumpismo en general) a una lucha de los desposeídos y capitalizada por un líder oportunista. La insurrección fallida pudo originarse en un sentimiento de exclusión, pero frente a éste sobresale el revanchismo contra una larga lista de supuestos enemigos de la nación, y el temor por la pérdida del carácter “original” de esa nación, supuestamente blanca y cristiana. Gracias en parte al uso efectivo de redes sociales, este mensaje hizo eco en los distintos sectores representados en el abanico trumpista, más allá de los márgenes del extremismo, y revivió viejos prejuicios y ansiedades sobre el declive moral de la nación, haciendo factible la radicalización.

 

Como algunos sectores del populismo norteamericano de fines del siglo diecinueve, o el supremacismo blanco del Ku-Klux-Klan, el trumpismo abrazó un discurso, muy efectivo, de ataque al “sistema”, a las corporaciones y al establishment, y la vuelta a un pasado idílico. Similar a esos antecesores, la defensa trumpista de la cultura y los valores “americanos” supone mantener o de plano negar la existencia de la opresión racial, y cerrar el país a la inmigración de “indeseables”. En el círculo cercano a Trump hubo deudores de esas ideas. En el caso de su exasesor Steve Bannon, la conexión con el nativismo, la admiración por dictaduras tradicionalistas y el pensamiento fascista europeo fue explícita. Junto a Bannon, el también asesor Stephen Miller, influyó en la política migratoria, por ejemplo, y moldeó el discurso trumpista con un nacionalismo étnico y defensivo, y el uso intencional del agravio y la venganza como motores de la política. Ello engarzó con las frustraciones y aspiraciones de la naciente base trumpista, y la acusación del supuesto fraude electoral como una prueba más de la traición urdida por la extrema izquierda, las fuerzas del “globalismo,” y los medios mainstream.

 

La difusión de distintas teorías conspirativas dio continuidad al mensaje del ahora expresidente, mostrando que el trumpismo de base tiene vida propia y cierta holgura para interpretar su entorno y actuar en consecuencia. Según la más visible de esas teorías (la llamada QAnon), el país ha estado gobernado por una camarilla de políticos, empresarios y artistas que, además de practicar el satanismo y la pedofilia, ejercen una influencia desmedida en los destinos del país y del mundo. Este tipo de ficciones no son novedad en la cultura popular norteamericanas, y QAnon es una amalgama de teorías, creencias, y prejuicios acumulados, con un alcance magnificado por el internet. Fue a través del foro 8chan que un supuesto informante incrustado en altas esferas del gobierno difundió desde 2017 mensajes denunciando el funcionamiento del “estado profundo”. “Q”, como se conoce al informante, proporcionó a sus seguidores una serie de acertijos sobre eventos futuros, incluyendo predicciones sobre la lucha de Trump contra el “establishment” para alcanzar un segundo período presidencial. Como si se tratara de un juego en línea, esas claves deben ser descifradas por el público por medio de “investigaciones” que, por lo general, implican el consumo adictivo de videos de YouTube que refuerzan el mensaje conspiracionista, conectando fragmentos de información dispares, e incitando a seguir pendiente de los mensajes de Q.

 

Como narración, QAnon es una historia abierta y maleable a la interpretación del ciudadano de a pie, que explota la incertidumbre y hace legible y predecible lo que ocurre en el mundo, aunque manteniendo un velo de misterio que “engancha” al seguidor y lo hacer sentir partícipe de un proceso de gran magnitud. QAnon es, pues, un reflejo de los rincones más oscuros del imaginario político norteamericano, de los miedos y ansiedades que han marcado al conservadurismo durante al menos un siglo: la advertencia de un nuevo peligro rojo (proveniente ya no de la URSS, sino de China); la creencia obstinada de que la pandemia es una estafa para imponer el socialismo; y las referencias, veladas o explícitas, al control judío de las redes sociales, el sector financiero, los medios de comunicación, los movimientos feminista y LGBT, y la industria cinematográfica. Además de la conspiración, una pieza clave en el mundo QAnon es la llamada “Tormenta” (The Storm), un punto de quiebre de naturaleza apocalíptica que implicaría, entre otras cosas, una declaración del estado de sitio, el arresto de políticos demócrata y otros “traidores” por parte de las milicias patrióticas, y la ejecución de estos enemigos en la base de Guantánamo. Según los afectos a “Q”, “La Tormenta” vendría acompañada de una limpieza social y el comienzo de una nueva era bajo una segunda presidencia de Trump, en una especie de refundación violenta de la república, encabezada por el líder supremo infalible, blanco, cristiano y dispuesto a combatir a los enemigos.

 

La narrativa sobre “La Tormenta” tiene, también, tintes religiosos, similares al llamado “Rapture” evangélico, el momento del regreso de Jesucristo en que sólo los verdaderos cristianos, vivos y muertos, accederán al reino de los cielos. En este caso, sólo los verdaderos patriotas serían partícipes en la refundación de una nación libre de los “demonios” de la antipatria. Formulada en clave profética, la idea de “La Tormenta” no es más que la fantasía de un golpe de estado violento. Ese fue el significado fundamental del 6 de Enero: era la oportunidad para dar inicio a “La Tormenta”, demostrar la veracidad de “El Plan” trazado por “Q” y validar lo que para los incrédulos no era más que una fantasía conspiracionista de las milicias “patrióticas”: el inicio de una nueva guerra civil.

 

El sentido común dictaría que éstas son ideas limitadas a una minoría delirante, los escorpiones que en algún momento se replegarían debajo de las piedras. Y aunque es difícil medir la adhesión de sectores más amplios a esta fantasía autoritaria, el coqueteo de políticos republicanos con el conspiracionismo trumpista, la actividad continua de las milicias “patrióticas”, y la ausencia
de una reconciliación con la realidad y la verdad apuntan a que este es un proceso aún en ciernes.

 

¿Cómo contrarrestar los efectos del conspiracionismo, el ataque frontal a los valores democráticos, y a las ideas mismas de la diferencia y la tolerancia? ¿Puede existir la política si las normas mínimas de coexistencia democrática son reemplazadas por la mentalidad de la guerra civil? El reto que enfrenta la sociedad estadounidense es quizás inédito, y se antoja aún más complejo porque el escorpión seguirá viviendo nostálgico, entre la luz y las sombras, renuente a emprender la retirada.

 

FOTO: Simpatizantes de Donald Trump durante la toma del Capitolio el pasado seis de enero./ Kyle Grillot / AFP

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